Error de cálculo

La isla irradia paz y armonía, y por fin, después de tantos días de estrés, siento que puedo tomarme un respiro.

Todo está en orden y solo falta esperar la hora de inicio de la boda. Hoy, todo está completamente listo, solo quedan algunos ajustes menores en la decoración. Todo está en su lugar… o eso espero.

Sin embargo, el destino tiene otros planes.

Llego temprano con la esperanza de relajarme un poco antes de la gran noche. En la suite de la novia, me encuentro con Valentina, radiante y llena de energía como siempre.

—Nai, ¿te acuerdas de que pedí un favor? Que se aseguraran de que todos los huéspedes estuvieran bien acomodados. ¿Lo confirmaste?

Asiento con confianza, pero decido dirigirme a la recepción para revisar los detalles con el gerente. Todo parece en orden hasta que el recepcionista revisa su lista y se muestra confundido.

—Lo siento, señorita, parece que hay un pequeño error en el sistema. El huésped... Aziel, ¿verdad? No aparece en nuestra lista de reservas pero si en su lista. Parece que entregó las llaves y la habitación cuando se fue. Hemos confirmado las habitaciones de todos los demás, pero parece que la suya no fue asignada nuevamente pero a otra persona externa.

Frunzo el ceño, sintiendo cómo el estrés vuelve a subir. El hotel está completamente lleno y solo hay dos opciones de alojamiento en toda la isla. Uno está al otro lado, el Hotel Ocean View, más caro y sin habitaciones disponibles. La tensión en el aire es evidente. Tengo que actuar rápido.

—¿Qué quieres decir con que no tiene habitación? ¡Aziel es el fotógrafo principal de la boda y el padrino!—exclamo, intentando mantener la calma.

El recepcionista se ve apenado.

—Este error pasó en otro turno. Y encima no sé por qué él entregó la habitación si se iba a quedar para la boda. Podemos ofrecerle una habitación en el Hotel Ocean View si tienen disponibilidad, pero está a una hora y media de distancia. Podemos reembolsarle la noche.

Doy un paso atrás, pensando en las opciones. Entonces, Aziel aparece con su cámara al cuello y nos ve conversando.

—Buenos dias. ¿Qué pasa con mi habitación?

—¡Hasta que apareces! ¿Por qué entregaste la llave ayer si ibas a volver? Las habitaciones estaban bloqueadas para los 400 invitados, la entregaste y la vendieron a otros huéspedes.

Aziel parece indiferente.

—No es para tanto. Puedo quedarme durmiendo en la playa. No me importa cruzar la isla si hace falta.

Lo miro incrédula. Ya me tiene jalando de los pelos y sigue hablando babosadas.

—¿En serio? ¡No vamos a dejar que todo el trabajo de la boda se vea empañado porque alguien no tiene dónde dormir! Soy responsable de los invitados.

Aziel sonríe con desdén.

—Tranquila, Naiara te va a dar algo. No me molesta ir hasta el otro lado de la isla. No es como si tuviéramos que salvar el mundo.

Respiro profundo. No voy a dejar que este caos logístico arruine el día. Si hay algo que sé hacer, es encontrar soluciones.

—A ver, Aziel—digo pensativa—, ¿por qué no te quedas en mi casa? Es un lugar pequeño, pero está justo al lado de la playa. No quiero que pierdas el tiempo viajando. Además, es solo por una noche.

Aziel me observa sorprendido. Su expresión cambia de escepticismo a diversión.

—¿Tu casa? ¿En serio? ¿Y eso es parte del plan para hacer que la boda sea más... 'auténtica'?

Lo fulmino con la mirada, pero no puedo evitar sonreír.

—Mira, no te voy a mandar a ese hotel perdido. Además, mi casa está cerca y tengo espacio suficiente. ¡Tú solo ven y haz tu trabajo de fotógrafo y padrino!

Aziel me mira con una ligera sonrisa. Por un momento, la tensión se rompe.

—Bueno, si no me queda otra... Supongo que no será tan malo. ¿No me vas a hacer dormir en una hamaca, verdad?

Suelto una carcajada nerviosa.

—Te prometo que no. Te dejo la cama.

Unas horas después, estamos en un coche pequeño que alquilé para llegar a mi "casita" privada en la playa porque el mío le dió la gana de no encender. Aziel parece cómodo, pero la situación sigue siendo extraña. No puedo evitar reírme de la incomodidad entre nosotros.

El viaje es corto y, cuando llegamos, la vista es impresionante: el mar Caribe se extiende frente a nosotros, con aguas cristalinas brillando bajo la luz del atardecer. No me mudaría de aquí ni por todo el dinero del mundo. Y eso que tengo bastante porque mis padres adoptivos son adinerados.

Mi casa es sencilla si a una cabaña de 200 metros y un patio de mil metros y todo lo necesario se le puede llamar así, pero indudablemente es acogedora. Una cabaña de madera con techos altos y ventanas de cristales, donde el sonido del mar se escucha en cada rincón.

Le muestro la habitación de invitados, que tiene una cama king-size con vista directa al océano.

Aziel entra y no puede evitar un comentario mordaz.

—Bueno, no está mal. Al menos no es una hamaca... aunque casi, ¿no?—dice con una sonrisa.

Lo miro con ironía.

—Te dije que estaba bien.

—¿Dónde dormirás tu?

—Mi habitación es la primera puerta solo tengo un baño así que siempre toca antes de entrar el seguro se daño hace dias. Tengo agua caliente, gas y comida en el refri. Si tienes otros gustos aparte de lo que hay puedes ir al minimarket que está a unos cuantos metros desde la entrada.

—Bien.

—Pon tu equipaje en la habitación y siéntete como en casa, yo debo regresar al hotel y luego venir a descansar. Tu me dices si regresas devuelta o te quedas aquí.

—Estoy agotado, me quedaré aquí.

Yo evito mirarle el culaso que se gasta cuando me da la espalda.

—Bueno el gran día es mañana así que descansa.

Me voy para no seguir teniendo malos pensamientos.

Aziel asiente, pero no deja de sonreír. A pesar de las tensiones previas, algo en la atmósfera ligera de la casa hace que la incomodidad se disipe... aunque solo sea por un rato.

Aquí la brisa salada me despierta cada mañana antes de que suene la alarma. Cuando abro los ojos lentamente, lo primero que veo es el resplandor dorado del amanecer filtrándose por las ventanas abiertas. Mas de una vez me estiro con pereza, escuchando el murmullo de las olas rompiendo suavemente en la orilla. Créanme este es el verdadero paraíso.

Soy fanática de caminar descalza, así que más de una vez salgo al porche de madera con los pies pelados, sintiendo la frescura de la brisa marina en mi piel. Frente a mí, el mar se extiende en un azul turquesa infinito, reflejando los primeros rayos del sol como un espejo ondulante. Muchas veces la arena, aún húmeda por la marea nocturna, brilla con destellos dorados. Son doscientos metros de playa privada, un pedazo de paraíso que sigue sorprendiéndome cada mañana desde hace varios años.

Salgo de mi casa dejando a Aziel instalándose y respiro hondo. Yo dejo que el aire puro llene mis pulmones. Giro la vista hacia el terreno que rodea mi casa, mil metros de espacio libre donde la naturaleza se ha tomado la libertad de crecer sin restricciones entre matas de almendras, matas de coco, mangos, aguacates y papaya.

Las palmeras mas altas se mecen suavemente, acompañadas de mis arbustos tropicales que perfuman el aire con un aroma dulce y fresco. Más allá, un sendero de piedras serpentea entre la vegetación, llevándome hasta un pequeño jardín que he cuidado con esmero. Me he quemado las pestañas reuniendo todo tipo de orquídeas para decorarlo.

En este momento, todo es calma, todo es mío. Muchas veces me siento en el escalón del porche, con las piernas cruzadas, disfrutando del sonido del mar, un cafecito y la sensación de que, por unos instantes, el mundo entero ha decidido detenerse.

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