Mi monstruo despertó

La música retumbaba en mis oídos y el alcohol en mi cabeza, pero en el instante en que me separé de Naiara, el mundo se volvió un caos en mi mente. Me sentía atrapado en una mezcla de pánico y vergüenza. Sin pensar, corrí al baño, dejándola sola en la pista de baile.

—Voy al baño —murmuré, sintiendo que el demonio mismo me pisaba los talones.

Una mujer nunca había tenido el poder de hacer que mi amiguito despierte, no importa que herramientas utilizara.

Cerré la puerta del cubículo y me apoyé en la pared, tratando de recuperar el aliento. Pero cuando miré hacia abajo, me quedé paralizado. Ahí está, ahí sigue, una ërecciön latente que parecía gritar por atención. La frustración me invade. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿estaba curado? ¿así de la nada?

Me bajé los pantalones, sintiendo la felicidad inundando mi mente. Tragué saliva, preguntándome si la mamajuana de marisco que me ofreció el Bartender y que había tomado habían sido la causa. O quizás era el ambiente festivo, la isla, la música y las luces que llenaban el aire de una energía palpable. Pero no, eso no era todo.

Cerré los ojos, intentando calmar mi mente, pero en su lugar, la imagen de Naiara se filtró en mis pensamientos. Su risa, la forma en que sus ojos brillaban, la calidez de su cuerpo al bailar tan cerca de mí. Su actitud de perfeccionismo. Sus malditas curvas. Un escalofrío recorrió mi espalda, y la erección se intensificó.

—¿Por qué solo reacciona con ella? —murmuré, sintiéndome completamente confundido.

Recuerdo a las chicas con las que salí, las que se desnudaron por mí, se besaron, fornicaron frente a mi. Todas ellas tenían cuerpos de infarto, sonrisas que derretían el hielo de cualquier corazón, pero nunca había experimentado algo así. Con ellas, mi cuerpo había permanecido inerte. No importa qué tanto me la chuparan. Hasta llegué a creer que era gay. Pero nunca experimenté con hombres por que no es lo mío, me gustan las mujeres, disfrutaba hacerles sexo oral mästürbärlas con los dedos o con juguetes. Pero mi hombría nunca se levantó ¿Qué tenía Naiara que las demás no? Ni siquiera la he visto desnuda. Ella me irrita aunque tiene puntos a su favor. No me imagino estar con ella y metérsela.

La pensé de nuevo: su cabello brillante, la manera en que se movía con confianza, y esa chispa traviesa en su mirada. Era como si, al estar cerca de ella, todo mi ser despertara. Mi corazón aceleró y la presión se intensificó.

—Esto no puede estar pasando, maldición ella es el problema—susurré, sintiéndome un poco avergonzado.

Traté de concentrarme en algo más, en cualquier cosa que no fuera ella. Pero cada pensamiento que surgía, cada recuerdo de su risa, su discutidera, su perfeccionismo y su mirada, solo hacía que el deseo aumentara. ¡Era una locura!

La mente me gritaba que debía alejarme de ella, pero mi cuerpo no parecía estar de acuerdo. Al final, era evidente que Naiara era diferente. Era la única mujer que había logrado romper el hechizo que había mantenido a mi cuerpo cautivo. Y no sabía si eso era algo bueno o malo.

—No puedo dejar que esto me controle —me dije, tratando de encontrar la lógica en el caos—Debe ser esa mamajuana.

Pero a medida que la tensión aumentaba, me di cuenta de que me gustaba. Me gustaba cómo me hacía sentir, el poder que tenía sobre mí. Esa voz mandona. Una mezcla de orgullo y ansiedad se apoderó de mí. ¿Y si realmente era su cura milagrosa?

Mis pensamientos giraban, y no podía evitar preguntarme si esto significa que puede haber algo más entre nosotros. Pero era un miedo extraño, como si al abrirme a esa posibilidad, también me estuviera arriesgando a ser herido de nuevo. ¿Podría tener algo con esa princesa imperfecta?

—¡Maldita sea! —exclamé, golpeando suavemente la pared del cubículo, sin poder contenerme.

La presión en mi entrepierna me había llevado al límite. Sentía un ardor palpitante que recorría mi vientre bajo, una urgencia que no podía ignorar. Me siento como si el corazón está latiendo en los oídos y un calor sofocante recorriéndo mi la piel.

Mi respiración era errática cuando volví y bajé la mirada y vi lo imposible. Estaba duro. Por primera vez en mi vida, no era solo un intento, no era solo una tibia respuesta a estímulos que siempre se disiparon antes de alcanzar algo real. Era firme, grueso, pesado en mi mano.

Trago saliva. Mis dedos lo rodean con cautela, como si al tocarlo demasiado fuerte fuera a desvanecerse. Me saco el celular y tomo algunas fotos. Nunca había sentido esa solidez, ese calor pulsante bajo mi palma. Cuando intento deslizar mi mano a lo largo de él, tuve que usar la otra para tratar de abarcar toda su extensión y aún así queda un trozo de carne fuera de mis dos manos. Siempre había sido grande, pero frío. Ahora era una bestia viva en mis manos. Puedo ver las venas sobresaliendo con mi sangre dentro de estas, recorriendo toda la longitud.

Cerré los ojos y apoyé la frente contra la pared. El placer me sacudió en una ola nueva, desconocida. No era solo un alivio mecánico como las veces anteriores, cuando intentaba obligarme a responder, cuando todo quedaba en frustración y vergüenza. Era hambre, era necesidad cruda, era fuego líquido corriendo por mis venas.

El ritmo de mis manos se vuelve más frenético, cada caricia un nuevo descubrimiento, un golpe de electricidad corriendo directo a mi columna. Gemí. Bajo, gutural, una prueba de que esto era real, de que algo dentro de mí había cambiado. Por primera vez iba a sentir qué se siente cuando mis jugos salieran.

Cuando finalmente alcancé el clímax, un estremecimiento violento me recorrió de pies a cabeza. Me tensé contra la pared, con la respiración entrecortada y las piernas temblorosas, mientras terminaba mi convulsión de placer. Fue intenso. Demasiado. Como si mi cuerpo hubiera estado acumulando esta energía durante años y al fin la dejara salir.

Me quedo allí unos segundos, tratando de ordenar mis pensamientos. Mi pecho sube y baja con dificultad, con la piel caliente y cubierta de una fina capa de sudor. Me sentí exhausto, pero increíblemente vivo.

Carajos, venirse es lo mejor del mundo, después de comer o ir al baño claro está.

Mientras me limpio con papel, una idea cruza mi mente como un relámpago.

Necesitaba ver a un médico desde que llegue a Atlanta.

Había pasado por tantos especialistas sin resultados, resignado a vivir con una disfunción sin explicación. Pero ahora, de repente, mi cuerpo había reaccionado de una manera que nunca antes había experimentado. Esto no podía ser coincidencia.

Y entonces, un escalofrío recorrió mi espalda.

Naiara.

La imagen de ella, de su risa despreocupada, de su cabello alborotado por la brisa, de su forma de desafiarme sin miedo, se clavó en mi mente. Fue su presencia, su cercanía, la que había provocado esto, estoy casi seguro.

¿Era ella? ¿Solo ella?

El pensamiento me golpea con una mezcla de asombro y temor. Si lo que sospechaba era cierto, estaba jodido. Porque eso significaba que mi cuerpo no reaccionaría con nadie más. Esto no podría mostrárselo a mi ahora ex o a otra mujer.

Salí del baño, sintiendo el aire fresco chocar contra mi piel. Debo ponerme positivo, debo imaginar que ya estoy curado y puedo estar con cualquier mujer. La música aún retumbaba en el salón, y las risas de los invitados resonaban como un eco lejano. Busqué a Naiara en medio de la multitud, pero apenas la vi. Ella se movía entre las personas, esquivando miradas, y eso solo aumentó mi curiosidad. La peor parte era que, tras la fiesta, tenía que volver a su cabaña frente al mar, donde la tentación me esperaba.

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