Maldita sea, ¡soy una estúpida!Me siento acalorada al recordar ese increíble beso. Sé que ya no puedo negar que hay una tensión demasiado intensa entre nosotros, pero es que ¡no puedo permitir que esto avance más!Él es el dueño de Fraga, yo soy una simple estudiante de gastronomía a unos meses de graduarse. Si la gente se entera de esto que ha pasado entre nosotros, ¡las cosas que dirán de mí! y yo, la verdad, tengo el gran defecto de verme afectada por los rumores y por el que dirán.No puedo permitir que mi carrera se vea manchada por rumores en ningún momento. Le he dedicado tanto tiempo y esfuerzo que no dejaré que una calentura arruine todo lo que he logrado y ello lo demuestra la nota de mi examen.Llego a la escuela con una sonrisa gigante en la cara. ¡Mi nota fue un perfecto y hermoso 20! Así que nada puede amargarme el día, de verdad. Ni siquiera Mauricio, puede aparecer en cualquier momento y hasta lo abrazaré de lo feliz que estoy.― ¡Cristian! ―grito, corriendo a abrazar
El condenado de Mauricio ha pedido carpacho de lomito porque sabe que me gusta. No ha quedado pero ni una mancha en el plato, me encanta la combinación que hace con el vino blanco.―Estoy al tanto de la situación de Venezuela, que en realidad no está tan alejada de la nuestra ―admite cuando le he terminado de contar el por qué estoy aquí―. ¿Quieres irte a otra parte cuando te gradúes? Supongo que no quieres quedarte en México.―No lo sé aún. Me gusta México, pero no quiero esperar a que el gobierno vuelva a arruinar mi vida para irme. Probablemente me quede un tiempo ―digo antes de darle un sorbo―. Me gustaría viajar a Europa.― ¿A qué parte? ―pregunta, acariciando su mentón.―No sé. Tal vez España o Londres, donde pueda empezar ―respondo y relamo mis labios.― ¿Sabes hablar inglés?―Así es, ¿y tú? ―pregunto, alzando una ceja.―También y practiqué italiano. Sé defenderme al menos ―responde y yo lo miro asombrada―. Mi comida favorita es la italiana.― ¿Y has ido a Italia? ―pregunto, co
Yo balbuceo algo en respuesta, sintiéndome mareada por la extraña sensación que me recorre el cuerpo. Es molesta como una piquiña y solo hay una forma de desaparecerla, pero me niego a que eso suceda.―Tal vez, sí. Fue mala idea ―digo, levantándome de inmediato con nerviosismo.El mareo por las copas de vino me hace tambalear y doy un respingo cuando él me sostiene. Mi espalda choca con su pecho duro y mi cabeza descansa en su hombro, sus manos están en mi cintura, sosteniéndome para no caer.Su respiración en mi cuello me hace delirar y siento como se agita mi corazón. Mis manos viajan a las suyas para alejarlo, pero él no me lo permite y las coloca a la altura de mi diafragma, muy cerca del borde de mis pechos.Dios, siento que me estoy quemando por dentro…Los vellos de su cuidada barba me hacen cosquillas en el cuello, pero no de las que te hacen reír. No. Son de las cosquillas que te vuelven una puta gelatina.―Debo volver a casa. Seguro Fede está esperando por mí ―digo, alejándo
―Mira, cabrón, lárgate ―le responde el tipo, distrayéndose por completo.Le meto un rodillazo en la ingle que lo descoloca. Su cuerpo se inclina hacia delante, facilitándome el poder golpear su estómago y tirarlo al suelo.― ¡No sabes con quién te metiste, pendejo! ―le grito, alejándome.― ¿Qué haces? ¡Métete ya al carro, Gabriela! ―me ordena Mauricio.Corro hacia sus brazos y me abre la puerta trasera. El tipo se levanta y se acerca a nosotros, pero Mauricio acelera incluso con su puerta abierta.― ¿Estás loco? ―grito, aterrada.Él cierra la puerta de un portazo y puedo ver por el retrovisor sus ojos oscuros por la rabia.― ¿Qué coño hacías hablando por teléfono, sola y de noche? ¿Perdiste la cabeza? ―me regaña.―A mí no me hablas así, imbécil. Mira que no soy Montse ―le digo, cruzándome de brazos―. ¿Qué hacías tú por aquí?―Tenía pendiente un café con Aarón, pero voy a tener que cancelarle ―responde.―No, ¿por qué? Déjame en mi casa y ya ―le digo.Nuestras miradas se encuentran y no
El beso ha sellado el pacto, no necesitamos decirlo en voz alta porque está implícito en el acto: ninguno dirá nada de lo que está sucediendo en este momento a absolutamente a nadie.Y sí, eso incluye a Federica.Desabotono un poco su camisa con dificultad y nos separamos para tomar aire. Su boca ataca mi cuello, lamiendo y besando hasta hacerme delirar. Le saco la camisa y la tiro lejos, acariciando su musculosa piel caliente. Ruedo los ojos cuando su mano viaja hacia mi nuca, tirando con suavidad, pero con precisión mi cabello. Eso solo me despierta aún más el morbo y me genera escalofríos.Beso sus hombros descubiertos, dándome cuenta de algo que no me había fijado antes: sus tatuajes. Tiene algunos tatuajes en su hombro tonificado, una brújula y otras cosas que no puedo procesar con claridad cuando siento que sus manos se meten bajo mi camisa, acariciando mi cintura. Las empieza a subir y nos alejamos cuando me la quita por encima de la cabeza, acariciando mis brazos.―Si quieres
―Hola, Gaby ―me saluda Cristian, abrazándome con efusividad―. Pensé que te había pasado algo, te estaba escribiendo desde ayer.―Mi celular murió y tuve que cargarlo en el taxi ―digo y lo saco de mi bolsillo para encenderlo.― ¿No estabas en casa? ―pregunta, frunciendo el ceño.―No, me quedé en casa de una amiga ―miento.Montse se sienta frente a nosotros, como siempre. No se ve tan alegre como esta mañana, me pregunto por qué.―Mon, ¿estás bien? ―pregunta Cris.― ¡No! Me molesta que Mauricio pague sus frustraciones conmigo ―dice, cruzándose de brazos―. Anda de un humor de perros que provoca cachetearlo.―Me ofrezco como voluntaria ―me burlo―. ¿Sabes por qué anda molesto? ―tanteo.―No tengo ni la más mínima idea, tal vez sea por mi papá. No lo sé ―dice, encogiéndose de hombros. Parece que recuerda algo porque su semblante cambia totalmente―. Van a inaugurar otro restaurante y están invitados. Les doy las invitaciones al salir, pero me recuerdan ¿eh?―Está bien, gracias ―responde Cris,
MAURICIOMe recuesto del espaldar, soltando un largo suspiro. Tengo un gran dolor de cabeza, así que sobo mi frente y sien con una mano.Observo mi oficina y respiro hondo al recordar cómo besé a Gabriela en este bendito escritorio. Puedo rebobinar la escena de forma tan vívida que siento que tuviese una pantalla enorme e invisible frente a mí.―Maldita sea… ―mascullo, restregando mi rostro con mis manos.No he podido sacarme de la cabeza la jodida noche de pasión que tuve con Gabriela. Si cierro los ojos y recuerdo esos momentos, puedo sentir como introduce sus dedos entre mis rizos y puedo escuchar sus gemidos en mi oído como si en realidad estuviese pasando.Su piel sueva y caliente, de tez clara y su cuerpo tan bien proporcionado me tiene en vela todas las noches. He tenido que quedarme en mi casa fuera de CDMX porque estar en la suite es recordar como dormía tan plácida junto a mí.Su cuerpo enroscado al mío y en las sábanas, abrazándome. Sus ojos cerrados y su respiración pausad
Cuando ambos voltean a verme, sé que he pensado en voz alta. Aarón cubre su boca con disimulo para no mostrar que la situación le divierte y Gabriela me mira con el ceño fruncido.—Quiero decir, eh… de ninguna manera va a faltar a la inauguración, señorita Arellano. Al menos que quiera tener problemas con Montserrat —bromeo, tratando de enmendar el asunto.—Pues a los Díaz hay que enseñarles a respetar las decisiones ajenas —se zafa y Aarón alza las cejas. Dios mío, esto le divierte tanto—. De todas formas, no voy porque no quiera, sé cuán importante es la inauguración para mi amiga, sino porque no tengo nada que ponerme.»De igual manera, gracias por querer invitarme, señor Irazábal. No lo veo conveniente, usted es mi jefe y sé que no lo hace con mala intención, pero los rumores… ―continúa, mirándome de reojo―… Ya sabe, no traen nada bueno.―Entiendo, señorita Arellano. No se preocupe, continúe con su trabajo y gracias por ser tan honesta ―le responde él y ella se retira con rapidez―