El sol de Texas caía implacable sobre el rancho de los Treviño. Tony, con el torso desnudo y el sudor perlando su frente, trabajaba en la cerca mientras su mente daba vueltas como un torbellino.
— Pos' si sigo así, voy a acabar más seco que cactus en el desierto —murmuró para sí mismo, pasándose el brazo por la frente. Su prima María que había acudido a ayudarlos, salió al porche, con Lupita en brazos. — ¡Tony! —llamó— ¿No quieres venir a tomar algo fresco? Te vas a derretir ahí afuera. Tony se enderezó, estirando su espalda con un gruñido. — Ahorita voy, prima, nomás deja que termine con esta cerca del demonio. Mientras caminaba hacia la casa, Tony no pudo evitar sentir el peso de la preocupación sobre sus hombros, los gastos médicos de su madre se acumulaban más rápido que las nubes antes de una tormenta, y el rancho apenas daba para subsistir. — Pos' ya no veo lo duro sino lo tupido —murmuró, entrando a la cocina. María le pasó un vaso de limonada fría, que Tony bebió de un trago. — Gracias, prima, estaba más sediento que coyote en agosto. — Tony —dijo María con tono preocupado— ¿Has pensado en qué vamos a hacer? El dinero no alcanza y tu mamá necesita ese tratamiento. Tony se pasó una mano por el cabello, suspirando. — Pos' si te soy sincero, prima, mi cabeza da más vueltas que toro en rodeo, pero algo se me va a ocurrir, ya verás. En ese momento, su teléfono sonó, era su amigo Pancho. — ¡Qué onda, Coyote! —saludó Pancho al otro lado de la línea— ¿Qué te parece si nos echamos unas frías en el Rusty Spur? Pa' que te relajes un rato, compadre. Tony estuvo a punto de rechazar, pero algo dentro de él se quebró. — ¿Sabes qué, Pancho? Pos' sí, ya me hace falta un trago pa' olvidar las penas. — ¡Ese es mi Coyote! —exclamó Pancho— te veo allá en una hora. Tony colgó y miró a María. — Voy a salir un rato, prima, cuida a mi mamá y a Lupita, ¿Sale? María asintió, aunque su mirada de preocupación no desapareció. Una hora después, Tony entraba al Rusty Spur, el lugar estaba lleno, como siempre, con la música country sonando a todo volumen y el olor a cerveza y humo de cigarrillo flotando en el aire. — ¡Tony! —gritó Pancho desde la barra— ¡Por acá, compadre! Tony se acercó, chocando los cinco con su amigo. — ¿Qué hay, Pancho? Pos' ya estoy aquí, listo pa' ahogar las penas. El cantinero, un hombre mayor llamado Don Pedro, se acercó con una sonrisa. — ¡Tony Treviño! Hacía rato que no te veía por aquí, muchacho, ¿Lo de siempre? — Sí, Don Pedro —asintió Tony— una cerveza bien fría, que tengo la garganta más seca que el desierto de Chihuahua. Mientras bebían, Pancho notó la expresión preocupada de su amigo. — ¿Qué te pasa, Coyote? Te veo más agüitado que pollo en caldo. Tony suspiró, dándole un largo trago a su cerveza. — Pos' ¿Qué te digo, Pancho? La vida me está dando más vueltas que toro mecánico. Y así, entre trago y trago, Tony le contó a su amigo y a Don Pedro sobre la enfermedad de su madre, los gastos médicos y la difícil situación en el rancho. — ... Y pos' ya no sé ni pa' dónde hacerme, compadre —dijo Tony, mientras suspiraba con su voz cargada de frustración— necesito dinero, y lo necesito ya, pero pos' ¿De dónde lo saco? Si hasta las gallinas del rancho ya me miran con lástima. Don Pedro, que había estado escuchando atentamente, se rascó la barbilla pensativo. — Oye, Tony —dijo finalmente— creo que tengo una idea que podría ayudarte. Tony lo miró, mientras una chispa de esperanza aparecía en sus ojos. — Usté dirá, Don Pedro, a estas alturas, hasta le entro de payaso en un circo si es necesario. Don Pedro soltó una carcajada. — No tan lejos, muchacho, mira, el bar siempre está lleno, pero últimamente he notado que falta algo de... emoción, ¿Me entiendes? Tony arqueó una ceja, confundido. — Pos' no, la verdad no le entiendo, Don Pedro, ¿Qué tiene que ver eso conmigo? — Bueno, estaba pensando... —continuó Don Pedro— tú eres un muchacho apuesto, con buen cuerpo, ¿Qué te parecería trabajar aquí como bailarín? Tony casi se atraganta con su cerveza. — ¿Cómo bailarín? —exclamó, tosiendo— pos' ¿Qué me vio cara de stripper o qué? Don Pedro y Pancho soltaron una carcajada. — No, hombre, nada de eso —aclaró Don Pedro— solo bailar, animar el ambiente, las chicas vendrán a verte, comprarán más bebidas, y tú te llevarás buenas propinas, todos ganamos. Tony se quedó pensativo, rascándose la barbilla. — Pos' no sé, Don Pedro, yo de bailarín... Si tengo dos pies izquierdos. — Vamos, Coyote —intervino Pancho— si bailas mejor que nadie en los jaripeos, además, con ese cuerpazo que te cargas, ni vas a tener que esforzarte mucho. Tony miró su cerveza, considerando la oferta, la imagen de su madre enferma y de Lupita apareció en su mente, suspirando, levantó la mirada. — Pos' ya qué, a darle que es mole de olla, ¿Cuándo empiezo, Don Pedro? — ¿Qué te parece mañana por la noche? —respondió Don Pedro con una sonrisa— te prometo que no te vas a arrepentir, muchacho. Tony asintió, aunque todavía no estaba del todo convencido. — Pos' ya está, mañana me tiene aquí, listo pa' menear el bote. Esa noche, cuando Tony regresó al rancho, se encontró con su madre Guadalupe esperándolo en la sala, con una expresión que no auguraba nada bueno. — ¡Antonio Treviño! —exclamó en cuanto lo vio entrar— ¿Se puede saber dónde andabas a estas horas? ¡Y apestando a cerveza! Tony esquivó por poco un zapato que voló en su dirección. — ¡Calma, mamacita linda! —dijo, levantando las manos en señal de rendición— déjame explicarte. — ¡Explicarme qué! —continuó Guadalupe, buscando su otro zapato— ¿Cómo es posible que te vayas a emborrachar cuando estamos en esta situación? ¡Irresponsable! Tony logró esquivar el segundo zapatazo, agradeciendo mentalmente sus reflejos de vaquero. — ¡Espérate, amá! —exclamó— ¡Que fui a conseguir trabajo! Esto detuvo a Guadalupe en seco. — ¿Trabajo? —preguntó, bajando el cepillo que ya tenía en la mano, listo para ser lanzado— ¿De qué estás hablando? Tony aprovechó la pausa para acercarse y sentarse junto a su madre. — Mira, amá, sé que la regué yéndome así nomás, pero es que ya no hallaba qué hacer con tanta preocupación. Guadalupe se sentó, su enojo dió paso a la preocupación. — Ay, m'ijo, no tienes que cargar con todo tú solo. — Lo sé, amá —continuó Tony— pero es que quiero que te pongas bien, y pos' pa' eso necesitamos dinero, y resulta que Don Pedro, el del Rusty Spur, me ofreció trabajo. — ¿Trabajo de qué? —preguntó Guadalupe, con sospecha. Tony se rascó la nuca, nervioso. — Pos'... de bailarín. Guadalupe parpadeó varias veces, como si no hubiera escuchado bien. — ¿De bailarín? ¿Tú? — Sí, yo —asintió Tony— don Pedro dice que atraeré clientela, y que me darán buenas propinas, es una oportunidad, mamá. Guadalupe se quedó en silencio un momento, procesando la información. — Ay, Toño —dijo finalmente— ¿Estás seguro de esto? Tony tomó las manos de su madre entre las suyas. — Pos' la verdad, no —admitió con una sonrisa torcida— pero por ti y por Lupita, soy capaz hasta de bailar la macarena en calzones si es necesario. Esto arrancó una risa a Guadalupe, que finalmente asintió. — Está bien, m'ijo, si crees que es lo mejor... Pos' adelante. La noche siguiente, Tony se presentó en el Rusty Spur, más nervioso que novillo en su primer rodeo, llevaba unos jeans ajustados y una camisa sin mangas que dejaba ver sus musculosos brazos. — ¡Tony! —lo saludó Don Pedro— llegas justo a tiempo, el lugar está a reventar. Tony miró alrededor, sorprendido por la cantidad de gente. — Pos' sí que hay gentío, Don Pedro, ¿Qué pasó? ¿Están regalando cerveza o qué? Don Pedro soltó una carcajada. — No, muchacho, es que se corrió la voz de que Tony "El Coyote" Treviño iba a bailar desnudo. — ¿Qué?—exclamó Tony, casi ahogándose con su propia saliva— ¡Pero si yo nomás vine a bailar, no a hacer un show pa' adultos! — Tranquilo, Coyote —lo calmó Don Pedro— ya aclaré el malentendido, pero pos' la gente ya está aquí, así que... ¿Listo para el show? Tony tragó saliva, mirando hacia la pista de baile. — Pos' ni modo, como decía mi apá: 'A lo hecho, pecho'. Con esas palabras, Tony se dirigió al centro de la pista, la música country comenzó a sonar, y él, cerrando los ojos por un momento, empezó a moverse. Al principio, sus movimientos eran torpes y tímidos, pero conforme la música avanzaba y escuchaba los gritos de ánimo del público, Tony comenzó a soltarse. — ¡Eso, Coyote! —gritó alguien entre la multitud—.¡Muévelo como si fueras a montar un toro! Tony sonrió, dejándose llevar por el ritmo, sus caderas se movían al compás de la música, sus brazos flexionados mostraban sus músculos, y su rostro lucía una sonrisa pícara que derretía los corazones de las chicas. — ¡Pos' órale! —gritó, ganando confianza— ¡Que pa' bailar y pa' montar, el Coyote no tiene igual! Las mujeres del bar enloquecieron, lanzando billetes y gritando piropos, Tony, en su elemento, les guiñaba el ojo y les lanzaba besos. — ¡Ay, mamacita! —exclamó cuando una chica particularmente entusiasta le metió un billete en el bolsillo trasero del pantalón— ¡Si sigues así, voy a tener que cobrarte renta! La noche avanzó entre bailes, risas y muchas, muchas propinas, cuando finalmente terminó su turno, Tony estaba exhausto pero contento. — Don Pedro —dijo, contando los billetes— creo que acabo de encontrar mi vocación. Don Pedro sonrió, palmeándole la espalda. — Te lo dije, muchacho, tienes talento natural. Tony guardó el dinero, una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro. — Pos' quién diría que estos músculos iban a servir pa' algo más que arrear vacas, ¿Eh? Esa noche, cuando Tony regresó al rancho, encontró a su madre y a María esperándolo en la cocina. — ¿Y bien? —preguntó Guadalupe, ansiosa— ¿Cómo te fue? Tony sacó el fajo de billetes de su bolsillo y lo puso sobre la mesa. — Pos' miren nomás, parece que El Coyote tiene futuro en el mundo del espectáculo. María silbó, impresionada. — ¡Híjole, primo! ¡Sí que te fue bien! Guadalupe tomó el dinero, contándolo con manos temblorosas. — Ay, m'ijo —dijo, con lágrimas en los ojos— no sabes lo que esto significa. Tony se acercó y abrazó a su madre. — Claro que lo sé, amá, significa que vamos a sacarte adelante, y si pa' eso tengo que bailar todas las noches, pos' que así sea. — Pero, Toño —intervino María— ¿Qué hay del rancho? No puedes descuidarlo. Tony se rascó la cabeza, pensativo. — Pos' tendré que organizarme, trabajaré en el rancho de día y bailaré de noche, no ha de ser tan difícil, ¿No? Guadalupe y María intercambiaron una mirada preocupada. — M'ijo —dijo Guadalupe— no quiero que te mates trabajando, tu salud es importante también. Tony sonrió, besando la frente de su madre. — No te preocupes, amá, soy más resistente que una bota vaquera, además —añadió con un guiño— bailar es como montar un toro, nomás que sin el riesgo de que me tumbe, voy a estar bien. Guadalupe suspiró, resignada pero agradecida. — Está bien, m'ijo, pero prométeme que te cuidarás. — Lo prometo, mamacita —respondió Tony con una sonrisa— palabra de Coyote.Los días siguientes fueron un torbellino para Tony, se levantaba al amanecer para ocuparse del rancho, cuidaba de Lupita por las tardes y por las noches se transformaba en el sensual bailarín que hacía suspirar a medio condado.Una noche, mientras se preparaba para su show, Pancho se le acercó en el vestuario improvisado del Rusty Spur.— Oye, Coyote —dijo, con una sonrisa pícara— ¿Ya te enteraste del nuevo apodo que te pusieron las clientas?Tony arqueó una ceja, curioso.— ¿Nuevo apodo? Pos' no me digas que ya no soy el Coyote.Pancho soltó una carcajada.— No, compadre, ahora te dicen 'El Semental de Texas'.Tony casi se ahoga con el agua que estaba bebiendo.— ¿El qué? —exclamó mientras tocía— ¡Pos' ya ni la amuelan! ¿Qué se creen que soy? ¿Un caballo de exhibición o qué?— Pos' algo así, compadre —respondió Pancho, sin dejar de reír— pero no te quejes, que eso significa más billetes en tus bolsillos.Tony sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.— Pos' ni modo si así me qu
Tony se quedó boquiabierto por un momento antes de soltar una carcajada tan fuerte que varios clientes voltearon a verlo.—¡Ay, caray! —exclamó, limpiándose una lágrima de risa —¿Pos' de dónde sacaron esa idea? ¿Me vieron abrazando demasiado fuerte a algún toro o qué?Don Pedro se encogió de hombros.—Pos' dicen que ya no andas con ninguna mujer, y como siempre las rechazas...Tony sacudió la cabeza, aún riendo. —Pos' si supieran que no ando con nadie porque apenas tengo tiempo pa' rascarme la barriga entre el rancho, mi hija y el baile.—Bueno, pues —dijo Don Pedro, tratando de darle ánimos, ya suficientes problemas tenía el muchacho —tú nomás haz tu show como siempre, que mientras más gente venga, más dinero ganamos, ¿No?Tony asintió, dirigiéndose a los vestidores.—Pos' sí, a darle que es mole de olla.El show esa noche fue más intenso que nunca, Tony bailó con toda la energía que pudo reunir, ignorando las miradas lascivas tanto de mujeres como de hombres.—¡Órale, muchachas...
Sintiéndose más solo que nunca, Tony se apoyó contra la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. Cerró los ojos y, por primera vez en años, comenzó a rezar.— Pos' mire, Diosito —murmuró— sé que usté y yo no hablamos mucho, y que a lo mejor no he sido el hijo más ejemplar, pero mi amá... ella sí que es una santa. Así que, si está escuchando, le pido que la cuide, que la saque de esta. Y si necesita llevarse a alguien, pos' aquí tiene a este Coyote, total, yo ya viví lo mío, pero mi amá... ella todavía tiene mucho por delante. Tiene que ver crecer a Lupita, tiene que ver cómo sacamos adelante el rancho. Así que, por favor, écheme una manita con esto, ¿Sí? Se lo agradeceré más que si me regalara un rodeo entero, y pues usté tiene allá arriba a su mamacita, y sabe lo mucho que se les quiere, sé que ya estoy grande, pero no me deje huérfano.Abrió los ojos y vio a María acercándose con Lupita en brazos. Se puso de pie, limpiándose discretamente una lágrima que había escapado.
El atardecer caía sobre el Rancho Blackwell, Guadalupe, sentada en el porche, observaba a su hijo Tony caminar hacia ella con paso pesado. Incluso desde la distancia, podía notar que el humor de Tony estaba más negro que el fondo de una olla quemada.— ¿Qué pasa, m'ijo? —preguntó Guadalupe cuando Tony subió los escalones del porche— Traes una cara más larga que un día sin tortillas.Tony se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello sudoroso antes de responder.— Pos' nada bueno, amá, las vacas siguen cayendo como moscas en un matadero, a este paso, nos vamos a quedar más pelados que un armadillo en invierno.Guadalupe frunció el ceño, preocupada:— Ay, Toño, ¿Y qué vamos a hacer?Tony se apoyó en la barandilla del porche, mirando hacia los pastos donde el ganado pastaba ajeno a los problemas:— Pos' seguir dándole, mamá, ¿Qué más? Aunque a veces siento que estoy tratando de ordeñar un toro.— ¿Y los dueños? ¿No has podido contactarlos? —preguntó Guadalupe.Tony soltó una ris
Guadalupe se levantó, decidiendo que era momento de aligerar el ambiente, antes de que esos dos discutieran más fuerte.— Bueno, ya es tarde, ¿Por qué no llevas a la señorita Blackwell a la casa grande, Toño?Tony asintió, levantándose.— Sí, supongo que la princesa necesita su sueño de belleza. Aunque con esa cara de pocos amigos, va a necesitar dormir como un oso en invierno.Marjorie lo fulminó con la mirada, pero había un brillo de diversión en sus ojos.— Y tú vas a necesitar un milagro para que esa boca tuya no te meta en problemas.Tony sonrió ampliamente.— Pos' ya ves, princesa, cada quien con sus defectos, yo tengo la lengua más afilada que navaja de afeitar, y tú tienes... bueno, todo lo demás.Guadalupe los miró a ambos, sacudiendo la cabeza.— Ay, Dios mío, estos dos van a ser más problemáticos que un par de gallos en un gallinero.Mientras Tony guiaba a Marjorie hacia la casa grande cargando las pesadas maletas, no pudo evitar pensar que, a pesar de todo, las cosas en el
Tony fue el primero en notar su llegada, con una sonrisa burlona al notar su atuendo fuera de lugar, comentó.— Pos' miren nada más quién decidió honrarnos con su presencia, ya se nos arruinó el momento, tan linda que estaba la mañana, tal parece que…Guadalupe le dio un codazo en las costillas, interrumpiéndolo, haciendo que Tony soltara un quejido exagerado.— ¡Ay, amá! Que me vas a sacar el aire como a llanta ponchada.Ignorando a su hijo, Guadalupe se dirigió amablemente a Marjorie.— Buenos días, señorita Blackwell, ¿Gusta un poco de café y pan? —preguntó sonriendo.Marjorie, mirando con desconfianza la taza de café humeante y el pan que parecía hecho en casa, respondió.— En realidad, preferiría una copa de yogurt natural con miel y frutillas, si no es mucha molestia, por las mañanas siempre tomó un desayuno ligero —dijo de la manera más natural posible.El silencio que siguió fue roto por la estruendosa carcajada de Tony, se dobló de risa, sosteniendo su estómago como si temier
Después del desayuno, Marjorie se armó de valor y se acercó a Guadalupe, quien estaba tendiendo ropa en el patio trasero.— Señora Guadalupe —comenzó, con una voz que intentaba sonar segura— ¿Podría proporcionarme lo necesario para limpiar la casa principal? Creo que es hora de que me instale apropiadamente.Guadalupe la miró sorprendida, pero con una sonrisa amable.— Claro que sí, señorita Blackwell, me alegra que quiera poner manos a la obra, venga conmigo.Mientras Guadalupe reunía los implementos de limpieza, Tony apareció en la puerta de la cocina, masticando una manzana.— ¿Qué pasa aquí? ¿La princesa por fin decidió ensuciarse las manos?Marjorie lo fulminó con la mirada.— Para tu información, voy a limpiar la casa, ¿Algún problema con eso?Tony soltó una carcajada.— ¿Usted? ¿Limpiar? Pos' eso tengo que verlo. Va a ser más entretenido que ver a un armadillo tratando de nadar.Guadalupe le dio un codazo a su hijo — desde la llegada de Marjorie, ya le había dado más codazos qu
Tony, sintiéndose más atrapado que un conejo en una madriguera de coyotes, intentó intervenir.— Eh, Vanessa, creo que hay un pequeño malentendido aquí...Pero Vanessa, con la determinación de una yegua en pleno galope, continuó:— Oh, Tony, cariño, no seas modesto. Sé que querías mantener nuestra relación en secreto, pero ya no puedo contenerme. ¡Estoy tan enamorada!Guadalupe, recuperándose de la sorpresa inicial, habló con voz calmada pero firme.— Antonio Treviño, ¿Hay algo que quieras contarme? Porque parece que me he perdido más capítulos que una telenovela a medias.Tony, sudando más que un pecador en misa, balbuceó.— Amá, te juro por todos los santos del corral que esto es un malentendido más enredado que los cuernos de un toro bravo.Marjorie, viendo la oportunidad perfecta para vengarse de todas las burlas de Tony, decidió echar más leña al fuego.— Oh, vamos, Tony —dijo con una dulzura evidentemente falsa— No seas tímido. Cuéntanos cómo conquistaste el corazón de esta encan