—Ja, ja, ja. ¿Quién creería que usted y yo somos amantes? —cuestiona con incredulidad el hombre—. Ni en sueños podría fijarme en alguien como usted, es tan ordinaria que me duelen los ojos de solo mirarla, ¿además cómo podría confiar en la mujer que está detrás de cada caída mía?
—¡¡Nathan!! —grita su chófer.
—Nada de Nathan, tan solo mírala. Se ve tan desalineada y poca cosa que es increíble que sea esposa del bastardo de Lefebvre. Ahora entiendo por qué tiene tantos años engañándola.
—Y-yo sé que mi apariencia no es la mejor, pero es lo único que se me ocurre para humillar a Oliver —murmuro, soportando sus insultos—. ¿Y a qué se refiere en que yo estoy detrás de sus desgracias?
—Su laboratorio siempre es una competencia bastante fuerte para nosotros, así como robar nuestros productos, eso se les da de maravilla.
—¿Mi laboratorio?
—Sí, su laboratorio. Todos saben que el laboratorio ParfumLab le pertenece y que es la única dueña.
—E-eso no es verdad, el laboratorio de mis padres se fue a la quiebra.
—¿Cree que con su miserable llanto podrá convencerme de lo contrario? Es bien sabido por todos que la esposa de Lefebvre es la dueña de ese laboratorio, el cual es el más codiciado del mercado por tener las mejores fórmulas.
—Eso no es verdad, mi laboratorio se fue a la quiebra hace más de seis años —insisto, negando sus palabras—. Oliver me dijo… Él no… él no pudo mentirme —sollozo, cubriendo mi boca con mi mano al darme cuenta de que él en realidad sí me mintió.
El laboratorio que tanto apreciaban mis padres en realidad nunca se fue a la quiebra y, por el contrario, Oliver me engañó y me lo arrebató.
—Aquí está la prueba señora, de que mi jefe no miente y ese laboratorio es bastante famoso —musita el chófer estirando su mano y mostrándome en su móvil las noticias más recientes.
Con un ligero temblor lo tomo y cuando la realidad me azota, vuelvo a llorar. ¿Cómo fui tan estúpida de creer ciegamente en todo lo que me decía Oliver? Ahora, gracias a ello, no tengo nada, lo he perdido todo.
—Hace un rato, usted mencionó que mi esposo me engaña desde hace varios años. ¿Cómo es posible que usted sepa eso? —inquiero aun sin desear saber la respuesta. Sé que en cuanto me diga la verdad será algo que me destruirá por completo.
El hombre me mira con desagrado y después de lanzar un suspiro de fastidio se decide a hablar.
—Porque no es un secreto para nadie que Oliver y su asistente son amantes desde hace poco más de nueve años.
Cuando lo escucho decir esto suelto un grito y golpeo mi pierna en un intento por mitigar el dolor que me recorre todo el cuerpo al saber esa verdad.
—No haga eso, señora, se va a lastimar —murmura con delicadeza el chófer—. Tome un poco de agua, le hace falta —me tiende una botellita y cuando estoy un poco más tranquila se la acepto.
—¿C-cómo se enteró de eso?
—¿Cómo no saberlo? ¿Es que acaso no lee las noticias o los chismes en Internet? ¿O ha estado viviendo debajo de una piedra para no enterarse de esto? —me cuestiona con incredulidad.
—Y-yo… no tengo móvil. Desde que me casé con Oliver, él decidió que no era necesario que tuviese algo tan inservible como eso —farfullo apenada.
Una vez que digo esto, ambos hombres casi se ahogan, pero fingen una pequeña tosecilla para no denotar su sorpresa.
—No podía esperar menos del imbécil de Lefebvre —se burla el ojiazul, negando con su cabeza.
Me observa por unos instantes y debido a la intensidad con que me mira, bajo mi rostro, demasiado avergonzada frente a este extraño que me ha dicho más verdades que las que mi esposo fue incapaz de contarme en estos ocho años de matrimonio.
—Me dijo que si la ayudaba a separarse de su marido me daría el nombre del traidor y fórmulas para nuevos perfumes…
—He decidido cambiar mis condiciones. Le daré lo mismo que prometí, pero a cambio deseo otra cosa.
—¡¡Con un demonio!! Estoy harto de sus malditos juegos baratos —sisea, enredando sus manos en mis brazos y zarandeándome de tal forma que su rostro queda a escasos centímetros del mío.
—Le aseguro que le conviene, los dos saldremos ganando.
—¡¡Nathan!! —interviene su chófer cuando se da cuenta de que su jefe no piensa soltarme.
—¿Qué es lo que quiere? —me increpa, apretándome un poco más fuerte que hace un rato y gracias a lo cual suelto un quejido de dolor.
—¿Acaso fuiste criado por monos de la selva? ¡¡Suéltala!!
Gracias a que el chófer, aprieta su mano, el tal Nathan me suelta y solo puedo sobar mi brazo, mientras pienso cuidadosamente lo que estoy por pedirle.
—Sigo deseando que se haga pasar por mi amante. No importa el tiempo que usted diga que nos conocemos y también quiero que me ayude con mi divorcio, pero además quiero proponerle que nos casemos por uno o dos años…
—¿Acaso escuchar sobre la infidelidad de su marido le provocó un infarto fulminante en todas las neuronas como para pedirme algo semejante? —grita el hombre, apretando su mano en un puño y mirándome con odio.
—Hace un instante recordé que en televisión vi una nota sobre usted. Se decía que su madre…
—Madrastra —gruñe, acercándose una vez más a mí, pero gracias a que el otro hombre interpone su brazo entre nosotros no me vuelve a zarandear como si fuese una muñeca de trapo.
—Se decía que estaba preocupada porque a su edad no se ha casado —prosigo como si no me hubiese interrumpido—, también se mencionaba que se debía a la relación sentimental que mantiene con… con su chófer —murmuro cuando siento la mirada de ambos hombres—. Le aseguro que si es gay, yo no interferiré en su relación, no me importa en lo más mínimo.
Al instante el chófer suelta una sonora carcajada que resuena en el estrecho espacio y con un poco de temor lo observo, desternillarse de risa.
—Deja de reírte como imbécil —lo amenaza su jefe—. No le encuentro la gracia a lo que esta mujer nos acaba de decir.
—Vaya, yo sí. Hasta que alguien se dio cuenta del deseo reprimido que siento por ti, pensé que tendría que ocultarlo por más tiempo, pero ahora que ella y el resto lo saben ya nada me importa —responde, guiñándole un ojo y ganándose un golpe en el brazo por parte de su jefe.
—¿En verdad cree que soy gay? ¿Sabe qué? No me importa lo que piense, mucho menos una mujer tan fea como usted.
—¡Maldita sea, Nathan! ¡¡Contrólate!!
—Como se lo dije, no me importa si mantiene una relación con él o con alguien más. Usted no me interesa como hombre —una vez más su chófer suelta una risotada y por el rabillo del ojo puedo ver que se limpia las lágrimas que escapan de sus ojos—, yo solo le propongo este matrimonio para que así evite que su madrastra siga preocupada por su orientación sexual y pueda cerrarle la boca a todas esas personas que lo dicen.
»Y por lo de las fórmulas para nuevos perfumes, tiene mi palabra de que le daré todas cuantas pueda para que destruya a Oliver —sentencio con frialdad.
—¿Y no será que desea casarse conmigo para después decir que está esperando un hijo mío y así adueñarse de mi empresa y regresar con su marido?
—No debe preocuparse por eso. Como le aseguré hace un momento, usted no me interesa como hombre y lo más importante es que nosotros no tendremos ningún hijo. Nuestro matrimonio será un negocio, no más, no sentimientos de por medio ni nada por el estilo.
—¿Por qué debería de confiar en su palabra…?
—Nathan, no insistas —nos interrumpe su chófer con seriedad, negando lentamente con su cabeza. Supongo que él entiende a la perfección lo que estoy tratando de darle a entender, que conmigo será imposible que tenga hijos al ser estéril.
—Bien —refunfuña—, pero lo que ahora me intriga es, ¿por qué cambio de opinión y en lugar de solo fingir ser amantes, también desea casarse conmigo? Dice que así puedo cerrarle la boca a quienes se atreven a cuestionar mi orientación sexual, pero siendo honestos es obvio que eso le importa poco al no ser cercanos. ¿Qué beneficio obtiene al casarse conmigo?
—Eso es muy simple, hoy me enteré de que Oliver y su amante esperan un bebé y que en el aniversario de la empresa me pedirá el divorcio, así como anunciar el embarazo de esa mujer. Pienso que la mejor venganza que puedo tener contra él es hacerle creer que yo también lo engañé y que me he enamorado de otro hombre y que mejor que sea con usted, su enemigo número uno —confieso aquello que comencé a poner en marcha una vez que me enteré cuantos años tiene Oliver engañándome.
»Además, al casarme con usted tendré el poder suficiente como para destruir a mi esposo, así como poder recuperar el laboratorio de mis padres y en caso de no hacerlo, me sentiré satisfecha con verlo perder todo aquello que le importa, incluido ese laboratorio.
»¿Tiene algún papel y bolígrafo? —lo cuestiono, alternando mi mirada entre un hombre y otro antes de que me sigan cuestionando sobre mis propósitos.
—Aquí tiene, ¿para qué lo necesita? —me interroga el chófer.
—Para demostrarle que no me pienso burlar de usted o que lo estoy engañando —tomo las cosas que me tiende y escribo rápidamente algunos de los componentes del nuevo perfume que deseaba mostrarle hoy a Oliver.
—¿Qué es esto? —inquiere el ojiazul, tomando el papel que le entrego.
—Esa es la mitad de una fórmula para un nuevo producto que estaba por entregarle a mi marido —escupo con dificultad. El solo tener que mencionar el tipo de relación que mantenemos me quema la lengua—. Si usted acepta mi trato le daré el resto y aunque intenté que alguno de sus químicos lo revisen, le aseguro que les será difícil encontrar algo que se incorpore en perfecta sincronía con estos ingredientes —me le adelanto cuando veo un destello de codicia en sus ojos.
—¿Y si no acepto su trato?
—Permitiré que Oliver me humillé ese día, pero después de ello buscaré alguna otra perfumería de gran prestigio, así sea en otro país y acabaré con mi esposo al igual que con usted, porque los perfumes que hago son los que han posicionado a Mon Parfum Lefebvre como la mejor de Francia y usted habrá perdido la gran oportunidad de vengarse de él.
»Si acepta mi trato, lo espero aquí en tres días, en caso de que no llegué sé que tendré que arreglármelas sola para librarme de Oliver —pronuncio con un valor que nunca había sentido, pero que debido a todo lo que he vivido en estas horas me estoy obligando a sacar de donde sea.
Abro la puerta y bajo de su camioneta sin mirar atrás, caminando en sentido contrario de donde se encuentra el hombre que bien podría ser mi salvación o solo alguien con quien me cruce un breve instante y del que nunca podré obtener la ayuda que tanto necesito en este momento.
Nathan DuboisObservo el prototipo de mi próximo lanzamiento y sintiendo una satisfacción profunda al saber que por primera vez los Lefebvre no podrán robarme mi idea, lanzo un suspiro de alivio y dejo el pequeño frasco de vidrio en su lugar.—¿Qué le pareció el envase? —me cuestiona el jefe de producción.—Me gusta, es justo como lo imaginaba, realmente es perfecto para el nuevo producto.—Sabía que le gustaría —responde animado.Después de intercambiar unas cuantas palabras y pedirle que comencemos con la producción a gran escala, me dirijo al área de empaque para revisar los últimos detalles del embalaje que usaremos.Reviso con los encargados que el material sea de acuerdo con lo que pedí y cuando termino con ellos regreso a mi oficina.—Jefe, aquí está el reporte de las ventas que me solicitó —me intercepta Scarlett en cuanto me ve salir del ascensor—. Podrá encontrar el detalle por producto y por región.—Gracias Scarlett, siempre tan eficiente y…—Su perro se encuentra esperand
GiselleDespués de más de treinta minutos llego a las rejas de la casa que ahora me causa tanto repudio y sin más opción las traspaso. Cuando una vez más estoy frente a la puerta, toco el timbre y al cabo de unos segundos el ama de llaves me abre, no sin antes dirigirme una mirada despectiva.—¿Dónde estaba? —me cuestiona con molestia, sin siquiera dignarse a saludarme.—Salí a dar una vuelta —respondo con la mirada baja. No puedo creer que nadie en esta casa me respete, pero más aún que yo haya sido tan idiota cómo para soportar este trato.—En lugar de estar perdiendo el tiempo, debería de estar cuidando a mi niño —se queja, pero antes de que pueda continuar con sus comentarios maliciosos, la voz de mi suegra nos interrumpe.—Hasta que te dignas a regresar. ¿Dónde estabas? —inquiere, cruzando sus brazos sobre su pecho y fulminándome con la mirada.—Salí a dar una vuelta.—¿Saliste a dar una vuelta? ¿Acaso el aire del jardín no es suficiente para ti? —chilla sin dejar de fruncir el c
Como cada noche antes de saber de su engaño me acuesto en la cama, con la única diferencia de que esta vez me alejo lo más que puedo de Oliver, en un intento por evitar cualquier roce entre nosotros. El solo sentir su tacto me hace sentir enferma.—¿Por qué te alejas tanto, Giselle? —se queja cuando la cama se hunde de su lado.—N-no quiero lastimarte, ya me di cuenta de que te duelen las costillas.—No importa. ¡Acércate! —me ordena y solo para que no siga sospechando de mí, quedo a escasos centímetros de él y como si no fuese suficiente, enreda su brazo en mi cintura hasta pegarme por completo a su cuerpo.[…]Los dos días siguientes, Oliver me obliga a permanecer a su lado en cada momento y cuando creo que me será imposible ir a mi lugar de encuentro con el tal Nathan, Paulette se aparece en casa, dándome la excusa perfecta para librarme de los Lefebvre quienes parecen vigilarme en todo momento.—¿Ya terminaste de comer? —me cuestiona Oliver.—Sí, iré a ayudarle a…—Ve a la habitac
Giselle Lemaire Observo el gesto de desagrado de la mujer, la cual me indica que puedo subir al piso de mi marido y bajando la mirada me dirijo al ascensor. Como casi no vengo a este lugar se me olvida que aquí tampoco soy bien recibida, el trato de estas personas no es diferente del que recibo en casa.Una vez que llego al último piso, me muerdo los labios lista para recibir esa mirada burlona que siempre me dedica Paulette, la asistente de mi marido, no obstante para mi sorpresa su escritorio se encuentra vacío y gracias a ello lanzo un suspiro de alivio, seguramente está en el baño y de momento me puedo librar de ella.Me acerco a la enorme e imponente oficina de Oliver y justo cuando estoy por tocar a la puerta, me percato de que está un poco abierta, debido a lo cual las voces del otro lado llegan con bastante facilidad.—¿Ya sabes los ingredientes del nuevo perfume de los Dubois? —cuestiona Oliver a alguien.—Sí, justo hace un rato Leroy me la entregó —musita con suficiencia la