8.

GABRIELA

Su casa es enorme, hermosa y lujosa. He quedado con la boca abierta, aunque no me esperaba menos del señor “tengo mucha plata y soy un arrogante de mierda” Díaz.

La sala es grandísima, con paredes texturizadas de color gris y un hermoso ventanal/balcón con unas cuantas plantas de decoración. Tres sofás de color crema, dos bancos del mismo color, al igual que algunos cojines combinados con otros de color azul marino. Una mesita decorativa de vidrio descansa sobre una alfombra del mismo color que los cojines y el piso de madera lisa.

―Vaya, esta casa debió costar sus cuantos pesos ―hablo, observando todo.

Incluso hay cuadros colgados en las paredes.

― ¿Y esta es solo la casa de Mauricio? ―pregunta Fede, tan sorprendida como yo.

―Sí ―responde el aludido, sonriendo con altanería―. Compré una casa grande para cuando se quede mi familia.

―O para cuando formes la tuya, ¿no? ―pregunta mi prima, alzando una ceja.

―Tengo treinta y seis años, creo que eso de formar una familia ya no va
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