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CAPÍTULO 18. ¿NEGACIÓN?

Aquella tarde, Bell se encontraba en casa del profesor. Aprovechaba de terminar de revisar en sus libros, todas las tareas pendientes que debía entregarle. Además de algunas que había olvidado entregar debido a que éste, sí sabía que ella faltó un día. Pero, lejos de regañarla, sólo le pidió que no se enfermara más y tuviera cuidado. La joven, poniendo una mirada de ternura, quería besar a su profesor. Pero éste, sólo la apartó un poco. No quería corresponderle aún a sus besos, caricias, seducciones, o lo que sea que ella estaba dispuesta a hacer. Ella, sin darle tantas vueltas al asunto. Suspiró un poco desanimada y triste, no le dio más importancia y decidió entonces, actuar como tal. Sólo para disimular su repentino enojo.

El profesor M, notó que ella cruzó las piernas y eso, por alguna razón lo alertó, lo que hizo que se acercara más a ella y poniendo sus manos a ambos lados del mesón. Miró directo a los ojos de ella. Contemplando ese nerviosismo que tanto adoraba y le encantaba.

Estaban a centímetros de besarse. Pero Bell, sólo lo ignoraba mirando hacia otro lado. Él, usando la mano izquierda le agarró suave pero fuerte del mentón y le hizo mirarlo. Bell estaba empezando a caer.

Caer ante esos ojos penetrantes. Aquellos ojos que transmitían una pasión y lujuria como ninguna otra. Eso era lo que a Bell le fascinaba pero quedaba claro que no sólo quería sólo sexo con él. Pero ella, tenía que relajarse. No dejarse llevar aún, porque la estarían vigilando.

Así le dijo Lahn, quién no dudó de decirle dichas palabras en aquella tarde para ponerla nerviosa y algo paranoica.

—¿Qué sucede? —el profesor soltó su mentón y procedió a besar suave y rápidamente sus labios.

—Na..nada... —sus labios temblaron un poco al sentir aquel roce suave de sus labios fríos contra los labios calientes de su hombre.

Él no respondió nada y acarició su cabello. Confiando en que de eso se trataba. No era nada a lo que Bell le temía. O quizá si había algo que le producía tal temor que no podía evitar ocultarlo y sabría que aquello le ocasionaría un tremendo lío.

Ella recogió sus libros, sus apuntes y cuadernos. Pero el hombre veía como Bell seguía nerviosa y fue allí donde el hombre con curiosidad notaba sus movimientos.

Eran nerviosos, parecía que de un momento a otro no pareciera ella. Se le notaba preocupada ahora. Cuando ella no le importaba si pasaba la noche junto a él.

Sus padres cuando le anunciaron de que estarían de vacaciones, ella se lo había tomado muy bien, ya que podría darse ese pequeño lujo de salir de su casa y quedarse en casa del profesor mientras ellos aún estaban disfrutando de sus vacaciones.

Pero, ¿qué era entonces lo que a Bell le producía tales nervios? ¿Era algo de lo que él seguramente conocía pero ella simplemente prefería mantenerlo en secreto? Aquellas preguntas ocasionaron que el profesor sólo pensara más allá, pero lejos de darle importancia sólo creía que su única estudiante estaba pasando por momentos incómodos o un poco inoportunos y que necesitaba estar sola.

Él, con una seriedad ahora puesta sobre sus facciones. Acarició los hombros de Bell, ella estando a espaldas de frente a él, sentía sus manos calientes sobre ella. Comenzaba a emitir sus ya conocidos y propios gemidos. Ella miró por el rabillo del ojo a su profesor y él siguió con el masaje mientras le daba caricias con el bulto que crecía en su pantalón. Pero Bell, siendo tan cuidadosa, se alejó un poco y luego de haber guardado todo lo que tenía sobre el mesón. Se dio la vuelta y se desabrochó enfrente de su profesor, aquel vestido que era de flores.

Precisamente era un vestido de bordado. Ella sólo llevaba puesta su ropa interior.

El profesor la agarró suave con ambas manos para acercarla hacia él y puso sus manos en sus senos. Besó su cuello primero antes de que Bell pudiera desnudarse en su totalidad y de tantos rápidos y ágiles movimientos. Bell sintió como un enorme pene erecto ya húmedo entraba en ella. Haciéndola gemir de repente, el hombre le tapó la boca tan rápido como pudo. Bell quería gritar, soltar el placer que corría dentro de su ser como un choque eléctrico que estimulaba su vagina. Pero era difícil no callarla, el profesor la mordió suave del oído y le amenazó —supuestamente en broma— de que si llegaba a gemir o gritar en alto con quién se acostaba y si se enteraba el vecindario. Él se encargaría de demostrarle quién es realmente malo aquí. Lo cual, a Bell le produjo un cosquilleo enorme por su ser, entendiendo entonces que, si quería disfrutarlo, debía callar sus gemidos como antes lo hacía, no como ahora que estaba tan excitada, emocionada y alterada de la mejor forma y de que quería aprovecharlo al máximo.

(...)

Bell se fue a su casa con su mochila sobre su espalda. Se mantenía tranquila, aún así; algo le producía temor. Lograba entender en cierta parte que aquello que hacia con el profesor no estaría bien, ni siquiera le traería algo bueno en un futuro. Miró un automóvil de color negro pasar por su lado, comenzó a asustarla. Corrió hacia su casa y sólo vio a través de la ventana que solo fue uno de tantos que pasaba por el vecindario. Suspiró aliviada y se fue de inmediato a su habitación. Se miró en el espejo y notó que el profesor le había dado algunas nalgadas y su cuello se veía un ligero pero sutil chupón que éste a ella le dejó.

Se acarició tales sitios y sonrió.

Aquella sensación de que le seguía perteneciendo a su profesor ocasionaba que Bell pensara ahora en sus sentimientos.

Quizás si lo pensamos bien, y si somos realistas en este contexto. Estamos seguros de que el profesor ha de estar negando sus sentimientos como Bell niega y contradice un poco los suyos.

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