**ÚRSULA**
Giré en la esquina, sintiendo que mi plan estaba funcionando, cuando un grupo de estudiantes se cruzó frente a mí, bloqueando mi salida. Mordí mi labio, intentando no perder la calma. No podía detenerme ahora. Me moví entre ellos lo mejor que pude, pero justo cuando estaba a punto de seguir avanzando, escuché su voz.
—¡Úrsula! —Mirella dijo mi nombre con esa dulzura ensayada que solo yo sabía interpretar como una trampa.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Cerré los ojos por un instante, conteniendo el impulso de salir corriendo. Me obligué a respirar hondo, a girarme con calma, a mostrarle que no me afectaba, aunque por dentro quisiera hacer exactamente lo contrario.
Esto apenas comenzaba.
Cada día era una repetición del anterior. Despertar en la misma casa, caminar por los mismos pasillos, respirar el mismo aire cargado de expectativas y reglas. Me sentía atrapada en una rutina sofocante, como si estuviera encerrada en una jaula invisible que no podía romper. Todos tenían un plan para mí, todos esperaban que siguiera el camino que ya estaba trazado, pero nadie se detenía a preguntarse si realmente era el que yo quería.
La única salida que tenía, el único respiro que encontraba, eran los mensajes de Klaus. Cada vez que mi teléfono vibraba y veía su nombre en la pantalla, algo dentro de mí se aliviaba. Me hacía sentir especial, me hacía sentir vista. Con él no tenía que fingir, no tenía que medir cada palabra para evitar decepcionar a alguien. Podía ser yo, sin miedo a las consecuencias.
Sus mensajes llegaban en el momento justo, como si supiera exactamente cuándo necesitaba escapar de mi propio mundo. A veces me enviaba comentarios ingeniosos que me sacaban una sonrisa en medio del caos; otras veces, simplemente me preguntaba cómo me sentía, y eso, por extraño que pareciera, significaba mucho más de lo que podía admitir.
“Nadie te entiende como yo, Úrsula”, me escribió una noche, y me quedé mirando esas palabras por un largo rato, sintiendo cómo se grababan en mi mente. ¿Era cierto? ¿Realmente me comprendía mejor que nadie? La idea me asustaba y me fascinaba a la vez. Era un pensamiento peligroso, porque me hacía querer confiar en él más de lo que tal vez debía.
Pero, ¿qué más podía hacer? Aquí, en este mundo cerrado y vigilado, Klaus era la única persona que me hacía sentir libre. “Deseo verte, Klaus”, pensé en ese momento. Muy atrevido de mi parte.
Cada día se sentía más pesado, más asfixiante. Mirella, no me daba respiro. Su presencia en la universidad era constante, como si estuviera decidida a recordarme que no podía escapar de la vigilancia de mi familia. Cada vez que la veía, su sonrisa dulce y su actitud encantadora me irritaban más. Sabía que detrás de esa fachada había una intención calculada, una misión que no tenía nada que ver con preocuparse por mí. Era agotador, y cada vez que pensaba en Klaus, sentía un pequeño alivio, una chispa de esperanza en medio de todo.
Lo anhelaba. Anhelaba verlo, hablar con él, sentir esa calma que solo él parecía darme. Sus mensajes eran mi refugio, pero no eran suficientes. Quería más. Quería estar frente a él, escuchar su voz, ver esa sonrisa que siempre parecía desarmarme. Pero entre las clases y el acoso de Mirella, parecía imposible.
Hasta que sucedió.
Estaba caminando por uno de los pasillos, mi mente perdida en pensamientos, cuando sentí unos brazos, rodearme y jalarme hacia un aula vacía. Mi corazón se aceleró, el miedo me invadió por un instante, y me giré rápidamente, lista para defenderme. Pero entonces lo vi. Klaus. Su mirada tranquila, su sonrisa ligera, como si todo estuviera bajo control.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, mi voz temblorosa, aunque no era por miedo. Era por la sorpresa, por la emoción que me invadió al verlo.
Él no respondió de inmediato. Solo me miró, como si estuviera evaluando cada detalle de mi expresión, cada emoción que intentaba ocultar. Y entonces, sin pensarlo, lo abracé. Lo abracé con fuerza, como si ese gesto pudiera expresar todo lo que sentía, todo lo que no podía decir con palabras. Sentí sus brazos rodearme, su presencia envolviéndome, y por un momento, todo lo demás desapareció. Mirella, mi padre, las expectativas… nada de eso importaba. Solo él.
—Te extrañé, —murmuré, apenas audible, pero sabía que él lo había escuchado.
—Yo también, Úrsula, —respondió, su voz baja, pero firme, como si esas palabras fueran una promesa.
Me separé lentamente, mirándolo a los ojos, sintiendo cómo mi corazón seguía latiendo con fuerza. No sabía qué iba a pasar después, pero en ese momento, no me importaba. Estaba con él, y eso era suficiente.
Me quedé en la pequeña aula vacía con Klaus, sintiendo el latido acelerado de mi corazón, mientras el mundo exterior seguía su curso ajeno a este instante que acabábamos de crear. Su presencia tenía un efecto sobre mí que no sabía cómo explicar. Me hacía sentir segura, pero también inquieta, como si en él existiera algo que pudiera atraparme por completo si no tenía cuidado.
—¿Cómo estás? —preguntó, finalmente, su voz suave, no obstante, con una nota de genuina preocupación. Mientras sus manos acariciaban mi cabello.
Suspiré, bajando la mirada por un momento antes de responder. —Agotada, atrapada… Mirella no me deja en paz. Está en todas partes, como si tuviera un radar que detecta cada paso que doy. —las palabras salieron solas, como si estuviera esperando tener a alguien con quien desahogarme.
Klaus soltó una leve sonrisa, pero no había burla en su expresión. —Eso no es ninguna sorpresa, —dijo, cruzando los brazos mientras me observaba. —Tu prima no está aquí por casualidad, Úrsula. Lo sabes tan bien como yo.
Asentí. Por supuesto que lo sabía. Mirella era una sombra, un recordatorio constante de que mi padre no confiaba en mí lo suficiente como para dejarme ser libre. Cada movimiento que hacía, cada palabra que decía, todo debía estar bajo observación, bajo control. Era asfixiante.
—Pero hay maneras de lidiar con eso, —agregó Klaus, dando un paso más cerca. —No tienes que dejar que controle tu vida.
Lo miré, mis ojos buscando algo en él, alguna señal de que tenía una solución, una salida. Klaus siempre parecía tener un plan, como si el mundo nunca lograra sorprenderlo.
*ÚRSULA*Mi prima me ha estado vigilando sin descanso. Sé perfectamente que sigue órdenes de mi padre. No necesita decirlo en voz alta; su presencia constante, sus preguntas disfrazadas de interés, y sus miradas inquisitivas son suficiente prueba de ello. Lo hace porque entiende que no me doblegaré ante sus reglas, ya que sabe que no estoy dispuesta a ser la marioneta que todos esperan que sea.Pero entre más pasan los días, más me doy cuenta de que mi vida está atrapada en una prisión que mi padre ha construido meticulosamente para mí. Cada salida es supervisada, cada conversación es analizada, cada decisión que intento tomar parece tener consecuencias. No hay escapatoria. Y a medida que esa realidad se vuelve más evidente, el peso en mi pecho se hace insoportable.—¿Qué deseas hacer ahora? —la voz de Klaus me sacó bruscamente de mis pensamientos.Lo miré, mi mente aún atrapada en la desesperación de mi propia existencia. —¿Qué? —susurré, la sorpresa temblando en mis palabras. La pre
*ÚRSULA*Klaus sonrió ligeramente, como si hubiera esperado esa pregunta. —Úrsula tiene una forma de ver el mundo que la diferencia de todos los que la rodean, —respondió, su tono relajado pero calculado. —Es alguien que busca algo más, que no se conforma con lo que le han impuesto. Y eso, Mirella, es lo que la hace única.Sentí un escalofrío al escucharlo decir esas palabras. Porque sabía que tenía razón. Pero lo más inquietante de todo era cómo las decía, como si estuviera protegiéndome, como si estuviera marcando una diferencia entre quienes querían mantenerme atrapada y quienes entendían mi deseo de libertad.Mirella soltó una leve risa, inclinando la cabeza como si estuviera considerando sus palabras. —Interesante, —dijo finalmente. —Y dime, Klaus, ¿tú también eres alguien que busca algo más? Aunque no sé qué dirá mi tío de que mi prima se vea a solas con un hombre. Klaus la miró, su expresión inmutable, pero con ese brillo misterioso en los ojos que siempre parecía guardar resp
*ÚRSULA*Sin decir una palabra, giré sobre mis talones y caminé hacia mi habitación. Sentí su furia tras de mí, el intento de decir algo más, de detenerme, de seguir imponiéndose. Pero no le di la oportunidad. Cerré la puerta con fuerza, asegurándome de que resonara en toda la casa, de que quedara claro que en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, no estaba dispuesta a escuchar.Me apoyé contra la puerta, respirando hondo mientras la adrenalina recorría mi cuerpo. No había escapado todavía, pero había dado un paso. Y de alguna manera, ese pequeño acto de desafío se sintió como el comienzo de algo más grande.Desde mi habitación, apoyada contra la puerta, escuché cómo sus voces se filtraban a través de la madera. No necesitaba verlos para imaginar la escena. Mirella, con su postura impecable y su tono cargado de falsa preocupación, y mi padre, con el ceño fruncido y la furia contenida que siempre parecía estar a punto de explotar.—Tío, tú la tienes malcriada a mi prima, —dijo
*ÚRSULA*Al enviar el mensaje, sentí como si el aire se volviera más denso, como si cada segundo dejara de moverse mientras esperaba su respuesta. En ese instante, comprendí que, a pesar de mis miedos y de la incertidumbre, la posibilidad de ser realmente yo, de amar y ser amada sin restricciones, valía cualquier riesgo.La pantalla se iluminó nuevamente y, con cada palabra que se iba desplegando, mi corazón se llenaba de una mezcla de alivio y temor. Klaus, con su empatía inquebrantable y voz serena, había derribado uno de los muros más grandes que me separaban de la libertad. Y aunque aún temblaba ante la idea, no podía negar que, por primera vez, veía una salida en medio del laberinto de control que me había estado ahogando.**KLAUS**Recostado en el sillón, desbloqueé mi teléfono y la pantalla me iluminó el rostro con la confirmación que esperab
**KLAUS**Mirella, por supuesto, no perdió la oportunidad de tomar el control de la situación. Al llegar cerca, noté el leve ascenso de una ceja en su rostro, el ligero esbozo de una sonrisa en sus labios, como reconociendo el atisbo del juego que estaba por comenzar.No se trataba de un coqueteo cualquiera, sino de ese baile silencioso en el que las miradas dicen más que las palabras. Con cada paso, me aseguraba de proyectar una imagen relajada, pero intensa, como si la noche misma hubiese conspirado para reunirnos en ese preciso instante.—Ahora sí, me invita a un trago, —dijo Mirella, levantándose de su asiento con una gracia estudiada. Sus amigas, que hasta entonces habían permanecido en segundo plano, sonrieron con picardía, como si fueran cómplices de algo que aún no se había revelado.Sabía que, en ese ambiente cargado de impulsos y estrategias, cada gesto se interpretaría de múltiples maneras. Para mí, sin embargo, l
**KLAUS**Asentí ligeramente. Cada palabra suya, cada matiz de su respuesta, era confirmación de que mis cálculos no estaban equivocados. Mientras la noche continuaba y la música del club se hacía cómplice de nuestra confidencia, todo parecía caer en su lugar. Con la información recabada, cada variable se ajustaba en mi mente: la imagen de una Úrsula ansiosa por librarse de su padre, la propia ambición de un destino juntos, y la delicada red de influencias que, si manejada correctamente, me permitiría conquistar no solo su corazón, sino su libertad completa.Con una arrogancia apenas disimulada, declaró: —Soy mucho mejor que mi prima, una completa inexperta en estas lides. Yo, en cambio, te ofrezco una noche de pasión desenfrenada, una experiencia que jamás olvidarás.Dicho esto, se movió con una deliberada lentitud, acortando la distancia entre nosotros. Se sentó justo a mi lado, su presencia invadiendo mi espacio personal. Lentamente, con una audacia que parecía calculada, sus manos
**KLAUS**Sonreí, no porque sus palabras fueran motivo de alegría, sino porque sabía que este era el punto de inflexión que había estado esperando. El momento en que Úrsula finalmente estaba dispuesta a dejar atrás todo lo que la había mantenido atada. Y yo, más que nadie, sabía que este era el momento de actuar.—Entonces, hagámoslo, Úrsula, —dije, mi voz firme, pero suave, como si con esas palabras pudiera ofrecerle un refugio. —Si realmente quieres huir, si quieres dejar todo esto atrás, no tienes que hacerlo sola. Estoy aquí. Conozco el camino.Sus palabras, aunque breves, habían cambiado todo. En ese instante, supe que ya no se trataba solo de un plan, de un cálculo frío. Esto era algo más grande. Su confesión había puesto en marcha una cadena de eventos que cambiarían nuestras vidas para siempre. Y yo estaba dispuesto a asegurarme de que cada paso que diéramos fuera el correcto, llevándola hacia la libertad que tanto deseaba, y hacia el futuro que había imaginado para los dos.—
**ÚRSULA**Estoy harta. Harta de las interminables regañadas, de la forma en que mi padre me habla como si no tuviera derecho a tomar ni una sola decisión por mí misma. Y todo por Mirella. Por esa prima que no se quita de encima, que exagera cada detalle como si su único propósito en la vida fuera ponerme en problemas. Cada pequeño acto mío, cada palabra que digo o cada gesto que hago, termina convertido en una montaña de acusaciones que ella lleva directamente a los oídos de mi padre.Y él, por supuesto, no duda en creerle. Lo hace con esa facilidad que me desarma, como si no importara lo que yo diga para defenderme. Mirella siempre encuentra la manera de convertir lo insignificante en un drama monumental, y mi padre, tan rígido y controlador como siempre, solo ve en sus exageraciones una confirmación de que soy un desastre, una hija rebelde que necesita estar bajo su vigilancia constante.Cada regaño es un golpe, un recordatorio de que no tengo espacio para respirar, para ser. Es el