La luna entre las nubes oscuras brillaba en lo alto, y su tenue luz bañaba ligeramente a la silueta de una joven albina que cabalgaba sobre su corcel tan blanco y tan puro como aquella que los iluminaba en aquella oscuridad. La larga cabellera que danzaba en el viento nocturno como hilos de plata, parecía volar apacible mientras los ojos celestes de la hermosa Artemisa miraban eficaces en la oscuridad a la que ya estaba acostumbrada.
Se había desterrado a sí misma de las tierras de los Badra y aunque había sido arrojada al fango de manera humillante por aquel que hasta hacia pocas horas atrás había sido su infame prometido, no se sentía arrepentida de cabalgar sin rumbo alguno. A pesar de que su blanco y raído vestido estaba vilmente enlodado y el frio de aquella noche invernal comenzaba a calarle en los huesos, se sentía más libre que nunca; como si fuese una lechuza nocturna que volaba hacia cielos nuevos sin saber realmente que esperar.
No había conocido otras tierras que aquellas de las que acababa de exiliarse. Sus primeras memorias eran las de aquel anciano lobo que la acogió con amor, y las de ese miserable de Marcus que apenas y tuvo memoria, la humillo sin piedad tan solo por haber nacido huérfana.
¿Quiénes eran sus padres? ¿Ella tenía un apellido? Se preguntaba aquello una y otra vez mientras cabalgaba sobre lo único que tenía en el mundo, su amado Éragon. Las frías lagrimas se unían a la nieve que caía mientras se escapaban de sus ojos celestes que eran capaces de ver todo lo que se ocultaba en la oscuridad. Ella no tenía a nadie más que a su dulce corcel. No había un sitio al cual acudir, sin embargo, era la primera vez que se sentía dichosa.
Poco a poco, un pueblo comenzaba a divisarse al tiempo que el radiante sol comenzaba a iluminar tenuemente el oriente. Había cabalgado toda la noche sin detenerse, temiendo que Marcus la persiguiera para arrebatarte a lo único que tenía en el mundo, Éragon. Bajando del caballo, caminaba exhausta junto a él entrando al pueblo que aun parecía dormir plácidamente. En Francia aún quedaban muchos poblados como aquellos, casi todos pertenecientes a manadas de lobos que buscaban apartarse un poco de las grandes ciudades humanas llenas de luces y ruido.
No tenía idea de quien eran aquellas tierras que la recibían en silencio; tan solo observaba como las pocas personas que había en la calle, la miraban con cierta extrañeza. Mirándose, entendía que era lógico que estuviese llamando tanto la atención; no era común ver a aun albino sucio caminando junto a un caballo tambien albino. Muchas de aquellas personas sacaban sus celulares para tomar alguna fotografía, y sintiéndose avergonzada, Artemisa subía de nuevo a Éragon para cabalgar tambien lejos de allí.
Estaba exhausta, agotada por su emprendida huida del cruel Badra que se había quedado atrás. Encontrando una vieja choza que parecía abandonada a las afueras del pueblo, se oculto junto a su caballo allí para descansar un poco, aunque aquello no resolvía el hambre que comenzaba a sentir.
Cerrando sus ojos, Artemisa esperaba quedarse dormida y que, al despertar, una nueva vida se mostrara ante ella.
—Diosa Luna…vela mi sueño, ayúdame a encontrar a donde pertenezco — rogó antes de caer en un profundo sueño.
En la mansión Badra, los funerales del amado ex Alfa, Agnus, se llevaban solemnes.
Marcus observaba al Alfa Aqmar, quien aún no había salido de sus tierras para mostrar respeto por el difunto Alfa. Aquel hombre era temible; su manada, Aqmar, solo estaba por debajo del clan legendario que se mantenía en las sombras gobernándolos a todos. Odiaba a ese hombre, pero le era mucho más conveniente mantenerlo en aquella alianza recién formada si es que un día planeaba derrocar a los Elara. Acercándose a él junto a su prometida Agatha, fingió sentirse devastado por la muerte de su padre.
—Es un honor que nos acompañe en este tan doloroso momento Alfa Aqmar, mi padre tenía un profundo respeto por su familia —
El alfa de cabellos negros miró de soslayo al Badra que ahora lideraba a su clan. De su brazo colgaba aquella llorosa mujer morena, pero el aroma de sus lágrimas era desagradable y poco sincero. Resultaba obvio que, en realidad, Marcus Badra había estado esperando la muerte de su padre durante demasiado tiempo, aunque aquello, no era de su incumbencia.
—Su padre tuvo una larga vida, más de seiscientos años, es sorprendente — dijo sin emoción el Alfa Aqmar.
—Seiscientos noventa y ocho, para ser exactos mi apreciable Janus, realmente mi padre tuvo una vida longeva — respondió Marcus.
Restando importancia a aquella superficial conversación, el Alfa de piel morena buscaba con la mirada a la hermosa mujer albina que había visto un par de noches atrás, sin embargo, esta no parecía estar por ningún lado, y el rastro de su aroma se iba desvaneciendo poco a poco.
—Dígame, Marcus, ¿En dónde se encuentra esa joven albina llamada Artemisa? He deseado charlar con ella, pero me ha resultado imposible encontrarla — cuestiono Janus con interés.
Marcus sintió aquella pregunta como un golpe en los bajos. ¿Por qué el Alfa Aqmar preguntaba tan libremente por su ex prometida? Agatha, de inmediato frunció el entrecejo marcando una mueca de claro disgusto, el mismo cuestionamiento de su ahora prometido rondaba su mente.
—No debería preguntar por una simple sirvienta que fue exiliada por ladrona, frente a los restos de nuestro amado Agnus, señor Aqmar, eso es descortés — dijo con indignación Agatha.
Janus alzo una ceja ante aquel comentario tan cargado de ira y celos que había soltado aquella mujer.
—Una ladrona, ¿Dice? —
—Así es Alfa Aqmar, Misa robo uno de mis caballos pura sangre justo ayer y huyo con rumbo desconocido después de ser exiliada por haber robado bienes de mis cocinas, no debe preocuparse por ella, no la volverá a ver — respondió Marcus severamente molesto por el repentino interés de aquel Alfa por su ex prometida.
—Ya veo, era realmente bella, parecía haber sido besada por la Diosa Luna, me hubiera gustado conocerla mejor — dijo Janus sin mirar a nadie, sabiendo bien que la pareja irradiaba un odio atroz hacia aquella hermosa joven loba que lo había cautivado.
Agatha, sin poder contener los celos, se apartó de los dos lobos para que su furia no fuese notada por el Alfa Aqmar. Aquello era indignante. Marcus, miraba a su futura Luna partir furiosa, y esforzándose por ocultar su propia ira, sonrió hipócritamente al Aqmar.
—Y dígame Janus, ¿Ha escogido ya a quien será su Luna? Se habla mucho de usted y de que no ha deseado tomar a ninguna hembra de su manada como compañera, la Luna de plata será el año próximo, y los Alfas debemos de emparejarnos para entonces. Yo, ya he escogido a mi Agatha como mi eterna, y sé que nuestra unión fortalecerá a mi manada, debería de hacer lo mismo usted — dijo Marcus intentando cambiar la conversación.
Janus miro con desinterés a Marcus.
—Estoy seguro, de que ya le he encontrado —aseguro el moreno de ojos verdes, recordando el encantador rostro de aquella albina quien había escuchado, era la prometida real del Badra.
—Bien Janus, brindemos por ello, acompáñeme con una copa antes de marcharse, esperare ansiosamente el momento en que presente a su futura Luna — respondió Marcus cerrando aquella incomoda conversación.
La noche había caído nuevamente y Artemisa despertaba de su apacible sueño al sentir de nuevo el cruel frío. La fogata improvisada que había encendido en la vieja chimenea se había apagado, y levantándose del suelo se abrazó a sí misma sintiendo el hambre calar hondo en su estómago. Saliendo de la vieja propiedad abandonada, monto de nuevo en Éragon para cabalgar sin rumbo durante varias horas en busca de comida.
Finalmente, avistaba una enorme propiedad que parecía estar rodeada de altos muros en cuya entrada había luz y personas. Hambrienta y con el frio golpeando sin piedad su debilitado cuerpo, Artemisa llegaba ante aquellas personas quienes la vieron tan mortalmente pálida y helada que parecía estar abrazando la paz de la muerte.
—Rápido, llévenla dentro, tenemos que calentar a esta muchacha, es increíble que haya soportado la helada con apenas ese raído vestido cubriéndole el cuerpo —
Una voz masculina decía aquello, y antes de perder el conocimiento, ella miro el nombre que se hallaba escrito a la entrada de aquellos desconocidos territorios.
“Aqmar”
—Tuviste suerte muchacha, por poco y no la cuentas. Bienvenida a los territorios del Alfa Aqmar, estoy segura de que nuestro señor te recibirá con los brazos abiertos —
Y escuchando aquello último, Artemisa caía de nuevo en un profundo sueño.
El olor a comida la despertaba esa mañana, era un calientito caldo de pollo, estaba segura pues reconocería aquel aroma en cualquier lugar. Su cuerpo no se sentía helado, por el contrario, se sentía cálidamente cómoda en aquella cama desconocida que estaba tan suave como parecían las nubes. La luz del sol se colaba por una gran ventana de cortinas blancas, y poniéndose de pie, lograba apreciar que estaba en una habitación desde la que se veía fácilmente una enorme cocina en la que varias personas parecían ir de aquí hacia allá.Sintiéndose limpia, Artemisa se miró y noto que ya no llevaba puesto aquel vestido viejo y sucio que había estado usando; ahora llevaba una cómoda y suave bata blanca que casi lograba confundirse con el color de su pálida piel.—Ah, muchacha, gracias a la Diosa Luna que has despertado, anoche realmente creímos que la Diosa Muerte te llevaría en sus brazos, llegaste mucho más pálida de lo que se ve que eres, helada como un cubo de hielo y tan débil como un pajar
Regocijo. Aquel sentimiento de extraña calidez y calma, era lo que Artemisa estaba sintiendo por primera vez en toda su vida. El sol ya se colaba por las ventanas de aquella enorme habitación para empleados, y escuchaba a las amables personas que la habían ayudado, bromeando y charlando en la cocina con tal confianza que no parecían ser solo la servidumbre, eran como una familia.La nieve había dejado de caer, aunque fuera seguía haciendo demasiado frío, sin embargo, ella no estaba temblando; dentro de aquella mansión, solo sentía calidez. Estaba acostumbrada a sentir el frio que se colaba por cada rendija en los establos, estaba acostumbrada a ser ignorada por la servidumbre de la mansión Badra y a recibir los desprecios de aquel hombre al que la habían destinado para casarse. Se había puesto aquel sencillo vestido en tono gris junto a un delantal blanco que le habían asignado para ayudar con “tareas sencillas” en la cocina, y por primera vez en demasiado tiempo comenzaba a sentirse
—A-Artemisa —Aquella voz era delicada, melodiosa y dulce, como la de una niña asustada. Aquellos ojos celestes lo miraban con una mezcla de asombro y de curiosidad, sin embargo, no había miedo en ellos.Janus miraba a aquella hermosa mujer que no había logrado sacar de sus pensamientos por aquellos días. ¿Cómo era que la dama exiliada de las tierras Badra había llegado a las suyas?En las tierras Badra, Marcus miraba a su futura Luna desnuda en su cama mientras dormía. Sin embargo, sus pensamientos viajaban hacia Artemisa, aquella despreciable mujer con la que casi era forzado a casarse. ¿Por qué el Alfa Janus estaba tan interesado en ella? Misa era solo una huérfana, sin embargo, y aunque aquello se le había dicho a su cuestionable aliado, el parecía incluso más intrigado.Levantándose, caminó hacia sus ventanales para mirar la nieve que caía con lentitud. ¿A dónde había huido esa maldita mujer que lo desprecio? Necesitaba encontrarla antes que lo hiciera Janus. Artemisa había sido
—La chica parece tener un cuadro de desnutrición, tambien, tiene varias llagas levemente infectadas en algunas partes de su cuerpo que debió provocar el frío, no son recientes, puedo decir que la infección de las heridas fueron por la exposición a las heces de algún animal, es increíble que no haya desarrollado alguna sepsis, además, sufre de una fuerte neumonía, tiene suerte de estar viva, ya le aplique antibióticos y le he indicado a Azafrán los medicamentos que deberá estar tomando hasta que se recupere, cualquier cosa llámeme mi señor, vendré a verla mañana para verificar que tanto efecto hicieron los antibióticos —Janus escuchaba el diagnostico del médico con seriedad, preguntándose a cada instante que crimen había cometido Artemisa para merecer tal tortura de parte de los Badra. Mirando como el médico hablaba con su nana, se acercaba a la hermosa albina para mirarla. Su respiración era mucho más tranquila y apacible de lo que había sido durante la noche; apenas y había dormido
La luz de la luna llena iluminaba aquellos protegidos campos violetas dejando sentir aquel aroma a lavanda que extasiaba los mas profundos sentidos. Aquella madre que brillaba en lo alto, hacia resplandecer todo lo que iluminaba, logrando que los sueños mas profundos salieran del corazón. Los hombres lobo eran leyenda, una que los humanos solo veían como las fantasías que un demente había imaginado hacia ya demasiado tiempo, sin embargo, todo era real, tan real como era el viento gélido de aquella noche.El vaivén de la nieve que danzaba fuera de los ventanales, dejaba que los copos que se colaban por ellos reflejaran el brillo anaranjado de la chimenea antes de desvanecerse, el amor era tal cual eran esos frágiles copos, intenso y helado, que fácilmente se desvanecía ante el calor de una pasión para luego desaparecer por completo, por esa razón no creía en ello.—Señor, las tierras de los Aqmar están limpias, y no hay mas que un leve rastro en las tierras de los Badra, sin embargo, s
Aquella mañana de cielos despejados, presagiaba un día lleno de actividades en la propiedad de los Aqmar. El trajín de los sirvientes junto a su vaivén incansable, animaba el ambiente aún a pesar del frío que asolaba a la región.Aquello se sentía casi como una fiesta. El señor de aquellas tierras había finalmente encontrado a la loba destinada a ser su única Luna, y aquel evento, tan esperado durante demasiado tiempo, alegraba a los corazones de toda la manada quienes incluso ya comentaban sobre la hermosa descendencia que llegaría prontamente a llenar de calidez aquellos desolados e inhóspitos valles, imaginando tambien lo hermosos que serian los nuevos niños, pues la belleza morena de su señor con aquella albina que se asemejaba a la luna, traerían sin duda alguna vástagos realmente bellos.Artemisa sentía sus entrañas arder de emoción, pero no aquella que transforma los jugos gástricos en mariposas, más bien, estaba sumamente nerviosa y ansiosa, pues en realidad, nadie le había pr
El clamor de una bestia gimiendo a la luna llena, por aquella anhelada compañera destinada a pasar la eternidad a su lado. Aullidos extendidos, bajas pasiones desbordadas, y el deseo reprimido por aquella hembra a la que aún no podía tocar.En la sala de cine, todas las chicas deseaban tener a aquel hombre lobo como el enamorado anhelado que las llevaría a aquel clímax soñado en medio de agitados gemidos y voces entrecortadas. Un apasionado y perfecto amante que daría todo por ellas, de piel morena y cabello cobrizo, que decía frases absurdas en momentos perfectamente cursis. Janus Aqmar se sentía asqueado por ello.—Esto es patético, no somos así, no necesito romper mi camisa sin un propósito para que un montón de adolescentes suelten sus aromas por mí, ¿En que pensaban cuando hicieron estas películas? — cuestionaba el moreno a su fiel Beta quien tenia una risa ahogada desde que habían salido de aquella sala de cine a mitad de la película.—Bueno señor, los humanos no suelen comprend
Amor. Aquel poderoso sentimiento capaz de hacer al alma tocar el cielo más celeste o besar el calor del infierno más cruel. Aquel sentimiento capaz de generar la paz, o provocar las peores guerras que haya visto la humanidad. Un sentimiento sublime, el más hermoso y el más tormentoso, desatador de tormentas y de calmas, de dicha y de dolor, y aquello que únicamente los seres humanos son capaces de sentir y narrar como el acto más puro que pueda existir en la historia de su existencia. Todos desean de alguna manera alcanzarlo, sentirlo, poseerlo... Sin embargo, para los lobos no había algo como tal, pues solo el más puro instinto regia sus longevas vidas. No había amor, no había romanticismo, todo aquello no eran más que tonterías inventadas por los simples seres humanos, que en su breve estancia caminando sobre el mundo, buscaban darle un sentido a cada pequeña cosa que atravesaban, y le atribuían un sentimiento al mero deseo de aparearse y procrear a su progenie. El instinto del