Capítulo 5:

Regocijo. Aquel sentimiento de extraña calidez y calma, era lo que Artemisa estaba sintiendo por primera vez en toda su vida. El sol ya se colaba por las ventanas de aquella enorme habitación para empleados, y escuchaba a las amables personas que la habían ayudado, bromeando y charlando en la cocina con tal confianza que no parecían ser solo la servidumbre, eran como una familia.

La nieve había dejado de caer, aunque fuera seguía haciendo demasiado frío, sin embargo, ella no estaba temblando; dentro de aquella mansión, solo sentía calidez. Estaba acostumbrada a sentir el frio que se colaba por cada rendija en los establos, estaba acostumbrada a ser ignorada por la servidumbre de la mansión Badra y a recibir los desprecios de aquel hombre al que la habían destinado para casarse. Se había puesto aquel sencillo vestido en tono gris junto a un delantal blanco que le habían asignado para ayudar con “tareas sencillas” en la cocina, y por primera vez en demasiado tiempo comenzaba a sentirse cuidada y apreciada. Aquello hacía que su corazón se sintiera dolorido y agradecido.

Al salir de la habitación, pudo ver que todos parecían más sonrientes de lo habitual, y, se podría decir, tambien estaban emocionados. Había escuchado su animada conversación; hoy finalmente llegaba el dueño de aquellas tierras, pues había estado posponiendo su regreso debido al mal tiempo. Se sentía extrañamente curiosa y ansiosa; deseaba finalmente conocer al señor Aqmar de quienes sus sirvientes se expresaban con el mayor de los respetos y con tanto cariño que realmente parecía ser un buen hombre.

Había decidido hacer su mejor esfuerzo para agradecer el hospedaje y comida que tan amablemente le habían brindado, pues quería impresionar a aquel buen hombre, con la esperanza de que le permitieran quedarse en aquellas tierras en donde se sentía tan bien recibida. Realmente no quería irse.

—Ah, querida Artemisa, te ves preciosa con el uniforme, pero te he dicho que no es necesario que hagas muchos esfuerzos, aun te encuentras débil — decía Azafrán con un deje de ternura.

—No se preocupe, ya me encuentro mejor, le prometo dar mi mejor esfuerzo — aseguraba la albina.

En los territorios Badra.

—Alfa Aqmar, es una pena que no pueda estar más tiempo con nosotros, su compañía nos es realmente grata —

Janus miraba a aquella mujer morena sabiendo bien que sus palabras no eran lo que parecía, pues podía sentir el repulsivo aroma de su excitación, aunque, no era tonta, daba alguna mirada de deseo al Badra junto a ella para disimular bien la razón del porqué.

—Gracias por haber venido Janus, estoy seguro que con nuestra alianza, los clanes enemigos no se atreverán a cruzar las fronteras de nuestros territorios, además, los Elara se lo pensaran dos veces antes de intentan subyugarnos — decía Marcus con seriedad.

Janus sonrió.

—Los Elara, ¿Eh?, entonces lo rumores son ciertos, se decía entre los ancianos que Apollo, su líder, estaba tras la cabeza del Alfa Badra, ¿Crees que tenemos el poder suficiente para enfrentar al clan más antiguo que existe? ¿Al menos sabe usted como es que se ven ellos? — cuestionó.

Marcus negó con disgusto.

—Todos sabemos que los Elara no se dejan ver ellos mismos, siempre mandan a sus emisarios a dar advertencias, y se equivoca Janus, ellos no me están amenazando, pero, considero que su dominio sobre todos nosotros es innecesario, ¿No lo cree usted? — respondió.

Janus negó.

—Yo no soy controlado por nadie, sin embargo, tampoco me agrada crear enemigos a la ligera, menos aun cuando estos son los descendientes del sol y la luna, sin embargo, Badra, piense bien cual será su siguiente paso, no quiere a los Elara como enemigos — dijo el lobo moreno con seriedad antes de subir a su elegante auto.

—Eso es inesperado viviendo del temido Janus Aqmar, dime, beta, ¿Tu que opinas de los Elara? ¿Crees que merecen tener todo el poder para ellos solos? —

Marcus río.

—No tiene que preocuparse Janus, solo eran comentarios, espero que tenga un buen viaje de regreso a sus tierras — dijo el lobo rubio viendo como aquel alfa simplemente ignoraba su despedida y se marchaba de allí.

Agatha, acaricio el pecho de su lobo, mirando como aquel potente Alfa se marchaba. Realmente deseaba compartir algo más que una copa con Janus Aqmar.

—Se ha marchado al fin cariño, pero, en verdad crees que, si comienzas un conflicto, ¿El acudirá? — cuestionó la morena.

Marcus miro como el auto se perdía en la lejanía, y luego, frunció el ceño.

—Tiene que hacerlo, para eso es que se ha creado esta alianza, y no tiene ninguna razón para romperla — respondió.

—Bien, y dime, ¿Buscaras a Misa para deshacerte de ella como me prometiste? Se llevo a Éragon y me prometiste ese maldito caballo a mi — dijo en tono seductor Agatha.

—Por supuesto, la cazare como a un ratoncito de las praderas, y tendrás justo lo que quieres, pero antes, quiero que calientes mi cama, hace demasiado frío aquí afuera — dijo Marcus en un ronco tono lleno de deseo.

El trayecto hacia las tierras de los Aqmar era tranquilo, Janus admiraba la belleza de las praderas nevadas que reflejaban la hermosa luz del sol. Sus pensamientos, sin embargo, estaban enfocados en aquella hermosa mujer que poseía la belleza de la luna; no había dejado de pensar en ella ni un solo instante desde que había sentido aquel inolvidable aroma que emanaba de su ser, y que lo había cautivado desde el primer momento.

Artemisa, ese era su nombre, y había sido expulsada por el supuesto robo de un caballo; aquella historia no le convencía demasiado, pues recordaba la severidad con que había sido mirada la andrajosa muchacha por el mismo Marcus Badra, además, aquella inocencia que tenía la mirada de la joven albina, no reflejaba la maldad de una ladrona. Esperaba volver a verla algún día, pues algo en ella hacia gritar a su bestia.

Aquel camino solitario le recordaba su propia soledad; no había sido capaz de encontrar a una compañera a pesar de tener a cientos de mujeres a su entera disposición, pues ninguna de ellas había despertado algo dentro de él, sin embargo, aquella misteriosa albina, había hecho que mil emociones despertaran de un momento a otro, y deseaba llegar verdaderamente a conocerla.

Su clan entero contaba con ello, debía aparearse pronto para crear descendencia, pues a pesar de ya tener un par de centenarios encima, no había dejado progenie para que lo sucedería en un futuro, y eso, por supuesto, dejaría a su manada vulnerable. El Alfa Badra, estaba seguro, tenia algo en mente contra los temibles Elara; si un conflicto llegaba a desatarse y el moría, su los Aqmar quedarían desprotegidos y sus territorios serian tomados por manadas de menor nivel, extinguiendo así a su clan para siempre, debía de tener un hijo tan pronto como fuese posible.

—Dime, Bernet, ¿Qué es lo opinas de Marcus Badra? ¿Crees que este lo suficientemente demente para ir a una guerra contra los legendarios Elara? — preguntaba Janus a su beta.

El joven moreno sonrió de manera irónica.

—Si le soy sincero mi señor, no creo que el Badra tenga las pelotas para hacer algo como eso, no es ni la mitad del Alfa que su padre, a quien la diosa Luna tenga en su santa gloria, fue. Además, escuche algunos rumores interesantes entre la servidumbre durante estos días que nos tuvimos que quedar allí — aseguro el Beta Bernet.

Janus alzo una ceja. — ¿A sí? ¿Y que fueron aquellos rumores que escuchaste? — cuestionó.

—Escuche que el nuevo Alfa Badra tenia una prometida diferente a la mujerzuela con la que se presentó en la celebración de la alianza, pero que la dejó en el momento de la muerte del Alfa Agnus, no debería tener tanta confianza en ese hombre mi señor, no me parece que sea de fiar — respondió Bernet.

—Así que tenía otra prometida…quizás, deberíamos irnos con cuidado con nuestro cuestionable aliado —

Abriendo la ventana de su lujoso coche, Janus sintió la brisa ligeramente helada entrando para refrescarlo. Pronto, los territorios del imprudente y poco fiable Marcus Badra, se habían quedado atrás, dejando ver el comienzo de sus tierras. Sin embargo, algo había sentido en el viento; un aroma único y sin igual, algo que extasiaba sus adormilados sentidos, haciendo que cada vello de su piel morena se erizara de placer.

Mirando a todos lados, intentaba encontrar el origen de aquel rastro familiar que lo desesperaba. No tenia duda alguna, aquel aroma era el mismo de aquella hermosa rosa blanca que había sido cortada de los jardines de Marcus Badra. Entrando por los enormes canceles de hierro forjado que le daban la bienvenida a su hogar ancestral, Janus sentía que aquel delicado aroma a lavanda silvestre y agua de río se volvía más y más fuerte.

Como si estuviese hipnotizado y sin decir palabra alguna a su Beta que lo miro con extrañeza bajando del vehículo, el Alfa Aqmar caminaba siguiendo aquel rastro que inundaba sus sentidos exaltándolos hasta la locura. Entonces, la vio.

Parada al pie de aquella vieja puerta de forja que daba a las cocinas, estaba recargada aquella hermosa mujer de piel blanca. Acercándose sin hacer ruido, pudo ver que sus ojos estaban cerrados, como si estuviese presa de un profundo sueño. Su piel era tan blanca como la nieve que comenzaba a caer sobre ellos, su cabello era blanco y sedoso, como brillantes hilos de plata fina que enmarcaban su encantador rostro de suaves facciones. Su cuerpo, tan delgado y pequeño, la hacían lucir frágil y delicada, como una rosa que débilmente brotaba entre la nieve invernal suplicando al sol por una caricia. Era tan hermosa como la luna, tan bella como Artemisa.

—Y tú, ¿Quién eres? —

Como en un suspiro, Janus Aqmar hacía aquella pregunta, mientras acariciaba aquel rostro hermoso, sintiendo como aquel delicioso aroma emanaba del ser entero de aquella preciosa mujer. Lento, los ojos azules como el cielo en primavera, se abrían para encontrarse con aquellos de madre selva que la miraban con extrañeza…con pasión.

—A-Artemisa — respondió la hermosa albina mirando a aquel mismo hombre de piel canela y apasionados ojos verdes esmeralda que había visto aquella noche en las tierras de los Badra.

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