5.

Luego de discutir un poco quién lava los platos (ganó Cristian, por supuesto), me encuentro secando los trastes que él va fregando mientras conversamos.

— ¿Tienes planes para mañana? —pregunta y yo lo miro con ojos entrecerrados, alzando una ceja.

— ¿Qué planes tenemos para mañana?

— ¿Recuerdas que te dije que había un sitio con buen vino? —pregunta, alzando una ceja en mi dirección.

—Sí, claro —respondo y voy secando los trastes que me tiende.

—Podemos cenar mañana allí, si gustas —invita, mirándome mientras me tiende otro plato limpio.

—Por supuesto —respondo, sonriendo—. ¿El sábado podremos ir a tomar algo? A este cuerpo le hace falta un poco de merengue.

—Por supuesto que sí —responde, riéndose—. Aunque no soy muy buen bailarín.

— ¡Qué lástima! —dramatizo, cubriéndome la cara con el trapo y lo escucho reírse.

Cristian es muy lindo, además es amable y educado. Su acento colombiano me derrite por completo, pero eso no significa que me guste. Estamos conociéndonos, mi concentración está en terminar la carrera.

Ya luego veré qué carajos sucede con mi vida amorosa.

Solo espero que él tenga en cuenta eso, porque si no… tendremos una charla un tanto incómoda y, la verdad, no me gustaría alejarlo. Es un gran amigo.

***

¡Viernes al fin! Mi primera semana de clases fue un desastre, pero ha mejorado. El chef Guzmán notó mi progreso y mejoró mis calificaciones. No sé qué hubiese sido de mí sin Cris.

— ¿Te llevo a casa? —pregunta Cristian cuando salgo del baño.

—Con tal de montarme en tu belleza de moto, sí —respondo, haciéndolo sonreír.

—No, no, no… —escuchamos detrás de nosotros y Cristian frunce el ceño, algo preocupado al reconocer la voz.

—Hey, Mon. ¿Está todo bien? —Pasa de mí y se acerca a la muchacha, que se oculta tras de nosotros mientras mira con rabia hacia la entrada.

—Hola, Cris. ¡No, no lo está! Leonardo está allá, esperándome. Sigue insistiendo en arreglar nuestra pinche relación —responde ella y yo me acerco, cubriéndola de la entrada para que no la vea—. Gracias, eh…

—Gabriela —me presento, guiñándole el ojo—. ¿Quién es? ¿Un ex novio posesivo?

—Quisiera yo —niega, rodando los ojos—. Es mi padre.

Mi rostro de inmediato cambia y, en el fondo de mi corazón, la comprendo. Seguro tienen una relación de porquería, aunque… al menos él trata de arreglarla, por lo que veo.

—Lo siento, no me he presentado. Soy Montserrat —habla, estirando su mano y la estrecho, sonriéndole—. ¿Tú eres la chica del delantal de gallinas?

Cristian se ríe, afirmando con la cabeza y yo imito sus gestos.

—Tiene los peores delantales de la historia, ¿cierto?

—Mmhum, supongo —le resta importancia, pero percibo cierta molestia en su voz—. ¿Te importa si me llevas a casa, Cris? ¿Por favor? Tú sabes que no quiero verle hasta que cambie de parecer.

—Llévala, yo no tengo problema —respondo cuando me mira, un tanto apenado—. Yo tomo el bus.

—Vamos, Díaz. Te llevo entonces —acepta él, lanzando las llaves y las ataja de inmediato.

—Espera, ¿qué? ¿Díaz? —pregunto, esperando que ella no sea la tercera hermana.

—Sí, es la hermana de Mauricio y Sebastián —responde Cristian y yo niego con la cabeza, creyendo que en serio Dios no puede ser más ¡predecible!

—Espera, ¿tú eres la señorita Arellano? —inquiere ella y yo afirmo, así que se ríe—. La “mocosa torpe” del café, ¿eh?

—Con todo respeto, tu hermano es un bruto —me quejo, cruzándome de brazos.

—No puedo negarlo Ambos lo son —admite, riéndose y luego parece recordar algo—. ¡Oigan! Mañana tenía pensado ir a beber con algunos compañeros de clases, ¿se animan?

Miro a Cristian y él asiente con una sonrisa en el rostro. ¡Sí!

—Pues nos vemos mañana, guapetones. Le escribiré a Cristian —me dice y se despide de mí con un beso en la mejilla.

Al menos uno de los Díaz es buena gente.

Cristian se acerca a darme un beso en la mejilla y me abraza con fuerza.

—Paso por ti luego —me recuerda.

—Está bien —respondo con una sonrisa.

Se trepan en la moto y Cristian acelera en la dirección contraria de siempre. Yo espero el autobús y tomo asiento en el primer puesto libre que veo.

Cuando llego a casa, almuerzo con mis tíos y decido dormir un rato antes de arreglarme para la cena con Cristian. ¿O acaso debería decirle cita? Los amigos también tienen citas, ¿cierto?

No lo sé.

Cuando despierto, por la alarma que he puesto, me doy un buen baño. Me coloco un pantalón de vestir corte alto, con un lazo en el frente, de color beige. Un top de tiras blanco con un disimulado escote en “V” y unos tacones color crema.

—Dijo que habría vino, así que espero no ir muy arreglada —me digo frente al espejo, mientras me arreglo el cabello.

—Oh, ¿hay cita hoy? —pregunta mi prima, lanzándose en la cama.

—No lo sé, la verdad. Siento que voy muy arreglada —admito, dándome media vuelta para verla.

—A ver, ¿a dónde irán? —pregunta, recargando su rostro de sus manos.

—Café Toscano —respondo, volviendo a verme al espejo mientras me arreglo el cabello.

—Ah, vas bien. No lleves suéter y así te da el suyo cuando haga frío —me aconseja, guiñándome el ojo.

—Somos amigos, nos estamos conociendo. Es lindo, pero… no quiero arruinar lo que tengo con él. Es mi único amigo, hasta ahora, en México —digo y busco mi porta cosméticos para maquillarme—. No sé qué hacer en realidad.

— ¿Le gustas?

—No lo sé.

— ¿Te gusta?

—No lo sé —respondo de nuevo, rodando los ojos.

—Bueno, tú misma lo dijiste. Sigan conociéndose —me aconseja, levantándose para colocarse detrás de mí—. Que él sea hombre y tú mujer no quiere decir que tengan que salir, pueden ser amigos sin problemas.

—Cierto —respondo, sonriendo con alivio—. Gracias por tus consejos.

Un par de minutos después, el claxon de una moto suena en las afueras de la casa. Federica alza una ceja en mi dirección y yo le saco el dedo del medio antes de abrir la puerta y encontrarme con Cristian.

Suspiro de alivio al ver que no soy la única que pensó que debía ir semi formal. Viste una camisa blanca de botones, un flux negro y blue jeans. En sus pies calza unos mocasines del color del blazer.

—Hola —saludo, cerrando la puerta tras de mí—. Estás muy guapo, pensé que iría demasiado elegante.

—Tú estás preciosa —halaga, tendiéndome su mano—. Supuse que pensarías eso, por cierto.

Acepto su mano, soltando una risita nerviosa. Me tiende un casco y nos trepamos a la motocicleta, él acelera hasta el café y yo solo espero que sea una noche maravillosa.

Cuando llegamos al lugar pedimos vino, de entrada un carpacho de lomito y pizza. El mesero nos sirve la bebida en las copas y nos avisa que en unos minutos deberían traernos la entrada.

—Salud —habla Cristian, alzando la copa—. Salud porque subiste tu puntuación en los platillos.

— ¡Salud! —celebro, chocando nuestras copas. El tintineo suena un poco más fuerte de lo que esperaba y terminamos riéndonos antes de darle un buen sorbo al vino tinto—. Mm, está muy rico.

—Te dije que vendían el mejor vino de la zona —se jacta, guiñándome un ojo—. Iba a preguntarte por qué te mudaste de Venezuela, pero creo que la situación del país habla por sí sola, ¿no?

—Vivía en un barrio muy peligroso, era hora de salir de allí —le cuento, acomodándome en mi lugar—. Petare.

—Yo vivía en Rebolo, uno de los más peligrosos de Barranquilla —admite él, haciendo una ligera mueca triste—. ¿Con quién vivías?

—Mi madre y mi abuela. Actualmente, se están hospedando con un primo en un barrio mucho más seguro —respondo y me encojo de hombros—. Ninguno lo es cuando se trata de Caracas, pero ¿si entiendes a lo que me refiero?

—Sí, claro. ¿Por qué México? —pregunta y yo lo miro confundida—. Perdón, quiero decir que ¿por qué decidiste venir a México?

—Porque tengo familia aquí. Mi prima Federica, ¿la recuerdas? —pregunto y él certifica—. Ella se mudó hace un par de años y vive con sus padres, me estoy quedando con ellos hasta que consiga trabajo y pueda alquilar un sitio.

—Yo trabajo los fines de semana porque me gusta practicar en las tardes las recetas, pero necesitaré trabajar más días. Tengo que enviar dinero a Barranquilla —admite y le da otro sorbo a su copa de vino—. He cambiado de trabajo todos estos años porque no me siento cómodo en ninguno, no estoy haciendo lo que amo ¿sabes?

—Te entiendo —le digo, tomando su mano por encima de la mesa—. Un trabajo para sobrevivir mientras una pasantía nos da una esperanza a entrar a un restaurante.

—Exactamente. No puedo desperdiciar la oportunidad de obtener una de las tres pasantías en Fraga —dice, soltando un suspiro—. Y sé que la obtendré, ambos lo haremos. Estaremos juntos en la cocina de Fraga Restaurante.

Me esfuerzo en sonreírle y agradezco internamente cuando el mesero llega con nuestra entrada, que luce muy buena y no puedo esperar a hincarle el diente luego de desearnos buen provecho.

Unas risas masculinas resuenan a lo largo del café, capturando nuestra atención. Trato de encontrar a los hombres que se ríen con tanto estrépito, pero no los ubico.

— ¿Tienes pareja? ¿Aquí o en Barranquilla? —pregunto antes de meter un trozo de comida a mi boca.

—No, para nada. Llevo unos ¿tres, cuatro años sin pareja? —habla con duda y yo lo miro sorprendida—. Tuve novia en Barranquilla, pero tuvimos diferencias irreconciliables y pues… tampoco se dio. Aunque con ella sí pensé llegarme a casar.

—Te entiendo. También tuve pareja hace unos años ya y pasó algo similar. Él obtuvo una beca en Italia y yo no podía irme con él en ese entonces, así que decidí cortar por la buena. Sabía que no iba a poder con una relación a distancia —musito, recordando a Carlos y suspiro—, pero pasado pisado, mijo. Ya eso fue hace demasiado tiempo.

—La vida y sus cosas, parcera —es lo que responde, haciéndome reír.

El mesero retira el plato donde venía el carpacho y coloca la pizza sobre la mesa. No se va sin rellenar nuestras copas de vino.

—Buen apetito —dice.

—Buen apetito.

Cenamos entre anécdotas de nuestros países y de la vida misma, mientras nos deleitamos con la excelente pizza y unas cuantas copas de vino más. Bueno, yo me tomé unas cuantas más.

—Pediré la cuenta, ¿quieres algo más? —pregunta.

—Oh no, yo estoy bien. Iré al baño mientras llega la cuenta —le aviso, levantándome de mi asiento, un poco mareada—. Creo que el vino estaba fuerte.

— ¿Necesitas ayuda? —propone, preocupado.

Niego, guiñándole un ojo y me rio un poco por ello.

Camino en dirección al baño y me aseguro de que mi aspecto siga presentable. Retoco un poco el maquillaje y me arreglo el cabello antes de salir de allí y volver a la mesa.

Cierro la puerta y me doy media vuelta, un tanto mareada y a punto de caer. Unos brazos me sostienen de la cintura y un exquisito olor masculino invade mis fosas nasales y reconozco esa colonia: Invictus.

—Qué bueno que esta vez no tenía un café en las manos.

Me tenso de inmediato al reconocer esa voz.

—Mauricio —hablo, encarándolo.

Una sonrisita arrogante surca sus labios y me mira de arriba abajo de nuevo, no sé si analizándome o con desprecio. Supongo que le hace gracia que no lo llame “señor Díaz” como el resto de idiotas que lo adulan.

—Señorita Arellano —murmura con cierta picardía.

Y su sonrisa se ensancha más.

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