Regocijo. Aquel sentimiento de extraña calidez y calma, era lo que Artemisa estaba sintiendo por primera vez en toda su vida. El sol ya se colaba por las ventanas de aquella enorme habitación para empleados, y escuchaba a las amables personas que la habían ayudado, bromeando y charlando en la cocina con tal confianza que no parecían ser solo la servidumbre, eran como una familia.
La nieve había dejado de caer, aunque fuera seguía haciendo demasiado frío, sin embargo, ella no estaba temblando; dentro de aquella mansión, solo sentía calidez. Estaba acostumbrada a sentir el frio que se colaba por cada rendija en los establos, estaba acostumbrada a ser ignorada por la servidumbre de la mansión Badra y a recibir los desprecios de aquel hombre al que la habían destinado para casarse. Se había puesto aquel sencillo vestido en tono gris junto a un delantal blanco que le habían asignado para ayudar con “tareas sencillas” en la cocina, y por primera vez en demasiado tiempo comenzaba a sentirse cuidada y apreciada. Aquello hacía que su corazón se sintiera dolorido y agradecido.
Al salir de la habitación, pudo ver que todos parecían más sonrientes de lo habitual, y, se podría decir, tambien estaban emocionados. Había escuchado su animada conversación; hoy finalmente llegaba el dueño de aquellas tierras, pues había estado posponiendo su regreso debido al mal tiempo. Se sentía extrañamente curiosa y ansiosa; deseaba finalmente conocer al señor Aqmar de quienes sus sirvientes se expresaban con el mayor de los respetos y con tanto cariño que realmente parecía ser un buen hombre.
Había decidido hacer su mejor esfuerzo para agradecer el hospedaje y comida que tan amablemente le habían brindado, pues quería impresionar a aquel buen hombre, con la esperanza de que le permitieran quedarse en aquellas tierras en donde se sentía tan bien recibida. Realmente no quería irse.
—Ah, querida Artemisa, te ves preciosa con el uniforme, pero te he dicho que no es necesario que hagas muchos esfuerzos, aun te encuentras débil — decía Azafrán con un deje de ternura.
—No se preocupe, ya me encuentro mejor, le prometo dar mi mejor esfuerzo — aseguraba la albina.
En los territorios Badra.
—Alfa Aqmar, es una pena que no pueda estar más tiempo con nosotros, su compañía nos es realmente grata —
Janus miraba a aquella mujer morena sabiendo bien que sus palabras no eran lo que parecía, pues podía sentir el repulsivo aroma de su excitación, aunque, no era tonta, daba alguna mirada de deseo al Badra junto a ella para disimular bien la razón del porqué.
—Gracias por haber venido Janus, estoy seguro que con nuestra alianza, los clanes enemigos no se atreverán a cruzar las fronteras de nuestros territorios, además, los Elara se lo pensaran dos veces antes de intentan subyugarnos — decía Marcus con seriedad.
Janus sonrió.
—Los Elara, ¿Eh?, entonces lo rumores son ciertos, se decía entre los ancianos que Apollo, su líder, estaba tras la cabeza del Alfa Badra, ¿Crees que tenemos el poder suficiente para enfrentar al clan más antiguo que existe? ¿Al menos sabe usted como es que se ven ellos? — cuestionó.
Marcus negó con disgusto.
—Todos sabemos que los Elara no se dejan ver ellos mismos, siempre mandan a sus emisarios a dar advertencias, y se equivoca Janus, ellos no me están amenazando, pero, considero que su dominio sobre todos nosotros es innecesario, ¿No lo cree usted? — respondió.
Janus negó.
—Yo no soy controlado por nadie, sin embargo, tampoco me agrada crear enemigos a la ligera, menos aun cuando estos son los descendientes del sol y la luna, sin embargo, Badra, piense bien cual será su siguiente paso, no quiere a los Elara como enemigos — dijo el lobo moreno con seriedad antes de subir a su elegante auto.
—Eso es inesperado viviendo del temido Janus Aqmar, dime, beta, ¿Tu que opinas de los Elara? ¿Crees que merecen tener todo el poder para ellos solos? —
Marcus río.
—No tiene que preocuparse Janus, solo eran comentarios, espero que tenga un buen viaje de regreso a sus tierras — dijo el lobo rubio viendo como aquel alfa simplemente ignoraba su despedida y se marchaba de allí.
Agatha, acaricio el pecho de su lobo, mirando como aquel potente Alfa se marchaba. Realmente deseaba compartir algo más que una copa con Janus Aqmar.
—Se ha marchado al fin cariño, pero, en verdad crees que, si comienzas un conflicto, ¿El acudirá? — cuestionó la morena.
Marcus miro como el auto se perdía en la lejanía, y luego, frunció el ceño.
—Tiene que hacerlo, para eso es que se ha creado esta alianza, y no tiene ninguna razón para romperla — respondió.
—Bien, y dime, ¿Buscaras a Misa para deshacerte de ella como me prometiste? Se llevo a Éragon y me prometiste ese maldito caballo a mi — dijo en tono seductor Agatha.
—Por supuesto, la cazare como a un ratoncito de las praderas, y tendrás justo lo que quieres, pero antes, quiero que calientes mi cama, hace demasiado frío aquí afuera — dijo Marcus en un ronco tono lleno de deseo.
El trayecto hacia las tierras de los Aqmar era tranquilo, Janus admiraba la belleza de las praderas nevadas que reflejaban la hermosa luz del sol. Sus pensamientos, sin embargo, estaban enfocados en aquella hermosa mujer que poseía la belleza de la luna; no había dejado de pensar en ella ni un solo instante desde que había sentido aquel inolvidable aroma que emanaba de su ser, y que lo había cautivado desde el primer momento.
Artemisa, ese era su nombre, y había sido expulsada por el supuesto robo de un caballo; aquella historia no le convencía demasiado, pues recordaba la severidad con que había sido mirada la andrajosa muchacha por el mismo Marcus Badra, además, aquella inocencia que tenía la mirada de la joven albina, no reflejaba la maldad de una ladrona. Esperaba volver a verla algún día, pues algo en ella hacia gritar a su bestia.
Aquel camino solitario le recordaba su propia soledad; no había sido capaz de encontrar a una compañera a pesar de tener a cientos de mujeres a su entera disposición, pues ninguna de ellas había despertado algo dentro de él, sin embargo, aquella misteriosa albina, había hecho que mil emociones despertaran de un momento a otro, y deseaba llegar verdaderamente a conocerla.
Su clan entero contaba con ello, debía aparearse pronto para crear descendencia, pues a pesar de ya tener un par de centenarios encima, no había dejado progenie para que lo sucedería en un futuro, y eso, por supuesto, dejaría a su manada vulnerable. El Alfa Badra, estaba seguro, tenia algo en mente contra los temibles Elara; si un conflicto llegaba a desatarse y el moría, su los Aqmar quedarían desprotegidos y sus territorios serian tomados por manadas de menor nivel, extinguiendo así a su clan para siempre, debía de tener un hijo tan pronto como fuese posible.
—Dime, Bernet, ¿Qué es lo opinas de Marcus Badra? ¿Crees que este lo suficientemente demente para ir a una guerra contra los legendarios Elara? — preguntaba Janus a su beta.
El joven moreno sonrió de manera irónica.
—Si le soy sincero mi señor, no creo que el Badra tenga las pelotas para hacer algo como eso, no es ni la mitad del Alfa que su padre, a quien la diosa Luna tenga en su santa gloria, fue. Además, escuche algunos rumores interesantes entre la servidumbre durante estos días que nos tuvimos que quedar allí — aseguro el Beta Bernet.
Janus alzo una ceja. — ¿A sí? ¿Y que fueron aquellos rumores que escuchaste? — cuestionó.
—Escuche que el nuevo Alfa Badra tenia una prometida diferente a la mujerzuela con la que se presentó en la celebración de la alianza, pero que la dejó en el momento de la muerte del Alfa Agnus, no debería tener tanta confianza en ese hombre mi señor, no me parece que sea de fiar — respondió Bernet.
—Así que tenía otra prometida…quizás, deberíamos irnos con cuidado con nuestro cuestionable aliado —
Abriendo la ventana de su lujoso coche, Janus sintió la brisa ligeramente helada entrando para refrescarlo. Pronto, los territorios del imprudente y poco fiable Marcus Badra, se habían quedado atrás, dejando ver el comienzo de sus tierras. Sin embargo, algo había sentido en el viento; un aroma único y sin igual, algo que extasiaba sus adormilados sentidos, haciendo que cada vello de su piel morena se erizara de placer.
Mirando a todos lados, intentaba encontrar el origen de aquel rastro familiar que lo desesperaba. No tenia duda alguna, aquel aroma era el mismo de aquella hermosa rosa blanca que había sido cortada de los jardines de Marcus Badra. Entrando por los enormes canceles de hierro forjado que le daban la bienvenida a su hogar ancestral, Janus sentía que aquel delicado aroma a lavanda silvestre y agua de río se volvía más y más fuerte.
Como si estuviese hipnotizado y sin decir palabra alguna a su Beta que lo miro con extrañeza bajando del vehículo, el Alfa Aqmar caminaba siguiendo aquel rastro que inundaba sus sentidos exaltándolos hasta la locura. Entonces, la vio.
Parada al pie de aquella vieja puerta de forja que daba a las cocinas, estaba recargada aquella hermosa mujer de piel blanca. Acercándose sin hacer ruido, pudo ver que sus ojos estaban cerrados, como si estuviese presa de un profundo sueño. Su piel era tan blanca como la nieve que comenzaba a caer sobre ellos, su cabello era blanco y sedoso, como brillantes hilos de plata fina que enmarcaban su encantador rostro de suaves facciones. Su cuerpo, tan delgado y pequeño, la hacían lucir frágil y delicada, como una rosa que débilmente brotaba entre la nieve invernal suplicando al sol por una caricia. Era tan hermosa como la luna, tan bella como Artemisa.
—Y tú, ¿Quién eres? —
Como en un suspiro, Janus Aqmar hacía aquella pregunta, mientras acariciaba aquel rostro hermoso, sintiendo como aquel delicioso aroma emanaba del ser entero de aquella preciosa mujer. Lento, los ojos azules como el cielo en primavera, se abrían para encontrarse con aquellos de madre selva que la miraban con extrañeza…con pasión.
—A-Artemisa — respondió la hermosa albina mirando a aquel mismo hombre de piel canela y apasionados ojos verdes esmeralda que había visto aquella noche en las tierras de los Badra.
—A-Artemisa —Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa maldita mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido
—La chica parece tener un cuadro de desnutrición, tambien, tiene varias llagas levemente infectadas en algunas partes de su cuerpo que debió provocar el frío, no son recientes, puedo decir que la infección de las heridas fueron por la exposición a las heces de algún animal, es increíble que no haya desarrollado alguna sepsis, además, sufre de una fuerte neumonía, tiene suerte de estar viva, ya le aplique antibióticos y le he indicado a Azafrán los medicamentos que deberá estar tomando hasta que se recupere, cualquier cosa llámeme mi señor, vendré a verla mañana para verificar que tanto efecto hicieron los antibióticos —Janus escuchaba el diagnostico del médico con seriedad, preguntándose a cada instante que crimen había cometido Artemisa para merecer tal tortura de parte de los Badra. Mirando como el médico hablaba con su nana, se acercaba a la hermosa albina para mirarla. Su respiración era mucho más tranquila y apacible de lo que había sido durante la noche; apenas y había dormido
La luz de la luna llena iluminaba aquellos protegidos campos violetas dejando sentir aquel aroma a lavanda que extasiaba los mas profundos sentidos. Aquella madre que brillaba en lo alto, hacia resplandecer todo lo que iluminaba, logrando que los sueños mas profundos salieran del corazón. Los hombres lobo eran leyenda, una que los humanos solo veían como las fantasías que un demente había imaginado hacia ya demasiado tiempo, sin embargo, todo era real, tan real como era el viento gélido de aquella noche.El vaivén de la nieve que danzaba fuera de los ventanales, dejaba que los copos que se colaban por ellos reflejaran el brillo anaranjado de la chimenea antes de desvanecerse, el amor era tal cual eran esos frágiles copos, intenso y helado, que fácilmente se desvanecía ante el calor de una pasión para luego desaparecer por completo, por esa razón no creía en ello.—Señor, las tierras de los Aqmar están limpias, y no hay mas que un leve rastro en las tierras de los Badra, sin embargo, s
Aquella mañana de cielos despejados, presagiaba un día lleno de actividades en la propiedad de los Aqmar. El trajín de los sirvientes junto a su vaivén incansable, animaba el ambiente aún a pesar del frío que asolaba a la región.Aquello se sentía casi como una fiesta. El señor de aquellas tierras había finalmente encontrado a la loba destinada a ser su única Luna, y aquel evento, tan esperado durante demasiado tiempo, alegraba a los corazones de toda la manada quienes incluso ya comentaban sobre la hermosa descendencia que llegaría prontamente a llenar de calidez aquellos desolados e inhóspitos valles, imaginando tambien lo hermosos que serian los nuevos niños, pues la belleza morena de su señor con aquella albina que se asemejaba a la luna, traerían sin duda alguna vástagos realmente bellos.Artemisa sentía sus entrañas arder de emoción, pero no aquella que transforma los jugos gástricos en mariposas, más bien, estaba sumamente nerviosa y ansiosa, pues en realidad, nadie le había pr
El clamor de una bestia gimiendo a la luna llena, por aquella anhelada compañera destinada a pasar la eternidad a su lado. Aullidos extendidos, bajas pasiones desbordadas, y el deseo reprimido por aquella hembra a la que aún no podía tocar.En la sala de cine, todas las chicas deseaban tener a aquel hombre lobo como el enamorado anhelado que las llevaría a aquel clímax soñado en medio de agitados gemidos y voces entrecortadas. Un apasionado y perfecto amante que daría todo por ellas, de piel morena y cabello cobrizo, que decía frases absurdas en momentos perfectamente cursis. Janus Aqmar se sentía asqueado por ello.—Esto es patético, no somos así, no necesito romper mi camisa sin un propósito para que un montón de adolescentes suelten sus aromas por mí, ¿En que pensaban cuando hicieron estas películas? — cuestionaba el moreno a su fiel Beta quien tenia una risa ahogada desde que habían salido de aquella sala de cine a mitad de la película.—Bueno señor, los humanos no suelen comprend
Amor. Aquel poderoso sentimiento capaz de hacer al alma tocar el cielo más celeste o besar el calor del infierno más cruel. Aquel sentimiento capaz de generar la paz, o provocar las peores guerras que haya visto la humanidad. Un sentimiento sublime, el más hermoso y el más tormentoso, desatador de tormentas y de calmas, de dicha y de dolor, y aquello que únicamente los seres humanos son capaces de sentir y narrar como el acto más puro que pueda existir en la historia de su existencia. Todos desean de alguna manera alcanzarlo, sentirlo, poseerlo... Sin embargo, para los lobos no había algo como tal, pues solo el más puro instinto regia sus longevas vidas. No había amor, no había romanticismo, todo aquello no eran más que tonterías inventadas por los simples seres humanos, que en su breve estancia caminando sobre el mundo, buscaban darle un sentido a cada pequeña cosa que atravesaban, y le atribuían un sentimiento al mero deseo de aparearse y procrear a su progenie. El instinto del
— Buenos días señorita, ¿Desea que tome su orden? —Artemisa miraba hacia la nada, perdida en sus pensamientos. El hambre le comenzaba a calar en el estómago, pues no había comido más que las frutas que había tomado de las cocinas en la propiedad Aqmar.— ¿Señorita? —Volviendo su mirada celeste, la albina se levantaba de la mesita en la que se había sentado a descansar. Nuevamente la echarían del lugar, pues no tenía dinero para pagar por nada. En realidad, aquella era la primera vez que estaba tan cerca de los humanos, y de mala manera había aprendido ya que su mundo era muy diferente al de los lobos.— No, ya me iba — se excusó y caminaba de vuelta hacía Éragon.Las miradas se acumulaban sobre ella una vez más, y sin duda aquello la incomodaba. A nadie había visto pasear sobre un caballo, y las ropas que usaban eran muy diferentes a las que ella llevaba puestas. Además, la fotografiaban constantemente, y agradecía enormemente el saber lo que eran los celulares; Marcus estaba fascin
Un museo.Aquel elegante sitio al que Belmont Fortier la había llevado, era un museo cuyas obras de arte eran admiradas por los parisinos con el mayor de los respetos.—Está será tu habitación, alguna vez estuvo destinada para una mujer hermosa y muy especial, pero ella finalmente se fue a navegar en otras tierras, espero que la disfrutes, pues fue hecha de manera única — dijo con un deje de tristeza Belmont.Éragon había sido llevado a una de las bodegas de aquel hermoso sitio, que había sido adecuado especialmente para él. Quizás, aquel solitario y viejo Alfa, quería algo de compañía, pues de más estaba dicho que extrañaba a esa mujer de la que se había enamorado, pero que no le había correspondido.Artemisa, sin embargo, sentía remordimiento por haber dejado atrás al hermoso Alfa Aqmar, quien le había pedido ser su luna a pesar de ella no ser nadie. ¿Si hubiera aceptado sin buscar su pasado que habría pasado? ¿Había tomado la decisión correcta al marcharse? Esperaba que así fuera,