Amor. Aquel poderoso sentimiento capaz de hacer al alma tocar el cielo más celeste o besar el calor del infierno más cruel. Aquel sentimiento capaz de generar la paz, o provocar las peores guerras que haya visto la humanidad. Un sentimiento sublime, el más hermoso y el más tormentoso, desatador de tormentas y de calmas, de dicha y de dolor, y aquello que únicamente los seres humanos son capaces de sentir y narrar como el acto más puro que pueda existir en la historia de su existencia. Todos desean de alguna manera alcanzarlo, sentirlo, poseerlo... Sin embargo, para los lobos no había algo como tal, pues solo el más puro instinto regia sus longevas vidas. No había amor, no había romanticismo, todo aquello no eran más que tonterías inventadas por los simples seres humanos, que en su breve estancia caminando sobre el mundo, buscaban darle un sentido a cada pequeña cosa que atravesaban, y le atribuían un sentimiento al mero deseo de aparearse y procrear a su progenie. El instinto del
— Buenos días señorita, ¿Desea que tome su orden? —Artemisa miraba hacia la nada, perdida en sus pensamientos. El hambre le comenzaba a calar en el estómago, pues no había comido más que las frutas que había tomado de las cocinas en la propiedad Aqmar.— ¿Señorita? —Volviendo su mirada celeste, la albina se levantaba de la mesita en la que se había sentado a descansar. Nuevamente la echarían del lugar, pues no tenía dinero para pagar por nada. En realidad, aquella era la primera vez que estaba tan cerca de los humanos, y de mala manera había aprendido ya que su mundo era muy diferente al de los lobos.— No, ya me iba — se excusó y caminaba de vuelta hacía Éragon.Las miradas se acumulaban sobre ella una vez más, y sin duda aquello la incomodaba. A nadie había visto pasear sobre un caballo, y las ropas que usaban eran muy diferentes a las que ella llevaba puestas. Además, la fotografiaban constantemente, y agradecía enormemente el saber lo que eran los celulares; Marcus estaba fascin
Un museo.Aquel elegante sitio al que Belmont Fortier la había llevado, era un museo cuyas obras de arte eran admiradas por los parisinos con el mayor de los respetos.—Está será tu habitación, alguna vez estuvo destinada para una mujer hermosa y muy especial, pero ella finalmente se fue a navegar en otras tierras, espero que la disfrutes, pues fue hecha de manera única — dijo con un deje de tristeza Belmont.Éragon había sido llevado a una de las bodegas de aquel hermoso sitio, que había sido adecuado especialmente para él. Quizás, aquel solitario y viejo Alfa, quería algo de compañía, pues de más estaba dicho que extrañaba a esa mujer de la que se había enamorado, pero que no le había correspondido.Artemisa, sin embargo, sentía remordimiento por haber dejado atrás al hermoso Alfa Aqmar, quien le había pedido ser su luna a pesar de ella no ser nadie. ¿Si hubiera aceptado sin buscar su pasado que habría pasado? ¿Había tomado la decisión correcta al marcharse? Esperaba que así fuera,
—Tienes que aprender a controlarte hijo, no te lanzas a atacar a otro hombre en su hogar sin haberle aceptado una taza de té primero —Belmont mantenía sometido a Janus en el suelo, que inmóvil le lanzaba miradas que parecían destilar fuego.—Ella es mi Luna, no tocas a la Luna de otro hombre amigo —Belmont sonrió mirando a aquellos fieros ojos verdes que no se inmutaban ante el a pesar de ser un Alfa más viejo. Artemisa rogaba que aquella pelea terminara, mientras el Beta Bernet intentaba calmarla. Levantándose del suelo, el viejo Alfa ofrecía su mano a aquel mucho más joven que él, admirando el coraje que había tenido a tan repentinamente enfrentarlo en su propio territorio.—Eres un joven valiente y atrevido, aunque muy estúpido, ven, tomemos un té, te aseguro muchacho, que no tengo ese tipo de intenciones con una jovencita que podría ser mi hija —Tomando la mano de aquel viejo Alfa, Janus miró los hermosos ojos celestes y llorosos de Artemisa. Acercándose a ella, sin pensarlo do
“Ven a mí, búscame, siénteme…sabes que me deseas, que solo a mí me perteneces”En aquella espesa bruma, Artemisa escuchaba aquella voz familiar, una que le llegaba a lo más profundo del alma conmoviéndola al borde de las lágrimas. Mirándose en el reflejo de aquel lago, podía ver tambien a la hermosa luna plateada en él. Los aullidos de los lobos blancos, parecían canciones dedicadas a la madre luna, quien tras de ella tenia al sol.“Ven a mí, Artemisa, ven a mí”Aquel hombre de cabellos de plata, le susurraba un cantar de amor eterno, invitándola y seduciéndola, deseando formar aquel vinculo con ella. Sin embargo, sus pasos se habían detenido, y mirando hacía atrás, los brazos abiertos de Janus Aqmar estaban esperando por ella.“Janus”Dijo ella en un susurro que hizo retumbar el mundo destruyendo el suelo bajo sus pies. Corriendo hacia el único hombre que la había mirado embelesado y le había prometido su corazón, se entrego en los brazos morenos de aquel lobo gris con profundos ojos
Besos apasionados, gemidos pasivos, aquel vaivén lento que despertaba fuertes sensaciones que erizaban cada bello en la piel desnuda. Instinto, salvajismo, sin nada de amor cruzando una línea que tan solo debía de ser natural. El aroma que embriagaba a un lobo y la sumisión de su hembra, era lo normal…lo que debía de ser.Marcus tomaba del cabello a Agatha, forzándola a mirarlo mientras la penetraba violentamente sin piedad alguna. Aquella loba había despertado sus instintos carnales desde el primer momento en que había percibido su aroma salvaje, sin embargo, no la marcaria, pues había perdido su valor en cuanto había descubierto el que realmente tenia su prometida original, aquella hermosa loba albina que era la hija perdida de nada menos que la manada más poderosa… la misma que el deseaba destruir.Mirando a Agatha, por un momento vio en el ese cuerpo que tomaba sin piedad a la dulce Artemisa. Imaginó el cómo sería tenerla desnuda, completamente sometida a su merced y profanando aq
El sol brillaba en lo alto después de una noche de tormenta. El cielo se mostraba azul celeste, completamente limpio y dibujando hermosas nubes blancas que se paseaban en el vaivén de viento.Artemisa sucia un encantador vestido celeste con preciosos encajes blancos que la hacia lucir igual a una encantadora princesa de cuentos de hadas. Su cabello blanco que asemejaba a hilos de plata, se lo había recogido en una media cola decorada con un lindo moño de los colores de su vestido. Se había maquillado las pálidas mejillas y sus labios naturalmente sonrosados, los había resaltado con un poco de gloss.Lucia realmente preciosa.—Artemisa, ¿Estás lista? Nos vamos en cinco min…Janus no había terminado de decir aquella frase, cuando se había quedado completamente sin palabras ante la hermosa y delicada mujer que tenía delante. Era tan bella, tan radiante como una estrella, y tan parecida a una fina muñeca de porcelana, que parecía inaudito exponerla al mundo y a su crueldad. Sus hermosos o
Angustia.La luz de la luna se colaba entre las cortinas que eran azotadas por aquel terrible viento que se había desatado y que iluminaba débilmente el interior de aquella habitación que se hallaba en penumbras.Celos.Miraba a aquella hermosa joven cuya belleza emulaba a la de la luna plateada, completamente desnuda en los brazos de ese hombre cuya piel morena parecía haber sido besada por el sol, y cuyos ojos verdes de selva salvaje, lo miraba fijamente desde aquel rostro envuelto en aquella expresión soberbia que hacia que su sangre hirviera de odio y rencor.Dolor.Su pecho ardía, dolía terriblemente haciéndolo caer con violencia sobre el suelo, mientras escuchaba los gemidos entrecortados que delataban aquellas bajas pasiones de las que su Luna era presa bajo el cuerpo de otro.Despertando abruptamente, la mano pálida y temblorosa alcazaba la lampara que se hallaba en la mesita de noche, iluminando la habitación por completo mientras el albino se incorporaba débilmente aun sinti