Luego de discutir un poco quién lava los platos (ganó Cristian, por supuesto), me encuentro secando los trastes que él va fregando mientras conversamos.
— ¿Tienes planes para mañana? —pregunta y yo lo miro con ojos entrecerrados, alzando una ceja.
— ¿Qué planes tenemos para mañana?
— ¿Recuerdas que te dije que había un sitio con buen vino? —pregunta, alzando una ceja en mi dirección.
—Sí, claro —respondo y voy secando los trastes que me tiende.
—Podemos cenar mañana allí, si gustas —invita, mirándome mientras me tiende otro plato limpio.
—Por supuesto —respondo, sonriendo—. ¿El sábado podremos ir a tomar algo? A este cuerpo le hace falta un poco de merengue.
—Por supuesto que sí —responde, riéndose—. Aunque no soy muy buen bailarín.
— ¡Qué lástima! —dramatizo, cubriéndome la cara con el trapo y lo escucho reírse.
Cristian es muy lindo, además es amable y educado. Su acento colombiano me derrite por completo, pero eso no significa que me guste. Estamos conociéndonos, mi concentración está en terminar la carrera.
Ya luego veré qué carajos sucede con mi vida amorosa.
Solo espero que él tenga en cuenta eso, porque si no… tendremos una charla un tanto incómoda y, la verdad, no me gustaría alejarlo. Es un gran amigo.
***
¡Viernes al fin! Mi primera semana de clases fue un desastre, pero ha mejorado. El chef Guzmán notó mi progreso y mejoró mis calificaciones. No sé qué hubiese sido de mí sin Cris.
— ¿Te llevo a casa? —pregunta Cristian cuando salgo del baño.
—Con tal de montarme en tu belleza de moto, sí —respondo, haciéndolo sonreír.
—No, no, no… —escuchamos detrás de nosotros y Cristian frunce el ceño, algo preocupado al reconocer la voz.
—Hey, Mon. ¿Está todo bien? —Pasa de mí y se acerca a la muchacha, que se oculta tras de nosotros mientras mira con rabia hacia la entrada.
—Hola, Cris. ¡No, no lo está! Leonardo está allá, esperándome. Sigue insistiendo en arreglar nuestra pinche relación —responde ella y yo me acerco, cubriéndola de la entrada para que no la vea—. Gracias, eh…
—Gabriela —me presento, guiñándole el ojo—. ¿Quién es? ¿Un ex novio posesivo?
—Quisiera yo —niega, rodando los ojos—. Es mi padre.
Mi rostro de inmediato cambia y, en el fondo de mi corazón, la comprendo. Seguro tienen una relación de porquería, aunque… al menos él trata de arreglarla, por lo que veo.
—Lo siento, no me he presentado. Soy Montserrat —habla, estirando su mano y la estrecho, sonriéndole—. ¿Tú eres la chica del delantal de gallinas?
Cristian se ríe, afirmando con la cabeza y yo imito sus gestos.
—Tiene los peores delantales de la historia, ¿cierto?
—Mmhum, supongo —le resta importancia, pero percibo cierta molestia en su voz—. ¿Te importa si me llevas a casa, Cris? ¿Por favor? Tú sabes que no quiero verle hasta que cambie de parecer.
—Llévala, yo no tengo problema —respondo cuando me mira, un tanto apenado—. Yo tomo el bus.
—Vamos, Díaz. Te llevo entonces —acepta él, lanzando las llaves y las ataja de inmediato.
—Espera, ¿qué? ¿Díaz? —pregunto, esperando que ella no sea la tercera hermana.
—Sí, es la hermana de Mauricio y Sebastián —responde Cristian y yo niego con la cabeza, creyendo que en serio Dios no puede ser más ¡predecible!
—Espera, ¿tú eres la señorita Arellano? —inquiere ella y yo afirmo, así que se ríe—. La “mocosa torpe” del café, ¿eh?
—Con todo respeto, tu hermano es un bruto —me quejo, cruzándome de brazos.
—No puedo negarlo Ambos lo son —admite, riéndose y luego parece recordar algo—. ¡Oigan! Mañana tenía pensado ir a beber con algunos compañeros de clases, ¿se animan?
Miro a Cristian y él asiente con una sonrisa en el rostro. ¡Sí!
—Pues nos vemos mañana, guapetones. Le escribiré a Cristian —me dice y se despide de mí con un beso en la mejilla.
Al menos uno de los Díaz es buena gente.
Cristian se acerca a darme un beso en la mejilla y me abraza con fuerza.
—Paso por ti luego —me recuerda.
—Está bien —respondo con una sonrisa.
Se trepan en la moto y Cristian acelera en la dirección contraria de siempre. Yo espero el autobús y tomo asiento en el primer puesto libre que veo.
Cuando llego a casa, almuerzo con mis tíos y decido dormir un rato antes de arreglarme para la cena con Cristian. ¿O acaso debería decirle cita? Los amigos también tienen citas, ¿cierto?
No lo sé.
Cuando despierto, por la alarma que he puesto, me doy un buen baño. Me coloco un pantalón de vestir corte alto, con un lazo en el frente, de color beige. Un top de tiras blanco con un disimulado escote en “V” y unos tacones color crema.
—Dijo que habría vino, así que espero no ir muy arreglada —me digo frente al espejo, mientras me arreglo el cabello.
—Oh, ¿hay cita hoy? —pregunta mi prima, lanzándose en la cama.
—No lo sé, la verdad. Siento que voy muy arreglada —admito, dándome media vuelta para verla.
—A ver, ¿a dónde irán? —pregunta, recargando su rostro de sus manos.
—Café Toscano —respondo, volviendo a verme al espejo mientras me arreglo el cabello.
—Ah, vas bien. No lleves suéter y así te da el suyo cuando haga frío —me aconseja, guiñándome el ojo.
—Somos amigos, nos estamos conociendo. Es lindo, pero… no quiero arruinar lo que tengo con él. Es mi único amigo, hasta ahora, en México —digo y busco mi porta cosméticos para maquillarme—. No sé qué hacer en realidad.
— ¿Le gustas?
—No lo sé.
— ¿Te gusta?
—No lo sé —respondo de nuevo, rodando los ojos.
—Bueno, tú misma lo dijiste. Sigan conociéndose —me aconseja, levantándose para colocarse detrás de mí—. Que él sea hombre y tú mujer no quiere decir que tengan que salir, pueden ser amigos sin problemas.
—Cierto —respondo, sonriendo con alivio—. Gracias por tus consejos.
Un par de minutos después, el claxon de una moto suena en las afueras de la casa. Federica alza una ceja en mi dirección y yo le saco el dedo del medio antes de abrir la puerta y encontrarme con Cristian.
Suspiro de alivio al ver que no soy la única que pensó que debía ir semi formal. Viste una camisa blanca de botones, un flux negro y blue jeans. En sus pies calza unos mocasines del color del blazer.
—Hola —saludo, cerrando la puerta tras de mí—. Estás muy guapo, pensé que iría demasiado elegante.
—Tú estás preciosa —halaga, tendiéndome su mano—. Supuse que pensarías eso, por cierto.
Acepto su mano, soltando una risita nerviosa. Me tiende un casco y nos trepamos a la motocicleta, él acelera hasta el café y yo solo espero que sea una noche maravillosa.
Cuando llegamos al lugar pedimos vino, de entrada un carpacho de lomito y pizza. El mesero nos sirve la bebida en las copas y nos avisa que en unos minutos deberían traernos la entrada.
—Salud —habla Cristian, alzando la copa—. Salud porque subiste tu puntuación en los platillos.
— ¡Salud! —celebro, chocando nuestras copas. El tintineo suena un poco más fuerte de lo que esperaba y terminamos riéndonos antes de darle un buen sorbo al vino tinto—. Mm, está muy rico.
—Te dije que vendían el mejor vino de la zona —se jacta, guiñándome un ojo—. Iba a preguntarte por qué te mudaste de Venezuela, pero creo que la situación del país habla por sí sola, ¿no?
—Vivía en un barrio muy peligroso, era hora de salir de allí —le cuento, acomodándome en mi lugar—. Petare.
—Yo vivía en Rebolo, uno de los más peligrosos de Barranquilla —admite él, haciendo una ligera mueca triste—. ¿Con quién vivías?
—Mi madre y mi abuela. Actualmente, se están hospedando con un primo en un barrio mucho más seguro —respondo y me encojo de hombros—. Ninguno lo es cuando se trata de Caracas, pero ¿si entiendes a lo que me refiero?
—Sí, claro. ¿Por qué México? —pregunta y yo lo miro confundida—. Perdón, quiero decir que ¿por qué decidiste venir a México?
—Porque tengo familia aquí. Mi prima Federica, ¿la recuerdas? —pregunto y él certifica—. Ella se mudó hace un par de años y vive con sus padres, me estoy quedando con ellos hasta que consiga trabajo y pueda alquilar un sitio.
—Yo trabajo los fines de semana porque me gusta practicar en las tardes las recetas, pero necesitaré trabajar más días. Tengo que enviar dinero a Barranquilla —admite y le da otro sorbo a su copa de vino—. He cambiado de trabajo todos estos años porque no me siento cómodo en ninguno, no estoy haciendo lo que amo ¿sabes?
—Te entiendo —le digo, tomando su mano por encima de la mesa—. Un trabajo para sobrevivir mientras una pasantía nos da una esperanza a entrar a un restaurante.
—Exactamente. No puedo desperdiciar la oportunidad de obtener una de las tres pasantías en Fraga —dice, soltando un suspiro—. Y sé que la obtendré, ambos lo haremos. Estaremos juntos en la cocina de Fraga Restaurante.
Me esfuerzo en sonreírle y agradezco internamente cuando el mesero llega con nuestra entrada, que luce muy buena y no puedo esperar a hincarle el diente luego de desearnos buen provecho.
Unas risas masculinas resuenan a lo largo del café, capturando nuestra atención. Trato de encontrar a los hombres que se ríen con tanto estrépito, pero no los ubico.
— ¿Tienes pareja? ¿Aquí o en Barranquilla? —pregunto antes de meter un trozo de comida a mi boca.
—No, para nada. Llevo unos ¿tres, cuatro años sin pareja? —habla con duda y yo lo miro sorprendida—. Tuve novia en Barranquilla, pero tuvimos diferencias irreconciliables y pues… tampoco se dio. Aunque con ella sí pensé llegarme a casar.
—Te entiendo. También tuve pareja hace unos años ya y pasó algo similar. Él obtuvo una beca en Italia y yo no podía irme con él en ese entonces, así que decidí cortar por la buena. Sabía que no iba a poder con una relación a distancia —musito, recordando a Carlos y suspiro—, pero pasado pisado, mijo. Ya eso fue hace demasiado tiempo.
—La vida y sus cosas, parcera —es lo que responde, haciéndome reír.
El mesero retira el plato donde venía el carpacho y coloca la pizza sobre la mesa. No se va sin rellenar nuestras copas de vino.
—Buen apetito —dice.
—Buen apetito.
Cenamos entre anécdotas de nuestros países y de la vida misma, mientras nos deleitamos con la excelente pizza y unas cuantas copas de vino más. Bueno, yo me tomé unas cuantas más.
—Pediré la cuenta, ¿quieres algo más? —pregunta.
—Oh no, yo estoy bien. Iré al baño mientras llega la cuenta —le aviso, levantándome de mi asiento, un poco mareada—. Creo que el vino estaba fuerte.
— ¿Necesitas ayuda? —propone, preocupado.
Niego, guiñándole un ojo y me rio un poco por ello.
Camino en dirección al baño y me aseguro de que mi aspecto siga presentable. Retoco un poco el maquillaje y me arreglo el cabello antes de salir de allí y volver a la mesa.
Cierro la puerta y me doy media vuelta, un tanto mareada y a punto de caer. Unos brazos me sostienen de la cintura y un exquisito olor masculino invade mis fosas nasales y reconozco esa colonia: Invictus.
—Qué bueno que esta vez no tenía un café en las manos.
Me tenso de inmediato al reconocer esa voz.
—Mauricio —hablo, encarándolo.
Una sonrisita arrogante surca sus labios y me mira de arriba abajo de nuevo, no sé si analizándome o con desprecio. Supongo que le hace gracia que no lo llame “señor Díaz” como el resto de idiotas que lo adulan.
—Señorita Arellano —murmura con cierta picardía.
Y su sonrisa se ensancha más.
Me alejo rápidamente de él, pero el tobillo se me dobla y termino tambaleándome de nuevo hacia adelante.Mauricio vuelve a sujetarme, esta vez tocando mi piel con sus frías manos, y doy un respingo al estremecerme. Me alejo de él de nuevo, alzando la barbilla y mirándole con furia.—Tres cosas: o es muy torpe, o está ebria... o no sabe caminar con tacones —dice, mirándome los pies.—No estoy ebria, estoy… prendida solamente —respondo, encogiéndome de hombros—. Si me disculpa, voy a volver a mi mesa.Lo extermino con la mirada y sigo mi camino, derecha y con confianza, hasta las mesas.—Ya pagué, Gaby. ¿Qué te hizo tardar tanto? —pregunta Cristian, acercándose a mí.—Casi me caigo como dos veces, lo siento. Creo que no tolero mucho el vino —admito, soltando una risita nerviosa.El olor a Invictus inunda mis fosas nasales y alzo la mirada en busca de la fuente de la colonia masculina. Mauricio pasea por nuestro lado, con su paso seguro y arrogante, abotonándose el blazer color café. Se
MAURICIOElla trata de disimularlo, pero no puede ocultar que la he puesto nerviosa. «Eso, así es que quería verte...» pienso sin ocultar mi sonrisa cuando da un paso hacia atrás.―Una ronda de shots, por favor. La paga el señor aquí presente ―dice, señalándome.Alzo una ceja con diversión y afirmo en dirección al barman. Su amiga, quien no para de aniquilar con la mirada a mi hermano, y ella se beben un shot con rapidez. No aparto la mirada cuando chupa el limón y tengo que admitir que la imagen es bastante sensual.A ver, la chamaca es bonita y no puedo negarlo. Tiene un cuerpazo que ese pantalón que trae puesto estiliza, no dejando mucho a la imaginación. Sus caderas son anchas y su cintura pequeña, es delgada, pero de piernas gruesas y fuertes, de pechos medianos. Además de que tiene un rostro muy bonito al que le saldrán arrugas pronto de tanto que lo frunce al verme.Se acercan a la pista de baile mientras yo me recargo de la barra, pidiendo un whisky. Las luces rojas se mueven
GABRIELASu casa es enorme, hermosa y lujosa. He quedado con la boca abierta, aunque no me esperaba menos del señor “tengo mucha plata y soy un arrogante de mierda” Díaz.La sala es grandísima, con paredes texturizadas de color gris y un hermoso ventanal/balcón con unas cuantas plantas de decoración. Tres sofás de color crema, dos bancos del mismo color, al igual que algunos cojines combinados con otros de color azul marino. Una mesita decorativa de vidrio descansa sobre una alfombra del mismo color que los cojines y el piso de madera lisa.―Vaya, esta casa debió costar sus cuantos pesos ―hablo, observando todo.Incluso hay cuadros colgados en las paredes.― ¿Y esta es solo la casa de Mauricio? ―pregunta Fede, tan sorprendida como yo.―Sí ―responde el aludido, sonriendo con altanería―. Compré una casa grande para cuando se quede mi familia.―O para cuando formes la tuya, ¿no? ―pregunta mi prima, alzando una ceja.―Tengo treinta y seis años, creo que eso de formar una familia ya no va
Algo que aprendí este fin de semana con los Díaz es que a Montse no se le puede decir que no a nada. ¡Dios mío! ¿Cómo se le ocurre proponer que nos quedemos en el rancho de su familia por un fin de semana? ¡Otro puto fin de semana con Mauricio! Es que esto tiene que ser un castigo divino. ¿Acaso no entiende que me cae mal su hermano?Nada más pensar en él siento que me hierve el cuerpo. Me molesta tanto que, por un incidente, el me trunque el camino y me quite una oportunidad grandiosa, una que me llevaría a mejorar mi estatus como cocinera y mi currículum, por supuesto.Tanto que me he matado yo estudiando para que venga un hijo de puta a querer cortar mis alas, por un tropiezo. ¡Ja! Eso sí que no, ni a mi papá le permití rebajarme nunca.Tengo que buscar la forma de lograr que en serio me suplique para trabajar con él. Porque eso va a suceder sea como sea.En serio no sabe con quién se ha metido, Mauricio Díaz. A mí nadie me trunca mis sueños y si lo hacen, yo les jodo donde más les
― ¿Eres imbécil o qué coño te pasa? ―casi grito cuando me libera la boca.―Menos mal llegué a tiempo, ya ibas a empezar a despotricar contra mi padre ―dice, rodando los ojos―. Allí está el dueño del café, ¿acaso estás loca?―Pues mejor, para dejarle en claro que la cocina dejó de ser dominada por hombres desde hace mucho tiempo. Es más, las mujeres siempre han sido las encargadas de la cocina, ¿por qué ahora quieren quitarnos el puesto? ―gruño, molesta.―Quienes suelen ser los jefes en las cocinas son los hombres, Gabriela. A eso se refería mi papá ―explica.― ¡Claro que no, Sebastián! ―gruño, furiosa―. Joder, quiero matar a medio mundo. ¿Por qué ustedes tienen que ser tan machitos, eh?― ¿Por qué ustedes tienen que ser tan feministas? Fede y tú nos van a volver locos ―dice, sonriendo un poco.― ¿Qué escuchaste exactamente que dijo tu papá? ―le pregunto, recordando que había hablado de él con anterioridad.―Supuse que estaban hablando de mi hermana y de que es mujer, escuché lo de imp
Estiro mi vestido un poco, sintiéndolo diminuto ante su escrutinio y recojo la mesa para volver a trabajar. Lo ignoro, dejando que otra mesera los atienda y miro de reojo hacia las afueras del local donde se encuentran Montse y Cristian.Ojalá se solucionen las cosas entre ellos. Cristian y yo solo tenemos una amistad y… la verdad no sé si vaya a pasar algo, no me gustaría arruinarlo. Sin embargo, Montse debe aceptar que no es correspondida de igual forma y que no es mi culpa que él sienta lo que sienta.―Gaby ―me llama Maite y yo espabilo.―Sí, ¿dime?―Te solicitan en la mesa cinco ―dice y yo busco la mesa, gruñendo al ver quien es―. Quiere ser atendido únicamente por ti. Probablemente su papá le habló bien de ti. Aprovecha, dejan buena propina.― ¿Y si no quiero? ―pregunto, mirándola.― ¿Estás loca? Es el hijo del mejor amigo del dueño de este café, ve ―ordena.―Bien ―acepto a regañadientes.Camino con el paso más firme de lo normal y la barbilla alzada, mientras en mi mente lo insu
El Jeep se detiene y es cuando me doy cuenta de que ya llegamos. Además, Montse aplaude y se baja, pegando brinquitos de emoción.Mi prima levanta la cabeza de mis piernas y parece desorientada por unos instantes. Sebas se baja y nos abre la puerta, extendiendo su mano hacia ella y esta bufa, bajándose de un brinco ella solita.―Yo sí te la acepto ―le digo, tomando su mano y bajándome de la camioneta con su ayuda.Él me sonríe mostrando los dientes y me parece muy lindo como se le achinan los ojos cuando lo hace.― ¡Pero qué lindo sonríes! ―lo halago y él desvía la mirada, avergonzado. Observo a mis alrededores y un jadeo escapa de mi boca―. ¡Santa madre de Dios!El lugar es enorme. Es un rancho agrícola así que hay muchas áreas verdes y puedo divisar como 3 cabañas formidables. La principal, creo yo, es de dos pisos, además se puede escuchar el sonido de gallos y caballos, tal vez una que otra vaca.―Son 3 cabañas. La principal cuenta con dos recámaras y tiene spa, jacuzzi, sauna, gi
Empiezan a hacer las luchas y yo gruño cuando tengo que hacer esfuerzo. Mauricio me mira con la ceja alzada, pero igual se ve que está haciendo mucho esfuerzo por sostener el peso de su hermano menor.Y yo empiezo a hacer equilibrio para meter mi pie entre los suyos y hacerlo caer, solo que no lo logro rápido como pensé.― ¡Señorita Arellano, pero qué tramposa! ―exclama, alejándose de mis ataques―. ¿Quiere jugar sucio, eh? ¡Sebas, están haciendo trampa!― ¡Lo tengo! ―le grita el menor.Me quedo pasmada en mi sitio cuando Sebas tira un poco de los brazos de mi prima y toma su rostro entre sus manos, robándole un beso. Y debo aclarar que no uno cualquiera, es ¡el beso!Tanto así que más me sorprende que mi prima no haga nada y se haya quedado paralizada en su lugar hasta que reacciona y lo empuja lejos, haciéndolo caer hacia atrás.― ¡Eres un imbécil! ―grita antes de dejarse caer hacia delante.― ¡Ustedes son unas tramposas! ―se defiende, riendo.― ¡No vuelvas a tocarme en tu puta vida,