18.

Yo balbuceo algo en respuesta, sintiéndome mareada por la extraña sensación que me recorre el cuerpo. Es molesta como una piquiña y solo hay una forma de desaparecerla, pero me niego a que eso suceda.

―Tal vez, sí. Fue mala idea ―digo, levantándome de inmediato con nerviosismo.

El mareo por las copas de vino me hace tambalear y doy un respingo cuando él me sostiene. Mi espalda choca con su pecho duro y mi cabeza descansa en su hombro, sus manos están en mi cintura, sosteniéndome para no caer.

Su respiración en mi cuello me hace delirar y siento como se agita mi corazón. Mis manos viajan a las suyas para alejarlo, pero él no me lo permite y las coloca a la altura de mi diafragma, muy cerca del borde de mis pechos.

Dios, siento que me estoy quemando por dentro…

Los vellos de su cuidada barba me hacen cosquillas en el cuello, pero no de las que te hacen reír. No. Son de las cosquillas que te vuelven una puta gelatina.

―Debo volver a casa. Seguro Fede está esperando por mí ―digo, alejándo
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