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Un trato tentador

Nathan Dubois

Observo el prototipo de mi próximo lanzamiento y sintiendo una satisfacción profunda al saber que por primera vez los Lefebvre no podrán robarme mi idea, lanzo un suspiro de alivio y dejo el pequeño frasco de vidrio en su lugar.

—¿Qué le pareció el envase? —me cuestiona el jefe de producción.

—Me gusta, es justo como lo imaginaba, realmente es perfecto para el nuevo producto.

—Sabía que le gustaría —responde animado.

Después de intercambiar unas cuantas palabras y pedirle que comencemos con la producción a gran escala, me dirijo al área de empaque para revisar los últimos detalles del embalaje que usaremos.

Reviso con los encargados que el material sea de acuerdo con lo que pedí y cuando termino con ellos regreso a mi oficina.

—Jefe, aquí está el reporte de las ventas que me solicitó —me intercepta Scarlett en cuanto me ve salir del ascensor—. Podrá encontrar el detalle por producto y por región.

—Gracias Scarlett, siempre tan eficiente y…

—Su perro se encuentra esperando en su oficina.

—¡¡Scarlett!! ¿Qué te he dicho?

—Bien, lo siento. Su chófer lo espera en su oficina.

—No sé qué haré con ustedes, están a nada de volverme loco —le reprocho entrando a la oficina, mientras niego con mi cabeza.

—Hoy luces bastante animado —comenta Kalet cuando me ve cerrar la puerta detrás de mí—. ¿A qué se debe? —me cuestiona, observándome con detenimiento.

—¿Y cómo no estarlo? Hace un rato bajé a comprobar que todo vaya bien con nuestro último producto. Estoy seguro de que esta vez todo será un éxito, no creo que Lefebvre pueda robarnos nuevamente la idea, hemos sido más cuidadosos que de costumbre.

—Espero que tengas razón, de lo contrario no sé cómo es que le hace ese tipo para robarnos todo.

Cuando termino de pedirle que busqué a Leroy para comenzar a trabajar en la siguiente fórmula, la puerta de mi oficina se abre abruptamente golpeando a Kalet quien estaba por salir.

—¿No te han enseñado a abrir las puertas como las personas decentes, bruja? —refunfuña, sobando su brazo.

—Yo no tengo la culpa de que como el perro que eres estés tan acostumbrado a cuidar la puerta de tus dueños y estorbes el paso.

—Ustedes dos dejen de pelear —intervengo cuando veo que Kalet está por responderle algo a mi asistente—. ¿Cuándo será el día que dejen de discutir?

—¡¡Nunca!! —responden al unísono, ganándose un chasquido de lengua de mi parte.

—¿Qué sucede Scarlett? ¿Para qué me buscabas?

—Lo siento jefe, su perro me interrumpió.

—¡¡Maldito, pizarrón humano!! —gruñe Kalet, fulminándola con la mirada.

—¡¡Kalet!! Tú también Scarlett, ¿qué sucede?

—Perdón jefe, hay algo muy importante que debe de ver —dando un par de zancadas se acerca a mi escritorio y toma el pequeño control remoto para encender el televisor.

Busca por algunos segundos y cuando da con lo que deseaba mostrarme, aprieto mi mano en un puño y rechino los dientes del coraje al ver al infeliz de Oliver Lefebvre dando una pequeña entrevista afuera de su empresa para anunciar su nuevo producto, el cual casualmente tiene el mismo nombre que el mío Tentation Oscure (Oscura Tentación).

—¿Cómo es posible que ese desgraciado nos haya vuelto a robar? —grito, poniéndome de pie y mirando a las dos personas que se encuentran conmigo—. Se supone que solo unos cuantos sabíamos del nuevo lanzamiento —me quejo, pasando mis manos por mi cabeza al darme cuenta de que por su culpa tendremos pérdidas millonarias.

—No lo sé, no entiendo cómo pudo suceder esto —farfulla Kalet igual de molesto que yo.

—Scarlett, habla ahora mismo al departamento de producción y de empaque, pide que cancelen todo. ¡Maldita sea! —chillo, tomando un pisapapeles de mi escritorio y arrojándolo contra el televisor.

—Destruyendo las cosas, no solucionarás nada. Ahora lo más importante es crear algún producto nuevo que se asemeje al que íbamos a lanzar.

—¿Para qué todos digan que sacamos copias baratas de ese malnacido cuando en realidad ese infeliz siempre nos roba todo? Estoy harto, esto no puede seguir así —gruño, poniéndome mi abrigo y tomando una decisión precipitada.

—¿A dónde vas? —me cuestiona Kalet cuando me ve abrir la puerta de mi oficina.

—A ponerle fin a todo esto.

—¿Qué locura piensas cometer? —insiste, alcanzándome en el pasillo y tomándome del brazo para impedirme que siga mi camino.

—Lo que debí hacer desde hace mucho —zanjo el tema, soltándome de su agarre y presionando el botón del ascensor.

—Por favor jefe, no haga algo de lo que se arrepienta más tarde —comenta Scarlett, mirándome preocupada.

—¿Por qué nos has hecho lo que te he pedido? Habla con esos departamentos antes de que sea más tarde.

—Ve, yo lo acompaño —interviene Kalet, subiendo al ascensor junto conmigo.

Antes de que se cierren las puertas de metal, observo la expresión de Scarlett, quien asiente lentamente, pero al mismo tiempo luce bastante decaída.

—¿Qué piensas hacer?

—Si te lo digo no me dejarás, esta vez yo manejaré —le advierto, tomando las llaves de mi camioneta de entre sus manos.

—¡¡Con un demonio, Nathan!! Espero que no sea lo que estoy pensando. ¿Te imaginas el escándalo en el que te vas a meter si le haces algo a ese infeliz?

—A estas alturas ya nada me importa.

Está por insistir una vez más, pero dado que llegamos al subterráneo salgo casi corriendo hacia mi camioneta y fiel a su palabra Kalet sube del lado del copiloto.

Durante todo el trayecto se la pasa lanzándome advertencias sobre lo que podría pasarme si le hago algo a ese tipo, sin embargo, me encuentro tan enfurecido que ignoro sus palabras.

Cuando llegamos a la casa de los Lefebvre podría decirse que corro con suerte, ya que las rejas se encuentran abiertas y pisando el acelerador me cuelo en la propiedad.

—¿Acaso estás loco? Ahora por tu culpa nos van a llevar detenidos por irrumpir en propiedad privada.

—Me importa una m****a, así como a él no le ha importado en lo más mínimo robarme durante años y yo no te pedí que me acompañaras, así que deja de sermonearme como si fueses mi madre.

Escucho los gritos de los hombres que corren detrás de nosotros y para evitar que nos alcancen, acelero hasta llegar detrás de un auto del cual baja un señor mayor al cual reconozco como al padre de Oliver Lefebvre.

—¡¿Quién diablos les permitió entrar de esa forma?! —se queja el hombre cuando me ve descender de mi camioneta—. Llamaré a la policía —me amenaza, sacando su móvil, pero sin importarme nada se lo arrebato y lo estrello contra el piso.

—Después de que le parta la cara al bastardo de su hijo, puede hacer lo que quiera.

Sin detenerme a escuchar sus quejas, subo corriendo la escalinata de mármol y gracias al alboroto que se ha armado, la puerta principal se abre y sin dudar ni un segundo me encamino hacia ella.

—¿Quién es usted y qué hace aquí? —chilla una mujer.

—¿Dónde estás, Oliver? No te escondas, maldito infeliz —grito, pasando por el lado de la mujer mayor e ignorándola.

Sigo caminando y cuando estoy por subir a buscar a los pisos superiores, así sea de habitación en habitación, veo a la persona que más odio en este momento, bajar con una sonrisa socarrona en su rostro, lo cual me hace enfurecer hasta el punto de rechinar los dientes.

—¿Qué haces aquí Dubois? ¿Acaso no te han enseñado a respetar las casas ajenas? ¿No temes que llame a la policía y ahora si te detengan por ladrón?

—Quién debería de estar preocupado eres tú, sé que robaste la nueva fórmula del perfume que estábamos por lanzar y te juro que esta vez no lo dejaré pasar.

—No sé de qué hablas Dubois, solo es una coincidencia el que hayamos pensado en algo similar —se burla Oliver—, o puede que otra vez solo quieras robar mis ideas como últimamente haces y crear copias baratas de mis productos.

»Recuerda que algunas veces nos toca perder y muchas otras ganar, es algo que sucede a menudo en los negocios, sobre todo para aquellos que sabemos mover bien nuestras piezas.

—No es la primera vez que me haces algo semejante, las otras veces estoy seguro de que solo modificaste un poco mi fórmula y presentaste como tuyos esos perfumes —escupo, aquello de lo cual estoy seguro.

—No tengo la culpa de que seas un imbécil para hacer negocios. Te aseguro que muy pronto acabaré por completo contigo —sin pensarlo dos veces, levanto mi puño y lo estampo un par de veces contra su cara, tomándolo por sorpresa ante lo cual no puede defenderse.

—¡¡Suelte a mi hijo!! —chilla una mujer detrás de nosotros, aferrándose a mi brazo para evitar que vuelva a golpear al infeliz que tengo entre mis manos, doy un par de sacudidas hasta desprenderme de su agarre y cuando vuelvo a golpear a Dubois siento tal satisfacción que solo me detengo cuando veo emanar un poco de sangre de su nariz.

—¡Maldito, infeliz! —grazna Oliver—. Esto no se quedará así, te demandaré por invadir propiedad privada y ustedes que esperan sáquenlo de aquí.

—Esto será nada comparado con la próxima vez que me vuelvas a robar.

—Me las pagarás, Dubois. Te juro que te arrepentirás de lo que me hiciste hoy —me advierte Oliver, limpiando la sangre que escurre por su barbilla.

—Vámonos Nathan —murmura Kalet, tomándome del brazo y alejándome de los Lefebvre.

Subimos a la camioneta y debido a que aún estoy demasiado furioso por las palabras de Oliver, permito que Kalet maneje de regreso, no obstante, antes de que pueda cerrar la puerta, una mujer se cuela con nosotros y obligándonos a ponernos en marcha salimos de la propiedad de los Lefebvre.

Cuando la mujer revela su identidad, un odio descomunal me recorre al saber que ella es la esposa de mi mayor enemigo, pero dado que me ofrece un trato tentador, decido escuchar todo lo que tiene por decirme.

—¿Piensas aceptar su propuesta? —me interroga Kalet cuando la mujer se baja y se percata de que mi vista no se aparta de la fórmula que me entregó.

—Quiero que le lleves esta fórmula a alguno de nuestros químicos…

—No podemos confiar en ellos, no sabemos quién es el traidor, además esa mujer te aseguró que nadie podría dar con los componentes necesarios.

—Aun así que alguien la revisé. Tengo entendido que el hermano de Scarlett es químico, él podría revisarla.

—No le pienso pedir ayuda a esa bruja.

—Kalet, deja de llamarla así.

—Ella me llama perro y ni te quejes hace un rato, tú fuiste peor con esa mujer.

—Eso es diferente. En verdad que no entiendo ese odio descomunal que siente el uno por el otro.

—¿Por qué es diferente? ¿Solo por ser la esposa de Lefebvre? Aunque sea su esposa, no debiste portarte como un patán —se defiende, ignorando deliberadamente mi comentario sobre sus rencillas con mi asistente.

—Dejemos a esa mujer de lado y haz lo que te estoy pidiendo.

—De acuerdo, lo haré —refunfuña—. ¿Ayudarás a esa mujer?

—No lo sé, no confío en ella.

—No confías en ella, pero aceptaste la fórmula que te dio sin rechistar. ¿Qué harás si en estos días no logras encontrar algo que complemente esta fórmula?

—Engañarla para que me la entregue completa. Viéndola así parece un perfume muy diferente a otros que hemos creado, sería una locura no lanzarlo al público.

—¿Cómo que engañarla? —se queja, frenando de golpe.

—Le haré creer que la ayudaré y una vez que me entregue lo que deseo, me desentenderé del trato.

—No puedes hacerle eso Nathan, esa mujer está confiando en ti. Si te atreves a traicionarla serás igual que el estúpido de Lefebvre.

—¿Y a mí qué? El sufrimiento de esa mujer no me importa en lo más mínimo, ¿y por qué la defiendes tanto?

—Porque no creo que nos traicioné.

—¿Acaso la conoces para asegurar que ella no nos hará eso?

—No, pero algo en su mirada demostraba tal sufrimiento que era como si suplicase por ayuda y al ser así no la creo capaz de traicionarte.

—Ahora resulta que puedes saber todo de ella gracias a su mirada. Además, no me agrada.

—¿Por qué? Y no me des como excusa el ser esposa de Lefebvre, porque de lejos se compara a ese tipo.

—¿Qué no escuchaste las estupideces que dijo de nosotros? ¡¡Que soy gay!! Me daban ganas de bajarla, de solo escuchar eso.

—Y eso que no te dijo que eres impotente, además ella no tiene la culpa de los chismes que corrió tu madrastra en la televisión, pero tú sí tienes la culpa por ser virgen a tus tiernos treinta y cinco años.

—¿Cómo qué impotente? ¿Quién dice esas estupideces? Y no soy virgen, imbécil, que no me guste revolcarme con cualquiera, es diferente.

—¿Quién más? Tu madrastra soltó ese veneno, pensé que lo sabías.

—Esa m*****a bruja ponzoñosa me las pagará —siseo apretando mi mano en un puño.

—Y créeme que si pasas por un virgen, eso sí, te aseguro que no deseo que me demuestres lo contrario. No eres mi tipo y nunca lo serás.

—Deja de decir sandeces y regresemos a casa. Además de lo que te pedí, quiero que hagas otra cosa… —gruño, sin dejar de pensar en todo lo que sucedió hoy. El robo descarado de Lefebvre y la propuesta de esa mujer. ¿Será que puedo confiar en ella para destruir a su esposo o solo estará jugando conmigo para después traicionarme?

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