En un pequeño valle rodeado por un bosque de coníferas, enclavado en el seno de las montañas, estaba la aldea Ruka. En el idioma ancestral de los lugareños, su nombre significaba "corazón de lobo".Los lobos vivían allí tal vez desde antes que las coníferas se alzaran hacia el cielo, tal vez antes de que se encumbraran las montañas. Y en algún momento, al amanecer, hubo sombras de seres que andaban en dos pies entre ellos.Las leyendas de las épocas de guerra, transmitidas de generación en generación, decían que la diosa Luna, vigilante desde las alturas, había cubierto la aldea con su resplandor plateado, haciéndola invisible a sus enemigos. Allí habían prosperado los hombres y mujeres con alma de lobo. Cuando llegó la paz, los lobos de cuatro patas, sus ancestros, siguieron protegiéndolos desde los altos y fríos bosques.Los tratados políticos de la civilización que surgía y las nuevas leyes del mundo, hicieron aflorar los rasgos humanos en ellos. Llegó la electricidad, que rivaliza
Bajo el radiante sol de mediodía, Sara llegó al extremo norte de los terrenos en que se emplazaba la casa de Misael. Tenía frente a ella los enormes muros que delimitaban el perímetro, de al menos dos metros y medio de alto. Tras ellos había bosque, y lobos.Y los lobos no escalaban muros.—Aquí la tierra fue excavada, el lobo debió pasar por debajo del muro —le informó Jong.Sara se agachó. Entre la tierra removida y suelta halló rastros de sangre seca.—¿Un lobo-topo? —se cuestionó ella.—El agujero es antiguo, la tierra del fondo está seca, fue hecho hace tiempo. He visto topos por aquí, pero no puedo asegurar que esto sea obra de ellos.—¿Hay más agujeros?—En los muros es el único. Pondremos cemento en todo el perímetro, tanto interno como externo. Esto no se volverá a repetir.Sara asintió.—Tú trabajas desde hace mucho tiempo para Misael ¿No se te ocurre alguien que quisiera hacerle daño?—Si lo supiera, señorita, ya se lo habría dicho.—¿Y alguien que lo siguiera, que lo busca
La consulta del doctor Barra era pequeña: un escritorio, la camilla del costado, un estante con insumos, una puerta en el fondo. Max dejó al perro sobre la camilla mientras estrechaba la mano del profesional.—¿Nos hemos visto antes? —le preguntó el doctor.—Puede ser, ¿lo han arrestado alguna vez?—¡Claro, ya recuerdo! Fue en el funeral de Trinidad, usted estaba con la detective Sara.—¿Eras conocido de Trinidad?—Sí, del refugio. ¿Sara no se lo dijo?—Leí sus informes, pero mantengo en mi memoria a la gente que es relevante para el caso.—Suerte para mí entonces. ¿Es su perro?—No, de mi novia. Se fue de viaje y me lo encargó, pero no me gusta nada la cara que tiene.—A ver, vamos a examinar a este pequeñín —dijo Marcos, poniéndose el estetoscopio.Borlito, alias "Chorlito", le dedicó una mirada de completo pesar y hastío por la vida. Era un actor excepcional.Luego de auscultarlo, Marcos procedió a palparlo: la garganta, el vientre, las articulaciones. Tenía dedos firmes, largos.
—Son meras especulaciones —dijo el fiscal.Había dejado una reunión familiar para reunirse con Max en su despacho. Y había escuchado pacientemente su absurda perorata, llena de endebles conjeturas.—Mira estas imágenes, es la misma persona —insistía Max.Comparaba las que Sara le había dado con la que él había captado en el motel. El hombre se había presentado con gorra, como su compañera había dicho, pero las cámaras del local junto al motel lo mostraban en un ángulo donde se veía su perfil.—¡Es Marcos Barra!—Con mucha imaginación —dijo el fiscal. Las imágenes estaban bastante borrosas.—No tiene antecedentes, su ADN no está en la base de datos, tengo evidencia que lo vincula a dos de las víctimas y creo que se parece a Misael Overon. Al menos dame una orden para conseguir su expediente médico. Si tiene alguna discapacidad física, eso explicaría que Frederick Overon se lo hubiera saltado en la línea de sucesión. Y eso lo llevó a hacer todo lo que ha hecho, para vengarse de su herma
Por más veces que Sara abrió y cerró los ojos, no cambió el panorama frente a ella: la pulcra habitación blanca, la luz grisácea del techo, la mano en su vientre que no veía, pero que sentía.Recordó el choque. Tal vez se había dañado la columna. El terror fue tan intenso que podría haberle dado un infarto si su corazón fuera capaz de agitarse. Se balanceaba en calma, su lento latir monótono era como el de un reloj.Como el del reloj de Misael.Lo único que podía hacer era contar el paso del tiempo. Imaginó que así se sentiría un insecto a medio pisar o uno descabezado, con el cuerpo deshecho y desconectado, pero no del todo. Podía doler todavía. Dolería hasta el final.En cuanto a los aromas, le recordó a la sala de un hospital: limpieza, desinfección, medicamentos inyectables. La confirmación de que no estaba en un hospital fue el silencio. Un silencio inexplicable en un recinto de salud, con gente yendo de un lado a otro, con pacientes quejándose, rogando o agradeciendo por su vida
Finas gotas de sudor perlaban la frente de Sara. Había descubierto que podía cansarse sin moverse en lo absoluto y que, en tales circunstancias, la locura estaba a la vuelta de la esquina, o de su cama.Luego de un tiempo indeterminado, logró mover los ojos unos milímetros a la izquierda. Tenía una vía conectada a la muñeca. Por ahí le administraba algún tipo de fluido. Con otro esfuerzo más, pudo moverlos hacia abajo. Vio su nariz y las puntas de sus pies. A la derecha había una puerta.El silencio fue absoluto hasta que oyó los pasos de Marcos, la puerta, más pasos, otra vez la puerta y su voz.—¿Aburrida? Si prometes portarte bien, bajaré la dosis de Neuroless y podrás moverte."Gracias al cielo", pensó ella. No estaba inválida ni nada por el estilo, sólo atrapada con un monstruo. En la máquina de la izquierda, Marcos apretó unos botones. Ahora, la concentración y el tipo de fluidos que le administraba a Sara cambiaría a conveniencia de sus propósitos. —Poco a poco tu cuerpo desp
Las leyes del magnetismo decían que, cuando dos polos del mismo signo se enfrentaban, había fuerzas repulsivas entre ellos. Los polos idénticos se repelen y podía comprobarse experimentalmente al usar unos imanes. El campo magnético se sentía como un escudo invisible que rodeaba a los polos, como si el aire actuara de barrera. Así mismo estaba comportándose el aire en el pabellón de Misael.Él y el fiscal resultaron ser polos idénticos.—Si al final resultas ser inocente, esto te pesará, Overon.—Jorge entró a jugar cartas, es lo que diré y él lo confirmará porque estará sano y salvo. ¿Qué dirá usted si ese asesino mata a Sara? ¿Qué dirá si escapa y sigue matando? ¿No le pesará en la conciencia, fiscal? ¿Tiene conciencia?—Tu inocencia no se ha confirmado, no puedes salir y no me arriesgaré a tener a dos locos sueltos. Además, ¿no has pensado que ella podría ser su cómplice? —¡Qué locuras dice!—Primero eliminan a tus amantes, luego te sacan del camino y se quedan con tu fortuna. Tal
El edificio principal de empresas Overon era una construcción con tradición, de más de cien años. Por fuera lucía como cualquier rascacielos moderno, así también se veían sus oficinas, excepto la de su director general, en el último piso.Al cruzar la puerta, Max y Marcela se sintieron transportados en el tiempo. Estaban entrando ellos a la sala del trono de algún monarca, así lo decían las decoraciones de los muros, las armaduras, los trofeos, la riqueza en cada cosa dorada que veían. Hasta la alfombra parecía sacada de un palacio. Ni hablar del hermoso escritorio, de madera noble y con intrincados tallados bajo el cristal que cubría la parte superior. Era digno de un museo, igual que la momia sentada tras él. Frederick Overon era un hombre de unos cincuenta años, saludable y de aspecto envidiable, pero se les hizo mucho mayor. Allí, en su trono, los miraba con la pasividad de quien ha visto el inicio y el final de la historia y espera, sin sorpresas, a que ocurra lo que deba ocurrir