Capítulo 4:

El olor a comida la despertaba esa mañana, era un calientito caldo de pollo, estaba segura pues reconocería aquel aroma en cualquier lugar. Su cuerpo no se sentía helado, por el contrario, se sentía cálidamente cómoda en aquella cama desconocida que estaba tan suave como parecían las nubes. La luz del sol se colaba por una gran ventana de cortinas blancas, y poniéndose de pie, lograba apreciar que estaba en una habitación desde la que se veía fácilmente una enorme cocina en la que varias personas parecían ir de aquí hacia allá.

Sintiéndose limpia, Artemisa se miró y noto que ya no llevaba puesto aquel vestido viejo y sucio que había estado usando; ahora llevaba una cómoda y suave bata blanca que casi lograba confundirse con el color de su pálida piel.

—Ah, muchacha, gracias a la Diosa Luna que has despertado, anoche realmente creímos que la Diosa Muerte te llevaría en sus brazos, llegaste mucho más pálida de lo que se ve que eres, helada como un cubo de hielo y tan débil como un pajarillo recién salido del huevo, es un milagro que estes despierta ahora mismo — decía una vieja mujer de piel morena y amables ojos castaños que la miraba con preocupación.

—Yo…lo siento, no sé en dónde estoy, no les quise causar problemas. Fui exiliada de las tierras de los Badra y cabalgue casi durante dos noches sin probar alimento o agua, el frío tambien me afecto, lamento mucho las molestias, me marchare de inmediato — se disculpaba la joven albina intentando caminar a toda prisa, sin embargo, la debilidad de su cuerpo la había hecho tambalearse.

—Cuidado pequeña, aun estas muy débil para irte a ningún lugar, además, no te estamos echando fuera. Hace un frío tremendo allá afuera, no ha dejado de nevar estas dos noches, no te sientas apenada por nada y acompáñanos a comer, te prepare un caldo de pollo muy nutritivo que te ayudará recuperar fuerzas, ven conmigo, me llamo Azafrán Del Llano, aquí estas a salvo, el amo de estas tierras no suele fijarse en la condición de nadie, sé que, a su regreso, estará feliz de recibirte dentro de su manada, es muy amable, ahora dime pequeña, ¿Cuál es tu nombre? — la vieja loba la ayudaba a sostenerse, guiando sus pasos hacia la cocina que se hallaba junto a aquella enorme habitación que parecía ser de la servidumbre.

Artemisa sonrió.

—Muchas gracias, mi nombre es Artemisa, es un placer conocerla señora Del Llano —

—Es un nombre hermoso, muy adecuado para tu hermosa apariencia, pero, ¿No ha apellido? — cuestiono la vieja mujer.

Artemisa ensombreció su semblante. Ante el mundo entero, ella siempre seria solo una huérfana sin un apellido bajo el cual resguardarse.

—Lo siento, pero no tengo apellido, soy huérfana desde que tengo memoria — respondió.

—Oh pequeña no debes disculparte por eso, discúlpame a mí por preguntar tan imprudentemente, vamos a comer, te sentirás mejor, lo prometo, el señor Aqmar regresara pronto —

Aqmar…

Aquel apellido le resultaba extrañamente familiar, sin embargo, tan agotada y hambrienta como se sentía, no lograba recordar en donde era que lo había escuchado.

—Vamos pequeña, acércate al fuego para calentarte apropiadamente, la calefacción es buena, pero no hay nada mejor para un enfermo de frío que sentir el calor del fuego cerca de la piel — aseguraba la anciana.

—Disculpe, estas tierras son…

—Son del Alfa Aqmar pequeña, esta tambien es tierra de lobos alejada del mundo demasiado moderno de los humanos actuales. A nuestro señor no le agrada mucho el bullicio de las grandes ciudades, aunque tiene sus empresas tambien dentro del mundillo humano, no tienes nada de que preocuparte, hay pocos humanos por aquí y los que se encuentran en los territorios de nuestro señor, son de su entera confianza…aun en estos días debemos protegernos de los cazadores — interrumpía la anciana Azafrán con premura.

Artemisa no respondió, ella no tenia miedo de los seres humanos, e incluso, los encontraba fascinantes, pero comprendía el miedo ancestral que se les tenía por sus actos de crueldad y violencia hacia su raza.

—El señor Aqmar de quien habla parece ser una persona amable — dijo la albina repentinamente.

La anciana sonrió enternecida, como si estuviese recordando hermosos momentos.

—Oh mi niña si lo es, pero el esta tan solo…ojalá que llegue pronto el día en que encuentre a su compañera —

Artemisa ensombreció su semblante. Ella había sido rechazada por quien debía de ser su compañero, y comprendía mejor que nadie el sentimiento de la fría soledad.

En la mansión Badra, Janus Aqmar miraba como la nieve caía. Todo el camino estaba cubierto, le había resultado imposible salir de los territorios de Marcus. Se preguntaba qué había pasado con aquella hermosa mujer de blancos cabellos. Hacia frío, quizás, demasiado para una joven loba vestida apenas con harapos. No lograba sacarla de su mente, quería verla, sentir de nuevo aquel aroma delicado y atrayente, averiguar quién era en realidad, pues su belleza tan encantadora como la de la luna, no podía ser casualidad.

—Alfa Janus, ¿Se siente incomodo teniendo que quedarse un poco más entre nosotros? Ha estado muy serio todo el rato solo mirando la nieve caer, le aseguro que hay cosas mucho más…divertidas, que hacer en estas tierras — decía Agatha Pines entrando en el salón de invitados e interrumpiendo los pensamientos de Janus.

Aquel aroma a excitación llegaba de golpe hasta él. Aquella mujer lo deseaba, sin embargo, esa morena había sido presentada ante la sociedad de Selene como la próxima Luna del joven Alfa Badra.

—Futura señora Badra, me halaga con su presencia, sin embargo, cualquiera podría considerar demasiado inapropiado que la futura Luna del señor de estas tierras, este visitando a otro Alfa sin la presencia de su señor — dijo Janus con seriedad y sin mirar a la mujer.

—No tiene nada de malo mi señor Aqmar, es usted un invitado y como la futura señora de estos territorios, es mi deber atenderlo apropiadamente, ¿Hay algo que desee señor? — cuestionó en tono sensual la morena.

Janus sonrió para si mismo, como si adivinara las malas intenciones que tenia aquella mujer.

—Si, señorita Pines, de hecho, hay algo que deseo — respondió.

—Dígame que es señor y me encargare de complacerlo con mucho gusto —

Girándose para mirar a la irrespetuosa mujer, Janus la miro con un deje de desprecio.

—Quiero que me diga si usted sabe ¿A donde pudo irse esa mujer de cabellos blancos como la nieve? Se me ha dicho que ha sido expulsada de estas tierras y se me negó la oportunidad de hablar con ella a pesar de que manifesté mi deseo de verla, así que, dígame señorita, ¿A dónde pudo ir Artemisa? Además, ¿Cuál es su apellido? — cuestiono Janus Aqmar.

Agatha sintió como la ira la invadía. ¿Por qué aquel Alfa candente y poderoso quería saber sobre aquella m*****a sirvienta? Aquello la hacia enfurecer.

—No tengo idea de a donde pudo ir esa mujer, se robo a mi caballo y se largó sabrá la Diosa Luna a donde, además, ella no tiene apellido, es solo una miserable huérfana que durante demasiado tiempo se aprovechó de nuestro señor Agnus, un hombre como usted no debería de mostrar interés en una huérfana — respondió la morena con clara molestia e indignación.

—Es una falta de respeto que la futura señora de este lugar le hable con tal falta de respeto al Alfa de otra manada —

La voz del Beta Bernet Aqmar, interrumpió aquella conversación. Había escuchado recientemente algunos rumores demasiado interesantes entre la servidumbre inconforme de los Badra.

—Y es de mala educación que un simple Beta falte respeto a la futura Luna de otro Alfa, ahora díganme, ¿Qué esta pasando aquí? — decía Marcus entrando en el salón de invitados.

Janus había vuelto su vista a la pesada nevada que caía fuera de los enormes y viejos ventanales del hogar ancestral de los Badra. Aquella conversación se había tornado demasiado molesta repentinamente.

En las tierras Aqmar, Artemisa sentía como el calor poco a poco regresaba a su cuerpo. Había disfrutado de un sabroso y calientito caldo, mientras escuchaba a los amables sirvientes de aquella mansión, hablar maravillas sobre el Alfa de aquellos territorios. Todos parecían tenerle un genuino cariño a aquel del que tanto hablaban. Mirando a la luna que se asomaba por la ventana de aquella habitación de sirvientes, se sentía afortunada de no estar más a la intemperie; su amado caballo Éragon tambien estaba a salvo, lo habían llevado a las caballerizas y había sido atendido con todo el cuidado.

Sus pensamientos repentinamente vagaban hacia aquel hermoso hombre de piel morena como la miel, y de ojos verdes salvajes como la madre selva. Sentía aún el calor de su agarre sobre su delgado brazo. ¿Quién era aquel hombre tan imponente? No lograba recordar como era que lo había llamado el infame de Marcus aquella noche en que la casualidad los hizo conocerse, sin embargo, pensando en el Alfa Aqmar tan amable que sus sirvientes amaban y respetaban tanto, deseaba que aquel moreno, si alguna vez llegaba a verlo, fuese tan amable como él.

Poco a poco, Artemisa se iba quedando dormida, siendo visitada en sueños por aquel extraño conocido que tenia olor a los arboles del bosque, sintiendo aquellos ojos verdes desnudándola una vez más.

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