— Levántate, y vete quiero que te largues de mi casa tan pronto como te levantes…no eres más que una asquerosa traidora que me ha engañado, y el bebé que esperas, de ninguna manera puede ser mío —
Bernadette se tocó la mejilla mallugada por aquella bofetada que recibió de su esposo, luego de ser cruelmente acusada de una infidelidad que jamás cometió. Alzando su vista hacia el, notó con pesar aquella cruel mirada en Kendrick Godric, el hombre que prometió amarla y protegerla frente al altar y sus padres, para toda la vida. El, había preferido creer en las palabras de otra. Había preferido creerle a su amante. — Eres tan blando, cariño, pero, ese vestido es demasiado costoso, mucho más de lo que merece una sucia infiel como ella. Al final, demostró ser la escoria que creías que era desde el principio, es una pena que tus padres la eligieran para ser tu esposa solo por su decadente apellido — dijo Chiara Cervantes, acercándose a Kendrick. — ¿No crees que ese vestido se verá mejor en mi? Ahora que seré tu esposa, y que sabes que yo jamás te traicionaría, debo de verme exactamente a tu altura mi amor…y sería un completo desperdicio que ella se llevase ese vestido… — Kendrick miró con desprecio a aquella sucia mujer. Había sido un completo estúpido por haberla amado a pesar de todo. Bernadette Baskerville había demostrado ser exactamente el tipo de mujer que temía desde el principio…una marginal traidora que solo tenía un buen apellido. Acercándose a ella, la forzó a ponerse de pie y la miró directamente a sus ojos violeta que una vez había adorado. Luego, se alejó. — Eres tan ruin que me acusas a mi de tener un amante cuando eres tú quien ha metido a esa mujer en nuestra cama. ¿Cómo te atreves? — cuestionó indignada. Kendrick se río al mismo tiempo que Chiara. — Oh no querida, yo no soy la amante de Kendrick, soy su mujer, su verdadera mujer, y así debió de haber sido siempre, firma esos papeles y libera a mi hombre del lastre que eres, un apellido prominente pero en la ruina, no es digno para un heredero de los Godric, si no lo haces, Kendrick hará que las empresas de tu padre dejen de recibir el apoyo de la reina, y no creo que quieras que tu familia pierda mas de lo que ya ha perdido… ¿O si Bernadette? — Mirando a Kendrick, supo que el estaba dispuesto a arruinar aún más a su familia. Tomando aquellos papeles de las manos de Chiara, Bernadette puso su firma en ellos. Desde ese momento y para siempre, ella y Kendrick eran libres del otro. — Te vas a arrepentir de esto… — musitó. Acercándose nuevamente a Bernadette, Kendrick la tomó por la barbilla para contemplar su rostro. Aquella mirada no derramaba lágrimas, y el, lo odió. — Chiara tiene razón, no mereces nada más de mi que no sea mi desprecio — Y haciendo uso de su fuerza, Kendrick rápidamente comenzó a arrancar bruscamente aquel vestido del cuerpo de su ahora ex esposa, hasta dejarla en ropa interior. Bernadette, apretando sus puños ante aquella cruel hazaña, se mordió el labio inferior negándose a derramar una sola de sus lágrimas, pues no iba a darles el gusto a esos dos miserables de verla rota y herida. — Que patética eres, Bernadette, pero eso te pasa por creer que alguien como tu, de tu…calaña, podría ser la digna esposa de Kendrick Godric, el próximo Duque de Devonshire — La risa burlona de aquella mujer que tan solo se había dedicado a instigar y crear falsos rumores contra ella desde el primer instante en que puso un pie en el castillo Devonshire, resonó en aquella habitación. Los sirvientes habían volteado la mirada para no verla casi desnuda, maltratada y humillada; sus damas, sollozando casi en silencio, prefirieron salir corriendo de allí. — Ven aquí m*****a traidora, ahora verás porque no debiste traicionarme jamás — Y tomándola del brazo, Kendrick comenzó a empujarla en dirección a la enorme y vieja puerta que una vez la vio entrar como la esposa de aquel hombre al que ella amó desde que era una niña, y ahora, la veía salir sumergida en la humillación. — Yo no te traicionaría jamás, Kendrick, pero si has decidido creer a esa mujer antes que a mí, entonces, que así sea. Algún día, volveremos a vernos las caras y te lo juro, haré que te arrodilles frente a mi. — dijo con voz firme la hermosa mujer de cabellos rubios y piel tan blanca como la nieve que caía fuera del castillo. Mirándola con odio y sin ningún tipo de miramiento, Kendrick Godric arrojó con crueldad a Bernadette Baskerville casi desnuda hacia afuera, haciendo que está rodará las escaleras hacia abajo haciéndose daño. — Escúchame bien, Bernadette, tu nunca has sido nada sin mi y jamás serás nada si no estoy a tu lado, el día que vuelva a verte y si tienes más poder que yo, entonces, me arrodillaré ante ti, mientras tanto, intenta sobrevivir a la nevada, porque nadie aquí, va a ayudarte. — Bernadette pudo ver aquella sonrisa triunfal y burlona en Chiara Cervantes, y un profundo desprecio y rencor en Kendrick Godric. Levantándose a duras penas, y tocándose el vientre temiendo por la vida de su hijo o hija, la mujer les dio la espalda a ambos y caminó por el viejo sendero empedrado que una vez la recibió con regocijo. Ella volvería a ese lugar, y haría que esos dos miserables pagarán por lo que le habían hecho. Chiara Cervantes se abrazó de Kendrick Godric mientras miraba a Bernadette marchando casi desnuda entre la nieve. Todas aquellas mentiras que le había dicho al hombre que deseo para ella siempre, finalmente dieron resultado después de todo un año, y ahora ella, y nadie más que ella, sería la esposa de Kendrick Godric, la única mujer que calentaría su cama. El corazón de Bernadette se había roto en pedazos. Había sido la prometida de Kendrick desde que tenía memoria, y aún cuando su matrimonio fue un arreglo entre sus familias, siempre lo vio como aquel príncipe que la amaría a pesar de que su familia había perdido sus títulos décadas antes, pero, no había sido así, y esa imagen en su mente, se había desvanecido por completo. Los pies le dolían, la helada nieve los estaban quemando, pero, aún así, no se detendría. Aquel sufrimiento, aquella humillación, le sería recompensada un día. De a poco, su piel amoratada se iba enfriando más y más ante aquella tormenta que sin piedad asolaba aquella región. Pronto, se quedaría sin fuerzas. No sabía por cuánto tiempo había estado caminando. Aquel recorrido por la carretera azotada por la tormenta, era brutal. El hielo se le clavaba en la piel como pequeñas agujas que le hacían daño. Iba a morir pronto de no encontrar un refugio, y pocos autos pasaban por aquel lugar que estaba prohibido para las personas comunes. Kendrick y Chiara la querían muerta, pero ella no podía simplemente rendirse. Tomando todas las fuerzas de su ser siguió caminando, notando aquellas luces de un auto que parecía aproximarse y luego detenerse. Dando un paso en falso, y para aumentar aún más su sufrimiento y miseria, Bernadette tropezó, sin embargo, no fue recibida por la fría nieve. — ¿Qué haces aquí? — Aquella voz ronca y conocida la hizo mirar aquellos ojos azules como el cielo que tenía años sin ver. Los brazos fuertes y cálidos, la levantaron del suelo. — ¿Q-Quien eres? — y musitando apenas sin voz aquella pregunta mirando al borroso rostro del desconocido, Bernadette, se desmayó. Aquel hombre de cabellos oscuros como la noche y ojos azules como el cielo matutino después de una noche de lluvia, acarició el hermoso rostro de la mujer en sus brazos. Aquello que le habían hecho era imperdonable. Caminando con ella hacia su lujoso auto clásico, esa noche arrojó improperios y desprecios hacia quienes habían hecho aquello con aquella pobre mujer que parecía muerta, y cuyo sufrimiento se notaba en su hermoso rostro. — Vamos al hospital — ordenó a su chófer con aquella frágil y temblorosa rubia en sus brazos. El castillo de Devonshire, pronto, quedó atrás. Horas después, en el hospital, Bernadette lloraba amargamente. — Lo sentimos, señora Baskerville, pero no pudimos hacer nada para salvar la vida de su hijo — Derramando lágrimas por la vida perdida debido a la crueldad de la mentira y desconfianza, Bernadette Baskerville juró vengarse de todos aquellos que habían causado su desgracia, y sin recordar el rostro de aquel extraño que la salvó en la carretera, le agradeció por ayudarla a sobrevivir. Tocando su vientre vacío, la mujer de ojos violeta derramó las últimas lágrimas que se permitirá derramar desde ese momento. Pues había nacido, su venganza.Seis meses pasaron. Altos tacones resonaban en el suelo de mármol de aquel corredor que conducía al estudio privado de la reina. Los murmullos se escuchaban por lo bajo, hablando de divorcio y traición, pero se callaban en el acto después de recibir aquella mirada fría y fiera que no mostraba rastro alguno de piedad. Su mirada violeta se había tornado tan helada como aquella tormenta que casi la llevó a los brazos de la muerte, y que le arrebató lo único que podría haber dejado en ella la bondad de un pasado que no volvería más. — Señorita Baskerville, pase por favor, su alteza la está esperando — Sin inmutarse, Bernadette entró en aquel viejo recinto que hablaba de un glorioso pasado que siglo tras siglo se volvía más y más decadente. Y como si fuera parte de aquel panorama antiguo, la reina Berta la miró con comprensión. Nadie lo sabía, pues los Baskerville habían perdido sus títulos nobles a causa de un conflicto orquestado por los Cervantes españoles hace años, pero eran l
Aquellos caminos eran familiares. Bernadette Baskerville recordaba esos senderos que llevaban hacia el viejo castillo de Devonshire y que hablaban de una vieja historia de amor, en que una princesa en desgracia, era rescatada por un príncipe que juró protegerla, aún cuando sus familias habían decidido sus destinos. Por aquellos senderos arbolados que la recibieron por primera vez en una primavera hacia ya un año, caminó muchas veces tomada de la mano de su ex esposo. La última vez, recorrió aquel camino empedrado durante una cruel tormenta en pleno invierno, sola, casi desnuda, descalza, y con el alma hecha pedazos. Apenas y si había logrado sobrevivir gracias a aquel buen samaritano que la rescató esa noche. Estaba regresando a Devonshire nuevamente en primavera. Quizás, aquello era una cruel manera que el destino tenía para burlarse de ella. “Debes de ser fuerte, nuestro regreso a la monarquía es inminente, pero no debes arruinarlo esta vez” Una sonrisa irónica se dibujó en sus
Era la hora del té, y la reina Berta, en el castillo de Bukingham, mira a su mayordomo entrando al saloncito en dónde se encontraba. — Su majestad, la señorita Baskerville parece haber arribado sana y salva a Devonshire. — La reina sonrió. — Bien, asegúrate de que nuestro querido Mikael Archer sepa que su hija se encuentra a salvo — ordenó. — Si su alteza. — Dando un elegante sorbo a su taza de té, la reina sonrió. Sabía que su querida sobrina nieta, no estaría para nada contenta con aquella pequeña sorpresa extra que olvidó intencionadamente mencionarle en su reunión. Sin embargo, estaba segura de que ese par de jóvenes, encontrarían el camino, después de todo, no tenían más opciones. Los conflictos internacionales cada día eran más tensos, y la mayoría de las personas de la vieja Inglaterra no estaban satisfechos con el dominio que los Cervantes habían logrado ya al matrimoniarse con miembros de la realeza. Era el momento de arreglar las cosas...y solo la sangre noble y jov
El cielo de esa mañana se mostraba claro y sin una sola nube gris que anunciara una lluvia repentina como solía ocurrir en aquel valle. Henrick disparaba hacia el blanco en su campo de tiro, mientras mil cosas se paseaban en su mente. Aquellos ojos violeta vivaces y llenos de odio, no lograba sacarlos de sus pensamientos. Aquella mujer había demostrado ser una fiera, y aquello, le gustaba. Era mejor que la sumisa esposa que fue para su hermano mayor y que el llegó a despreciar al creerla diferente. Por supuesto, a pesar de ello había decidido protegerla desde las sombras, pues aún en medio de su desprecio inicial por Bernadette Baskerville, había nacido un profundo respeto hacia ella…y una adoración que no entendió como ni cuando pasó. — Pareces muy concentrado, hermano. Supongo que es porque estás obligado a casarte con esa sucia mujer — La voz de Kendrick interrumpió en el campo de tiro, sin embargo, Henrick no se digno a mirar a su hermano. — ¿Qué es lo que quieres? Di instrucc
El canto de las aves rompía el silencio de la mañana, y las copas de los árboles, se mecían apaciblemente en el gentil viento. La servidumbre comenzaba su rutina diaria, y corría de aquí hacía allá preparando todo para el nuevo día. El aroma de los pastelitos que se horneaban en la cocina, llenaba los pequeños y los grandes espacios, y Bernadette se sintió nostálgica. Hacía un tiempo atrás, aquella había sido su vida diaria, y así habría seguido si aquella fatídica noche nunca hubiese ocurrido. Los hijos de los sirvientes, corrían alegremente en los jardines de servicio, y nuevamente, aquel doloroso nudo con el que llevaba peleando seis meses, le estrujaba la garganta, y el llanto reprimido, amenazaba con escapar, pero, no iba a permitírselo. —Pareces demasiado nostálgica, ¿Todo esto te trae recuerdos? Es una pena que ya no seas la señora de este lugar — La burlona voz de Chiara irrumpió en sus pensamientos. Decidiendo no prestarle atención a esa maliciosa mujer que no había traído m
Decir que estaba realmente furiosa, era no dar crédito a lo que Chiara Cervantes estaba sintiendo en ese momento. — ¿Cómo es posible que dudes de la palabra de mi esposa? ¡Esa maldita mujer hizo entrar esa serpiente a mi alcoba y aun así la estas defendiendo! ¡Exijo que la saques de nuestro hogar! ¡Ella no debe de estar aquí! —Henrick se mantuvo completamente estoico, mientras su hermano le reprochaba.— ¿Tienes pruebas de que lo que dices es verdad? — cuestionó tranquilo.Chiara estalló. — ¡Mi palabra debería ser suficiente! ¡Soy la esposa de tu hermano! — gritó.Mirándola con severidad, Henrick se levantó. — No vuelvas a elevarme la voz, mujer, recuerda que no estás por encima de mí, y lo que yo decida creer, no debes cuestionarlo, ninguno de los dos puede —Kendrick apretó los puños, y salió enfurecido del estudio de su hermano con Chiara tras él. Mirando a su mayordomo, Henrick le ordeno acercarse.—Tengo que salir, el cardenal de la Catedral de Exeter, ha solicitado una audienc
Una lluvia ligera caía sobre Devonshire casi como una bendición de primavera. Desde sus lujosos aposentos, Henrick observaba aquellos rosales blancos mientras los recuerdos llegaban hasta él.“Algún día, todo el sendero estará cubierto de rosas”Aquel, era el deseo de su madre. Era tan lamentable que no hubiera llegado a cumplirse. El rostro enlodado de Bernadette, sin embargo, lo hizo sentir su corazón estrujado. Ella había hecho lo impensable por salvar a aquellos mismos rosales que él amó un día y que dejó para morir en el olvido. El rose de su mano con la suya, aun se sentía cálido. A ella, no le había importado ensuciarse con barro, entonces, a él tampoco. Un par de golpes se escucharon en la puerta de su alcoba.—Adelante — ordenó.—Disculpe, su alteza, el auto está listo —Sin decir nada, Henrick Godric salió. Por supuesto, había escuchado de labios de su mayordomo personal y del mayordomo real, el mal trato que su padre y Chiara Cervantes habían dado a su prometida, y no iba a
El cielo de esa mañana era sencillamente precioso. Las rosas blancas, llenaban el viento con su delicado aroma, y entre los jardines del castillo de Devonshire, podían apreciarse pequeños conejos que corrían animadamente junto a sus crías. Era primavera, simple y ligera primavera, que acariciaba su piel pálida y la sentía como una cruel burla ante su infelicidad. En los grandes cuentos, la princesa llegaba en primavera, y encontraba su ocaso en el invierno…ella, había pisado por primera vez aquellas tierras vastas y hermosas, durante una primavera, y las abandonó durante un gélido invierno…el más cruel que jamás antes vivió. Ahora, como si el destino le hiciera una broma cruel, llegaba nuevamente a esas tierras apenas un año después de que las pisara por vez primera, y para ser la esposa del hermano menor del hombre que la destrozó. No podía negarlo y no lo haría, estaba dolida, estaba, en pocas palabras, realmente destrozada. Tocando su vientre, deseo llorar como aquella noche en que