—Son meras especulaciones —dijo el fiscal.Había dejado una reunión familiar para reunirse con Max en su despacho. Y había escuchado pacientemente su absurda perorata, llena de endebles conjeturas.—Mira estas imágenes, es la misma persona —insistía Max.Comparaba las que Sara le había dado con la que él había captado en el motel. El hombre se había presentado con gorra, como su compañera había dicho, pero las cámaras del local junto al motel lo mostraban en un ángulo donde se veía su perfil.—¡Es Marcos Barra!—Con mucha imaginación —dijo el fiscal. Las imágenes estaban bastante borrosas.—No tiene antecedentes, su ADN no está en la base de datos, tengo evidencia que lo vincula a dos de las víctimas y creo que se parece a Misael Overon. Al menos dame una orden para conseguir su expediente médico. Si tiene alguna discapacidad física, eso explicaría que Frederick Overon se lo hubiera saltado en la línea de sucesión. Y eso lo llevó a hacer todo lo que ha hecho, para vengarse de su herma
Por más veces que Sara abrió y cerró los ojos, no cambió el panorama frente a ella: la pulcra habitación blanca, la luz grisácea del techo, la mano en su vientre que no veía, pero que sentía.Recordó el choque. Tal vez se había dañado la columna. El terror fue tan intenso que podría haberle dado un infarto si su corazón fuera capaz de agitarse. Se balanceaba en calma, su lento latir monótono era como el de un reloj.Como el del reloj de Misael.Lo único que podía hacer era contar el paso del tiempo. Imaginó que así se sentiría un insecto a medio pisar o uno descabezado, con el cuerpo deshecho y desconectado, pero no del todo. Podía doler todavía. Dolería hasta el final.En cuanto a los aromas, le recordó a la sala de un hospital: limpieza, desinfección, medicamentos inyectables. La confirmación de que no estaba en un hospital fue el silencio. Un silencio inexplicable en un recinto de salud, con gente yendo de un lado a otro, con pacientes quejándose, rogando o agradeciendo por su vida
Finas gotas de sudor perlaban la frente de Sara. Había descubierto que podía cansarse sin moverse en lo absoluto y que, en tales circunstancias, la locura estaba a la vuelta de la esquina, o de su cama.Luego de un tiempo indeterminado, logró mover los ojos unos milímetros a la izquierda. Tenía una vía conectada a la muñeca. Por ahí le administraba algún tipo de fluido. Con otro esfuerzo más, pudo moverlos hacia abajo. Vio su nariz y las puntas de sus pies. A la derecha había una puerta.El silencio fue absoluto hasta que oyó los pasos de Marcos, la puerta, más pasos, otra vez la puerta y su voz.—¿Aburrida? Si prometes portarte bien, bajaré la dosis de Neuroless y podrás moverte."Gracias al cielo", pensó ella. No estaba inválida ni nada por el estilo, sólo atrapada con un monstruo. En la máquina de la izquierda, Marcos apretó unos botones. Ahora, la concentración y el tipo de fluidos que le administraba a Sara cambiaría a conveniencia de sus propósitos. —Poco a poco tu cuerpo desp
Las leyes del magnetismo decían que, cuando dos polos del mismo signo se enfrentaban, había fuerzas repulsivas entre ellos. Los polos idénticos se repelen y podía comprobarse experimentalmente al usar unos imanes. El campo magnético se sentía como un escudo invisible que rodeaba a los polos, como si el aire actuara de barrera. Así mismo estaba comportándose el aire en el pabellón de Misael.Él y el fiscal resultaron ser polos idénticos.—Si al final resultas ser inocente, esto te pesará, Overon.—Jorge entró a jugar cartas, es lo que diré y él lo confirmará porque estará sano y salvo. ¿Qué dirá usted si ese asesino mata a Sara? ¿Qué dirá si escapa y sigue matando? ¿No le pesará en la conciencia, fiscal? ¿Tiene conciencia?—Tu inocencia no se ha confirmado, no puedes salir y no me arriesgaré a tener a dos locos sueltos. Además, ¿no has pensado que ella podría ser su cómplice? —¡Qué locuras dice!—Primero eliminan a tus amantes, luego te sacan del camino y se quedan con tu fortuna. Tal
El edificio principal de empresas Overon era una construcción con tradición, de más de cien años. Por fuera lucía como cualquier rascacielos moderno, así también se veían sus oficinas, excepto la de su director general, en el último piso.Al cruzar la puerta, Max y Marcela se sintieron transportados en el tiempo. Estaban entrando ellos a la sala del trono de algún monarca, así lo decían las decoraciones de los muros, las armaduras, los trofeos, la riqueza en cada cosa dorada que veían. Hasta la alfombra parecía sacada de un palacio. Ni hablar del hermoso escritorio, de madera noble y con intrincados tallados bajo el cristal que cubría la parte superior. Era digno de un museo, igual que la momia sentada tras él. Frederick Overon era un hombre de unos cincuenta años, saludable y de aspecto envidiable, pero se les hizo mucho mayor. Allí, en su trono, los miraba con la pasividad de quien ha visto el inicio y el final de la historia y espera, sin sorpresas, a que ocurra lo que deba ocurrir
Isaías Overon miró los autos transitando por la avenida, a una cuadra del edificio de la empresa familiar. Bebió un sorbo de su refresco y volvió a fijar su atención en los detectives.—Siempre tuve buena relación con Marcos. Cuando le conté que vendría a la ciudad a estudiar, me invitó a su casa y vivimos juntos un tiempo. Luego Frederick me dio una beca y me fui al extranjero dos años. Regresé hace unos meses y lo primero que hice fue ir a visitarlo, pero no lo encontré. Al que sí encontré fue a Imak, él es hermano mayor mío y de Misael, no Marcos Barra. Marcos es mi primo por parte de madre.Max y Marcela intercambiaron miradas. —Imak es un apodo, él también se llama Marcos, tal vez por eso se confundieron. Creo que tengo unas fotografías de ellos.Mientras Isaías la buscaba, Max recibió una llamada de Karim y las palabras del muchacho cobraron sentido.—Vean. Éste es Marcos Barra, mi primo.Definitivamente no era el hombre al que buscaban, aunque su corte de cabello fuera idéntic
—Hola, buenas tardes. Una serpiente mascota escapó, ¿puedo revisar si está por aquí?—¡Claro! ¡Claro! Pase, por favor. ¿Es grande? He visto que algunos de esos bichos son enormes y aquí hay niños pequeños —dijo la empleada doméstica, dejando entrar a Tom.Los hombres de Misael se desplegaron por las calles. Se movían bajo la premisa de que el asesino estaría solo o de que podrían sentir el aroma de Sara en los alrededores. A esas horas, sirvientas, niñeras, guardias o jardineros eran quienes los recibían. Por las calles, Misael se movía como un sabueso enloquecido, intentando percibir un rastro invisible, que poco se diferenciaba de una onda de radio como las de los teléfonos. Él buscaba la señal de Sara y que aquel murmullo en sus oídos se hiciera tan fuerte que le estallara la cabeza. O el corazón. Si no la encontraba a tiempo le estallaría el corazón.Siguió avanzando. Andaría hasta la última casa, a rastras si era necesario. Tanta sangre que había perdido lo tenía mareado.Dobl
El ulular de la sirena de la ambulancia se fue silenciando mientras descendía por las lomas. Algunos de sus habitantes se asomaron a los jardines para ver qué ocurría, otros enviaron a sus empleados a averiguar. Afuera de la casa de Marcos Arias había un gran contingente policíaco. Y la infaltable prensa también había llegado. Como pirañas buscaban conseguir una exclusiva: el verdadero rostro del monstruo que había mantenido en vilo a la ciudad durante semanas, el estado de su última víctima, su escondite, sus secretos.—Recibí información clave que me permitió encontrar al culpable. Gracias a eso, fue posible salvar la vida de la detective Rojas —declaraba el fiscal frente a las cámaras.Por fortuna había llevado ropa de recambio y lucía impecable. Y la radiante sonrisa no se le borraba de la cara.—Ese patán —mascullaba Max, dando la calada final a su cigarrillo.Era el último, prometió mirando hacia el cielo, donde se encontró con una resplandeciente luna nueva. Al interior de la