Bajo la luz de la Luna
Bajo la luz de la Luna
Por: J. I. López
Capítulo 1

Bajo la luz de la luna las sombras se disipan, revelando verdades ocultas y destinos inciertos.

Bajo la luz de la luna, aquellos instintos salvajes despiertan, nublando la razón y durmiendo los sentidos.

Bajo la luz de la luna, los jóvenes amantes se entregan a las fauces del amor por vez primera, entre respiraciones entrecortadas y gemidos ahogados.

Bajo la luz de la luna, los lobos cantan sus aullidos, jurando su amor y lealtad eterna a Artemisa, su única diosa, y quien marca eternamente su destino.

Hermosa piel pálida como el alabastro, cabellos largos y blanquecinos que asemejan a hilos de plata brillante. Un rostro tan bello como el de los ángeles, de unos preciosos ojos celestes como el azul del cielo que amaba ver cada mañana como un consuelo a sus muchos sufrimientos. La belleza de la luna plateada la había besado, otorgándole aquella hermosura que pocas criaturas podrían tener. Sus delicadas manos fregaban los platos, sintiendo el agua helada que le provocaba calosfríos.

—Artemisa, termina pronto con eso, esta noche tendremos invitados muy especiales y no quiero que te vean merodeando por allí, me daría vergüenza tener que admitir que vives en mi propiedad, así que termina y enciérrate en tu maldito agujero de una buena vez —

—Por supuesto, el Alfa Aqmar no querrá olisquear a una sucia huérfana que no tiene ni siquiera un apellido y que es tan pálida y fea como un polluelo recién salido del huevo, así que haznos un favor y enciérrate en tu cloaca —

Cerrando la llave, la joven albina de ojos celestes, miraba de soslayo a su cruel prometido junto a su amante, quien no desaprovechaba cualquier circunstancia para humillarla. Sin responder, se quitaba el desgastado mandil y en silencio caminaba hacia sus muy humildes aposentos que se hallaban cruzando los amplios jardines cuyos caminos se hallaban cubiertos de altos ébanos de gallarda belleza.

La nieve comenzaba a caer, y el frío pronto calaría en los huesos. Apresurando sus pasos, Artemisa se refugiaba en aquellos establos junto a los caballos, dejándose caer sobre su derruida y vieja cama y cubriéndose de sus pocas mantas para soportar la noche helada que se avecinaba.

¿Qué había hecho ella para merecer tan cruel trato de la persona que se suponía debía cuidar de ella?

La respuesta era mucho más sencilla de responder, más de lo que le gustaba admitirse.

Ella era huérfana.

Desde que tenía memoria había vivido en esa mansión, el padre de su prometido le había dado refugio después de encontrarla abandonada en el bosque. Aquel hombre siempre la había tratado con dulzura, prometiéndole ser la esposa de su único hijo y el actual Alfa de la manada, pero el haber crecido junto a Marcus Badra no fue lo mejor, nunca había recibido nada más que no fueran malos tratos de parte de este por ser solo una chica sin padres o un apellido bajo el cual resguardarse. Ella solo era Artemisa, y llevar el nombre de la diosa de la luna, tan solo le había traído más desprecios y humillaciones, ya que, al ser la hija de nadie, no merecía llevar tal nombre.

Marcus la despreciaba, y ahora que su padre había caído tan gravemente enfermo, ya no había nadie que la defendiera de su crueldad. Sabía que solo era cuestión de tiempo, pues desde que el viejo lobo Agnus Badra había enfermado, ella había sido arrojada fuera de la mansión con la orden de dormir en los establos, esto, por supuesto, fue ordenado por Marcus, quien decía no soportar el hedor de una miserable huérfana cerca de él. Por si eso no fuera poco, tambien había sido forzada a ser la sirvienta personal de Agatha Pines, la loba amante de su cruel prometido, quien no paraba de humillarla y forzarla a hacer toda clase de trabajos denigrantes.

El frio comenzaba a arreciar, y aun con aquel par de mantas encima, este no era suficiente para cubrirse bien ante el cruel tiempo. Se sentía miserable, tanto que no sabía cómo era que seguía con vida, cuando todo lo que realmente deseaba, era tan solo morir.

Quizás, era por su carácter necio, quizás, era porque no quería darle el gusto a Marcus y a Agatha de verla vencida. Pero decidida a salir de su miseria, salía de la desvencijada cama para ir a las cocinas y buscar algo de alimento y más mantas para calentarse. No iba a dejarse morir esa noche por más que su cansancio le decía que eso era lo único que deseaba, ni esa, ni ninguna otra.

Como si fuera una ladrona, la mujer de blancos cabellos, se escabullía dentro de la vieja mansión. Todos estaban en su propio mundo, arreglando pactos, alianzas o sabría la Diosa Luna que cosas. Aquella era una reunión importante con el actual líder de una de las manadas más temidas, Marcus no tendría tiempo de ver lo que ella estaba haciendo.

Como un ratoncito acalambrado por el frio, Artemisa entraba en calor dentro de las cocinas, y los demás sirvientes tan solo negaban en silencio al verla en tan lamentable situación. Tomando exactamente lo que necesitaba, la joven loba de apenas diecinueve años, salía a toda prisa para regresar a su refugio, al menos allí, nadie la humillaba, y los caballos eran por mucho una muy grata compañía en comparación con la de Marcus.

Corriendo de regreso hacia el establo, sus pasos sin embargo se habían detenido al sentir el brillo de la luna llena sobre ella. Sus ojos celestes se habían llenado de lágrimas, y su corazón, herido por la amargura de aquella vida tan dura que tenía que soportar, la habían hecho llorar en el acto.

—Mi Diosa Luna…tú que guías a todos tus hijos, te ruego que me ayudes a soportar esta situación…sálvame de este destino tan cruel, ayúdame a encontrar el lugar al que verdaderamente pertenezco —

Pasos se escuchaban repentinamente tras de ella, y al girarse, con gran asombro podía ver a aquel hombre de aura misteriosa que la miraba con tanta curiosidad que la hizo estremecer. Sus cabellos eran negros como el ébano, sus ojos eran verdes como el color de los árboles en plena primavera. Sus cejas eran gruesas, haciendo que aquella expresión ceñuda lo hiciera ver tan hermoso como nadie más. Su piel morena parecía haber sido besada por el sol, y su presencia temible la habían hecho sentirse demasiado pequeña.

—Y tú, ¿Quién eres? No te he visto en la celebración, pero tu aroma me ha guiado hasta aquí —

Aquel hombre había dado tres pasos hacia ella, haciéndola retroceder de manera involuntaria. Tomándola de la mano con fuerza, el hombre la miro fijamente sin perder detalle de la belleza de aquel rostro temeroso de poderosos ojos celestes tan similares al cielo de cada mañana. Su piel era pálida como la nieve que caía a su alrededor quedando atrapada en sus cabellos de hilos de plata. Aquella mujer llevaba a la belleza misma de luna sobre ella y ese aroma tan delicado naciendo de ella, que emulaba a los lirios de rio y la suave lavanda de los prados en los que solía jugar en su más tierna infancia, despertaba instintos en el que creía eternamente dormidos.

—Responde, ¿Quién eres tú? —

La joven albina tembló un poco ante aquella voz cavernosa.

—¡Artemisa! ¿Qué demonios haces fuera? —

El grito de Marcus había interrumpido aquel ambiente, y la joven loba de cabellos de plata, tomaba sus cosas para salir corriendo una vez que el agarre de aquel moreno había terminado.

—Oh pero que vergüenza, lamentamos mucho si esa sucia sirvienta lo ha molestado señor Aqmar, volvamos a la fiesta, todos están esperando a que usted y mi Marcus declaren su tratado de paz — decía Agatha con voz empalagosa, mirando furiosa como la albina se perdía poco a poco en la obscuridad.

—¿Quién es esa mujer? Es muy hermosa… — decía el Alfa moreno mirando a la mujer perderse entre la noche.

Agatha y Marcus se sintieron ofendidos por aquel comentario, y dando un paso hacia el Aqmar, vieron a un hombre moreno y visiblemente más joven que se atravesaba entre su amo y ellos.

—Mi señor desea conocer a la mujer, ¿Podrían traerla ante él? — decía el lobo más joven.

Acalorado y ofendido por el repentino interés del Aqmar en su aún prometida, Marcus miro con desprecio al muchacho.

—Entonces, Beta, temo que tendré que decepcionarlos, ella es solo una sirvienta, y debemos regresar rápido a la celebración, nuestros invitados esperan — respondió.

El Aqmar asintió, pero sin dejar de ver en la dirección por la que aquella muchacha se había marchado, se grabo en la memoria aquel hermoso rostro…y aquel hermoso nombre.

—Artemisa…

El Alfa Aqmar saboreaba aquel nombre, tan acorde a la hermosa loba cuya belleza era un homenaje a la Luna plateada. Regresando a la celebración, estaba decidido a saber más sobre ella, aquella mujer y su delicado aroma, lo habían dejado intrigado. Cautivado.

Artemisa sentía su corazón latiendo a mil por hora. ¿Qué había sido aquello? La luna llena brillaba en lo alto y su luz bañaba a la joven loba por la ventana de aquel establo. La rueda del destino, comenzaba a girar.

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