La luz de un nuevo día se colaba por las ventanas de aquel viejo establo. El trajín de los caballos había terminado de despertarla, y Artemisa abría sus ojos celestes que se notaban rojos por el cansancio. Era el momento de levantarse, había sobrevivido una noche más, pero debía comenzar con sus labores matutinas.
Calzándose sus viejos zapatos se acomodó el único vestido que se le había permitido conservar y dirigió sus pasos hacia la vieja mansión Badra, sin embargo, el ambiente en el lugar parecía más lúgubre de lo normal. Los sirvientes parecían demasiado silenciosos, y los blancos manteles habían sido reemplazados por mantos negros. Una punzada en su corazón hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, aquello solo podría significar una cosa.
—El viejo Alfa Agnus Badra a muerto —
La voz de Marcus se escuchaba relajada, podría decirse que casi feliz, anunciando aquella tan desgarradora noticia. Artemisa, sintiendo mucho pesar, se había dejado caer sobre el suelo del gran comedor. Agnus Badra había sido el único padre que ella había conocido, y su partida la dejaba realmente devastada.
—No…mi señor — sollozó la albina recordando las últimas palabras que el viejo alfa le había dicho antes de enfermar terriblemente.
Marcus miró a la mujer que su padre había designado como su prometida. No podía sentir nada más que repulsión ante la idea de tomar como su luna a una mujer que ni siquiera tenía un apellido propio y que había sido encontrada abandonada como un sucio perro en el bosque. Su padre se lo había dicho antes de morir, que debía unirse a esa mujer tan pronto como fuese posible para fortalecer a la manada, pero, ¿Qué podría aportar aquel polluelo sin plumas? Absolutamente nada. Artemisa no era digna de él, el nuevo Alfa y heredero de la manada Badra. Era el dueño de aquellas tierras, un hombre temido y respetado al que nadie se atrevía a darle un no por respuesta. Esa loba inmunda no era adecuada para alguien en su privilegiada posición.
—Basta, deja ya de llorar tonta Misa. Era mi padre, no el tuyo, y ahora que ya se ha ido, es tiempo de poner las cosas en orden entre nosotros, no me gusto que hablaras con el Alfa Aqmar anoche, y me dejaste en ridículo ante ese maldito — dijo Marcus mirando con desprecio a la albina que lloraba en el suelo.
Artemisa miro a Marcus, aquel hombre rubio de ojos grises iguales al color de las tormentas que era capaz de desatar, la miraba con el mismo asco y repulsión que la había mirado siempre, a su mente entonces llegaron los breves recuerdos de ese hombre de piel canela y ojos verdes que la miró con intriga, sin embargo, ese no era el momento de pensar en él y lo que extraña que la había hecho sentirse. Levantándose, seco sus lágrimas y le miro a los ojos.
Marcus odiaba aquella mirada tan profunda. Ojos celestes como los cielos y tan indiferentes a su presencia. Ella lo odiaba, lo sabía, y aun cuando aquella loba huérfana era una mujer demasiado hermosa, jamás querría tomarla, pues solo era una mujer indigna que no merecía nada más que desprecios. Sin embargo, aquella miraba lograba intrigarlo, quizás, incluso intimidarlo. No lo miraba con miedo o con indiferencia como hacia siempre, esta vez, lo miraba con odio.
Artemisa se sintió insultada, tanto como nunca antes. No dejarla llorar por la muerte del único padre que había tenido, la había hecho rabiar más que cualquier otra cosa. Era casi como si un fuego dormido despertara dentro de ella. Levantándose, le sostuvo la mirada sin intimidarse a aquel infeliz que era aún su prometido.
—¿Y qué es lo que harás conmigo Marcus? Ya no está padre, así que no tienes ninguna obligación de cumplir su deseo de tomarme como tu luna, se bien que eso es lo que estás pensando — dijo Artemisa mirando fijamente a aquellos ojos grises que por un momento la miraron intrigado.
Marcus se sintió realmente sorprendido de escucharla decir eso, y el verla allí, de pie, tan firme como una roca después de haber estado sollozando en el suelo, lo hicieron estremecerse.
—Por supuesto que eso es lo que el hará —
La voz arrogante de Agatha Pines había interrumpido la conversación.
—Si, eso lo sé, pero quiero escucharlo de sus labios señorita Pines — respondió Artemisa sin intimidarse.
La mujer de piel morena y cabellos castaños, se sintió ofendida ante el atrevimiento de aquella mujer albina. Caminando hacia ella, una sonora bofetada resonó en el gran comedor, acallando de golpe los murmullos que se comenzaban a formar entre los sirvientes.
—Sucia huérfana, ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? Marcus no quiere aparearse contigo, el solo me desea a mi como su única Luna, tu, no eres nadie, nunca has sido nadie y nunca serás nadie, así que toma tu maldito lugar en el suelo como la basura asquerosa que eres — dijo Agatha tomando de los cabellos a Artemisa para forzarla a arrodillarse en el suelo.
Débil como se sentía, la fuerza de la loba morena era superior, y Artemisa prontamente se hallaba arrodillada en el suelo. Sin embargo, no había dejado de mirarla a los ojos, aquella mujer la había humillado durante demasiado tiempo, y sus ojos celestes, por un instante, habrían brillado dorados logrando que Agatha retrocediera.
—Maldito monstruo — dijo Agatha creyendo que aquella visión había sido un producto de su imaginación y nada más.
Marcus, molesto por aquella pelea y las miradas de la servidumbre, se acercó a la figura maltrecha de la mujer que había sido elegida para él. Su mejilla estaba enrojecida, y agachándose a su nivel, la acaricio.
—Pobre Misa, siempre derrotada, siempre humillada, pero, ¿Qué más puedes pedir si no eres nadie? Hagamos esto querida mía, te dejare quedarte aquí bajo mi cuidado, te seguiré alimentando, seguirás durmiendo en el establo junto a los caballos que tanto amas, pero, es como dijiste, tu no serás a quien marque como mi Luna, ese lugar le pertenece a mi Agatha, quien si proviene de un legado poderoso y su manada estará feliz de unirse a la mía para fortalecernos, dime, ¿Quieres quedarte en las tierras de los Badra? — dijo en tono burlesco Marcus.
Artemisa escucho la risita burlona de Agatha, y golpeando la mano de Marcus, se levantó nuevamente.
—Muy generosa oferta de tu parte, pero dime, ¿Qué es lo que quieres a cambio Marcus? Te conozco lo suficiente y sé que eres una basura que no me ofrecería tal cosa solo por buena voluntad — respondió la albina mirando desafiante al Alfa.
Aquella mirada celeste cargada de desprecio se mostraba nuevamente, y Marcus sentía el deseo de someterla.
—Por supuesto, pediré algo a cambio, te quedaras en mis tierras comiendo mi comida y durmiendo en mi establo, si aceptas ser una de mis zorras personales — dijo el rubio.
Agatha miro a Marcus con indignación, y parándose frente a él le mostro los colmillos lobunos.
—¿De qué hablas mi amor? ¡Yo no quiero que esta asquerosa huérfana comparta el lecho contigo ni una sola vez!…
La risa de Artemisa, sin embargo, había interrumpido las quejas de la morena.
—¿Ser tu amante? ¿Eso me ofreces? Es gracioso ver que a pesar de todo me deseas, pero no, Alfa Marcus, no aceptare esos términos. En este momento y por voluntad propia decido romper el débil vinculo que nos unió una vez, acepto de buena gana tu rechazo, y me exilio de estas tierras que me vieron crecer, para siempre — dijo la loba albina.
El rostro de Marcus se había deformado en una mueca de indignación, y tomando del brazo a la loba que acababa de rechazarlo, apretó sus garras con fuerza y la arrastro fuera del portón que daba la bienvenida a la mansión Badra.
—Lárgate ahora Misa, y recuérdalo, no eres nadie, nunca vas a ser nadie, y si yo no te tomo como mía, nadie más lo hará, pues nadie querrá unirse a una asquerosa huérfana que ni siquiera su propia madre quiso amar y abandono para morir entre la inmundicia del bosque — dijo Marcus arrojando fuera de sus tierras a Artemisa, quien cayó sobre el fango.
Sin responder a aquello, la loba albina vio como aquel miserable Alfa le daba la espalda y caminaba de vuelta hacia la mansión que la vio crecer. Silbando, Artemisa sonrió y se levantó del fango, su vestido estaba sucio y la blancura de su piel se había ensuciado, pero, se sentía libre. Aquellos portones se abrieron de golpe ante la fuerza de un hermoso caballo blanco que parecía brillar ante la luz del sol. Sonriendo, Artemisa acaricio al imponente animal, y se montó sobre él, el regalo más precios que Agnus Badra le había dado cuando aún era pequeña.
—Es hora de irnos Éragon, busquemos nuestro propio lugar lejos de estas tierras — dijo Artemisa dejando caer una última lagrima en honor del buen hombre que una vez la amó como un padre, y diciendo adiós a aquellas tierras que la habían visto crecer.
La luna entre las nubes oscuras brillaba en lo alto, y su tenue luz bañaba ligeramente a la silueta de una joven albina que cabalgaba sobre su corcel tan blanco y tan puro como aquella que los iluminaba en aquella oscuridad. La larga cabellera que danzaba en el viento nocturno como hilos de plata, parecía volar apacible mientras los ojos celestes de la hermosa Artemisa miraban eficaces en la oscuridad a la que ya estaba acostumbrada.Se había desterrado a sí misma de las tierras de los Badra y aunque había sido arrojada al fango de manera humillante por aquel que hasta hacia pocas horas atrás había sido su infame prometido, no se sentía arrepentida de cabalgar sin rumbo alguno. A pesar de que su blanco y raído vestido estaba vilmente enlodado y el frio de aquella noche invernal comenzaba a calarle en los huesos, se sentía más libre que nunca; como si fuese una lechuza nocturna que volaba hacia cielos nuevos sin saber realmente que esperar.No había conocido otras tierras que aquellas
El olor a comida la despertaba esa mañana, era un calientito caldo de pollo, estaba segura pues reconocería aquel aroma en cualquier lugar. Su cuerpo no se sentía helado, por el contrario, se sentía cálidamente cómoda en aquella cama desconocida que estaba tan suave como parecían las nubes. La luz del sol se colaba por una gran ventana de cortinas blancas, y poniéndose de pie, lograba apreciar que estaba en una habitación desde la que se veía fácilmente una enorme cocina en la que varias personas parecían ir de aquí hacia allá.Sintiéndose limpia, Artemisa se miró y noto que ya no llevaba puesto aquel vestido viejo y sucio que había estado usando; ahora llevaba una cómoda y suave bata blanca que casi lograba confundirse con el color de su pálida piel.—Ah, muchacha, gracias a la Diosa Luna que has despertado, anoche realmente creímos que la Diosa Muerte te llevaría en sus brazos, llegaste mucho más pálida de lo que se ve que eres, helada como un cubo de hielo y tan débil como un pajar
Regocijo. Aquel sentimiento de extraña calidez y calma, era lo que Artemisa estaba sintiendo por primera vez en toda su vida. El sol ya se colaba por las ventanas de aquella enorme habitación para empleados, y escuchaba a las amables personas que la habían ayudado, bromeando y charlando en la cocina con tal confianza que no parecían ser solo la servidumbre, eran como una familia.La nieve había dejado de caer, aunque fuera seguía haciendo demasiado frío, sin embargo, ella no estaba temblando; dentro de aquella mansión, solo sentía calidez. Estaba acostumbrada a sentir el frio que se colaba por cada rendija en los establos, estaba acostumbrada a ser ignorada por la servidumbre de la mansión Badra y a recibir los desprecios de aquel hombre al que la habían destinado para casarse. Se había puesto aquel sencillo vestido en tono gris junto a un delantal blanco que le habían asignado para ayudar con “tareas sencillas” en la cocina, y por primera vez en demasiado tiempo comenzaba a sentirse
—A-Artemisa —Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa maldita mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido
—La chica parece tener un cuadro de desnutrición, tambien, tiene varias llagas levemente infectadas en algunas partes de su cuerpo que debió provocar el frío, no son recientes, puedo decir que la infección de las heridas fueron por la exposición a las heces de algún animal, es increíble que no haya desarrollado alguna sepsis, además, sufre de una fuerte neumonía, tiene suerte de estar viva, ya le aplique antibióticos y le he indicado a Azafrán los medicamentos que deberá estar tomando hasta que se recupere, cualquier cosa llámeme mi señor, vendré a verla mañana para verificar que tanto efecto hicieron los antibióticos —Janus escuchaba el diagnostico del médico con seriedad, preguntándose a cada instante que crimen había cometido Artemisa para merecer tal tortura de parte de los Badra. Mirando como el médico hablaba con su nana, se acercaba a la hermosa albina para mirarla. Su respiración era mucho más tranquila y apacible de lo que había sido durante la noche; apenas y había dormido
La luz de la luna llena iluminaba aquellos protegidos campos violetas dejando sentir aquel aroma a lavanda que extasiaba los mas profundos sentidos. Aquella madre que brillaba en lo alto, hacia resplandecer todo lo que iluminaba, logrando que los sueños mas profundos salieran del corazón. Los hombres lobo eran leyenda, una que los humanos solo veían como las fantasías que un demente había imaginado hacia ya demasiado tiempo, sin embargo, todo era real, tan real como era el viento gélido de aquella noche.El vaivén de la nieve que danzaba fuera de los ventanales, dejaba que los copos que se colaban por ellos reflejaran el brillo anaranjado de la chimenea antes de desvanecerse, el amor era tal cual eran esos frágiles copos, intenso y helado, que fácilmente se desvanecía ante el calor de una pasión para luego desaparecer por completo, por esa razón no creía en ello.—Señor, las tierras de los Aqmar están limpias, y no hay mas que un leve rastro en las tierras de los Badra, sin embargo, s
Aquella mañana de cielos despejados, presagiaba un día lleno de actividades en la propiedad de los Aqmar. El trajín de los sirvientes junto a su vaivén incansable, animaba el ambiente aún a pesar del frío que asolaba a la región.Aquello se sentía casi como una fiesta. El señor de aquellas tierras había finalmente encontrado a la loba destinada a ser su única Luna, y aquel evento, tan esperado durante demasiado tiempo, alegraba a los corazones de toda la manada quienes incluso ya comentaban sobre la hermosa descendencia que llegaría prontamente a llenar de calidez aquellos desolados e inhóspitos valles, imaginando tambien lo hermosos que serian los nuevos niños, pues la belleza morena de su señor con aquella albina que se asemejaba a la luna, traerían sin duda alguna vástagos realmente bellos.Artemisa sentía sus entrañas arder de emoción, pero no aquella que transforma los jugos gástricos en mariposas, más bien, estaba sumamente nerviosa y ansiosa, pues en realidad, nadie le había pr
El clamor de una bestia gimiendo a la luna llena, por aquella anhelada compañera destinada a pasar la eternidad a su lado. Aullidos extendidos, bajas pasiones desbordadas, y el deseo reprimido por aquella hembra a la que aún no podía tocar.En la sala de cine, todas las chicas deseaban tener a aquel hombre lobo como el enamorado anhelado que las llevaría a aquel clímax soñado en medio de agitados gemidos y voces entrecortadas. Un apasionado y perfecto amante que daría todo por ellas, de piel morena y cabello cobrizo, que decía frases absurdas en momentos perfectamente cursis. Janus Aqmar se sentía asqueado por ello.—Esto es patético, no somos así, no necesito romper mi camisa sin un propósito para que un montón de adolescentes suelten sus aromas por mí, ¿En que pensaban cuando hicieron estas películas? — cuestionaba el moreno a su fiel Beta quien tenia una risa ahogada desde que habían salido de aquella sala de cine a mitad de la película.—Bueno señor, los humanos no suelen comprend