La noche había caído, y en cada casa española, se seguía escuchando la noticia que contaba la verdadera cara de Eduardo Cervantes. Las personas no habían tenido duda alguna en unificar su condena: el nuevo Rey ya no era bienvenido en su tierra, y pronto la queja comunitaria, se había convertido en un aullido generalizado que exigía un castigo ejemplar para el Cervantes. Oculto en la oscuridad de la noche, Eduardo observaba a las personas pasar mientras se mantenía bajo resguardo dentro de una de sus camionetas; gran parte de sus hombres también le había dado la espalda una vez que sus “pequeñas” indiscreciones salieron a la luz pública, y ahora solo un puñado de ellos junto a su mayordomo, se mantenían fieles hasta el final. ¿Cómo era que Martina se había conseguido las pruebas? ¿Cómo era que la vida decidía quitárselo todo cuando ya lo tenía en la mano? Habiendo crecido casi como un mendigo y sabiendo que tenía sangre de la realeza en sus venas, aquel sentimiento de impotencia que
—El día de mañana se llevará a cabo la boda real entre la princesa heredera Bernadette Baskerville y el Duque heredero de Devonshire Henrick Godric. Se habla de una ceremonia por todo lo grande y ya se siente la emoción en el ambiente de Londres… —El botón de apagado fue oprimido, y Eduardo Cervantes miró su propio reflejo en aquella pantalla oscura. Levantándose, abrió la ventana de aquel hotel barato, y sintió el viento frio golpearlo a la cara. Era septiembre, y las hojas de los árboles caían con lentitud hacia el suelo. Había logrado llegar a Londres sin ser detectado, y aun cuando ya se había expedido una ficha de búsqueda internacional por él, nadie realmente prestaba atención a la urgencia de su captura ante la “emoción” que el pueblo ingles estaba sintiendo por la boda que sería llevada a cabo al día siguiente. Todos hablaban de la bella princesa Bernadette, de su generosidad y de cómo había ayudado a un orfanato, así como también la gente esparcía los rumores sobre Chiara Ce
La marcha nupcial se escuchaba, y todos los invitados en la hermosa abadía de Westminster, se sentían verdaderamente ansiosos de ver a la novia que pronto haría su espectacular aparición. La Reina Berta, esperaba con gran emoción ver a su querida sobrina entrando, mientras permanecía apoyada por su fiel Andrew, junto a Henrick Godric. Ella había entrado junto a él, siendo que el joven no tenía familia alguna acompañándolo. Mirando aquel par de asientos vacíos, con los nombres de sus padres encima, Henrick sonrió tristemente. De alguna manera, deseo creer que su madre estaba allí en ese momento…acompañándolo.—Se que tu madre está aquí a tu lado, y ella está muy orgullosa de ti, Henrick, sé que tú y mi Bernadette, darán lo mejor de sí mismos por ser felices, y por nuestra gloriosa nación también. — dijo la reina que cada vez lucia más y más cansada.Henrick asintió. — Creo que ella está aquí en verdad, mi madre siempre fue la mejor…y aunque voy a extrañarla toda mi vida, me hace muy fe
Chiara Cervantes se burlaba desde su cama en el hospital. Eduardo Cervantes había disparado casi a quema ropa para asesinar a Bernadette Baskerville, pero el entrometido de Henrick Godric se había interpuesto entre ambos recibiendo varios disparos en la espalda y cayendo frente a la nueva Reina de Inglaterra. Bernadette, ahora era televisada en vivo gritando como una loca, y Chiara sentía verdadero placer en ello.—Maldita…si yo no puedo ser feliz, entonces tu tampoco merecer serlo. — dijo Chiara regodeándose del dolor de aquella mujer a la que había odiado durante prácticamente toda su vida.Eduardo Cervantes sonrió antes de ser sometido por los guardas reales. Con lágrimas de dolor, de horror y confusión, La Reina Bernadette soltó un grito desgarrador. Frente a ella, el cuerpo de su amado esposo había caído intentando protegerla a ella. El vuelo de la paloma blanca se elevó, y Henrick, apenas respirando, miraba a su esposa a los ojos.—¡Una ambulancia! ¡Se los ruego! ¡Salven a mi es
Los fuegos artificiales resplandecían en lo alto. Ocho meses habían transcurrido desde aquella boda roja, como fue nombrado el día de su matrimonio con Henrick Godric, y Bernadette observaba las hermosas estelas de luz colorida en el cielo. Saludando al pueblo que la ovacionaba emocionado, Bernadette sonrió y miró a su amada tía, la Reina Berta, que junto a su madre sostenía a su pequeño hijo: El príncipe Gabriel.Sosteniéndolo en sus brazos, Bernadette y Henrick mostraron su heredero al pueblo de Inglaterra, que, sobrecogido por la emoción, celebraban el nacimiento del príncipe Gabriel.Besando los labios de su esposo, la hermosa rubia lo tomó de la mano y caminó junto a él al interior del castillo de Devonshire. Apoyada por su esposo, Bernadette regresó a su cama, la misma en la que Henrick había nacido. Hacia apenas unas horas, allí mismo había dado a luz a su amado hijo.—Realmente eres temeraria, pero ciertamente todos están felices, y Gabriel, Dios, solo míralo, es hermoso. — di
— Levántate, y vete quiero que te largues de mi casa tan pronto como te levantes…no eres más que una asquerosa traidora que me ha engañado, y el bebé que esperas, de ninguna manera puede ser mío — Bernadette se tocó la mejilla mallugada por aquella bofetada que recibió de su esposo, luego de ser cruelmente acusada de una infidelidad que jamás cometió. Alzando su vista hacia el, notó con pesar aquella cruel mirada en Kendrick Godric, el hombre que prometió amarla y protegerla frente al altar y sus padres, para toda la vida. El, había preferido creer en las palabras de otra. Había preferido creerle a su amante. — Eres tan blando, cariño, pero, ese vestido es demasiado costoso, mucho más de lo que merece una sucia infiel como ella. Al final, demostró ser la escoria que creías que era desde el principio, es una pena que tus padres la eligieran para ser tu esposa solo por su decadente apellido — dijo Chiara Cervantes, acercándose a Kendrick. — ¿No crees que ese vestido se verá mejor en
Seis meses pasaron. Altos tacones resonaban en el suelo de mármol de aquel corredor que conducía al estudio privado de la reina. Los murmullos se escuchaban por lo bajo, hablando de divorcio y traición, pero se callaban en el acto después de recibir aquella mirada fría y fiera que no mostraba rastro alguno de piedad. Su mirada violeta se había tornado tan helada como aquella tormenta que casi la llevó a los brazos de la muerte, y que le arrebató lo único que podría haber dejado en ella la bondad de un pasado que no volvería más. — Señorita Baskerville, pase por favor, su alteza la está esperando — Sin inmutarse, Bernadette entró en aquel viejo recinto que hablaba de un glorioso pasado que siglo tras siglo se volvía más y más decadente. Y como si fuera parte de aquel panorama antiguo, la reina Berta la miró con comprensión. Nadie lo sabía, pues los Baskerville habían perdido sus títulos nobles a causa de un conflicto orquestado por los Cervantes españoles hace años, pero eran l
Aquellos caminos eran familiares. Bernadette Baskerville recordaba esos senderos que llevaban hacia el viejo castillo de Devonshire y que hablaban de una vieja historia de amor, en que una princesa en desgracia, era rescatada por un príncipe que juró protegerla, aún cuando sus familias habían decidido sus destinos. Por aquellos senderos arbolados que la recibieron por primera vez en una primavera hacia ya un año, caminó muchas veces tomada de la mano de su ex esposo. La última vez, recorrió aquel camino empedrado durante una cruel tormenta en pleno invierno, sola, casi desnuda, descalza, y con el alma hecha pedazos. Apenas y si había logrado sobrevivir gracias a aquel buen samaritano que la rescató esa noche. Estaba regresando a Devonshire nuevamente en primavera. Quizás, aquello era una cruel manera que el destino tenía para burlarse de ella. “Debes de ser fuerte, nuestro regreso a la monarquía es inminente, pero no debes arruinarlo esta vez” Una sonrisa irónica se dibujó en sus