6.

Me alejo rápidamente de él, pero el tobillo se me dobla y termino tambaleándome de nuevo hacia adelante.

Mauricio vuelve a sujetarme, esta vez tocando mi piel con sus frías manos, y doy un respingo al estremecerme. Me alejo de él de nuevo, alzando la barbilla y mirándole con furia.

—Tres cosas: o es muy torpe, o está ebria... o no sabe caminar con tacones —dice, mirándome los pies.

—No estoy ebria, estoy… prendida solamente —respondo, encogiéndome de hombros—. Si me disculpa, voy a volver a mi mesa.

Lo extermino con la mirada y sigo mi camino, derecha y con confianza, hasta las mesas.

—Ya pagué, Gaby. ¿Qué te hizo tardar tanto? —pregunta Cristian, acercándose a mí.

—Casi me caigo como dos veces, lo siento. Creo que no tolero mucho el vino —admito, soltando una risita nerviosa.

El olor a Invictus inunda mis fosas nasales y alzo la mirada en busca de la fuente de la colonia masculina. Mauricio pasea por nuestro lado, con su paso seguro y arrogante, abotonándose el blazer color café. Se sienta detrás de nosotros, con el grupito de hombres ruidosos.

—Por supuesto que él estaba ahí —mascullo para mí misma, rodando los ojos.

— ¿Nos vamos? —Pregunto, levantándome de mi asiento—. Ya muero porque llegue el día de mañana e ir a beber con ustedes. Mi cuerpecito pide salsa, merengue, pachanga.

Sacudo mis hombros en su dirección y él se ríe, captando la atención de algunas personas. El frío me eriza la piel y se quita su blazer para colocarlo sobre mis hombros, me acaricia los brazos para hacerme entrar en calor.

— ¿Mejor? —pregunta, acercándose más a mí.

Respiro hondo cuando me encuentro con sus ojos cafés y suspiro al exhalar, también huele rico. Le regalo una sonrisa tímida y un ligero asentimiento de cabeza.

—Mejor, gracias —murmuro, sonriendo con timidez.

Nos damos media vuelta para salir del café. Cristian me acerca a él, rodeando mis hombros con su brazo y nos sonreímos mientras caminamos hacia las afueras del lugar.

No puedo evitar mirar en dirección a la mesa donde se encuentra Mauricio, tal vez porque nos persigue con la mirada y sonríe en mi dirección.

Maldito idiota. Nada más verlo me hierve la sangre.

Cristian me coloca el casco y nos trepamos a la moto. Observo de nuevo en dirección al café y me sorprendo al ver que hay un cartel de empleo.

— ¡Espera, espera! —grito, emocionada.

Él voltea su cabeza al verme, pero no sé si molesto o confundido ya que su casco le cubre el rostro. Corro hacia la pared donde está el cartel y lo tomo entre mis manos, acercándome a él con emoción.

—Buscan mesera —le comento, señalando el papel—. ¡Es en la tarde! Me da tiempo de ir a la escuela y venir.

—Yo podría traerte para que llegues más temprano —dice, sacándose el casco de la cabeza.

— ¿De verdad? —pregunto, emocionada.

—Por supuesto —responde, sonriendo de lado.

Acepto y me trepo de nuevo en su motocicleta. Acelera hasta mi casa y acompaña hasta la entrada.

—Oh, toma. No quiero que pienses que soy el tipo de chica que se roba los suéteres de sus… —me callo, desviando la mirada sonrojada. Joder, iba a decir novios—…amigos.

Él se ríe un poco nervioso y me acepta el blazer de vuelta.

—La pasé muy bien. Me hacía falta tener una amiga con más cosas en común —admite, acercándose un poco a mí.

—Gracias por ser el amigo de la nueva —digo con gracia, haciendo que nos carcajeemos un poco.

—Pasaré por ti después del trabajo.

—Está bien —concuerdo—. Buenas noches, Cristian.

—Buenas noches, Gabriela.

Abro la boca, sorprendida, cuando lo veo acercarse a mí. Sin embargo, no me besa en los labios como pensaba que iba a hacer sino en la mejilla.

Me mira por unos cortos instantes y se da la vuelta, trepándose en su motocicleta. Lo veo colocarse el blazer y el casco antes de acelerar y perderse en la negrura de la noche.

Sin embargo, eso no es lo que me hace suspirar sino el recuerdo de las manos frías de Mauricio en la piel de mi cintura.

Estaba… demasiado cerca.

Sacudo mi cabeza de lado a lado para espabilarme, dejando atrás ese estúpido suceso. No volveré a tenerlo así de cerca más nunca.

Es hostil, pero yo no estoy ciega y él es muy guapo. Así que debo recordarme lo cavernícola que es y que, seguramente, me lleva mínimo diez años por encima.

—El café abre los fines de semana, ¿cierto? —le pregunto a Federica, quien se está arreglando para ir a la pastelería.

—Sí —responde, buscando algo en su porta cosméticos.

—Voy a pedir cita para la entrevista. No importa que sea sábado, ¿cierto? —vuelvo a preguntar, tal vez por los nervios.

Ella responde con un mohín y frunzo el ceño al ver que sigue busca que busca en todas artes.

— ¿Qué coño estás buscando? —pregunto, levantándome para ayudarla.

— ¡Mi labial rojo! —protesta, frustrada.

—Si eres ridícula, ¿no recuerdas que me lo prestaste ayer? —le recuerdo, buscando en mi bolso el bendito labial—. Toma.

Ella se maquilla lo más rápido que puede y se mira con nervios en el espejo. Una actitud extraña, la verdad.

— ¿Quieres chancear[7] con alguien, Federica? —le pregunto, mirándola de forma acosadora. Ella frunce el ceño, pero no me mira así que me cruzo de brazos—. Fede.

— ¡No! Solo quiero verme… mejor —admite, un poco nerviosa—. Debo ir a la pastelería. Nos vemos en la tarde.

Se despide, abriendo la puerta y saliendo como alma que lleva el diablo.

Me arreglo lo más decente que puedo, camisa de botones con estampado de rayas blancas con azul cielo y jeans blancos corte alto. Me coloco unas zapatillas azules y un blazer blanco para verme más elegante. Aliso mi cabello con la plancha de cabello y me maquillo lo más neutral posible.

Salgo de mi casa, tomando el autobús que me deja cerca del café. Espero que la memoria no me falle y me pierda, porque me daría un ataque de ansiedad si eso sucede.

Bueno, solo estoy exagerando pero yo me entiendo.

Mi memoria fotográfica poco explotada me juega bien y a los minutos me encuentro frente al café. Me adentro con manos sudorosas y el corazón latiéndome con fuerza.

Respiro hondo y con una sonrisa me acerco a la barra.

—Disculpe, buenos días. Uh… quisiera saber si todavía están buscando mesera para la tarde —hablo con la cajera y ella me sonríe de vuelta.

—Claro, ¿para cuándo puede tener la entrevista? —me pregunta, tomando lápiz y papel.

—Lo más pronto posible —respondo de inmediato.

—Perfecto. El dueño del café viene el lunes a las dos de la tarde —me informa—. Es mejor que sea puntual, no le gustan los retrasos.

«Pato Lucas, llévate tu mala suerte para otro lado» pienso.

—Por supuesto —respondo—. Muchas gracias, señorita.

Salgo del café y decido caminar hasta mi casa, disfrutando de los olores de la zona. La comida huele tan deliciosa que el estómago me gruñe.

El celular me vibra en el bolsillo y reviso quién me está llamando: número desconocido. ¿Quién será?

— ¿Diga? —pregunto al contestar.

— ¡Gaby! ¡Hola! Es Montserrat Díaz, ¿cómo estás? —saluda con efusividad.

—Hola, Montse. Estoy bien, ¿y tú? —pregunto, sonriendo.

—Bien, bien. Recuerda que esta noche iremos al club. Estaba pensando en que podíamos quedarnos en mi depa, si gustas claro —ofrece.

— ¿Quiénes irían? —pregunto, mirando a mí alrededor para no perderme.

—Cristian, tú y yo. Mi hermano Sebastián estaría allí, pero no hay que prestarle mucha atención.

—Es que iba a ir con mi prima Fede y no quiero incomodar —admito, cruzando la calle con cuidado.

— ¡Oh! Tranquila, se puede quedar también —dice—. Sin ningún problema, de verdad.

—Hay un problema, en realidad.

— ¿Cuál?

—Fede y Sebastián se detestan —le cuento y ella se ríe.

—Todos detestan a mis hermanos, pero de verdad que no será ninguna molestia. Yo me encargaré de eso, confía en mí.

—Le diré a Fede y te aviso, ¿te parece? Es mi prima, no puedo dejarla mal parada —le recuerdo.

—Vale, está bien. Confírmame lo más pronto posible —dice y cuelga, mientras yo observo la pantalla.

—Qué mandona, ¿eh? —Murmuro, alzando las cejas y marco el número de mi prima, quien me contesta al tercer tono—. Ho…

—Prima, no es buen momento así que espero que sea importante —me interrumpe, jadeando.

—Montse nos invitó a quedarnos en su casa, pero hay un detalle —le digo, esperando que me mate.

—Desembucha pues, ¿cuál es el detalle? —pregunta, perdiendo la paciencia.

—Montse es una Díaz, es decir…

—Sebastián va a estar ahí —gruñe, molesta—. ¡No me voy a quedar con él, Gaby!

—Estoy preguntándote para darle una respuesta a Montse. Además, ella dijo que se encargaría de él —le explico, llegando a casa.

—Bien, pero juro que si me llega a tocar los ovarios…

—Te ayudo a caerle a coñazo, lo juro —la interrumpo.

— ¡Bien! Nos vemos. La pastelería está a reventar —dice y cuelga.

Suspiro, entrando a casa. Le confirmo a Montse que, al menos, mi prima y yo estamos dispuestas a quedarnos y ella contesta con demasiadas caritas felices.

Me doy un baño, tomándome mi tiempo para arreglarme. Decido llevar un pantalón corte alto de color negro, una camisa roja de tiras con escote en forma de corazón y mis zapatos deportivos. Me aliso el cabello y maquillo mi rostro con simpleza, agregándole un toque sexy con el delineado bien negro y el labial carmesí.

Meto mis documentos, dinero y celular en un pequeño bolso rojo y tomo mi chaqueta de jean negro por si hace frío.

Cuando son las nueve de la noche, Fede me escribe diciéndome que ya tiene aventón al club. Yo llamo a Cristian y me atiende de inmediato.

—Hola, ¿ya vienes en camino? —pregunta.

—No, Fede me dejó plantada por un aventón y ya está yendo para allá. ¿Crees que…?

—Voy para allá, llego en diez —me corta, haciéndome sonreír.

—Gracias —respondo y cuelgo.

Decido escribirle a Federica.

Yo: ¿Quién te dio el aventón?

Fede: Mejor hablamos de eso acá. Para qué te digo aventón si fue medio secuestro.

No hace falta que me diga nada más. Estoy segura de que el aventón se lo dio Sebastián Díaz.

¡No! ¡No! ¡No! Si Sebastián está ahí, ¿significa que Mauricio también? ¡Por el amor a la Virgen del Valle, no!

No creo que sea su tipo de sitio de todas formas. Al menos, eso espero.

Respiro hondo cuando escucho el claxon de la motocicleta y me encamino a la salida. Sonrío cuando veo a Cristian y le doy un beso en la mejilla.

—Estás muy sexy hoy. Creo que voy a tener que andar pilas con el poco de tipos en el bar —me halaga, haciéndome sonreír.

—No seas tonto. Capaz hay tipas súper operadas allí que llaman más la atención que yo —le digo, trepándome en la moto.

—Pues yo creo que estaré con las tres más hermosas de la noche: Fede, Montse y tú —dice, sonriéndome antes de ponerse el casco.

Ruedo los ojos con diversión y me sostengo con fuerza cuando acelera hacia “La Clandestina”. El sitio es precioso, con muchas luces rojas que le dan sensualidad al lugar. Ya hay bastante gente dentro y de fondo suena reggaetón, la cosa está muy movida y con buena energía.

Me gusta.

Cristian tira de mi brazo y me lleva hasta la barra donde están algunos compañeros de clase, como Montserrat, y mi prima Fede con una inmensa cara de culo.

—Gracias a Dios estás aquí —dice, apenas me ve—. Ten, toma un shot de tequila. Vas a querer tomarte unos cuantos cuando lo veas.

Estoy preguntarle a mi prima qué carajos se fumó, pero al escuchar su voz sé a lo que se refiere y por qué luce algo nerviosa: por mi reacción.

—Señorita Arellano, qué sorpresa.

Me tenso en mi lugar y miro a Fede, quien asiente con disimulo hacía mí. Me bebo el shot de una sola sentada, sin limón ni sal, y me estremezco en mi sitio. «Verga, esta vaina es demasiado fuerte» pienso, meneando la cabeza un poco antes de girar y encararlo.

—Me tienen que estar jodiendo —mascullo, cruzándome de brazos.

—De todas las personas que podían ser amigas de mi hermana, tenías que ser tú —habla, sonriendo con burla.

—De todas las personas que podían ser hermanos de mi amiga, tenías que ser tú —respondo con ironía evidente, cruzándome de brazos.

—Deberías considerarte una persona afortunada —se jacta, acercándose a la barra.

El corazón se me acelera y me pongo súbitamente nerviosa ante su cercanía. Sin embargo, me niego a que lo note. Jamás.

—Usted debería considerarse afortunado —respondo, alzando mi barbilla con orgullo—. Soy una dulzura de persona.

—No lo dudo —murmura y me mira de arriba abajo, esta vez lamiéndose los labios.

La verdad es que es un gesto muy sensual y siento que se me hunde el corazón en el pecho ante ello, pero ni loca pienso mostrarle lo nerviosa que me pone su cercanía.

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