AMANTES ©
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Por: Angélica Plaza
ARGUMENTO:

                                                                     ──────⊰·☆·⊱──────

—No puedo creer que mi vida se haya vuelto tan miserable, todo está patas arriba —se quejaba Morgana por la videollamada con su amiga Lorena, mientras estaba varada en el tráfico a las cinco de la tarde en la ciudad.

La fila de vehículos era interminable, el sol implacable eran finales de julio. A pesar de que tenía encendido el aire acondicionado, sentía como su camisa de seda se adhería a su espalda por sudor. 

—Solo porque así lo quieres —le contestó esta—. Tú lo único que tienes que hacer es mirarlo a la cara y decirle de una vez por todas que se puede ir al mismo infierno. Que solo ha sido el peor error de tu vida.

«¡Suena tan fácil decirlo!»

—No es tan sencillo como piensas —le dio dos golpecitos al volante para hacer sonar el claxon, y negando con la cabeza agregó: —Acabo de intentarlo, y el muy idiota me ha amenazado. ¿Puedes suponer tal cosa? ¡Esto es estúpido!

—¡¿Cómo que te ha amenazado?! —preguntó Lorena espantada— ¿Por qué demonios no me habías comentado nada? ¿Cómo has soportado tanto? ¡Necesito que me expliques!

—La verdad es que no quise agobiarte con mis problemas, ya tienes suficiente con la enfermedad de tu madre —ella se excusó—. Además, que pensé que podía solucionarlo por mi cuenta.  

—Lo que dices es absurdo, Morgana —le reprochó su amiga—. Es cierto que he estado un poco preocupada por la salud de mi mamá, pero eso no significa que no estaré allí para ti, en caso de que me necesites —hizo una pausa—. Todavía estoy esperando la respuesta a lo que te he preguntado con qué te amenaza el idiota de Joe. 

Ella lo pensó por un momento, a pesar de que había estado viviendo ese calvario durante hacía tres meses, le daba vergüenza comentarlo. Ya que de cierto modo era algo estúpido, pero en ese instante estaba tan desesperada que no le importaba mucho. Se sentía ahogada, al punto de una crisis nerviosa que le había comenzado a pasar factura. Además de que Lorena era su amiga, y su confidente. Se suponía que no debían tener secretos entre ambas. 

—Es algo un poco delicado —dijo muy bajito—, también bochornoso.

—¿Qué puede ser? —Lorena se estaba exasperando y exclamó, casi que gritando: —¡No me digas! ¿Tiene fotos de ti desnuda? 

—¡Santo cielo! —chillo Morgana—¡Por supuesto que no!

—¡¿Entonces?! —le presionó.

—Le debo algo de dinero.

—¿Desde cuándo? —Lorena estaba alarmada, pues ni siquiera se imaginaba que ella tuviera ese problema—. ¿Por qué lo has callado?

—Hace un par de meses —Morgana sabía que la respuesta no le iba a gustar a su amiga. 

—¿De cuánto dinero estamos hablando? —necesitaba toda la información. 

—Siete mil setecientos dólares —ella respondió después de un suspiro—, por ahora. 

—¡Joder! ¿Le debías más? —exclamó con exasperación Lorena—. Perdona que te pregunte, pero por qué tanto dinero. Es que no entiendo el porqué no lo conversaste primero conmigo, pudimos haber hecho algo. 

—En realidad yo no se lo pedí —se defendió Morgana—, fue un maldito malentendido.

—¿Y entonces? Explícate, porque no entiendo una m****a. No estamos hablando de dinero para comprar golosinas.

—¿Recuerdas el infarto que le dio a mi padre hace meses? —inquirió ella. 

—Por supuesto.

—Pues… Joe estaba conmigo cuando solicité al banco el préstamo, y sin decirme nada depositó la cantidad que necesitaba para los gastos médicos… y yo… bueno…

—Pensaste que era del banco, y el muy idiota no te aviso. ¿Es eso?

—Sí, y lo peor fue que lo utilicé enseguida. A los dos días me enteré por la llamada de un ejecutivo diciéndome que la solicitud del crédito fue negada —hizo una pausa—. Le comenté y me dijo que era un regalo, que no me preocupara, que para eso era mi pareja, para apoyarme y estar conmigo en las malas y buenas —se encogió de hombros—. Ya no podía hacer nada, me había gastado el dinero. 

—¡Genial! —bufó ella—. La muestra de un perfecto caballero, ayudando a damiselas en apuros ¡Qué hombre tan ridículo!

—No todo fue tan malo… 

—¡Ni te atrevas a justificarlo, Morgana! —Lorena dijo cortante—. Fue bueno y espléndido contigo, mientras estuvieron juntos —dio un suspiro—. Sabes muy bien que ese tipo no te convenía, y lo sabes es un…

—¿Idiota? ¿Miserable? ¿Maniaco? —terminó por ella. 

—Todo eso y más, pero ahora qué es lo que quiere de ti. Lo he visto con otras chicas, y no en plan de amigos precisamente. 

—Aparte de joderme la existencia —inquirió con burla, y encogiéndose de hombros—, me quiere de vuelta o su dinero.

—¡Es un cabrón! —expresó la joven al otro lado de la línea casi gritando— ¿Qué piensas hacer?

—Pagarle su m****a, por supuesto. Pero mientras eso pasa, tengo que soportarlo.

—Eso no es justo…

—Me dio un plazo, y él afirma que si no hago lo que dice… dirá en la oficina que soy una zorra estafadora. 

—Los que te conocemos, sabemos que no lo eres. Además, que le has estado pagando, así que has reconocido la deuda. 

—Gracias, pero ahora lo importante es conseguirme un trabajo extra o ganarme la lotería para pagar todas mis deudas.

—Verás que si lo encontrarás —le animó Lorena—. Ahora tengo que colgar, estoy en el consultorio del médico con mi madre —agregó bajito: —Me está mirando con ganas de matarme y los demás como si me hubiera vuelto loca.

Soltó una carcajada contagiosa. 

—De acuerdo, gracias por escucharme y dejar que te agobie con mis problemas. Con tanto que tienes encima.

—Morgana…

—¿Sí?

—Sabes que para mí no es ningún problema escucharte, incluso darte una mano en caso de que lo necesites. Yo siempre estaré para ti, solo quiero que recuerdes una cosa: así le tengas muchas cosas que agradecer a ese hombre… No es tu dueño, y no le debes nada… creo que ni el dinero, porque nadie le mandó a jugar, a ser el superhéroe de la historia, solo con la finalidad de amarrarte a él.

—Ya lo sé —manifestó ella, después de soltar una carcajada. 

—Lo digo en serio, Morgana. Tu relación con él fue tóxica, y hasta destructiva.

—No me lo recuerdes…

—Te causó muchos problemas, te hizo perder clientes potenciales por sus escenas de celos. Discutiste con muchos compañeros de trabajo por su actitud desquiciada, casi te botan del trabajo por eso. La semana pasada, estuviste en urgencias porque te enfermaste de los nervios, no le des la importancia que no tiene. Joe no tiene, ni tendrá poder sobre ti, al menos que tú misma se la des. 

—Ya lo sé…

—No te estoy criticando, ni reprochando nada. Pues solo te doy mi punto de vista. 

—No te preocupes por mí.

Después de decir aquello, ambas finalizaron la llamada. 

Morgana apretó más fuerte el volante, y dio una larga respiración. No podía decirle a su amiga que nunca había existido una relación con Joe, jamás fueron novios. Solo salían a fiestas, la pasaban bien y ya. Era solo un rumor, que él alimentaba día a día. Porque aún continuaba diciendo, cosa que le molestaba mucho cuando le preguntaban si tenían algo. 

Realmente ese fue el problema entre ellos, que Joe quería algo que no podía darle. Jamás dejaría su trabajo, su estilo de vida por ningún hombre, y el que quisiera estar con ella… Pues tenía que ajustarse, porque no había de otra. No se ganó su puesto de trabajo en la lotto de todos los domingos. Todo lo que poseía era con mérito propio. 

Había trabajado muy duro durante años, había empezado desde cero. Estaba muy orgullosa de sus logros. Por eso estaba negada a permitir a que, por un desliz, una mala decisión al escoger a un compañero de juegos todo por lo que luchó se fuera a la m****a. No lo aceptaría ni en ese momento, ni nunca.

Iba a encender la radio del auto, pues los autos comenzaban a moverse. Cuando en ese instante repicó su teléfono celular. Masculló una maldición al ver el identificador de llamada. Sin pensarlo dos veces, la desvió. Casi instantáneamente de hacerlo recibió un mensaje de voz, aunque se estaba muriendo de la curiosidad, no lo escuchó.

Cada una de las palabras que le había dicho antes de salir del restaurante en donde la había citado minutos antes, resonaban en su cabeza. 

«No creas que te puedes esconder de mí, Morgana. Eres una completa zorra, cómo no pude darme cuenta antes. Pero no te preocupes, voy a acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos». 

La rabia la invadió, y le dio con los puños cerrados y con todas sus fuerzas un par de golpes al volante. 

—¡¿Cómo pude ser tan estúpida?! —se cuestionó en voz alta y quebrada, la desesperación la iba a hacer llorar una vez más —¡¿Cómo permití que esto llegara a tanto?!

Trató de calmarse buscando una botella de agua en su bolso, para que el nudo en su garganta se deshiciera. Luego de dar un largo trago, miró su reflejo por el retrovisor.

—Haré lo que sea con tal de salir de ti, Joe.

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