AVISO:

                                                                     ──────⊰·☆·⊱──────

Arthur tenía la mirada lejana, mientras tomaba un sorbo de su trago de whisky, dejando que el líquido ámbar bajara por su garganta. Quería un pequeño descanso, después de un ajetreado día, por no decir que el cuerpo se lo exigía a gritos. La música de fondo, la decoración, había logrado relajarlo un poco. 

«¿No entiendo de que te quejas? Si tienes todo lo que deseas?»

Dio una respiración profunda, al recordar las palabras de aquella mujer. Que actuaba con tal autoridad, como si todo lo que saliera de su boca debía de ser cumplido al pie de la letra. 

En ese momento, aceptó con amargura que era mejor no tener nada. Y  aunque en la actualidad lo rodeaba el lujo y el dinero, muchas veces deseaba ser, de nuevo, aquel hombre de hacía cinco años atrás. El que veía las cosas desde el punto de vista soñador, el que disfrutaba compartir una pizza de oferta con sus amigos. Al que todavía sus actos, no le pasaban factura, el que soñaba con el éxito. Pero por sus propios esfuerzos, no quería deberle nada a nadie, y mucho menos complicaciones gratuitas en su vida, y al parecer tenía una que no tenía idea de como resolver. 

«No tengo que decirte que eres de mi propiedad, porque los dos sabemos a quién tienes que rendir cuentas». 

Él dio otro trago profundo dejando su vaso de whiskey vacío. 

—Pero qué cara traes, hombre —Micah dijo a modo de saludo, al mismo tiempo que palmaba su hombro. 

Fulminó con la mirada al recién llegado, luego le hizo gesto para que se sentara a su lado. 

—Todo es una m****a —respondió sacudiendo la cabeza, y colocando el vaso vacío sobre la barra del bar—, estoy un poco cansado de que cuando es una cosa es otra —se encogió de hombros—. A veces, hasta toda junta, y eso es jodidamente espeluznante.

Micah le hizo señas al barman, para que le sirviera otro trago a su amigo y uno para él. Al escuchar aquel pesar en su voz, supo de manera inmediata que tenía que hacer sus cuarenta minutos de psicólogo, pues era lo menos que podía hacer. 

—¿Qué ocurre ahora? —preguntó este, antes de alzar su trago y hacerle un gesto de brindis—. Por lo que puedo ver has tenido un día fatal. 

—¡Mujeres! —exclamó Arthur—. Algunas son una complicación andante, pero por alguna razón extraña, necesaria para darle calor a la vida de un hombre. 

Dio una sonrisa sarcástica, al decir la última oración.  

—¿Cuándo dices que las mujeres son una complicación andante, es por todas? —cuestionó Micah, haciendo señas de entrecomillar con las manos—. ¿O solo te estás refiriendo a una mujer en específico? —le miró  con cara de sospecha, y luego le hizo cruzó las manos sobre su pecho, se sostuvo la barbilla con una mano, como si estuviera analizando la situación—. Porque ese mal humor que tienes, solo puede tratarse de una, ¿me equivoco?

Arthur de nuevo dio una respiración profunda, pues conocía al israelí desde que estaban en el instituto, y su amistad era una hermandad. A veces se asustaba porque tenía el presentimiento que de que Micah le conocía más que él mismo.  Por eso, cuando se sentía muy abrumado, le llamaba para pedir su consejo. 

—Sí, me refiero a Jen… —ladeó la cabeza al contestar, y se pasó la mano detrás de la nuca—. A veces no la entiendo, no sé qué es lo que busca realmente —negó con la cabeza—. Solo sé que al parecer no entiende de límites. Se me está haciendo muy difícil leerla.  

—¿Qué quiere ahora la esposa del congresista Anderson? —quiso saber su amigo usando tono sarcástico. Estaba claro que desaprobaba en cierto modo aquella relación tan insana, pero al mismo tiempo necesaria para sus negocios.

—Quiere que viaje con ella durante dieciocho días a Hawái —contestó Arthur dándole una mirada de cólera—. Sin derecho a negativa, sin tomar en cuenta lo que quiera o piense. 

Las palabras fueron dichas con tal desprecio, dejando claro que la mujer le hacía sentir como si fuera de su dueña. Un juguete, para tomar y desechar cuando le diera la gana, apretó los dientes. 

—¿Y dónde dejará al marido? —preguntó Micah con un poco de burla, haciéndole seña con la mano de tres dedos. 

—Obvio que estará ahí también —dijo con desdén—, por eso ella viajará.

Al ver que Micah abrió muchos los ojos, y soltó un largo silbido, agregó:

—Sabemos que a la mujer le gusta mezclar los negocio con el placer, pero esta vez creo que su proposición está un poco fuera de lugar, por no decir que es una locura.  

—Querrás decir, que quiere estar con Dios y con el diablo, al mismo tiempo —le miró serio—. Eso sí que sería peligroso, de hecho yo lo veo como una imprudencia.

—Tienes toda la razón —Arthur estuvo de acuerdo—, pero al parecer, Jennifer no le importa los problemas que puede traer si nos ven juntos más de la cuenta. Solo quiere que haga lo que ella dice, me hace pensar que quiere tener el control sobre mí.

Arthur estaba completamente de mal humor. 

—Comprendo un poco la situación, pero cómo piensas salirte del problema —inquirió su amigo. 

—No lo sé, Micah —él negó con la cabeza en señal de frustración. 

Jennifer Anderson, era una mujer de cuarenta y cinco años. Rubia natural, de piernas largas, cintura estrecha, pechos redondeados y firmes a pesar de su edad. Con cara de ángel y los ojos verdes como el musgo. Estaba casada con un congresista muy querido y respetado en las altas esferas del tío San. Se habían conocido, por casualidad, hacía más de cuatro años en una gala benéfica en donde fue invitado por una de sus tantas amigas. Al finalizar el evento, se dio cuenta de que la pareja era atacada por unos delincuentes. Arthur intervino y desde entonces se había convertido en amigo del importante funcionario del gobierno, y amante frecuente de ella.

En aquel tiempo, Arthur trabajaba para una empresa constructora, al mismo tiempo que comenzaba su propia firma de venta de bienes y raíces. Gracias a aquella noche su cuenta bancaria, y sus negocios se habían incrementado y pasó de ser de un empleado a jefe.

—No entiendo una m****a —Micah dio un trago a su bebida—. Si no lo sabes tú, ¿quién más podría saber?

Como explicarle a su confidente, que en el último año su relación con Jennifer se había ido a pique. Ya que le estaba exigiendo cosas que no podía darle, y que se negaba rotundamente. En su mente no se visualizaba en una relación formal como la que quería, mucho menos viviendo juntos. Ella estaba pensando en la posibilidad de divorciarse del congresista Anderson, Arthur solo le recordó que no podía darle estilo de vida a la cual estaba acostumbrada. Y que todos sus negocios dependían del hombre a quien le había sido infiel, eso la había frenado un poco.

Sin embargo; la mujer madura le estaba presionando cada día más. Queriendo controlarlo, y manipulándolo conque si no hacía lo que ella quería. Le iba a retirar todo su apoyo financiero, y eso sí que era un problema. Porque su último negocio fue un desastre, había comprado unos terrenos para hacer su propio proyecto en el área de la construcción y resultó que lo habían estafado con los terrenos.

Muy a su pesar tuvo que pedirle a Jennifer ayuda económica, para salir de aquel problema. La mujer no se negó, pero le puso como condición de que se convirtiera en su amante a tiempo completo. De eso había pasado un poco más de un año, ella hizo que su esposo le tomara en cuenta para algunos proyectos nuevos, y eso a él lo había beneficiado enormemente. Pudo devolverle el dinero a ella, y su negocio floreció, convirtiéndolo en uno de los emprendedores con mira de ser uno de los jóvenes  y solteros más ricos del país, algo que de cierto modo molestaba a la mujer del congresista. 

—Le he dicho que no puedo —contestó Arthur secamente, haciendo un gesto de negación con la mano—, tengo mucho trabajo pendiente como para darme el lujo de unas vacaciones forzadas, y no estoy mintiendo. 

—Pero conociendo al personaje…

—Como te dije, no entiende de negativas —él terminó la frase de su amigo—, y ese es el problema. 

De pronto, ambos se distrajeron al ver qué había en el lugar más gente de lo normal. Había un ambiente de glamour del que ninguno había estado consciente cuando llegaron, puesto que estaban inmersos en el problema de Arthur.  

—¿Hay alguna actividad especial en el club esta noche? —Micah le preguntó al barman.

—Sí, es la presentación de un nuevo producto —contestó el joven. 

Arthur frunció el ceño, pues le pareció un poco fuera de lo común. Miró a los lados dándose cuentas de que había mucho movimiento alrededor. 

—¿Pero es una fiesta privada o para todo público? —él quiso saber.

—Esa empresa en muchas ocasiones toma el área VIP para sus eventos —se encogió de hombros—, pero desde hace unos meses lo hacen cada tres semanas.

—Pues mira tú… —Micah le hizo una gesto con la boca a Arthur y le puso la mano en el hombro—. Me resulta interesante todo esto, quizás venga más a menudo. 

Le señaló a dos chicas, una más bajita que la otra. Pero en ese momento no importaba el tamaño, pues ambas eran muy bonitas. Sin embargo; a aquella chica con su escasa estatura no le faltaba nada. Tenía las curvas en donde debía, tenía una mujer. Ladeó la cabeza para poder detallarla bien, aquel vestido la hacía lucir como una diosa, y lastimosamente él era un pobre mortal. Arthur pasó la mano por su barbilla, gesto que indicaba que estaba en modo cazador. Luego dio otro trago a su whisky, esa vez lo saboreó. De pronto sintió que la noche comenzaba a mejorar, y con ella se alejaba su mal humor. Se dio cuenta de que los pies le picaban para ir hasta donde ellas se encontraban.

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