Capítulo 3

La luna entre las nubes oscuras brillaba en lo alto, y su tenue luz bañaba ligeramente a la silueta de una joven albina que cabalgaba sobre su corcel tan blanco y tan puro como aquella que los iluminaba en aquella oscuridad. La larga cabellera que danzaba en el viento nocturno como hilos de plata, parecía volar apacible mientras los ojos celestes de la hermosa Artemisa miraban eficaces en la oscuridad a la que ya estaba acostumbrada.

Se había desterrado a sí misma de las tierras de los Badra y aunque había sido arrojada al fango de manera humillante por aquel que hasta hacia pocas horas atrás había sido su infame prometido, no se sentía arrepentida de cabalgar sin rumbo alguno. A pesar de que su blanco y raído vestido estaba vilmente enlodado y el frio de aquella noche invernal comenzaba a calarle en los huesos, se sentía más libre que nunca; como si fuese una lechuza nocturna que volaba hacia cielos nuevos sin saber realmente que esperar.

No había conocido otras tierras que aquellas de las que acababa de exiliarse. Sus primeras memorias eran las de aquel anciano lobo que la acogió con amor, y las de ese miserable de Marcus que apenas y tuvo memoria, la humillo sin piedad tan solo por haber nacido huérfana.

¿Quiénes eran sus padres? ¿Ella tenía un apellido? Se preguntaba aquello una y otra vez mientras cabalgaba sobre lo único que tenía en el mundo, su amado Éragon. Las frías lagrimas se unían a la nieve que caía mientras se escapaban de sus ojos celestes que eran capaces de ver todo lo que se ocultaba en la oscuridad. Ella no tenía a nadie más que a su dulce corcel. No había un sitio al cual acudir, sin embargo, era la primera vez que se sentía dichosa. 

Poco a poco, un pueblo comenzaba a divisarse al tiempo que el radiante sol comenzaba a iluminar tenuemente el oriente. Había cabalgado toda la noche sin detenerse, temiendo que Marcus la persiguiera para arrebatarte a lo único que tenía en el mundo, Éragon. Bajando del caballo, caminaba exhausta junto a él entrando al pueblo que aun parecía dormir plácidamente. En Francia aún quedaban muchos poblados como aquellos, casi todos pertenecientes a manadas de lobos que buscaban apartarse un poco de las grandes ciudades humanas llenas de luces y ruido.

No tenía idea de quien eran aquellas tierras que la recibían en silencio; tan solo observaba como las pocas personas que había en la calle, la miraban con cierta extrañeza. Mirándose, entendía que era lógico que estuviese llamando tanto la atención; no era común ver a aun albino sucio caminando junto a un caballo tambien albino. Muchas de aquellas personas sacaban sus celulares para tomar alguna fotografía, y sintiéndose avergonzada, Artemisa subía de nuevo a Éragon para cabalgar tambien lejos de allí.

Estaba exhausta, agotada por su emprendida huida del cruel Badra que se había quedado atrás. Encontrando una vieja choza que parecía abandonada a las afueras del pueblo, se oculto junto a su caballo allí para descansar un poco, aunque aquello no resolvía el hambre que comenzaba a sentir.

Cerrando sus ojos, Artemisa esperaba quedarse dormida y que, al despertar, una nueva vida se mostrara ante ella.

—Diosa Luna…vela mi sueño, ayúdame a encontrar a donde pertenezco — rogó antes de caer en un profundo sueño.

En la mansión Badra, los funerales del amado ex Alfa, Agnus, se llevaban solemnes.

Marcus observaba al Alfa Aqmar, quien aún no había salido de sus tierras para mostrar respeto por el difunto Alfa. Aquel hombre era temible; su manada, Aqmar, solo estaba por debajo del clan legendario que se mantenía en las sombras gobernándolos a todos. Odiaba a ese hombre, pero le era mucho más conveniente mantenerlo en aquella alianza recién formada si es que un día planeaba derrocar a los Elara. Acercándose a él junto a su prometida Agatha, fingió sentirse devastado por la muerte de su padre.

—Es un honor que nos acompañe en este tan doloroso momento Alfa Aqmar, mi padre tenía un profundo respeto por su familia —

El alfa de cabellos negros miró de soslayo al Badra que ahora lideraba a su clan. De su brazo colgaba aquella llorosa mujer morena, pero el aroma de sus lágrimas era desagradable y poco sincero. Resultaba obvio que, en realidad, Marcus Badra había estado esperando la muerte de su padre durante demasiado tiempo, aunque aquello, no era de su incumbencia.

—Su padre tuvo una larga vida, más de seiscientos años, es sorprendente — dijo sin emoción el Alfa Aqmar.

—Seiscientos noventa y ocho, para ser exactos mi apreciable Janus, realmente mi padre tuvo una vida longeva — respondió Marcus.

Restando importancia a aquella superficial conversación, el Alfa de piel morena buscaba con la mirada a la hermosa mujer albina que había visto un par de noches atrás, sin embargo, esta no parecía estar por ningún lado, y el rastro de su aroma se iba desvaneciendo poco a poco.

—Dígame, Marcus, ¿En dónde se encuentra esa joven albina llamada Artemisa? He deseado charlar con ella, pero me ha resultado imposible encontrarla — cuestiono Janus con interés.

Marcus sintió aquella pregunta como un golpe en los bajos. ¿Por qué el Alfa Aqmar preguntaba tan libremente por su ex prometida? Agatha, de inmediato frunció el entrecejo marcando una mueca de claro disgusto, el mismo cuestionamiento de su ahora prometido rondaba su mente.

—No debería preguntar por una simple sirvienta que fue exiliada por ladrona, frente a los restos de nuestro amado Agnus, señor Aqmar, eso es descortés — dijo con indignación Agatha.

Janus alzo una ceja ante aquel comentario tan cargado de ira y celos que había soltado aquella mujer.

—Una ladrona, ¿Dice? —

—Así es Alfa Aqmar, Misa robo uno de mis caballos pura sangre justo ayer y huyo con rumbo desconocido después de ser exiliada por haber robado bienes de mis cocinas, no debe preocuparse por ella, no la volverá a ver — respondió Marcus severamente molesto por el repentino interés de aquel Alfa por su ex prometida.

—Ya veo, era realmente bella, parecía haber sido besada por la Diosa Luna, me hubiera gustado conocerla mejor — dijo Janus sin mirar a nadie, sabiendo bien que la pareja irradiaba un odio atroz hacia aquella hermosa joven loba que lo había cautivado.

Agatha, sin poder contener los celos, se apartó de los dos lobos para que su furia no fuese notada por el Alfa Aqmar. Aquello era indignante. Marcus, miraba a su futura Luna partir furiosa, y esforzándose por ocultar su propia ira, sonrió hipócritamente al Aqmar.

—Y dígame Janus, ¿Ha escogido ya a quien será su Luna? Se habla mucho de usted y de que no ha deseado tomar a ninguna hembra de su manada como compañera, la Luna de plata será el año próximo, y los Alfas debemos de emparejarnos para entonces. Yo, ya he escogido a mi Agatha como mi eterna, y sé que nuestra unión fortalecerá a mi manada, debería de hacer lo mismo usted — dijo Marcus intentando cambiar la conversación.

Janus miro con desinterés a Marcus.

—Estoy seguro, de que ya le he encontrado —aseguro el moreno de ojos verdes, recordando el encantador rostro de aquella albina quien había escuchado, era la prometida real del Badra.

—Bien Janus, brindemos por ello, acompáñeme con una copa antes de marcharse, esperare ansiosamente el momento en que presente a su futura Luna — respondió Marcus cerrando aquella incomoda conversación.

La noche había caído nuevamente y Artemisa despertaba de su apacible sueño al sentir de nuevo el cruel frío. La fogata improvisada que había encendido en la vieja chimenea se había apagado, y levantándose del suelo se abrazó a sí misma sintiendo el hambre calar hondo en su estómago. Saliendo de la vieja propiedad abandonada, monto de nuevo en Éragon para cabalgar sin rumbo durante varias horas en busca de comida.

Finalmente, avistaba una enorme propiedad que parecía estar rodeada de altos muros en cuya entrada había luz y personas. Hambrienta y con el frio golpeando sin piedad su debilitado cuerpo, Artemisa llegaba ante aquellas personas quienes la vieron tan mortalmente pálida y helada que parecía estar abrazando la paz de la muerte.

—Rápido, llévenla dentro, tenemos que calentar a esta muchacha, es increíble que haya soportado la helada con apenas ese raído vestido cubriéndole el cuerpo —

Una voz masculina decía aquello, y antes de perder el conocimiento, ella miro el nombre que se hallaba escrito a la entrada de aquellos desconocidos territorios.

“Aqmar”

—Tuviste suerte muchacha, por poco y no la cuentas. Bienvenida a los territorios del Alfa Aqmar, estoy segura de que nuestro señor te recibirá con los brazos abiertos —

Y escuchando aquello último, Artemisa caía de nuevo en un profundo sueño.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo