39.

Nuestras manos enlazadas quedan suspendidas en el aire, coloca la suya libre en mi cadera y la mía la dejo caer sobre su hombro. Movemos nuestros cuerpos en un ligero vaivén y trato de no mirarlo a los ojos porque siento que se dará cuenta de lo que he descubierto hoy sobre mis sentimientos.

«¿Él se sentirá igual o me estoy ilusionando sola?» No puedo evitar pensar en eso, tengo que admitirlo. Me asusta que para él solo soy un rato de placer con el que acabará cuando se aburra, pero a veces veo un brillo intenso de otra cosa que me hace dudar y pienso que, muy en el fondo, algo está naciendo en su corazón. Solo que no sabe aún qué es.

― ¿Te gustó el almuerzo en honor a tu abuela? ―pregunta y yo asiento con una sonrisa en el rostro―. Lo haré en todos los negocios que tenga, durante un mes. Este mes, en su nombre.

―Gracias, amor ―se me escapa y cubro mi boca, avergonzada. Sin embargo, él sonríe tanto que se achinan sus ojos―. ¡Eso es tu culpa! Ya me lo pegaste.

―Pues qué lindo se escuch
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