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La impresión que se llevó fue tan fuerte, que en silencio fue hasta su habitación y llamó a su tío. Que al notarla en aquel estado le propuso ir a estudiar en una escuela de negocios en Miami. Morgana no se lo pensó mucho y lo aceptó casi de manera inmediata. Ninguno le dijo una palabra al día siguiente, sintió que en ese instante les estorbaba. Así que preparó su pequeño equipaje y esa misma mañana se marchó.
Durante los primeros días, su madre le había llamado constantemente. Aún no se disculpaba, simplemente se justificaba diciéndole que el corazón no decide de quien se enamora, y que por más que la lucha sea fuerte, si el amor es verdadero, cederá. Morgana decidió pasar la página con aquella experiencia, a ningún hijo le gustaba saber con detalles lo que ocurría con sus padres a la hora de tener sexo.
El beneficio de aquello fue que la relación entre los tres mejoró mucho. En el fondo se alegraba por ambos, y esperaba que esa vez hicieran mejor las cosas. Pero no todo quedó ahí, porque fue protagonista de otra escena surrealista. Al punto que la hizo actuar como si entre los tres, ella fuera la persona adulta y sus padres, un par de adolescentes con las hormonas revueltas. El fin de semana que llegó de visita a casa después de meses. Se encontró con su madre embarazada, y que sus progenitores se habían vuelto casar.
No se dio la oportunidad de desempacar, sino que de nuevo llamó a su tío. Con también tuvo unas palabras, porque estaba al tanto de la situación. Sin embargo; era muy poco lo que Xavier podía hacer, ya que él trabajaba en las plataformas petroleras en medio de la nada.
La calmó diciéndole que también había quedado tan sorprendido como ella, pero que el amor tenía maneras muy extrañas de manifestarse. Que al parecer la pareja se quería lo suficiente, como para sobrellevar los obstáculos, y hacer florecer su relación con otro hijo.
«Yo nunca tuve esa clase de relación, así que supongo que no conozco y el amor. Y ya a estas alturas de mi vida y nunca lo haré, tal vez por eso estoy solo».
Mientras iba en el elevador, recordó las palabras que le dijo su tío ese día, después que había vivido aquel episodio con Joe, pensaba que iba a seguir el mismo camino que él.
Sacudió la cabeza, y al abrir la puerta de su apartamento se encontró con Sultana, su perra salchicha. Se la había regalado Sergio, un amigo muy especial para ella en navidad.
«Al menos ya tienes quien te reciba a casa cuando llegues», le había dicho y desde entonces la cachorra había sido su compañera de piso.
Al encender la luz, enseguida hizo acto de presencia gimoteando y moviendo la cola para saludarla.
—Eres lo más dulce de mi vida —le hizo cariño—, la única compañía que necesito.
«Por ahora», pensó dando un suspiro.
Llevó todos los paquetes que traía en su habitación, luego fue hasta la cocina a servirle un poco de comida a Sultana, y destapar la botella de vino que suponía se tomaría esa misma noche en compañía de su amiga soledad.
Se sirvió una copa, y dando dos sorbos a su bebida, preparó su ducha y minutos después se sumergió en la cómoda tina. Negó con la cabeza, cuando a su mente vinieron los recuerdos de su relación con Joe. Usando una balanza, pesaban más los momentos de peleas y de insulto que los buenos recuerdos. Movió la mano tratando de atrapar la espuma. A la mente de Morgana, llegaron de un golpe todos los recuerdos. Creando un completo sentimiento de impotencia, por no haberse dado cuenta a tiempo.
Lo conoció en una presentación de una empresa que se encargaba de la venta de neumáticos, ella había se había encargado de todo. Desde el marketing, publicidad, logística y cada detalle del evento que incluía comida, bebida y hasta el tipo de música que se escucharía. Lo cual era su trabajo desde hacía más de cinco años.
Joe era sobrino del dueño de Carson & Co, una empresa de publicidad en la cual Morgana había sido reclutada mucho antes de egresar de la escuela de negocios de Miami. Desde que se conocieron hubo mucha química entre ellos, pero ella no estaba buscando una relación en ese momento. Estaba concentrada, en su trabajo, que en ese momento le estaba exigiendo el cien porciento. Sin embargo; él insistió tanto que no supo en qué momento la envolvió, y cuando se dio cuenta estaba en una supuesta relación con él.
Decidió dejarlo correr, pues todo ba marchando de manera natural entre ellos, hasta que Joe comenzó a tener actitudes muy extrañas con ella. Lo primero que hizo fue pedirle empleo al señor Carson, para poder estar más cerca de ella. Luego vinieron las escenas de celos, delante de todos los compañeros de trabajo, y a veces ante los clientes. Lo último que pudo soportar fue su falta de respeto con ofensas, de las cuales estaba cansada.
Su relación comenzaba a causar confusión, puesto que nadie sabía exactamente que era lo que pasaba entre ellos. Porque por más que Joe hiciera alarde de que estaban juntos, Morgana siempre lo negaba a quien le preguntaba. Incluso delante del mismo Joe y eso era algo que ponía al hombre de mal humor. Hasta que su padre se enfermó y él creó un vínculo entre ellos llamado: “deuda”.
La situación se volvió tan insoportable, que no aguantaba más, y ella misma le había pedido a su jefe una semana de vacaciones con la excusa de que tenía que cuidar a su padre. Pero lo cierto era que necesitaba un respiro de Joe, así en él no la buscara, el solo saber que estaba en las mismas instalaciones de la empresa la ponía de mal humor y con dolor de cabeza.
Morgana sabía que él era un encantador, y completo mujeriego. Cada vez que se enteraba de sus aventuras lo ponía como excusas para que la dejara de molestar, y poner distancia entre ellos. Pero no tenía resultados favorables, sino todo lo contrario. Joe afirmaba que ella era la infiel, y se hacía la víctima. Fue tanta la presión que hacía unas pocas semanas atrás había colapsado.
Terminó su baño, y minutos después comenzó a vestirse. Se había comprado un mini vestido de color negro, ceñido al cuerpo, resaltando su figura curvilínea. Con encaje floral, diseño de purpurina con los hombros descubiertos, que dejaba a la imaginación lo redondo y firmes que eran sus pechos.
Utilizó unas sandalias negras altas, con una pequeña plataforma con comodidad para caminar, y un tacón de más de diez centímetros de tiras cruzadas y con el detalle en el tobillo también de purpurina. Acompañó su atuendo con unas argollas medianas de color plata, al igual que la sencilla cadena que adornaba su pecho, y sus pies con anillos diminutos en cada uno de sus dedos medios. Un detalle coqueto que usaba desde que tenía dieciséis años.
Se maquilló los ojos de una manera que hiciera resaltar sus ojos, color ámbar, y sus largas pestañas. Empleó solo un poco de blush en sus mejillas, y los labios con un tono que pareciera natural. Al mirar su reflejo en el espejo quedó complacida con el resultado. Estaba haciendo morisquetas cuando su teléfono celular sonó.
—Ya estás lista, ¿verdad? —fue el saludo de Lorena.
—Sí, lo estoy —respondió con una risita.
—Estamos abajo.
—Voy enseguida, solo deja que le deje un poco de comida y agua a Sultana y ya estoy ahí.
—Perfecto.
La llamada finalizó, y Morgana fue por un poco de su perfume para terminar con su vestimenta. Fue hasta la cocina, todo lo rápido que le permitían sus zapatos.
—Sultana, ven aquí.
La perrita fue corriendo hasta donde se encontraba su dueña. Morgana se inclinó hacia ella para acariciarla, enseguida aquella noble mascota le dio su manifestación de afecto acariciando con su hocico la mano.
—Esta noche me voy de fiesta —le dijo a la cachorra que se alejó por un momento de ella, para disfrutar de su comida, mientras continuaba acariciándola—. Eso quiere decir que estás a cargo de la casa, no creas que puedes hacer fiestas en mi ausencia y sobre todo no invites a chicos sexis mientras no estoy —con tono juguetón agregó: —Sabes que me daré cuenta de inmediato.
En ese instante la mascota ladró como si le hubiera entendido perfectamente, y ella sonrió complacida de que al menos había alguien que la entendía. Sin la necesidad de dar muchas explicaciones.
—Buena chica —le dijo Morgana, levantándose y lanzándole un beso, tomó su pequeño bolso encima del desayunador, y caminó hasta la salida.
Al cerrar la puerta dio una respiración profunda, nada podía salir mal esa noche. Joe no podía molestarla más, con las fotos que le había tomado esa tarde en el estacionamiento de la empresa estaba segura de que no la molestaría más.
—Esta noche vas a brillar, Morgana, ¡Así que sonríe!
Irradiando alegría, fue en busca de su amiga. Una camioneta Pathfinder de color vino tinto estaba estacionada en frente, le pareció un poco extraño. Ella se paró en seco, y miró a los lados frunciendo el ceño, ya que no veía a nadie conocido.
—Aquí —Lorena bajó el vidrio de la ventana trasera, para sacar el brazo y agitarlo.
—Wooa —dijo Morgana en el instante en que se abrió la puerta— ¿Esto no me lo esperaba?
—Conoce a mi amigo Albert —en los ojos de Lorena se podía notar la emoción.
Morgana la miró con más sorpresa aún, pues ella no le había hablado del hombre.
—Mucho gusto —ella extendió la mano, pero algo en él no le gustó, tal vez era porque se le veía la arrogancia que viene el poder y el dinero.
—Lore me ha hablado mucho de ti.
La voz baja del hombre le hizo sentir que estaba coqueteando con ella.
—¡Genial! —fue todo lo que ella dijo, mientras el chofer le cerraba la puerta.
—Estás muy guapa esta noche —intervino Lorena—. Solo espero que el idiota no esté ahí.
—¿De qué idiota hablan? —quiso saber Albert con tono de curiosidad.
—Un tipo que no vale una m****a —respondió Lorena con desdén.
—¡Basta, Lore! —exclamó Morgana—. No voy a permitir que la sombra de ese individuo arruine mi noche.
—Aunque no conozco a la persona, estoy de acuerdo con Morgana —Albert les dijo a ambas mujeres con una sonrisa, pero que perfectamente indicaba que el tema ya estaba cerrado.
──────⊰·☆·⊱──────Arthur tenía la mirada lejana, mientras tomaba un sorbo de su trago de whisky, dejando que el líquido ámbar bajara por su garganta. Quería un pequeño descanso, después de un ajetreado día, por no decir que el cuerpo se lo exigía a gritos. La música de fondo, la decoración, había logrado relajarlo un poco. «¿No entiendo de que te quejas? Si tienes todo lo que deseas?»Dio una respiración profunda, al recordar las palabras de aquella mujer. Que actuaba con tal autoridad, como si todo lo que saliera de su boca debía de ser cumplido al pie de la letra. En ese momento, aceptó con amargura que era mejor no tener nada. Y aunque en la actualidad lo rodeaba el lujo y el dinero, muchas veces deseaba ser, de nuevo, aquel hombre de hacía cinco años atrás. El que veía las cosas desde el punto de vista soñador, el que disfrutaba compartir una pizza de oferta con sus amigos. Al que todavía sus actos, no le pasa
──────⊰·☆·⊱──────Arthur iba a aprovechar la noche, y por su puesto que con buena compañía. —Eres incorregible… —le dijo a su amigo riéndose, pues sabía que él también era un buscador de placeres, al igual que él. —Negativo —el israelí chasqueó los dientes—, soy amante de las mujeres hermosas. —Por no decir que las coleccionas…—¡Vamos, Arthur! —exclamó indignado su amigo, poniéndose la mano en el pecho, fingiendo estar dolido—. No soy el único que disfruta de una hermosa mujer a su lado —le guiñó un ojo—. Hay otros que obtienes mejores beneficios que meterse en sus piernas, aunque conozco uno que otro que solo se encuentra a locas desesperadas en el camino. —¡Eres un jodido cabrón! —él soltó una carcajada, pues sabía que se refería a Jennifer.Micah había estado con él en las buenas y malas, incluso cuando una de sus amigas trató de engañarlo. Fue hasta su oficina y le dijo que estaba embaraza, estuvo varios días
──────⊰·☆·⊱──────Morgana siempre había estado rodeada de hombres galantes, pero como el que le había besado la mano, nunca pensó que fuese posible. Ya que ese tipo de experiencias solo se existen en las películas románticas. Aquellos ojos claros, que resaltaban entre aquellas cejas gruesas, y pestañas pobladas de tono oscuro que su cabello. Nariz perfilada, pero un poco ladeada. Lo que significaba que podía ser el resultado de un buen lío, los labios gruesos y delineados bordeados por una barba incipiente. Alto, podía ser un poco más de uno ochenta y cinco. Lo supo, porque ella apenas medía un metro con cincuenta y ocho, y con aquellas sandalias altas le llegaba exactamente a la punta de la nariz. Hacía mucho tiempo que había hecho ese análisis. Quedó un poco aturdida cuando el olor de su costoso perfume invadió sus fosas nasales. No había duda que era todo un caballero. «¡Oh, Dios! ¡Me he encontrado con el señor Darc
──────⊰·☆·⊱──────Se alejó rápidamente del grupo de personas, antes de que su amiga dijera algo más. Por tercera vez en esa noche, sintió la voz de Joe tan cerca que su aliento la acarició. —No pienses que te desharás de mí tan fácil, poca cosa —le dijo tomándola firmemente del brazo. —¡Déjame en paz! —exclamó apretando los dientes, y se giró para mirarlo a los ojos, quería que viera cuanto lo despreciaba, y luego manifestó: —No sabes como deseo que desaparezcas de una vez por todas de mi vida. Cerró la boca de golpe al notar la mirada de Joe, que además de sorprendida era de dolor. Lo sentía por él, pero no iba a retractarse. Solo estaba siendo sincera, a lo mejor las dos copas de vino que había bebido en casa, más las dos de champagne en la fiesta ya estaban haciéndole efecto. Salió prácticamente que corriendo al baño, al cerrar la puerta descansó la cabeza en el material, y colocó su bolso sobre su pecho, apretá
──────⊰·☆·⊱──────Todavía Morgana estaba inmóvil, pues se quedó un poco aturdida, era una escena surrealista, se mordió el labio inferior, pues necesitaba porque necesitaba espabilarse. Se pasó la mano por la boca, al sentir aquel aguijón de dolor. Se tocó una de las orejas, un gesto involuntario que solo aparecía cuando se encontraba un poco nerviosa. Estaba tan desconcertada, que la inseguridad la invadió. Lo menos que se esperaba era que el recién conocido se presentara ante ella de esa forma. —¿Entonces? —Arthur preguntó de nuevo, agitando un poco las manos y entrecerrando los ojos hacia ella, como si estuviera perdiendo un poco la paciencia— ¿Quieres que te sirva de taxi o no?Morgana volvió a mirar nerviosa a los lados, no quería darle la oportunidad a Joe de que la encontrara, llegó hasta el vehículo caminando todo lo rápido que sus tacones de diez centímetros le permitieron. Escuchó claramente en el instante en qu
──────⊰·☆·⊱──────—De acuerdo —dijo él con una sonrisa—, vamos a disfrutar de una buena pizza. Arthur se sintió un poco más relajado y de manera confiada le hizo señas a la joven, para que los guiara hasta la mesa. No había dado ni tres pasos cuando frenó su paso de golpe, arrepintiéndose de nuevo. Ya que el lado discreto del restaurante que le había recomendado la camarera era al aire.Escuchó suspirar a Morgana.—¡Esto es hermoso! —exclamó sorprendida—No tenía idea de que tuviera un jardín interno. Era un espacio amplio, tenía un techo tejido por enredaderas en donde se mezclaban las bombillas con luz tenue con la natural de las estrellas. Las paredes eran de ladrillos decorados con plantas, lo que hacía que el ambiente fuera fresco. El piso de terracota pulida, con apenas ocho mesas al mismo estilo de las de adentro con las sillas modernas, hacía que no perdiera el toque elegante, tranquilo. Sobre todo discreto, id
──────⊰·☆·⊱──────Morgana no quería abrir los ojos, sabía que en ese momento su habitación estaría completamente clara. El suave calor de los rayos solares que se filtraban por la ventana se lo hacía sentir. Pero era sábado, el único día que se permitía levantarse después de las once de la mañana, y eso era una costumbre sagrada. Además, había llegado un poco tarde, por no decir que casi al amanecer«¿Cómo una simple escapada a comer pizza duró hasta las cuatro de la mañana?, se preguntó esbozando una sonrisa, aun sin abrir los ojos. Se puso la almohada en la cara, para intentar hacerse la indiferente al sonido insistente de su teléfono celular. Por el tono de la llamada, sabía que era su madre. Estiró a tientas el brazo hasta su mesita de noche, para alcanzar el aparato. —Dime, mamá… —respondió de mala gana con los ojos cerrados— ¿Por qué me llamas a estas horas? —No es que sean las seis de la mañana, Morgana… —le repren
──────⊰·☆·⊱──────Para Arthur, el levantarse temprano. No importara el día que fuera, era un hábito que había tenido por años. Era un hombre que dormía poco, y que tal manía aprovechaba al máximo para trabajar. Aunque llegó a casa a altas horas de la madrugada, descansó sus respectivas seis horas. Se encontraba revisando unos documentos en su computadora portátil, y tomando una taza de café, cuando por séptima vez escuchó su teléfono celular repicar. —¡¿Es que acaso esta mujer no se cansa?! —exclamó de mal humor. Dio una respiración profunda, muchas veces le provocaba mandarla a la mierda, a ella y a su ayuda económica. Pero se contuvo enormemente, ya que todavía no podía hacerlo. Había muchas cosas en juego, por ejemplo el proyecto de un nuevo complejo residencial en Kansas. Jennifer tenía mucha libertad, para su gusto demasiada. Puesto que su esposo, el congresista; trabajaba en Washington D. C. Volvía a Miami cada qui