El olor a comida la despertaba esa mañana, era un calientito caldo de pollo, estaba segura pues reconocería aquel aroma en cualquier lugar. Su cuerpo no se sentía helado, por el contrario, se sentía cálidamente cómoda en aquella cama desconocida que estaba tan suave como parecían las nubes. La luz del sol se colaba por una gran ventana de cortinas blancas, y poniéndose de pie, lograba apreciar que estaba en una habitación desde la que se veía fácilmente una enorme cocina en la que varias personas parecían ir de aquí hacia allá.
Sintiéndose limpia, Artemisa se miró y noto que ya no llevaba puesto aquel vestido viejo y sucio que había estado usando; ahora llevaba una cómoda y suave bata blanca que casi lograba confundirse con el color de su pálida piel.
—Ah, muchacha, gracias a la Diosa Luna que has despertado, anoche realmente creímos que la Diosa Muerte te llevaría en sus brazos, llegaste mucho más pálida de lo que se ve que eres, helada como un cubo de hielo y tan débil como un pajarillo recién salido del huevo, es un milagro que estes despierta ahora mismo — decía una vieja mujer de piel morena y amables ojos castaños que la miraba con preocupación.
—Yo…lo siento, no sé en dónde estoy, no les quise causar problemas. Fui exiliada de las tierras de los Badra y cabalgue casi durante dos noches sin probar alimento o agua, el frío tambien me afecto, lamento mucho las molestias, me marchare de inmediato — se disculpaba la joven albina intentando caminar a toda prisa, sin embargo, la debilidad de su cuerpo la había hecho tambalearse.
—Cuidado pequeña, aun estas muy débil para irte a ningún lugar, además, no te estamos echando fuera. Hace un frío tremendo allá afuera, no ha dejado de nevar estas dos noches, no te sientas apenada por nada y acompáñanos a comer, te prepare un caldo de pollo muy nutritivo que te ayudará recuperar fuerzas, ven conmigo, me llamo Azafrán Del Llano, aquí estas a salvo, el amo de estas tierras no suele fijarse en la condición de nadie, sé que, a su regreso, estará feliz de recibirte dentro de su manada, es muy amable, ahora dime pequeña, ¿Cuál es tu nombre? — la vieja loba la ayudaba a sostenerse, guiando sus pasos hacia la cocina que se hallaba junto a aquella enorme habitación que parecía ser de la servidumbre.
Artemisa sonrió.
—Muchas gracias, mi nombre es Artemisa, es un placer conocerla señora Del Llano —
—Es un nombre hermoso, muy adecuado para tu hermosa apariencia, pero, ¿No ha apellido? — cuestiono la vieja mujer.
Artemisa ensombreció su semblante. Ante el mundo entero, ella siempre seria solo una huérfana sin un apellido bajo el cual resguardarse.
—Lo siento, pero no tengo apellido, soy huérfana desde que tengo memoria — respondió.
—Oh pequeña no debes disculparte por eso, discúlpame a mí por preguntar tan imprudentemente, vamos a comer, te sentirás mejor, lo prometo, el señor Aqmar regresara pronto —
Aqmar…
Aquel apellido le resultaba extrañamente familiar, sin embargo, tan agotada y hambrienta como se sentía, no lograba recordar en donde era que lo había escuchado.
—Vamos pequeña, acércate al fuego para calentarte apropiadamente, la calefacción es buena, pero no hay nada mejor para un enfermo de frío que sentir el calor del fuego cerca de la piel — aseguraba la anciana.
—Disculpe, estas tierras son…
—Son del Alfa Aqmar pequeña, esta tambien es tierra de lobos alejada del mundo demasiado moderno de los humanos actuales. A nuestro señor no le agrada mucho el bullicio de las grandes ciudades, aunque tiene sus empresas tambien dentro del mundillo humano, no tienes nada de que preocuparte, hay pocos humanos por aquí y los que se encuentran en los territorios de nuestro señor, son de su entera confianza…aun en estos días debemos protegernos de los cazadores — interrumpía la anciana Azafrán con premura.
Artemisa no respondió, ella no tenia miedo de los seres humanos, e incluso, los encontraba fascinantes, pero comprendía el miedo ancestral que se les tenía por sus actos de crueldad y violencia hacia su raza.
—El señor Aqmar de quien habla parece ser una persona amable — dijo la albina repentinamente.
La anciana sonrió enternecida, como si estuviese recordando hermosos momentos.
—Oh mi niña si lo es, pero el esta tan solo…ojalá que llegue pronto el día en que encuentre a su compañera —
Artemisa ensombreció su semblante. Ella había sido rechazada por quien debía de ser su compañero, y comprendía mejor que nadie el sentimiento de la fría soledad.
En la mansión Badra, Janus Aqmar miraba como la nieve caía. Todo el camino estaba cubierto, le había resultado imposible salir de los territorios de Marcus. Se preguntaba qué había pasado con aquella hermosa mujer de blancos cabellos. Hacia frío, quizás, demasiado para una joven loba vestida apenas con harapos. No lograba sacarla de su mente, quería verla, sentir de nuevo aquel aroma delicado y atrayente, averiguar quién era en realidad, pues su belleza tan encantadora como la de la luna, no podía ser casualidad.
—Alfa Janus, ¿Se siente incomodo teniendo que quedarse un poco más entre nosotros? Ha estado muy serio todo el rato solo mirando la nieve caer, le aseguro que hay cosas mucho más…divertidas, que hacer en estas tierras — decía Agatha Pines entrando en el salón de invitados e interrumpiendo los pensamientos de Janus.
Aquel aroma a excitación llegaba de golpe hasta él. Aquella mujer lo deseaba, sin embargo, esa morena había sido presentada ante la sociedad de Selene como la próxima Luna del joven Alfa Badra.
—Futura señora Badra, me halaga con su presencia, sin embargo, cualquiera podría considerar demasiado inapropiado que la futura Luna del señor de estas tierras, este visitando a otro Alfa sin la presencia de su señor — dijo Janus con seriedad y sin mirar a la mujer.
—No tiene nada de malo mi señor Aqmar, es usted un invitado y como la futura señora de estos territorios, es mi deber atenderlo apropiadamente, ¿Hay algo que desee señor? — cuestionó en tono sensual la morena.
Janus sonrió para si mismo, como si adivinara las malas intenciones que tenia aquella mujer.
—Si, señorita Pines, de hecho, hay algo que deseo — respondió.
—Dígame que es señor y me encargare de complacerlo con mucho gusto —
Girándose para mirar a la irrespetuosa mujer, Janus la miro con un deje de desprecio.
—Quiero que me diga si usted sabe ¿A donde pudo irse esa mujer de cabellos blancos como la nieve? Se me ha dicho que ha sido expulsada de estas tierras y se me negó la oportunidad de hablar con ella a pesar de que manifesté mi deseo de verla, así que, dígame señorita, ¿A dónde pudo ir Artemisa? Además, ¿Cuál es su apellido? — cuestiono Janus Aqmar.
Agatha sintió como la ira la invadía. ¿Por qué aquel Alfa candente y poderoso quería saber sobre aquella m*****a sirvienta? Aquello la hacia enfurecer.
—No tengo idea de a donde pudo ir esa mujer, se robo a mi caballo y se largó sabrá la Diosa Luna a donde, además, ella no tiene apellido, es solo una miserable huérfana que durante demasiado tiempo se aprovechó de nuestro señor Agnus, un hombre como usted no debería de mostrar interés en una huérfana — respondió la morena con clara molestia e indignación.
—Es una falta de respeto que la futura señora de este lugar le hable con tal falta de respeto al Alfa de otra manada —
La voz del Beta Bernet Aqmar, interrumpió aquella conversación. Había escuchado recientemente algunos rumores demasiado interesantes entre la servidumbre inconforme de los Badra.
—Y es de mala educación que un simple Beta falte respeto a la futura Luna de otro Alfa, ahora díganme, ¿Qué esta pasando aquí? — decía Marcus entrando en el salón de invitados.
Janus había vuelto su vista a la pesada nevada que caía fuera de los enormes y viejos ventanales del hogar ancestral de los Badra. Aquella conversación se había tornado demasiado molesta repentinamente.
En las tierras Aqmar, Artemisa sentía como el calor poco a poco regresaba a su cuerpo. Había disfrutado de un sabroso y calientito caldo, mientras escuchaba a los amables sirvientes de aquella mansión, hablar maravillas sobre el Alfa de aquellos territorios. Todos parecían tenerle un genuino cariño a aquel del que tanto hablaban. Mirando a la luna que se asomaba por la ventana de aquella habitación de sirvientes, se sentía afortunada de no estar más a la intemperie; su amado caballo Éragon tambien estaba a salvo, lo habían llevado a las caballerizas y había sido atendido con todo el cuidado.
Sus pensamientos repentinamente vagaban hacia aquel hermoso hombre de piel morena como la miel, y de ojos verdes salvajes como la madre selva. Sentía aún el calor de su agarre sobre su delgado brazo. ¿Quién era aquel hombre tan imponente? No lograba recordar como era que lo había llamado el infame de Marcus aquella noche en que la casualidad los hizo conocerse, sin embargo, pensando en el Alfa Aqmar tan amable que sus sirvientes amaban y respetaban tanto, deseaba que aquel moreno, si alguna vez llegaba a verlo, fuese tan amable como él.
Poco a poco, Artemisa se iba quedando dormida, siendo visitada en sueños por aquel extraño conocido que tenia olor a los arboles del bosque, sintiendo aquellos ojos verdes desnudándola una vez más.
Regocijo. Aquel sentimiento de extraña calidez y calma, era lo que Artemisa estaba sintiendo por primera vez en toda su vida. El sol ya se colaba por las ventanas de aquella enorme habitación para empleados, y escuchaba a las amables personas que la habían ayudado, bromeando y charlando en la cocina con tal confianza que no parecían ser solo la servidumbre, eran como una familia.La nieve había dejado de caer, aunque fuera seguía haciendo demasiado frío, sin embargo, ella no estaba temblando; dentro de aquella mansión, solo sentía calidez. Estaba acostumbrada a sentir el frio que se colaba por cada rendija en los establos, estaba acostumbrada a ser ignorada por la servidumbre de la mansión Badra y a recibir los desprecios de aquel hombre al que la habían destinado para casarse. Se había puesto aquel sencillo vestido en tono gris junto a un delantal blanco que le habían asignado para ayudar con “tareas sencillas” en la cocina, y por primera vez en demasiado tiempo comenzaba a sentirse
—A-Artemisa —Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa maldita mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido
—La chica parece tener un cuadro de desnutrición, tambien, tiene varias llagas levemente infectadas en algunas partes de su cuerpo que debió provocar el frío, no son recientes, puedo decir que la infección de las heridas fueron por la exposición a las heces de algún animal, es increíble que no haya desarrollado alguna sepsis, además, sufre de una fuerte neumonía, tiene suerte de estar viva, ya le aplique antibióticos y le he indicado a Azafrán los medicamentos que deberá estar tomando hasta que se recupere, cualquier cosa llámeme mi señor, vendré a verla mañana para verificar que tanto efecto hicieron los antibióticos —Janus escuchaba el diagnostico del médico con seriedad, preguntándose a cada instante que crimen había cometido Artemisa para merecer tal tortura de parte de los Badra. Mirando como el médico hablaba con su nana, se acercaba a la hermosa albina para mirarla. Su respiración era mucho más tranquila y apacible de lo que había sido durante la noche; apenas y había dormido
La luz de la luna llena iluminaba aquellos protegidos campos violetas dejando sentir aquel aroma a lavanda que extasiaba los mas profundos sentidos. Aquella madre que brillaba en lo alto, hacia resplandecer todo lo que iluminaba, logrando que los sueños mas profundos salieran del corazón. Los hombres lobo eran leyenda, una que los humanos solo veían como las fantasías que un demente había imaginado hacia ya demasiado tiempo, sin embargo, todo era real, tan real como era el viento gélido de aquella noche.El vaivén de la nieve que danzaba fuera de los ventanales, dejaba que los copos que se colaban por ellos reflejaran el brillo anaranjado de la chimenea antes de desvanecerse, el amor era tal cual eran esos frágiles copos, intenso y helado, que fácilmente se desvanecía ante el calor de una pasión para luego desaparecer por completo, por esa razón no creía en ello.—Señor, las tierras de los Aqmar están limpias, y no hay mas que un leve rastro en las tierras de los Badra, sin embargo, s
Aquella mañana de cielos despejados, presagiaba un día lleno de actividades en la propiedad de los Aqmar. El trajín de los sirvientes junto a su vaivén incansable, animaba el ambiente aún a pesar del frío que asolaba a la región.Aquello se sentía casi como una fiesta. El señor de aquellas tierras había finalmente encontrado a la loba destinada a ser su única Luna, y aquel evento, tan esperado durante demasiado tiempo, alegraba a los corazones de toda la manada quienes incluso ya comentaban sobre la hermosa descendencia que llegaría prontamente a llenar de calidez aquellos desolados e inhóspitos valles, imaginando tambien lo hermosos que serian los nuevos niños, pues la belleza morena de su señor con aquella albina que se asemejaba a la luna, traerían sin duda alguna vástagos realmente bellos.Artemisa sentía sus entrañas arder de emoción, pero no aquella que transforma los jugos gástricos en mariposas, más bien, estaba sumamente nerviosa y ansiosa, pues en realidad, nadie le había pr
El clamor de una bestia gimiendo a la luna llena, por aquella anhelada compañera destinada a pasar la eternidad a su lado. Aullidos extendidos, bajas pasiones desbordadas, y el deseo reprimido por aquella hembra a la que aún no podía tocar.En la sala de cine, todas las chicas deseaban tener a aquel hombre lobo como el enamorado anhelado que las llevaría a aquel clímax soñado en medio de agitados gemidos y voces entrecortadas. Un apasionado y perfecto amante que daría todo por ellas, de piel morena y cabello cobrizo, que decía frases absurdas en momentos perfectamente cursis. Janus Aqmar se sentía asqueado por ello.—Esto es patético, no somos así, no necesito romper mi camisa sin un propósito para que un montón de adolescentes suelten sus aromas por mí, ¿En que pensaban cuando hicieron estas películas? — cuestionaba el moreno a su fiel Beta quien tenia una risa ahogada desde que habían salido de aquella sala de cine a mitad de la película.—Bueno señor, los humanos no suelen comprend
Amor. Aquel poderoso sentimiento capaz de hacer al alma tocar el cielo más celeste o besar el calor del infierno más cruel. Aquel sentimiento capaz de generar la paz, o provocar las peores guerras que haya visto la humanidad. Un sentimiento sublime, el más hermoso y el más tormentoso, desatador de tormentas y de calmas, de dicha y de dolor, y aquello que únicamente los seres humanos son capaces de sentir y narrar como el acto más puro que pueda existir en la historia de su existencia. Todos desean de alguna manera alcanzarlo, sentirlo, poseerlo... Sin embargo, para los lobos no había algo como tal, pues solo el más puro instinto regia sus longevas vidas. No había amor, no había romanticismo, todo aquello no eran más que tonterías inventadas por los simples seres humanos, que en su breve estancia caminando sobre el mundo, buscaban darle un sentido a cada pequeña cosa que atravesaban, y le atribuían un sentimiento al mero deseo de aparearse y procrear a su progenie. El instinto del
— Buenos días señorita, ¿Desea que tome su orden? —Artemisa miraba hacia la nada, perdida en sus pensamientos. El hambre le comenzaba a calar en el estómago, pues no había comido más que las frutas que había tomado de las cocinas en la propiedad Aqmar.— ¿Señorita? —Volviendo su mirada celeste, la albina se levantaba de la mesita en la que se había sentado a descansar. Nuevamente la echarían del lugar, pues no tenía dinero para pagar por nada. En realidad, aquella era la primera vez que estaba tan cerca de los humanos, y de mala manera había aprendido ya que su mundo era muy diferente al de los lobos.— No, ya me iba — se excusó y caminaba de vuelta hacía Éragon.Las miradas se acumulaban sobre ella una vez más, y sin duda aquello la incomodaba. A nadie había visto pasear sobre un caballo, y las ropas que usaban eran muy diferentes a las que ella llevaba puestas. Además, la fotografiaban constantemente, y agradecía enormemente el saber lo que eran los celulares; Marcus estaba fascin