Angustia.La luz de la luna se colaba entre las cortinas que eran azotadas por aquel terrible viento que se había desatado y que iluminaba débilmente el interior de aquella habitación que se hallaba en penumbras.Celos.Miraba a aquella hermosa joven cuya belleza emulaba a la de la luna plateada, completamente desnuda en los brazos de ese hombre cuya piel morena parecía haber sido besada por el sol, y cuyos ojos verdes de selva salvaje, lo miraba fijamente desde aquel rostro envuelto en aquella expresión soberbia que hacia que su sangre hirviera de odio y rencor.Dolor.Su pecho ardía, dolía terriblemente haciéndolo caer con violencia sobre el suelo, mientras escuchaba los gemidos entrecortados que delataban aquellas bajas pasiones de las que su Luna era presa bajo el cuerpo de otro.Despertando abruptamente, la mano pálida y temblorosa alcazaba la lampara que se hallaba en la mesita de noche, iluminando la habitación por completo mientras el albino se incorporaba débilmente aun sinti
—Búsquenla, no pudo haber ido muy lejos —Marcus sentía como la sangre le hervía de rabia. Agatha había escapado después de robarle todo cuanto pudo cargar. Aquella traición no iba a perdonársela.—Señor, recibimos informes de que Artemisa fue protegida por Belmont Fortier y ahora mismo e dirige hacia las tierras Dupont, a parecer, tambien Apollo Elara se encuentra tras ella, aunque desconocemos si ya sabe hacia donde es que se dirige — informaba Calder.Marcus golpeo con fuerza aquella mesa de manera logrando partirla en dos.—Maldita sea, todo se está complicando demasiado, Calder, ve que encuentren a esa perra de Agatha, y cuando lo hagan infórmame, ya vere que castigo le impondré yo mismo, saldré hacia las tierras Dupont con una cuadrilla de lobos, recuperare a Artemisa a cualquier costo — aseguró.Asintiendo, Calder miró con un deje de desprecio al alfa de su manada, sus malas decisiones los estaban llevando por en sendero de autodestrucción que no estaba seguro que pudieran supe
El viento helado de aquella noche, le calaba en lo profundo de los huesos, tal y como era cuando tenía que dormir en aquel húmedo y demasiado frío establo en medio de los caballos. Sus pasos eran lentos, tan lentos que sentía que aquel camino no terminaba jamás. La nieve le lastimaba los pies descalzos, y su cuerpo dolía tanto que sentía que en cualquier momento iba a desfallecer.Los lamentables y tristes aullidos de los lobos penetraban en sus oídos, causándole aquella terrible ansiedad que la estaba embargando. ¿En donde estaba? ¿Qué era aquel desolado paramo nevado?—¡Janus! ¿En dónde estás? —Artemisa llamaba desesperada a su lobo, al que ella había elegido para ser su compañero de vida…aquel del que ella deseaba enamorarse, y de nadie más.—¿A quien estás buscando mi niña? —Aquella mujer idéntica a ella, a miraba con un halo de profunda tristeza desde aquellos ojos celestes que parecían a punto de derramar lágrimas.—¿Quién eres tú? Cuestiono Artemisa en aquel desolado paramo n
El viento soplaba helado aquella fría mañana de noviembre. Las hojas habían caído completamente de los árboles y desde el suelo se alzaban todas en una peculiar danza invernal que hacía volar la imaginación de aquellos que permanecían atentos. El peculiar olor del invierno se hacia presente en aquellas castañas asadas al fuego que igualmente se remolineaba en un agitado baile que invitaba a la reflexión. Belmont Fortier miraba a Ceres Gultresa quien charlaba amenamente al otro lado de la fogata que habían hecho para entrar en calor y tener una amable convivencia antes de lo que sea que se avecinara, llegara irremediablemente ante ellos. Sus ojos azules se perdían en la sonrisa de aquella mujer de quien estaba eternamente enamorado, con la certeza de que sus radiantes sonrisas, eran todas dirigidas hacia Auguste Dupont, su esposo, su Alfa, su compañero. Ah, el destino había sido demasiado cruel; la había conocido e irremediablemente se había enamorado, o, mejor dicho, la había amado d
La luz del sol brillaba en lo alto, y todo parecía estar en aparente calma. Las lejanas tierras de los Dupont, siempre habían sido seguras en sus fronteras, manteniendo a sus dueños completamente a salvo en su interior. Sin embargo, en aquellos oscuros días, ya nadie podía estar a salvo.Marcus Badra miraba a las personas que iban en su trajín diario, dándose cuenta de que no únicamente había lobos en las tierras de August y Ceres Dupont, si no, tambien hábiles ex cazadores de sobrenaturales que vigilaban cada rincón de la enorme mansión que en su interior alojaba el preciado tesoro que el deseaba alcanzar para si mismo. Había sido un completo estúpido, nada más que un reverendo imbécil al no escuchar los deseos de su padre para tomar a Artemisa como su Luna. Aquella sangre que corría por las venas de esa hermosa loba albina, era la del linaje más puro y sagrado que existía; los únicos lobos que eran descendientes directos de dioses. Con un poder como ese en sus herederos, su manada s
Bajo la luz de la luna las sombras se disipan, revelando verdades ocultas y destinos inciertos.Bajo la luz de la luna, aquellos instintos salvajes despiertan, nublando la razón y durmiendo los sentidos.Bajo la luz de la luna, los jóvenes amantes se entregan a las fauces del amor por vez primera, entre respiraciones entrecortadas y gemidos ahogados.Bajo la luz de la luna, los lobos cantan sus aullidos, jurando su amor y lealtad eterna a Artemisa, su única diosa, y quien marca eternamente su destino.Hermosa piel pálida como el alabastro, cabellos largos y blanquecinos que asemejan a hilos de plata brillante. Un rostro tan bello como el de los ángeles, de unos preciosos ojos celestes como el azul del cielo que amaba ver cada mañana como un consuelo a sus muchos sufrimientos. La belleza de la luna plateada la había besado, otorgándole aquella hermosura que pocas criaturas podrían tener. Sus delicadas manos fregaban los platos, sintiendo el agua helada que le provocaba calosfríos.—Art
La luz de un nuevo día se colaba por las ventanas de aquel viejo establo. El trajín de los caballos había terminado de despertarla, y Artemisa abría sus ojos celestes que se notaban rojos por el cansancio. Era el momento de levantarse, había sobrevivido una noche más, pero debía comenzar con sus labores matutinas.Calzándose sus viejos zapatos se acomodó el único vestido que se le había permitido conservar y dirigió sus pasos hacia la vieja mansión Badra, sin embargo, el ambiente en el lugar parecía más lúgubre de lo normal. Los sirvientes parecían demasiado silenciosos, y los blancos manteles habían sido reemplazados por mantos negros. Una punzada en su corazón hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, aquello solo podría significar una cosa.—El viejo Alfa Agnus Badra a muerto —La voz de Marcus se escuchaba relajada, podría decirse que casi feliz, anunciando aquella tan desgarradora noticia. Artemisa, sintiendo mucho pesar, se había dejado caer sobre el suelo del gran comedor. Agn
La luna entre las nubes oscuras brillaba en lo alto, y su tenue luz bañaba ligeramente a la silueta de una joven albina que cabalgaba sobre su corcel tan blanco y tan puro como aquella que los iluminaba en aquella oscuridad. La larga cabellera que danzaba en el viento nocturno como hilos de plata, parecía volar apacible mientras los ojos celestes de la hermosa Artemisa miraban eficaces en la oscuridad a la que ya estaba acostumbrada.Se había desterrado a sí misma de las tierras de los Badra y aunque había sido arrojada al fango de manera humillante por aquel que hasta hacia pocas horas atrás había sido su infame prometido, no se sentía arrepentida de cabalgar sin rumbo alguno. A pesar de que su blanco y raído vestido estaba vilmente enlodado y el frio de aquella noche invernal comenzaba a calarle en los huesos, se sentía más libre que nunca; como si fuese una lechuza nocturna que volaba hacia cielos nuevos sin saber realmente que esperar.No había conocido otras tierras que aquellas