CACERÍA:

                                                                   ──────⊰·☆·⊱──────

Arthur iba a aprovechar la noche, y por su puesto que con buena compañía. 

—Eres incorregible… —le dijo a su amigo riéndose, pues sabía que él también era un buscador de placeres, al igual que él. 

—Negativo —el israelí chasqueó los dientes—, soy amante de las mujeres hermosas. 

—Por no decir que las coleccionas…

—¡Vamos, Arthur! —exclamó indignado su amigo, poniéndose la mano en el pecho, fingiendo estar dolido—. No soy el único que disfruta de una hermosa mujer a su lado —le guiñó un ojo—. Hay otros que obtienes mejores beneficios que meterse en sus piernas, aunque conozco uno que otro que solo se encuentra a locas desesperadas en el camino. 

—¡Eres un jodido cabrón! —él soltó una carcajada, pues sabía que se refería a Jennifer.

Micah había estado con él en las buenas y malas, incluso cuando una de sus amigas trató de engañarlo. Fue hasta su oficina y le dijo que estaba embaraza, estuvo varios días en shock, pero el israelí le había hecho pensar fríamente y la claridad le llegó de golpe. Por supuesto, Rosse no estaba embarazada de él, ni de nadie.  Cuando Arthur había tomado las riendas del asunto, ella se disculpó diciendo que lo sentía, solo fue una falsa alarma.

Pero fue Rosse, quien activó las alarmas en él, y se alejó completamente. En el presente, ninguno de los dos se habían vuelto a contactar. Sin embargo; en lo último, Micah tenía toda la razón. 

Su estilo de vida y confort se lo debía a su grupo de amigas que contribuían a ello. Parecía extraño, pero siempre estaban ahí cuidando sus espaldas. Lo que le hacía pensar, que no era tan mala persona después de todo. De todas, la principal era Jennifer. Quien le ayudó a adquirir el ático de Gables Estates en Coral Gables, una de las zonas más lujosas de Miami, y su BMW Serie Ocho Concept.

Está de más decir que ninguna de las dos cosas él se las había pedido. Solo le había comentado un día tomando un café que sentía que estaba ya en la edad de tener un lugar propio. Para Arthur fue una verdadera sorpresa cuando Jennifer se apareció una tarde en su oficina, diciendo que ya tenía todo listo. 

En el fondo no le gustaba la idea de que ella le ayudara con sus bienes. Pero, por otro lado, no podía rechazarlos. Argumentó que el apartamento era por su cumpleaños, y el vehículo por aniversario de relación. A veces pensaba que esa mujer en su vida era una bomba de tiempo, porque no sabía en qué momento iba a estallar. 

Debía reconocer que en su relación con la esposa del congresista no todo fue tan malo, en la cama sabía complacerlo completamente. Ambos disfrutaban del sexo sin límites, quizá eso era realmente lo que les unía. Hubo un tiempo en que pensó que estaba completamente enamorado de Jennifer, pues sentir su cuerpo caliente bajo el suyo lo encendía de solo pensarlo. Pero en el momento que aceptó que era de otro hombre, y que él era solo un desliz de la mujer, le hizo abrir los ojos. No le criticaba su infidelidad, sino que era obvio que en que no era del todo leal y confiable. Lo mismo podía hacerle también, ya que conocía lo insaciable que era. 

—¿Crees que puedas conseguirnos un pase a ese evento? —inquirió Micah al barman, mientras no dejaba de mirar a las dos hermosas chicas que estaban paradas en la puerta y que todo el que llegaba las saludaban. Al parecer todas las conocían menos ellos. 

El joven no dijo nada, pero negó con la cabeza a modo de respuesta. 

Arthur sacó un billete de veinte dólares del bolsillo de su pantalón, y usando sus dedos índice y medio se lo entregó, enarcando una ceja. Desde hacía mucho tiempo había aprendido que con el dinero se podían lograr muchas cosas.

—Nada que una buena propina para abrir puertas —dijo Micah sarcástico.

—Pero no, para abrir esas puertas —señaló, haciendo un gesto con la boca, a un par de hombres que estaban delante del cordón que separaba el área VIP—, necesitarás un par más de esos billetes como pueden ver, no estoy solo en esto. 

—¡Perfecto! —exclamó Arthur, sacó dos billetes de veinte dólares más—. Si nos garantizan la entrada, no tengo problema en pagarlos. 

Él alzó la vista no queriendo perder aún la ubicación de la mujer menuda que había estado en la puerta, con una amiga. Así no tuviera contacto con ella, iba a ser una gran oportunidad de relacionarse con los asistentes al evento. Al final, el éxito de sus negocios, se basaba en eso, en mezclarse con la gente de dinero. No dudaba que podía sacar provecho, así que no le importaba aquella propina.  

Micah al notar su decisión de entrar a un evento sin ser invitado, frunció el ceño. 

—¿De qué me estoy perdiendo? —le preguntó— ¿Por qué tanto interés en ese evento?

—Es viernes, necesito diversión. ¿No crees? —Arthur respondió encogiéndose de hombros, y señaló con la boca a las mujeres que tenía a escasos metros. 

—No estoy seguro de que sea un buen momento para ti, hermano —la voz de Micah era un poco seria.

—¿Por qué no? —la advertencia en aquel consejo no le gustó para nada—. Me parece que es un buen momento para sociabilizar.  

—Acabas de contarme que tu relación con Jennifer está un poco peliaguda —le recordó—. No deberías buscarte más problemas de los que ya tienes con ella. Esa mujer es un infierno andante. 

No era un secreto para Arthur que a Micah no le gustaba Jennifer, y el sentimiento era mutuo. Él decía que era una manipuladora, y ella alegaba que era un entrometido y aprovechado. A veces Arthur se aprovechaba de eso, cuando no quería ir a un sitio en donde lo citaba, decía que tenía una reunión con su amigo.

—Mi relación con Jennifer se basa en simples negocios…

—Con ganancias, que además de dinero: en especies y unas cuantas sesiones de sexo —terminó el israelí por él.  

—¡Exactamente! —Arthur le sonrió de oreja a oreja— Considero que se lo habrá pensado mejor, Jennifer no es tan tonta como para dejar su estabilidad económica, por mí —apretó los labios en una línea—. No puede esperar de más de lo que puedo darle. 

—Te recuerdo, una vez más que tienes negocios con Jennifer —tomó un trago de su bebida y agregó: —Es tu principal benefactor en todas tus aventuras de inversión, y eso es un gran punto a su favor. Por no decir que es el más fuerte y te tiene agarrado por los huevos —con tono de voz baja agregó: —De eso se aprovecha, y tú y yo lo sabemos muy bien.  

—No tienes por qué hacerlo —Arthur chasqueó los dientes—. Sé muy bien, que sin Jennifer no tendría nada. Pero también déjame recordarte una cosa, que no es mi dueña…

—Disculpa, hermano —Micah lo expresó sinceramente, porque sabía que para él ese era un tema sensible—. Es solo que no me gustaría que te vieras en problemas innecesariamente. Tómalo como un consejo, sabes que siempre te he apoyado. 

—Gracias, pero debemos estar claros en una cosa, Jennifer obviamente no es mi pareja, tampoco mi mujer y nunca lo será. Es mi socia, y parece ser que algunas veces se le olvida con quién está casada. En otras palabras, nos beneficiamos mutuamente —le palmeó el hombro a Micah—. No pasará nada, ahora vamos a pasarla bien. Conocer gente y porque no tener unos traguitos gratis como en los viejos tiempos. 

En ese momento ambos hombres salieron del bar para dirigirse a la zona VIP, en ese instante casualmente el teléfono celular de Arthur vibró dentro de su saco. Cuando momento en el cual miró el identificador de llamadas, él masculló una maldición seguida de  una mueca y luego se encogió de hombros. Dándole por fracciones de segundo la razón a su amigo. 

—Si tú lo dices… —fue lo único que expresó Micah haciendo gesto con las manos de resignación, y luego negando con la cabeza por el atrevido que era el comportamiento de él.  

Arthur decidió no hacerle más caso, era un viernes por la noche. Apagó el aparato y lo metió de nuevo en su bolsillo. Era un hombre libre, y la mujer que llamaba estaba casada y tenía dos niños. Aunque tenía que ser sincero, a pesar del tiempo y los últimos acontecimientos, todavía sentía amor por ella. Lo malo que no en la magnitud que Jennifer esperaba. 

Por un momento pensó que no fue buena idea pagar para entrar al evento. Puesto, que cuando iba llegando un hombre alto se acercó hasta las damas. Anulando cualquier acción cacería. 

—Aquí estoy —escuchó una voz masculina—, ya saben… 

—No te preocupes —dijo la chica alta—, sabemos que eres un hombre ocupado.

—Sí, es cierto. Te entendemos perfectamente la situación —se quedó paralizado al escuchar a la mujer menuda.

—Negocios son negocios, no importa la hora y el país —concluyó el hombre con un toque de arrogancia. 

Arthur se quedó por fracciones de segundo inmóvil, hipnotizado por la voz dulce de la mujer menuda. Hasta que observó que el hombre se giraba, al mismo tiempo que abría los ojos por la sorpresa. 

—¿Graham? —le preguntó el hombre con incredulidad, dio un paso hasta donde él se encontraba, para comprobar— ¡Sí! ¡Arthur Graham!

—¡Oh, hombre! —Arthur exclamó él tendiéndole la mano y luego un fuerte abrazo, pues ya lo había ubicado en su mente—. Albert Miller es muy bueno verte, y en estos eventos una cara conocida suele ser cómodo. 

—Lo mismo digo, no te veía desde la reunión de empresas contratistas en New York hace algunos meses. —Albert de manera inmediata puso la mano en la baja espalda de una de las chicas, era obvio que estaba marcando territorio—. Permite que te presente a mi chica, Lorena. 

—Es un placer conocerte —le dijo él de manera galante, y luego miró a Albert y guiándole un ojo, agregó: —Luego me dirás cuál es el secreto, para tener una mujer tan hermosa como novia. Porque al parecer yo no tengo esa suerte. 

Albert soltó una carcajada, orgulloso de tener a aquella mujer a su lado. 

—Igual —Lorena, respondió con una sonrisa, y un poco aturdida por tanta coquetería entre hombres, ya que jamás vio tal cosa. Enseguida miró a su compañera de trabajo, era su oportunidad de ayudarla en algo, por eso la lanzó a los lobos—. Esta es mi amiga y colega, Morgana.

—Morgana… —Arthur pronunció el nombre muy bajito, estiró la mano y cuando la chica la tomó le besó el torso como un caballero, se mantuvo un poco más de la cuenta. 

«Te tengo», fue lo único en que pensó Arthur. 

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