—A-Artemisa —
Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.
Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?
En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.
Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa m*****a mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido su prometida, y solo por ello, no podía permitir que la tuviera otro hombre, si el no la tenia como su amante, entonces ella no debía de ser nadie.
Saliendo de sus aposentos, Marcus caminaba hacia su Beta.
—Calder, quiero que tomes a algunos lobos y busques a Misa, no pudo haber llegado lejos con este frío y en esos malditos harapos sucios, quiero que la traigas de vuelta, viva o muerta —ordenó.
El Beta de cabellos castaños claros y ojos grises asintió.
—Como usted ordene mi señor — respondió el joven Beta.
Mirando de nuevo a la nieve desde las ventanas, Marcus se servía una copa de Brandy. No sabía la razón de aquel tan aferrado interés de Janus Aqmar en esa pálida huérfana, sin embargo, algo dentro de el le gritaba que había cometido un error al dejarla irse, después de todo, ella debía de ser suya, y de nadie más.
En las tierras Aqmar, Janus miraba sin pudor alguno a la figura de aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos ni siquiera un momento.
—¿Qué haces aquí mujer? Me han dicho que fuiste expulsada de la tierra de los Badra — cuestionó Janus con poco tacto.
Artemisa, escuchando la mención de aquellas tierras de su exilio, frunció el ceño. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso él era el Alfa que había firmado el tratado de paz y alianza con Marcus? ¿Ese hombre que la miraba con tanta atención y desconfianza era el señor de esas tierras que le habían dado refugio?
—Lo lamento señor, si mi presencia no es grata en este lugar me iré de inmediato —
Aquella mirada celeste seguía sin mostrar temor, en cambio, mostraba molestia, desafío. ¿Quién era en realidad esa mujer que no se inmutaba ante la presencia de un poderoso Alfa? Era todo un misterio, sin embargo, le agradaba aquella hembra, le agradaba ver que no le temía.
—Tienes el nombre de la Diosa Luna y la belleza de la misma, dime mujer, ¿Quién eres realmente? — cuestionó Janus sin soltarla.
Artemisa negó.
—No soy nadie señor, soy solo una huérfana que busca su lugar en el mundo — respondió.
Mirándose a los ojos, celeste y esmeralda se perdían en la mirada del otro. Repentinamente parecía que el resto del mundo había dejado de existir, como si nada más importara. Aquella conexión no tenía explicación ni razón de ser, o, ¿Si la tenía? Artemisa sentía aquel aroma amaderado atrayéndola como la miel a las abejas, y Janus no podía soportar más aquel delicado perfume natural a lavanda salvaje y agua de río emanando de aquella mujer; su bestia parecía salirse de control.
Sin decir palabra alguna ambos sentían lo que el otro. Sin conocerse realmente ambos sentían conocerse de toda la vida. Aquello era algo casi divino, sobrenatural, como si, finalmente, dejaran de sentirse solos.
—Mi señor Aqmar, por fin a regresado —
Janus soltaba a la albina logrando salir de aquel trance, al escuchar la voz de su vieja nana Azafrán. Mirando a la anciana, podía ver aquel brillo en la mirada de ella mientras los miraba a ambos.
—Nana, lo siento, la nieve me ha impedido salir antes de los territorios Badra —
Artemisa pudo ver aquel respeto y cariño que el hombre frente a ella mostraba ante aquella sirvienta. Ese Alfa era el señor de aquellas tierras.
—Veo que ya conoció a Artemisa, llegó una noche después de que usted se marchó a los territorios del nuevo Alfa Badra, la hemos acogido mi señor, se que usted no la arrojara a la calle —
Janus miró a aquella albina. Se notaba débil, agotada; apenas notaba las ojeras y la extrema delgadez de la muchacha, sus manos tambien lucían ásperas, maltratadas, como si hubiese sido forzada a fregar los pisos de la mansión Badra ella sola. Recordaba la manera en que la futura Luna del Alfa Marcus se expresaba de ella. Esa mujer había sido matada de hambre y maltratada.
Artemisa se sintió repentinamente avergonzada ante el nada sutil escudriñamiento al que estaba siendo sometida por el Alfa Aqmar, quien definitivamente era el lobo con quien su infame ex prometido había firmado una alianza. Si el hombre frente a ella ya sabia de su exilio, era lógico que fuera expulsada de aquellas tierras tambien, después de todo, era un aliado de Marcus.
Resignada, esperaba que aquel hombre la expulsara en el acto. Se sentía cansada.
—No se si es verdad todo lo que Badra ha dicho de la mujer que robó unos de sus caballos…pero estas son mis tierras mujer, y hago lo que me place en ellas, así que, puedes quedarte si así lo quieres, no tengo razones para expulsarte, Artemisa — dijo Janus con un fingido desinterés.
Artemisa sintió como sus mejillas se enrojecieron ante la repentina respuesta de aquel hombre que no la conocía y que la llamaba por su nombre sin gritarle que no lo merecía. Sus ojos se esforzaron en retener las lagrimas que amenazaban con escaparse de ellos, sin embargo, sintiendo de nuevo aquella fiebre que la mantenía recargada en el marco de aquella vieja puerta, sintió desvanecerse.
Antes de que la hermosa albina cayera al suelo, los fuertes brazos del Alfa Aqmar la sostuvieron. Se había desmayado, ardía en fiebre nuevamente.
—¿Qué te ocurre mujer? — cuestionó alarmado Janus.
—Oh no mi señor, le ha regresado la fiebre, le he dicho que no se esfuerce demasiado, pero ella estaba decidida a impresionarlo para que le permitiera quedarse en sus tierras, pobre muchacha, llego aquí tan helada como un bloque de hielo y tan sucia como una pordiosera con un vestido viejo hecho jirones, no había comido en días y al parecer llegó cabalgando sin descansar desde tierras lejanas — dijo Azafrán alarmada por ver a la hermosa albina desmayada.
Apretando la mandíbula, Janus no pudo evitar sentir una terrible furia contra los Badra. ¿Qué les había hecho aquella hermosa criatura para tenerla tan maltratada? Acariciando su hermoso rostro, prometía proteger a la mujer en sus brazos.
—Llama a un médico, la llevare a mi habitación — ordenaba Janus caminando con la albina en sus brazos.
Azafrán sonrió con ternura. Mirando a la luna que comenzaba a asomarse aquella noche que recién comenzaba, se sentía agradecida.
—Mi Diosa Luna, se que la llegada de esta muchacha que posee tu belleza, no ha sido por nada, protege a mi niño Janus y tambien a mi niña Artemisa, porque tengo el presentimiento de que su camino no va a ser sencillo — decía la amable anciana a la luna que brillaba en lo alto, para luego correr a llamar al médico de los Aqmar.
Dejando a la hermosa albina entre las suaves sabanas de seda azul y blanca de su cama, Janus miraba aquellos hermosos cabellos de plata esparcidos sobre la almohada.
Tan bella, tan radiante como la luna, y tan misteriosa como ella, Artemisa le representaba un completo enigma, sin embargo, sintiendo de nuevo aquel delicado aroma, su bestia parecía gemir de placer.
¿Ella era su Luna destinada?
Acariciando su hermoso rostro, repasaba la belleza de sus facciones con delicadeza. No sabía ni quería saber las razones que tenía Marcus Badra para darle aquel trato tan miserable, sin embargo, había resuelto el protegerla, aun cuando aquello significaba un acto de traición a la alianza que acaba de pactar con los Badra.
—La chica parece tener un cuadro de desnutrición, tambien, tiene varias llagas levemente infectadas en algunas partes de su cuerpo que debió provocar el frío, no son recientes, puedo decir que la infección de las heridas fueron por la exposición a las heces de algún animal, es increíble que no haya desarrollado alguna sepsis, además, sufre de una fuerte neumonía, tiene suerte de estar viva, ya le aplique antibióticos y le he indicado a Azafrán los medicamentos que deberá estar tomando hasta que se recupere, cualquier cosa llámeme mi señor, vendré a verla mañana para verificar que tanto efecto hicieron los antibióticos —Janus escuchaba el diagnostico del médico con seriedad, preguntándose a cada instante que crimen había cometido Artemisa para merecer tal tortura de parte de los Badra. Mirando como el médico hablaba con su nana, se acercaba a la hermosa albina para mirarla. Su respiración era mucho más tranquila y apacible de lo que había sido durante la noche; apenas y había dormido
La luz de la luna llena iluminaba aquellos protegidos campos violetas dejando sentir aquel aroma a lavanda que extasiaba los mas profundos sentidos. Aquella madre que brillaba en lo alto, hacia resplandecer todo lo que iluminaba, logrando que los sueños mas profundos salieran del corazón. Los hombres lobo eran leyenda, una que los humanos solo veían como las fantasías que un demente había imaginado hacia ya demasiado tiempo, sin embargo, todo era real, tan real como era el viento gélido de aquella noche.El vaivén de la nieve que danzaba fuera de los ventanales, dejaba que los copos que se colaban por ellos reflejaran el brillo anaranjado de la chimenea antes de desvanecerse, el amor era tal cual eran esos frágiles copos, intenso y helado, que fácilmente se desvanecía ante el calor de una pasión para luego desaparecer por completo, por esa razón no creía en ello.—Señor, las tierras de los Aqmar están limpias, y no hay mas que un leve rastro en las tierras de los Badra, sin embargo, s
Aquella mañana de cielos despejados, presagiaba un día lleno de actividades en la propiedad de los Aqmar. El trajín de los sirvientes junto a su vaivén incansable, animaba el ambiente aún a pesar del frío que asolaba a la región.Aquello se sentía casi como una fiesta. El señor de aquellas tierras había finalmente encontrado a la loba destinada a ser su única Luna, y aquel evento, tan esperado durante demasiado tiempo, alegraba a los corazones de toda la manada quienes incluso ya comentaban sobre la hermosa descendencia que llegaría prontamente a llenar de calidez aquellos desolados e inhóspitos valles, imaginando tambien lo hermosos que serian los nuevos niños, pues la belleza morena de su señor con aquella albina que se asemejaba a la luna, traerían sin duda alguna vástagos realmente bellos.Artemisa sentía sus entrañas arder de emoción, pero no aquella que transforma los jugos gástricos en mariposas, más bien, estaba sumamente nerviosa y ansiosa, pues en realidad, nadie le había pr
El clamor de una bestia gimiendo a la luna llena, por aquella anhelada compañera destinada a pasar la eternidad a su lado. Aullidos extendidos, bajas pasiones desbordadas, y el deseo reprimido por aquella hembra a la que aún no podía tocar.En la sala de cine, todas las chicas deseaban tener a aquel hombre lobo como el enamorado anhelado que las llevaría a aquel clímax soñado en medio de agitados gemidos y voces entrecortadas. Un apasionado y perfecto amante que daría todo por ellas, de piel morena y cabello cobrizo, que decía frases absurdas en momentos perfectamente cursis. Janus Aqmar se sentía asqueado por ello.—Esto es patético, no somos así, no necesito romper mi camisa sin un propósito para que un montón de adolescentes suelten sus aromas por mí, ¿En que pensaban cuando hicieron estas películas? — cuestionaba el moreno a su fiel Beta quien tenia una risa ahogada desde que habían salido de aquella sala de cine a mitad de la película.—Bueno señor, los humanos no suelen comprend
Amor. Aquel poderoso sentimiento capaz de hacer al alma tocar el cielo más celeste o besar el calor del infierno más cruel. Aquel sentimiento capaz de generar la paz, o provocar las peores guerras que haya visto la humanidad. Un sentimiento sublime, el más hermoso y el más tormentoso, desatador de tormentas y de calmas, de dicha y de dolor, y aquello que únicamente los seres humanos son capaces de sentir y narrar como el acto más puro que pueda existir en la historia de su existencia. Todos desean de alguna manera alcanzarlo, sentirlo, poseerlo... Sin embargo, para los lobos no había algo como tal, pues solo el más puro instinto regia sus longevas vidas. No había amor, no había romanticismo, todo aquello no eran más que tonterías inventadas por los simples seres humanos, que en su breve estancia caminando sobre el mundo, buscaban darle un sentido a cada pequeña cosa que atravesaban, y le atribuían un sentimiento al mero deseo de aparearse y procrear a su progenie. El instinto del
— Buenos días señorita, ¿Desea que tome su orden? —Artemisa miraba hacia la nada, perdida en sus pensamientos. El hambre le comenzaba a calar en el estómago, pues no había comido más que las frutas que había tomado de las cocinas en la propiedad Aqmar.— ¿Señorita? —Volviendo su mirada celeste, la albina se levantaba de la mesita en la que se había sentado a descansar. Nuevamente la echarían del lugar, pues no tenía dinero para pagar por nada. En realidad, aquella era la primera vez que estaba tan cerca de los humanos, y de mala manera había aprendido ya que su mundo era muy diferente al de los lobos.— No, ya me iba — se excusó y caminaba de vuelta hacía Éragon.Las miradas se acumulaban sobre ella una vez más, y sin duda aquello la incomodaba. A nadie había visto pasear sobre un caballo, y las ropas que usaban eran muy diferentes a las que ella llevaba puestas. Además, la fotografiaban constantemente, y agradecía enormemente el saber lo que eran los celulares; Marcus estaba fascin
Un museo.Aquel elegante sitio al que Belmont Fortier la había llevado, era un museo cuyas obras de arte eran admiradas por los parisinos con el mayor de los respetos.—Está será tu habitación, alguna vez estuvo destinada para una mujer hermosa y muy especial, pero ella finalmente se fue a navegar en otras tierras, espero que la disfrutes, pues fue hecha de manera única — dijo con un deje de tristeza Belmont.Éragon había sido llevado a una de las bodegas de aquel hermoso sitio, que había sido adecuado especialmente para él. Quizás, aquel solitario y viejo Alfa, quería algo de compañía, pues de más estaba dicho que extrañaba a esa mujer de la que se había enamorado, pero que no le había correspondido.Artemisa, sin embargo, sentía remordimiento por haber dejado atrás al hermoso Alfa Aqmar, quien le había pedido ser su luna a pesar de ella no ser nadie. ¿Si hubiera aceptado sin buscar su pasado que habría pasado? ¿Había tomado la decisión correcta al marcharse? Esperaba que así fuera,
—Tienes que aprender a controlarte hijo, no te lanzas a atacar a otro hombre en su hogar sin haberle aceptado una taza de té primero —Belmont mantenía sometido a Janus en el suelo, que inmóvil le lanzaba miradas que parecían destilar fuego.—Ella es mi Luna, no tocas a la Luna de otro hombre amigo —Belmont sonrió mirando a aquellos fieros ojos verdes que no se inmutaban ante el a pesar de ser un Alfa más viejo. Artemisa rogaba que aquella pelea terminara, mientras el Beta Bernet intentaba calmarla. Levantándose del suelo, el viejo Alfa ofrecía su mano a aquel mucho más joven que él, admirando el coraje que había tenido a tan repentinamente enfrentarlo en su propio territorio.—Eres un joven valiente y atrevido, aunque muy estúpido, ven, tomemos un té, te aseguro muchacho, que no tengo ese tipo de intenciones con una jovencita que podría ser mi hija —Tomando la mano de aquel viejo Alfa, Janus miró los hermosos ojos celestes y llorosos de Artemisa. Acercándose a ella, sin pensarlo do