Inicio / Mafia / Al ritmo del peligro: La dama y el jefe. / 4. Con las piernas abiertas y los ojos bien cerrados.
4. Con las piernas abiertas y los ojos bien cerrados.

Narra Lorena.

Dicen que para salir del barro hay que ensuciarse un poco más.

Yo aprendí a revolcarme con estilo.

Ruiz no es tonto.

Por eso lo beso más fuerte.

Por eso le muerdo los labios como si fueran míos. Porque sé que cada caricia lo hace bajar un poco la guardia, y cada jadeo le nubla la vista justo donde necesito que deje de mirar.

Cuando me levanta, cuando me apoya contra esa cama que no es suya ni mía, solo una excusa en medio de la guerra, yo no estoy pensando en su cuerpo.

Estoy contando segundos.

Midiento reacciones.

Buscando grietas.

Porque mientras él me recorre con manos firmes, yo repaso mentalmente cada cosa que escondía en su chaqueta.

La foto arrugada del viejo al que mandaron a dormir bajo tierra.

El papelito con una dirección anotada a mano.

Una llave.

Una marca.

Una pista.

Y entonces sus labios bajan por mi cuello y yo me arqueo, exagerada, como si eso me dominara.

Pero no me domina. Solo me despierta algo que hace rato tenía dormido, y eso es jodidamente más peligroso.

No porque me enamore, No soy tan estúpida. Sino porque me gusta cómo se siente el peligro, el fuego. Con cuchillas ocultas bajo las sábanas.

Sus dedos van a donde no deberían, y yo lo dejo, esta escena es mía también, porque no soy víctima, y no soy peón, no soy la pobre puta atrapada en un cabaret.

Yo elegí esto.

Elegí meterme entre sus brazos, entre sus planes, entre sus miedos, porque si hay algo que los hombres no esperan, es que una mujer les clave un puñal cuando están desnudos.

Y yo aprendí que ese es el mejor momento para atacar.

—¿Estás segura de esto? —me pregunta, bajito, con esa voz que quiere parecer humana.

Le muerdo la orejam, y le susurro:

—Estoy más segura que vos.

Y entonces me dejo ir. Me dejo tomar, como si no tuviera pasado. Como si no cargara con los golpes de Carlo, con las noches sin nombre, con las miradas clavadas como cuchillos.

Porque en ese instante, mientras Ruiz me toma como si fuéramos los últimos dos seres vivos del planeta, yo me convierto en otra cosa.

En un arma.

Y no puedo evitar pensar… que si él cree que me está usando, es porque no tiene idea de lo que se viene.

Ruiz fuma. Siempre fuma después. Como si cada calada le ayudara a tragarse las ganas de quedarse.

Lo miro desde la cama, la sábana pegada a mi piel todavía húmeda, el corazón más calmado de lo que debería estar después de lo que hicimos.

No fue sexo, fue algo más sucio, más real, como dos fieras cansadas de fingir que no sienten.

Él no lo admite, pero lo noto en su forma de moverse, Ruiz, Ruiz, el muy maldito no está acostumbrado a perder el control, y menos con una mujer que no puede comprar.

Se cree el cazador.  Se olvida de que a veces la presa muerde.

Se levanta sin mirarme, como si no importara, como si no me hubiera tenido adentro suyo, entre sus dientes.  Claro que yo no digo nada. No lo detengo. No soy una idiota, pero me entrené para parecerlo.

Lo veo revisar su chaqueta. Siempre revisa su chaqueta, y sé por qué. Él piensa que no me di cuenta cuando fue al baño. Que no vi la oportunidad, pero la vi, y  la tomé.

El sobre estaba donde imaginé, las llaves, el papel arrugado con coordenadas, una nota escrita a mano con tinta azul. No me robé nada.  No todavía. Solo memoricé, claro que yo no soy ladrona.

Soy una mujer con hambre.

—¿Dormida? —pregunta con esa voz de lija mojada que usa cuando no sabe si está en peligro.

—¿Te asusta que lo esté? —le respondo sin mirar.

Si supiera la mitad de las cosas que me he callado, se atragantaría con ese cigarro.

Y entonces suena mi celular.

La vibración corta el aire como un cuchillo mal afilado.

Miro la pantalla. Reconozco el número.

La voz del otro lado no necesita explicaciones.

—Lorena… llegó Carlo. Está en el club. Preguntó por vos. Está… raro.

Ruiz me mira.

Yo trago saliva, como si fuera veneno.

—¿Todo bien? —me pregunta.

—Sí —miento, poniéndome de pie con el vestido a medio cerrar—. Todo perfecto.

Y le sonrío como si no tuviera una bomba a punto de explotar entre las costillas.

Como si no supiera que Carlo, el hombre que me puso en una jaula, acaba de volver a cerrar la puerta desde afuera.

El problema es que ahora ya probé cómo se siente estar sin ella.  Y no estoy segura de que pueda volver a obedecer.

La alfombra de terciopelo rojo está sucia, gastada, con olor a tabaco rancio y desesperación. Cada vez que la piso, me acuerdo de que Carlo no limpia nada que no sea su imagen.

Subo las escaleras del cabaret con las piernas firmes, pero por dentro…

Por dentro se me retuercen los órganos como si supieran lo que viene.

Hace semanas que esquivo esta oficina, este techo, esta maldita lámpara de araña que gotea polvo.

Pero el mensaje era claro. "Subí. Ya."

Y acá estoy.

Empujo la puerta sin golpear. Si me quiere sumisa, va a tener que buscar otra.

Lo encuentro detrás del escritorio, con la camisa desabrochada y los ojos cargados de ese veneno que guarda solo para mí.

—Mirá quién se dignó a aparecer —dice sin mirarme, como si yo fuera una cucaracha en la pared.

No contesto. Me planto frente a él. Si algo me enseñó este infierno, es que al miedo se lo disfraza con los tacones más altos y el maquillaje más intacto.

—¿Me estabas buscando? —le lanzo, con esa voz neutra que aprendí a usar para no mostrar ni un rasguño.

Carlo sonríe. Pero no es una sonrisa. Es un gesto de asco contenido.

—Hace dos días que no te veo por acá. ¿Te creés estrella ahora? ¿Te pensás que este lugar gira alrededor de tu culo?

—Tu local gira alrededor de las tetas que se suben al escenario —respondo sin pestañear—. No te confundas, Carlo. Si no estoy, la caja se nota.

Fue un error. Lo sé apenas lo digo.

Él se levanta de la silla con esa lentitud que me hiela la espalda.

Se acerca. Sus pasos hacen crujir la alfombra sucia.

—¿Así que ahora me hablás como si fueras imprescindible? —dice, muy cerca, demasiado—. ¿Qué hacés, Lorena? ¿Quién te infló la cabeza? ¿El idiota ese que te anda rondando?

Y ahí está.

Ruiz.

Él no lo nombra, pero lo huele. Lo presiente. Lo ve en mis movimientos, en mis silencios.

Carlo es todo lo que detesto, pero no es tonto. Sabe leer las grietas.

—No tengo que rendirte cuentas —digo, pero mi voz ya no suena tan firme.

Me toma del mentón. No me aprieta. Aún no. Pero su mano me da asco. Sus dedos huelen a poder podrido.

—Claro que me las tenés que rendir. Porque si estás acá, es por mí. Porque si comés, si vivís, si tenés esos zapatos, ese techo, esa pintura en la cara… es porque yo te mantengo.

Me trago las ganas de escupirle. Porque sé cómo termina eso.

—¿Y si me voy? —pregunto.

Se ríe. Fuerte. Esa risa vacía que no toca los ojos.

—Andate, mi amor. Pero dejá las tetas en el camerino. Dejame los bailes, dejame el nombre. Porque sin mí, no sos nadie. Una puta de quinta. Eso eras. Y eso volvés a ser si me traicionás.

Me suelta de golpe. Camino dos pasos hacia atrás. Me tiembla la garganta, pero no me la arranco.

Me recompongo. Me río yo, ahora. Bajito.

—Vos creés que me hiciste. Pero te olvidás de algo, Carlo… yo ya era todo esto antes de que me metieras en tu circo. Y puedo ser más. Mucho más.

Él no responde.

Solo me observa.

Y eso me da más miedo que cualquier grito.

Porque Carlo no grita cuando realmente se enoja.

Carlo planea.

Me doy vuelta y me voy. Sin pedir permiso. Sin mirar atrás.

Pero mientras bajo las escaleras, me doy cuenta de que me están mirando.

No los clientes. No las otras chicas.

Martín.

El tipo de mirada que no es casual. Que no está para disfrutar el show.

¿Quién lo mandó?

No hace falta pensar demasiado.

Ruiz está más cerca de lo que creí.

Y eso...

Eso puede ser bueno o puede ser un nuevo tipo de jaula.

Una jaula con paredes de deseo, mentiras… y planes que no son míos.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP