En el mortal silencio de la celda, los pesados pasos del guardia se oyeron estruendosos, y lo que hizo después fue una infernal cacofonía: golpeó con su bastón tonfa uno a unos los barrotes, desde el extremo hasta detenerse frente al prisionero.—Overon, visita —dijo, con voz severa.Cualquier reclamo hacia su inadecuada y descortés conducta sólo la potenciaría. Misael estaba separado de la población general, pues no había sido condenado todavía, pero la tortura psicológica no hacía diferencias. Estar tras los barrotes lo volvía escoria para quien los tenía delante.—No tengo cita con mi abogado hoy —dijo, sin apartar los ojos del libro que leía. La lectura mantenía sus pensamientos en movimiento, así el cerebro no se le agusanaba.—No es tu abogado, es una mujer, Sara Rojas. Es increíble que todavía haya mujeres que quieran verte.El libro salió volando de lo rápido que se levantó Misael. Esperaba no apestar a humedad y encierro, y no lucir tan deprimente.Estiró las manos y el guar
La radiante mañana devolvió a la ciudad su apariencia renovada y lustrosa. El humo ya no se olía en el aire ni opacaba el cielo, donde el sol anunciaba desde ya que desplegaría todo su fulgor. El aliento de las flores había vuelto a ser la esencia que predominaba de fondo, entre los gases vehiculares y los aromas naturales de cada ser vivo.Y en una temporada donde la naturaleza pregonaba su visual atractivo, estar impedido de apreciarla era uno de los peores castigos. —¡Overon, el desayuno!Sólo el sonido de sus pasos acompañó al guardia Jorge hasta que se detuvo frente a la celda. Su bastón seguía en su sitio.—Buenos días —le dijo Misael.El hombre deslizó la bandeja por la ranura que había a mitad de los barrotes: cereal, pan, jugo. Tendría que empezar a ejercitarse o se pondría obeso.—Afuera es una hermosa mañana y como no puedes salir a ver las flores, te traje una hasta aquí. —De un bolsillo sacó un papel doblado—. Esta es la carta que más nos ha hecho reír. Después de las asq
En un pequeño valle rodeado por un bosque de coníferas, enclavado en el seno de las montañas, estaba la aldea Ruka. En el idioma ancestral de los lugareños, su nombre significaba "corazón de lobo".Los lobos vivían allí tal vez desde antes que las coníferas se alzaran hacia el cielo, tal vez antes de que se encumbraran las montañas. Y en algún momento, al amanecer, hubo sombras de seres que andaban en dos pies entre ellos.Las leyendas de las épocas de guerra, transmitidas de generación en generación, decían que la diosa Luna, vigilante desde las alturas, había cubierto la aldea con su resplandor plateado, haciéndola invisible a sus enemigos. Allí habían prosperado los hombres y mujeres con alma de lobo. Cuando llegó la paz, los lobos de cuatro patas, sus ancestros, siguieron protegiéndolos desde los altos y fríos bosques.Los tratados políticos de la civilización que surgía y las nuevas leyes del mundo, hicieron aflorar los rasgos humanos en ellos. Llegó la electricidad, que rivaliza
Bajo el radiante sol de mediodía, Sara llegó al extremo norte de los terrenos en que se emplazaba la casa de Misael. Tenía frente a ella los enormes muros que delimitaban el perímetro, de al menos dos metros y medio de alto. Tras ellos había bosque, y lobos.Y los lobos no escalaban muros.—Aquí la tierra fue excavada, el lobo debió pasar por debajo del muro —le informó Jong.Sara se agachó. Entre la tierra removida y suelta halló rastros de sangre seca.—¿Un lobo-topo? —se cuestionó ella.—El agujero es antiguo, la tierra del fondo está seca, fue hecho hace tiempo. He visto topos por aquí, pero no puedo asegurar que esto sea obra de ellos.—¿Hay más agujeros?—En los muros es el único. Pondremos cemento en todo el perímetro, tanto interno como externo. Esto no se volverá a repetir.Sara asintió.—Tú trabajas desde hace mucho tiempo para Misael ¿No se te ocurre alguien que quisiera hacerle daño?—Si lo supiera, señorita, ya se lo habría dicho.—¿Y alguien que lo siguiera, que lo busca
La consulta del doctor Barra era pequeña: un escritorio, la camilla del costado, un estante con insumos, una puerta en el fondo. Max dejó al perro sobre la camilla mientras estrechaba la mano del profesional.—¿Nos hemos visto antes? —le preguntó el doctor.—Puede ser, ¿lo han arrestado alguna vez?—¡Claro, ya recuerdo! Fue en el funeral de Trinidad, usted estaba con la detective Sara.—¿Eras conocido de Trinidad?—Sí, del refugio. ¿Sara no se lo dijo?—Leí sus informes, pero mantengo en mi memoria a la gente que es relevante para el caso.—Suerte para mí entonces. ¿Es su perro?—No, de mi novia. Se fue de viaje y me lo encargó, pero no me gusta nada la cara que tiene.—A ver, vamos a examinar a este pequeñín —dijo Marcos, poniéndose el estetoscopio.Borlito, alias "Chorlito", le dedicó una mirada de completo pesar y hastío por la vida. Era un actor excepcional.Luego de auscultarlo, Marcos procedió a palparlo: la garganta, el vientre, las articulaciones. Tenía dedos firmes, largos.
—Son meras especulaciones —dijo el fiscal.Había dejado una reunión familiar para reunirse con Max en su despacho. Y había escuchado pacientemente su absurda perorata, llena de endebles conjeturas.—Mira estas imágenes, es la misma persona —insistía Max.Comparaba las que Sara le había dado con la que él había captado en el motel. El hombre se había presentado con gorra, como su compañera había dicho, pero las cámaras del local junto al motel lo mostraban en un ángulo donde se veía su perfil.—¡Es Marcos Barra!—Con mucha imaginación —dijo el fiscal. Las imágenes estaban bastante borrosas.—No tiene antecedentes, su ADN no está en la base de datos, tengo evidencia que lo vincula a dos de las víctimas y creo que se parece a Misael Overon. Al menos dame una orden para conseguir su expediente médico. Si tiene alguna discapacidad física, eso explicaría que Frederick Overon se lo hubiera saltado en la línea de sucesión. Y eso lo llevó a hacer todo lo que ha hecho, para vengarse de su herma
Por más veces que Sara abrió y cerró los ojos, no cambió el panorama frente a ella: la pulcra habitación blanca, la luz grisácea del techo, la mano en su vientre que no veía, pero que sentía.Recordó el choque. Tal vez se había dañado la columna. El terror fue tan intenso que podría haberle dado un infarto si su corazón fuera capaz de agitarse. Se balanceaba en calma, su lento latir monótono era como el de un reloj.Como el del reloj de Misael.Lo único que podía hacer era contar el paso del tiempo. Imaginó que así se sentiría un insecto a medio pisar o uno descabezado, con el cuerpo deshecho y desconectado, pero no del todo. Podía doler todavía. Dolería hasta el final.En cuanto a los aromas, le recordó a la sala de un hospital: limpieza, desinfección, medicamentos inyectables. La confirmación de que no estaba en un hospital fue el silencio. Un silencio inexplicable en un recinto de salud, con gente yendo de un lado a otro, con pacientes quejándose, rogando o agradeciendo por su vida
Finas gotas de sudor perlaban la frente de Sara. Había descubierto que podía cansarse sin moverse en lo absoluto y que, en tales circunstancias, la locura estaba a la vuelta de la esquina, o de su cama.Luego de un tiempo indeterminado, logró mover los ojos unos milímetros a la izquierda. Tenía una vía conectada a la muñeca. Por ahí le administraba algún tipo de fluido. Con otro esfuerzo más, pudo moverlos hacia abajo. Vio su nariz y las puntas de sus pies. A la derecha había una puerta.El silencio fue absoluto hasta que oyó los pasos de Marcos, la puerta, más pasos, otra vez la puerta y su voz.—¿Aburrida? Si prometes portarte bien, bajaré la dosis de Neuroless y podrás moverte."Gracias al cielo", pensó ella. No estaba inválida ni nada por el estilo, sólo atrapada con un monstruo. En la máquina de la izquierda, Marcos apretó unos botones. Ahora, la concentración y el tipo de fluidos que le administraba a Sara cambiaría a conveniencia de sus propósitos. —Poco a poco tu cuerpo desp