Capítulo 2

La luz de un nuevo día se colaba por las ventanas de aquel viejo establo. El trajín de los caballos había terminado de despertarla, y Artemisa abría sus ojos celestes que se notaban rojos por el cansancio. Era el momento de levantarse, había sobrevivido una noche más, pero debía comenzar con sus labores matutinas.

Calzándose sus viejos zapatos se acomodó el único vestido que se le había permitido conservar y dirigió sus pasos hacia la vieja mansión Badra, sin embargo, el ambiente en el lugar parecía más lúgubre de lo normal. Los sirvientes parecían demasiado silenciosos, y los blancos manteles habían sido reemplazados por mantos negros. Una punzada en su corazón hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, aquello solo podría significar una cosa.

—El viejo Alfa Agnus Badra a muerto —

La voz de Marcus se escuchaba relajada, podría decirse que casi feliz, anunciando aquella tan desgarradora noticia. Artemisa, sintiendo mucho pesar, se había dejado caer sobre el suelo del gran comedor. Agnus Badra había sido el único padre que ella había conocido, y su partida la dejaba realmente devastada.

—No…mi señor — sollozó la albina recordando las últimas palabras que el viejo alfa le había dicho antes de enfermar terriblemente.

Marcus miró a la mujer que su padre había designado como su prometida. No podía sentir nada más que repulsión ante la idea de tomar como su luna a una mujer que ni siquiera tenía un apellido propio y que había sido encontrada abandonada como un sucio perro en el bosque. Su padre se lo había dicho antes de morir, que debía unirse a esa mujer tan pronto como fuese posible para fortalecer a la manada, pero, ¿Qué podría aportar aquel polluelo sin plumas? Absolutamente nada. Artemisa no era digna de él, el nuevo Alfa y heredero de la manada Badra. Era el dueño de aquellas tierras, un hombre temido y respetado al que nadie se atrevía a darle un no por respuesta. Esa loba inmunda no era adecuada para alguien en su privilegiada posición.

—Basta, deja ya de llorar tonta Misa. Era mi padre, no el tuyo, y ahora que ya se ha ido, es tiempo de poner las cosas en orden entre nosotros, no me gusto que hablaras con el Alfa Aqmar anoche, y me dejaste en ridículo ante ese maldito — dijo Marcus mirando con desprecio a la albina que lloraba en el suelo.

Artemisa miro a Marcus, aquel hombre rubio de ojos grises iguales al color de las tormentas que era capaz de desatar, la miraba con el mismo asco y repulsión que la había mirado siempre, a su mente entonces llegaron los breves recuerdos de ese hombre de piel canela y ojos verdes que la miró con intriga, sin embargo, ese no era el momento de pensar en él y lo que extraña que la había hecho sentirse. Levantándose, seco sus lágrimas y le miro a los ojos.

Marcus odiaba aquella mirada tan profunda. Ojos celestes como los cielos y tan indiferentes a su presencia. Ella lo odiaba, lo sabía, y aun cuando aquella loba huérfana era una mujer demasiado hermosa, jamás querría tomarla, pues solo era una mujer indigna que no merecía nada más que desprecios. Sin embargo, aquella miraba lograba intrigarlo, quizás, incluso intimidarlo. No lo miraba con miedo o con indiferencia como hacia siempre, esta vez, lo miraba con odio.

Artemisa se sintió insultada, tanto como nunca antes. No dejarla llorar por la muerte del único padre que había tenido, la había hecho rabiar más que cualquier otra cosa. Era casi como si un fuego dormido despertara dentro de ella. Levantándose, le sostuvo la mirada sin intimidarse a aquel infeliz que era aún su prometido.

—¿Y qué es lo que harás conmigo Marcus? Ya no está padre, así que no tienes ninguna obligación de cumplir su deseo de tomarme como tu luna, se bien que eso es lo que estás pensando — dijo Artemisa mirando fijamente a aquellos ojos grises que por un momento la miraron intrigado.

Marcus se sintió realmente sorprendido de escucharla decir eso, y el verla allí, de pie, tan firme como una roca después de haber estado sollozando en el suelo, lo hicieron estremecerse.

—Por supuesto que eso es lo que el hará —

La voz arrogante de Agatha Pines había interrumpido la conversación.

—Si, eso lo sé, pero quiero escucharlo de sus labios señorita Pines — respondió Artemisa sin intimidarse.

La mujer de piel morena y cabellos castaños, se sintió ofendida ante el atrevimiento de aquella mujer albina. Caminando hacia ella, una sonora bofetada resonó en el gran comedor, acallando de golpe los murmullos que se comenzaban a formar entre los sirvientes.

—Sucia huérfana, ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? Marcus no quiere aparearse contigo, el solo me desea a mi como su única Luna, tu, no eres nadie, nunca has sido nadie y nunca serás nadie, así que toma tu maldito lugar en el suelo como la basura asquerosa que eres — dijo Agatha tomando de los cabellos a Artemisa para forzarla a arrodillarse en el suelo.

Débil como se sentía, la fuerza de la loba morena era superior, y Artemisa prontamente se hallaba arrodillada en el suelo. Sin embargo, no había dejado de mirarla a los ojos, aquella mujer la había humillado durante demasiado tiempo, y sus ojos celestes, por un instante, habrían brillado dorados logrando que Agatha retrocediera.

—Maldito monstruo — dijo Agatha creyendo que aquella visión había sido un producto de su imaginación y nada más.

Marcus, molesto por aquella pelea y las miradas de la servidumbre, se acercó a la figura maltrecha de la mujer que había sido elegida para él. Su mejilla estaba enrojecida, y agachándose a su nivel, la acaricio.

—Pobre Misa, siempre derrotada, siempre humillada, pero, ¿Qué más puedes pedir si no eres nadie? Hagamos esto querida mía, te dejare quedarte aquí bajo mi cuidado, te seguiré alimentando, seguirás durmiendo en el establo junto a los caballos que tanto amas, pero, es como dijiste, tu no serás a quien marque como mi Luna, ese lugar le pertenece a mi Agatha, quien si proviene de un legado poderoso y su manada estará feliz de unirse a la mía para fortalecernos, dime, ¿Quieres quedarte en las tierras de los Badra? — dijo en tono burlesco Marcus.

Artemisa escucho la risita burlona de Agatha, y golpeando la mano de Marcus, se levantó nuevamente.

—Muy generosa oferta de tu parte, pero dime, ¿Qué es lo que quieres a cambio Marcus? Te conozco lo suficiente y sé que eres una basura que no me ofrecería tal cosa solo por buena voluntad — respondió la albina mirando desafiante al Alfa.

Aquella mirada celeste cargada de desprecio se mostraba nuevamente, y Marcus sentía el deseo de someterla.

—Por supuesto, pediré algo a cambio, te quedaras en mis tierras comiendo mi comida y durmiendo en mi establo, si aceptas ser una de mis zorras personales — dijo el rubio.

Agatha miro a Marcus con indignación, y parándose frente a él le mostro los colmillos lobunos.

—¿De qué hablas mi amor? ¡Yo no quiero que esta asquerosa huérfana comparta el lecho contigo ni una sola vez!…

La risa de Artemisa, sin embargo, había interrumpido las quejas de la morena.

—¿Ser tu amante? ¿Eso me ofreces? Es gracioso ver que a pesar de todo me deseas, pero no, Alfa Marcus, no aceptare esos términos. En este momento y por voluntad propia decido romper el débil vinculo que nos unió una vez, acepto de buena gana tu rechazo, y me exilio de estas tierras que me vieron crecer, para siempre — dijo la loba albina.

El rostro de Marcus se había deformado en una mueca de indignación, y tomando del brazo a la loba que acababa de rechazarlo, apretó sus garras con fuerza y la arrastro fuera del portón que daba la bienvenida a la mansión Badra.

—Lárgate ahora Misa, y recuérdalo, no eres nadie, nunca vas a ser nadie, y si yo no te tomo como mía, nadie más lo hará, pues nadie querrá unirse a una asquerosa huérfana que ni siquiera su propia madre quiso amar y abandono para morir entre la inmundicia del bosque — dijo Marcus arrojando fuera de sus tierras a Artemisa, quien cayó sobre el fango.

Sin responder a aquello, la loba albina vio como aquel miserable Alfa le daba la espalda y caminaba de vuelta hacia la mansión que la vio crecer. Silbando, Artemisa sonrió y se levantó del fango, su vestido estaba sucio y la blancura de su piel se había ensuciado, pero, se sentía libre. Aquellos portones se abrieron de golpe ante la fuerza de un hermoso caballo blanco que parecía brillar ante la luz del sol. Sonriendo, Artemisa acaricio al imponente animal, y se montó sobre él, el regalo más precios que Agnus Badra le había dado cuando aún era pequeña.

—Es hora de irnos Éragon, busquemos nuestro propio lugar lejos de estas tierras — dijo Artemisa dejando caer una última lagrima en honor del buen hombre que una vez la amó como un padre, y diciendo adiós a aquellas tierras que la habían visto crecer.

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