El cielo de esa mañana se mostraba claro y sin una sola nube gris que anunciara una lluvia repentina como solía ocurrir en aquel valle. Henrick disparaba hacia el blanco en su campo de tiro, mientras mil cosas se paseaban en su mente. Aquellos ojos violeta vivaces y llenos de odio, no lograba sacarlos de sus pensamientos. Aquella mujer había demostrado ser una fiera, y aquello, le gustaba. Era mejor que la sumisa esposa que fue para su hermano mayor y que el llegó a despreciar al creerla diferente. Por supuesto, a pesar de ello había decidido protegerla desde las sombras, pues aún en medio de su desprecio inicial por Bernadette Baskerville, había nacido un profundo respeto hacia ella…y una adoración que no entendió como ni cuando pasó.
— Pareces muy concentrado, hermano. Supongo que es porque estás obligado a casarte con esa sucia mujer — La voz de Kendrick interrumpió en el campo de tiro, sin embargo, Henrick no se digno a mirar a su hermano. — ¿Qué es lo que quieres? Di instrucciones precisas de no ser molestado por nadie — respondió. Kendrick apretó los dientes. Su hermano menor siempre había sido una molestia y desde su nacimiento había supuesto un peligro para ser el único heredero. Sus peores pesadillas, sin embargo, se habían vuelto realidad con el ascenso de la nueva reina, y su matrimonio con Chiara Cervantes que era mal visto entre la nobleza. — Esa mujer me engaño, se acostó con otros hombres en mi propia cama y aún así estás dispuesto a casarte con ella, ¿Acaso no sientes el mínimo amor o respeto por tu familia? Los Baskerville fueron degradados, rebajados a la nada que son ahora, ¿Qué honor pretendes obtener al desposar a esa cualquiera? — cuestionó furioso. Henrick no mostró expresión alguna. — Hablas de amor y respeto hacia una familia a la que jamás le he importado. Tu creciste creyendo que serías el siguiente Duque en la línea sucesoria, pero ahora que las cosas han cambiado a mi favor, ¿Entonces yo debo respetarte y preocuparme de tus sentimientos y los de nuestro padre? Esa mujer con la que el está casado ahora y a la que hipócritamente llamas madre, el padre que jamás se preocupo por mi o mí madre, y tú, el hermano mayor que siempre me menosprecio, no merecen nada de mi. Mucho menos mi amor o respeto. Y, hermano, las razones que yo tenga para tomar a Bernadette Baskerville son enteramente asunto mío, y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Además, no deberías expresarte así de la mujer que una vez cargó a tu hijo en su vientre. — respondió. Kendrick enfureció. — ¡Ese bastardo que ella abortó nunca fue hijo mío! ¡Mi único hijo está creciendo en el vientre de mi esposa! ¡Bernadette es una m*****a perra infiel que mereció todo lo que le pasó en esa tormenta! — gritó. Harto, Henrick le soltó un fuerte puñetazo en la cara a su hermano mayor, haciendo que este cayera sobre el pasto y el lodo. — No permitiré que vuelvas a expresarte así de mi futura esposa, y si quieres mantener la lengua en su sitio, será mejor que no vuelvas a insultarla. — y diciendo esto, se marchó. Kendrick se tocó la mejilla lastimada, y apretando los dientes, nuevamente maldijo a la nueva reina que le había arrebatado su posición como heredero. — Maldito seas Henrick, haré lo que sea para recuperar lo que una vez fue mío. — musitó para si mismo. En los amplios jardines, Bernadette caminaba meditando su nueva e inesperada situación. Sonriendo irónicamente, se sintió una completa estúpida por haber confiado en su tía y sus padres. Ahora era la prometida de un hombre extraño que parecía demasiado arrogante para su gusto. Henrick Godric era un hombre apuesto, pero los recuerdos de lo que su hermano mayor le había hecho y todo lo que había perdido por culpa suya, hacían imposible que llegara a sentir algo por el. Las copas de árboles danzaban lentamente al compás del viento. Las rosas blancas de aquel jardín que visito un día con su ex suegra, antes de que su salud empeorará y se marchara para siempre, lucían apagadas, casi marchitas; parecía que no habían sido debidamente cuidadas después del fallecimiento de la duquesa. Con tristeza, Bernadette acaricio los pétalos de la única rosa que parecía haber sobrevivido perfecta al olvido. Y caminando hacia la vieja pileta, tomó un balde para regar aquellos rosales que parecían clamar la memoria de la difunta. Aquella buena mujer había sido la única que la veía sin desprecio en aquel enorme castillo que parecía haber perdido su brillo con su partida. — Al joven amo no le gusta que nadie se pasee por este jardín, mucho menos que alguien le de agua a las rosas — La voz de un anciano interrumpió el momento. — ¿Se refiere a Henrick Godric? Si es así no me sorprende en lo más mínimo, pareciera que ambos hermanos fueron cortados por la misma tijera, no se parecen en nada a la Duquesa Abigail…ella era, una persona muy amable — dijo Bernadette recordando con cariño a la mujer que la trató mejor que su propia madre. El anciano sonrió. — Puedo asegurarle que el señor Henrick es muy diferente del señor Kendrick. No la echaré de los jardines pues se que usted será la nueva señora de estás tierras que hace tiempo no florecen. Está rosa, abrió el día de ayer que usted llegó, y creo que se abrió tan espléndida para recibirla, como si presintiera su llegada…creo que la duquesa Abigail está contenta de que esté de regreso señora Baskerville. — aseguro. Bernadette sonrió. Desde ese día, ella misma se ocuparía de los rosales. — Durante el tiempo en que este aquí, le aseguro que no dejaré que estás rosas se marchiten — aseguró. — Esa es una promesa muy efímera, Bernadette, además, tu no irás a ninguna parte — La voz de Henrick interrumpio. — Señorito Godric — se disculpó el anciano jardinero al ser sorprendido con Bernadette allí. Henrick le lanzó una mirada furiosa al anciano. Al notarlo, Bernadette se interpuso entre ambos. — El señor jardinero me advirtió que no debía de estar aquí, así que no lo regañe señor Godric, el hizo debidamente su trabajo, y fue decisión mía no hacerle caso, así que si alguien debe de recibir un castigo por la osadía de estar aquí, esa soy yo — dijo con fiereza la hermosa rubia. Henrick la miró con seriedad. ¿Por qué en todos los infiernos una señora defendería a un simple jardinero? Levantando la mano Henrick la miró con severidad, Bernadette cerró los ojos esperando recibir una bofetada ante el insulto que había cometido. Sin embargo, en lugar de eso, sintió un par de palmaditas en la cabeza como las que dan los padres a sus hijos pequeños. — Tu serás mi esposa, así que tienes la misma libertad que tengo yo para andar en dónde te plazca, así que si deseas cuidar de este jardín, te permitiré hacerlo — dijo el apuesto peligro de ojos celestes. — Señor Campbell, ayude a mi prometida en todo lo que ella necesite para cuidar de las rosas — ordenó. Bernadette se sorprendió de aquello. — Si señorito — respondió el anciano. Bernadette se preguntó, si Henrick era igual a Kendrick, o si había algo mejor en el hermano de su ex.El canto de las aves rompía el silencio de la mañana, y las copas de los árboles, se mecían apaciblemente en el gentil viento. La servidumbre comenzaba su rutina diaria, y corría de aquí hacía allá preparando todo para el nuevo día. El aroma de los pastelitos que se horneaban en la cocina, llenaba los pequeños y los grandes espacios, y Bernadette se sintió nostálgica. Hacía un tiempo atrás, aquella había sido su vida diaria, y así habría seguido si aquella fatídica noche nunca hubiese ocurrido. Los hijos de los sirvientes, corrían alegremente en los jardines de servicio, y nuevamente, aquel doloroso nudo con el que llevaba peleando seis meses, le estrujaba la garganta, y el llanto reprimido, amenazaba con escapar, pero, no iba a permitírselo. —Pareces demasiado nostálgica, ¿Todo esto te trae recuerdos? Es una pena que ya no seas la señora de este lugar — La burlona voz de Chiara irrumpió en sus pensamientos. Decidiendo no prestarle atención a esa maliciosa mujer que no había traído m
Decir que estaba realmente furiosa, era no dar crédito a lo que Chiara Cervantes estaba sintiendo en ese momento. — ¿Cómo es posible que dudes de la palabra de mi esposa? ¡Esa maldita mujer hizo entrar esa serpiente a mi alcoba y aun así la estas defendiendo! ¡Exijo que la saques de nuestro hogar! ¡Ella no debe de estar aquí! —Henrick se mantuvo completamente estoico, mientras su hermano le reprochaba.— ¿Tienes pruebas de que lo que dices es verdad? — cuestionó tranquilo.Chiara estalló. — ¡Mi palabra debería ser suficiente! ¡Soy la esposa de tu hermano! — gritó.Mirándola con severidad, Henrick se levantó. — No vuelvas a elevarme la voz, mujer, recuerda que no estás por encima de mí, y lo que yo decida creer, no debes cuestionarlo, ninguno de los dos puede —Kendrick apretó los puños, y salió enfurecido del estudio de su hermano con Chiara tras él. Mirando a su mayordomo, Henrick le ordeno acercarse.—Tengo que salir, el cardenal de la Catedral de Exeter, ha solicitado una audienc
Una lluvia ligera caía sobre Devonshire casi como una bendición de primavera. Desde sus lujosos aposentos, Henrick observaba aquellos rosales blancos mientras los recuerdos llegaban hasta él.“Algún día, todo el sendero estará cubierto de rosas”Aquel, era el deseo de su madre. Era tan lamentable que no hubiera llegado a cumplirse. El rostro enlodado de Bernadette, sin embargo, lo hizo sentir su corazón estrujado. Ella había hecho lo impensable por salvar a aquellos mismos rosales que él amó un día y que dejó para morir en el olvido. El rose de su mano con la suya, aun se sentía cálido. A ella, no le había importado ensuciarse con barro, entonces, a él tampoco. Un par de golpes se escucharon en la puerta de su alcoba.—Adelante — ordenó.—Disculpe, su alteza, el auto está listo —Sin decir nada, Henrick Godric salió. Por supuesto, había escuchado de labios de su mayordomo personal y del mayordomo real, el mal trato que su padre y Chiara Cervantes habían dado a su prometida, y no iba a
El cielo de esa mañana era sencillamente precioso. Las rosas blancas, llenaban el viento con su delicado aroma, y entre los jardines del castillo de Devonshire, podían apreciarse pequeños conejos que corrían animadamente junto a sus crías. Era primavera, simple y ligera primavera, que acariciaba su piel pálida y la sentía como una cruel burla ante su infelicidad. En los grandes cuentos, la princesa llegaba en primavera, y encontraba su ocaso en el invierno…ella, había pisado por primera vez aquellas tierras vastas y hermosas, durante una primavera, y las abandonó durante un gélido invierno…el más cruel que jamás antes vivió. Ahora, como si el destino le hiciera una broma cruel, llegaba nuevamente a esas tierras apenas un año después de que las pisara por vez primera, y para ser la esposa del hermano menor del hombre que la destrozó. No podía negarlo y no lo haría, estaba dolida, estaba, en pocas palabras, realmente destrozada. Tocando su vientre, deseo llorar como aquella noche en que
— ¡Que alguien llame al médico! — gritó Henrick aterrorizado.Bernadette, apenas y si estaba respirando.Rápido, la tomó entre sus brazos para llevarla a la cama. Estaba pálida, y tenía la piel ligeramente fría. Tomando una de sus manos con extrema delicadeza, Henrick logró apreciar mejor lo amarillento en las puntas de sus dedos, y rápidamente vino a él el recuerdo de hacía dos noches, cuando ambos sacaron la tierra envenenada de los rosales para intentar salvarlos. La furia, se apoderó de él durante un segundo, y mirando con severidad a una de las sirvientas que ayudaban a acomodar la cama de la hermosa rubia, habló.—Esa noche, ¿Quién estuvo en los jardines de mi madre? — cuestionó aunque ya sabía demasiado bien quienes eran los culpables, pero necesitaba pruebas.La joven mujer, sabía qué hacía dos tardes la señora Chiara había ordenado envenenar los rosales blancos que cuidaba la señora Bernadette, pero sabiendo bien lo que había pasado con el sirviente del evento de las serpient
—Y se lo agradezco, su alteza. — —Y-Yo… —Henrick, en ese momento, por primera vez en toda su vida, se sintió vulnerable, y expuesto. Un sonrojo pronunciado se dibujó en su rostro, y rápidamente se levantó para caminar hacia la ventana. Bernadette miró su entorno. La enorme habitación de altos techos y tapiz rosado, parecía demasiado silenciosa. Sintiendo un pinchazo en el dorso de su mano, notó la intravenosa y posteriormente el suero que estaba conectado. No recordaba nada de lo ocurrido, salvó haberse sentido demasiado mareada antes de perder el conocimiento. —¿Qué fue lo que me ocurrió? — cuestionó más para si misma que para el futuro Duque de Devonshire. Henrick miró en dirección hacía los jardines de rosas blancas, y forzando sus nervios a recuperar el control, carraspeó para aclarar su garganta.—Te desmayaste, el médico dijo que habías sufrido un envenenamiento a causa de ese liquido que vertieron sobre los rosales. Si te sentías mal, debiste decirme. — reprochó. Berna
—¿A dónde crees que vas? — cuestionó Chiara esforzándose por no sonreír de satisfacción. —Te doy la razón, cariño, creo que debo personalmente dar aviso a mi padre de esta situación extraordinaria. — respondió. Viéndolo salir, Chiara se acomodó plácidamente en el enorme sofá de terciopelo. Bernadette Baskerville, de alguna manera había logrado quedarse hasta ese momento, pero solo era cuestión de tiempo para lograr sacarla una vez más de allí. Mirando los enormes espacios completamente llenos de lujo del hermoso castillo de Devonshire, sonrió al imaginarse siendo la única gran señora de esas vastas tierras. Había sacrificado demasiado para lograr estar en dónde estaba. Aún así, la relación cada vez más cercana entre Henrick Godric y esa zorra, la tenía preocupada. Agitando la campana, rápidamente una sirvienta apareció. —Que preparen mi coche y se aliste mi chófer, iré a la villa de mis suegros. — ordenó la castaña. Sabía que Kendrick calentaría la cabeza del Duque, pero ella,
— A pan y vino, sé mantiene feliz a la gente…y a los enemigos…— Observando el viejo camino, pronto la verja de hierro reforzado le daba a la reina la bienvenida al castillo de Devonshire. Sabía que no sería sencillo, que los Cervantes no darían un paso atrás como no lo habían dado nunca, pero, está vez, confiaba en que la vieja historia de siempre tuviese un final distinto. — Hemos llegado, su alteza real. — Pronto, Andrew anunció la llegada de la reina, y la verja se abrió para darle la bienvenida. Dentro del castillo, siendo las dos y cuarenta y cinco de la madrugada, la servidumbre entera se había puesto de pie y corría por todas partes para darle una bienvenida decente a su alteza real, que sin precio aviso los visitaba. Henrick, creía saber los motivos que traían a la reina arribando a tales horas, y estaba preparado. Mirando a Kendrick mostrando una sonrisa triunfante, confirmaba sus sospechas, pero manteniendo su postura y semblante completamente estoico y sin mostrar s