LXV Los secretos

Bajo el radiante sol de mediodía, Sara llegó al extremo norte de los terrenos en que se emplazaba la casa de Misael. Tenía frente a ella los enormes muros que delimitaban el perímetro, de al menos dos metros y medio de alto. Tras ellos había bosque, y lobos.

Y los lobos no escalaban muros.

—Aquí la tierra fue excavada, el lobo debió pasar por debajo del muro —le informó Jong.

Sara se agachó. Entre la tierra removida y suelta halló rastros de sangre seca.

—¿Un lobo-topo? —se cuestionó ella.

—El agujero es antiguo, la tierra del fondo está seca, fue hecho hace tiempo. He visto topos por aquí, pero no puedo asegurar que esto sea obra de ellos.

—¿Hay más agujeros?

—En los muros es el único. Pondremos cemento en todo el perímetro, tanto interno como externo. Esto no se volverá a repetir.

Sara asintió.

—Tú trabajas desde hace mucho tiempo para Misael ¿No se te ocurre alguien que quisiera hacerle daño?

—Si lo supiera, señorita, ya se lo habría dicho.

—¿Y alguien que lo siguiera, que lo busca
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