Capítulo 6

—A-Artemisa —

Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.

Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?

En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.

Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa m*****a mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido su prometida, y solo por ello, no podía permitir que la tuviera otro hombre, si el no la tenia como su amante, entonces ella no debía de ser nadie.

Saliendo de sus aposentos, Marcus caminaba hacia su Beta.

—Calder, quiero que tomes a algunos lobos y busques a Misa, no pudo haber llegado lejos con este frío y en esos malditos harapos sucios, quiero que la traigas de vuelta, viva o muerta —ordenó.

El Beta de cabellos castaños claros y ojos grises asintió.

—Como usted ordene mi señor — respondió el joven Beta.  

Mirando de nuevo a la nieve desde las ventanas, Marcus se servía una copa de Brandy. No sabía la razón de aquel tan aferrado interés de Janus Aqmar en esa pálida huérfana, sin embargo, algo dentro de el le gritaba que había cometido un error al dejarla irse, después de todo, ella debía de ser suya, y de nadie más.

En las tierras Aqmar, Janus miraba sin pudor alguno a la figura de aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos ni siquiera un momento.

—¿Qué haces aquí mujer? Me han dicho que fuiste expulsada de la tierra de los Badra — cuestionó Janus con poco tacto.

Artemisa, escuchando la mención de aquellas tierras de su exilio, frunció el ceño. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso él era el Alfa que había firmado el tratado de paz y alianza con Marcus? ¿Ese hombre que la miraba con tanta atención y desconfianza era el señor de esas tierras que le habían dado refugio?

—Lo lamento señor, si mi presencia no es grata en este lugar me iré de inmediato —

Aquella mirada celeste seguía sin mostrar temor, en cambio, mostraba molestia, desafío. ¿Quién era en realidad esa mujer que no se inmutaba ante la presencia de un poderoso Alfa? Era todo un misterio, sin embargo, le agradaba aquella hembra, le agradaba ver que no le temía.

—Tienes el nombre de la Diosa Luna y la belleza de la misma, dime mujer, ¿Quién eres realmente? — cuestionó Janus sin soltarla.

Artemisa negó.

—No soy nadie señor, soy solo una huérfana que busca su lugar en el mundo — respondió.

Mirándose a los ojos, celeste y esmeralda se perdían en la mirada del otro. Repentinamente parecía que el resto del mundo había dejado de existir, como si nada más importara. Aquella conexión no tenía explicación ni razón de ser, o, ¿Si la tenía? Artemisa sentía aquel aroma amaderado atrayéndola como la miel a las abejas, y Janus no podía soportar más aquel delicado perfume natural a lavanda salvaje y agua de río emanando de aquella mujer; su bestia parecía salirse de control.

Sin decir palabra alguna ambos sentían lo que el otro. Sin conocerse realmente ambos sentían conocerse de toda la vida. Aquello era algo casi divino, sobrenatural, como si, finalmente, dejaran de sentirse solos.

—Mi señor Aqmar, por fin a regresado —

Janus soltaba a la albina logrando salir de aquel trance, al escuchar la voz de su vieja nana Azafrán. Mirando a la anciana, podía ver aquel brillo en la mirada de ella mientras los miraba a ambos.

—Nana, lo siento, la nieve me ha impedido salir antes de los territorios Badra —

Artemisa pudo ver aquel respeto y cariño que el hombre frente a ella mostraba ante aquella sirvienta. Ese Alfa era el señor de aquellas tierras.

—Veo que ya conoció a Artemisa, llegó una noche después de que usted se marchó a los territorios del nuevo Alfa Badra, la hemos acogido mi señor, se que usted no la arrojara a la calle —

Janus miró a aquella albina. Se notaba débil, agotada; apenas notaba las ojeras y la extrema delgadez de la muchacha, sus manos tambien lucían ásperas, maltratadas, como si hubiese sido forzada a fregar los pisos de la mansión Badra ella sola. Recordaba la manera en que la futura Luna del Alfa Marcus se expresaba de ella. Esa mujer había sido matada de hambre y maltratada.

Artemisa se sintió repentinamente avergonzada ante el nada sutil escudriñamiento al que estaba siendo sometida por el Alfa Aqmar, quien definitivamente era el lobo con quien su infame ex prometido había firmado una alianza. Si el hombre frente a ella ya sabia de su exilio, era lógico que fuera expulsada de aquellas tierras tambien, después de todo, era un aliado de Marcus.

Resignada, esperaba que aquel hombre la expulsara en el acto. Se sentía cansada.

—No se si es verdad todo lo que Badra ha dicho de la mujer que robó unos de sus caballos…pero estas son mis tierras mujer, y hago lo que me place en ellas, así que, puedes quedarte si así lo quieres, no tengo razones para expulsarte, Artemisa — dijo Janus con un fingido desinterés.

Artemisa sintió como sus mejillas se enrojecieron ante la repentina respuesta de aquel hombre que no la conocía y que la llamaba por su nombre sin gritarle que no lo merecía. Sus ojos se esforzaron en retener las lagrimas que amenazaban con escaparse de ellos, sin embargo, sintiendo de nuevo aquella fiebre que la mantenía recargada en el marco de aquella vieja puerta, sintió desvanecerse.

Antes de que la hermosa albina cayera al suelo, los fuertes brazos del Alfa Aqmar la sostuvieron. Se había desmayado, ardía en fiebre nuevamente.

—¿Qué te ocurre mujer? — cuestionó alarmado Janus.

—Oh no mi señor, le ha regresado la fiebre, le he dicho que no se esfuerce demasiado, pero ella estaba decidida a impresionarlo para que le permitiera quedarse en sus tierras, pobre muchacha, llego aquí tan helada como un bloque de hielo y tan sucia como una pordiosera con un vestido viejo hecho jirones, no había comido en días y al parecer llegó cabalgando sin descansar desde tierras lejanas — dijo Azafrán alarmada por ver a la hermosa albina desmayada.

Apretando la mandíbula, Janus no pudo evitar sentir una terrible furia contra los Badra. ¿Qué les había hecho aquella hermosa criatura para tenerla tan maltratada? Acariciando su hermoso rostro, prometía proteger a la mujer en sus brazos.

—Llama a un médico, la llevare a mi habitación — ordenaba Janus caminando con la albina en sus brazos.

Azafrán sonrió con ternura. Mirando a la luna que comenzaba a asomarse aquella noche que recién comenzaba, se sentía agradecida.

—Mi Diosa Luna, se que la llegada de esta muchacha que posee tu belleza, no ha sido por nada, protege a mi niño Janus y tambien a mi niña Artemisa, porque tengo el presentimiento de que su camino no va a ser sencillo — decía la amable anciana a la luna que brillaba en lo alto, para luego correr a llamar al médico de los Aqmar.

Dejando a la hermosa albina entre las suaves sabanas de seda azul y blanca de su cama, Janus miraba aquellos hermosos cabellos de plata esparcidos sobre la almohada.

Tan bella, tan radiante como la luna, y tan misteriosa como ella, Artemisa le representaba un completo enigma, sin embargo, sintiendo de nuevo aquel delicado aroma, su bestia parecía gemir de placer.

¿Ella era su Luna destinada?

Acariciando su hermoso rostro, repasaba la belleza de sus facciones con delicadeza. No sabía ni quería saber las razones que tenía Marcus Badra para darle aquel trato tan miserable, sin embargo, había resuelto el protegerla, aun cuando aquello significaba un acto de traición a la alianza que acaba de pactar con los Badra.

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