La justicia llega

El sol quemaba como si el mismo cielo quisiera castigar la tierra aquel maldito día, la iglesia, llena hasta el tope de gente.

Tony se mantenía inmóvil junto al ataúd de Guadalupe, con las manos clavadas en los bolsillos del traje que le quedaba apretado, cada apretón de manos, cada abrazo de los vecinos, le dolía más que una puñalada.

—Tony, hermano… si necesitas algo —le decía Pancho por quinta vez, la voz le temblaba igual que sus bigotes—. Nomás avísame y…

—Ya sé, compa —lo interrumpió Tony, sin mirarlo, con los ojos clavados en el crucifijo detrás del altar— Gracias.

Marjorie, parada a su lado, le apretaba el brazo cada vez que sentía que su cuerpo se tensaba demasiado, Lupita, sentada en las piernas de María, jugueteaba con un pañuelo negro.

—¿Abela? —preguntó la niña de pronto, señalando el ataúd con su dedito regordete.

María tragó saliva, mirando a Tony de reojo, él cerró los ojos, sintiendo cómo el corazón se le partía otra vez, como explicarle a su pequeña que ya no vería a
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