―Mira, cabrón, lárgate ―le responde el tipo, distrayéndose por completo.Le meto un rodillazo en la ingle que lo descoloca. Su cuerpo se inclina hacia delante, facilitándome el poder golpear su estómago y tirarlo al suelo.― ¡No sabes con quién te metiste, pendejo! ―le grito, alejándome.― ¿Qué haces? ¡Métete ya al carro, Gabriela! ―me ordena Mauricio.Corro hacia sus brazos y me abre la puerta trasera. El tipo se levanta y se acerca a nosotros, pero Mauricio acelera incluso con su puerta abierta.― ¿Estás loco? ―grito, aterrada.Él cierra la puerta de un portazo y puedo ver por el retrovisor sus ojos oscuros por la rabia.― ¿Qué coño hacías hablando por teléfono, sola y de noche? ¿Perdiste la cabeza? ―me regaña.―A mí no me hablas así, imbécil. Mira que no soy Montse ―le digo, cruzándome de brazos―. ¿Qué hacías tú por aquí?―Tenía pendiente un café con Aarón, pero voy a tener que cancelarle ―responde.―No, ¿por qué? Déjame en mi casa y ya ―le digo.Nuestras miradas se encuentran y no
El beso ha sellado el pacto, no necesitamos decirlo en voz alta porque está implícito en el acto: ninguno dirá nada de lo que está sucediendo en este momento a absolutamente a nadie.Y sí, eso incluye a Federica.Desabotono un poco su camisa con dificultad y nos separamos para tomar aire. Su boca ataca mi cuello, lamiendo y besando hasta hacerme delirar. Le saco la camisa y la tiro lejos, acariciando su musculosa piel caliente. Ruedo los ojos cuando su mano viaja hacia mi nuca, tirando con suavidad, pero con precisión mi cabello. Eso solo me despierta aún más el morbo y me genera escalofríos.Beso sus hombros descubiertos, dándome cuenta de algo que no me había fijado antes: sus tatuajes. Tiene algunos tatuajes en su hombro tonificado, una brújula y otras cosas que no puedo procesar con claridad cuando siento que sus manos se meten bajo mi camisa, acariciando mi cintura. Las empieza a subir y nos alejamos cuando me la quita por encima de la cabeza, acariciando mis brazos.―Si quieres
―Hola, Gaby ―me saluda Cristian, abrazándome con efusividad―. Pensé que te había pasado algo, te estaba escribiendo desde ayer.―Mi celular murió y tuve que cargarlo en el taxi ―digo y lo saco de mi bolsillo para encenderlo.― ¿No estabas en casa? ―pregunta, frunciendo el ceño.―No, me quedé en casa de una amiga ―miento.Montse se sienta frente a nosotros, como siempre. No se ve tan alegre como esta mañana, me pregunto por qué.―Mon, ¿estás bien? ―pregunta Cris.― ¡No! Me molesta que Mauricio pague sus frustraciones conmigo ―dice, cruzándose de brazos―. Anda de un humor de perros que provoca cachetearlo.―Me ofrezco como voluntaria ―me burlo―. ¿Sabes por qué anda molesto? ―tanteo.―No tengo ni la más mínima idea, tal vez sea por mi papá. No lo sé ―dice, encogiéndose de hombros. Parece que recuerda algo porque su semblante cambia totalmente―. Van a inaugurar otro restaurante y están invitados. Les doy las invitaciones al salir, pero me recuerdan ¿eh?―Está bien, gracias ―responde Cris,
MAURICIOMe recuesto del espaldar, soltando un largo suspiro. Tengo un gran dolor de cabeza, así que sobo mi frente y sien con una mano.Observo mi oficina y respiro hondo al recordar cómo besé a Gabriela en este bendito escritorio. Puedo rebobinar la escena de forma tan vívida que siento que tuviese una pantalla enorme e invisible frente a mí.―Maldita sea… ―mascullo, restregando mi rostro con mis manos.No he podido sacarme de la cabeza la jodida noche de pasión que tuve con Gabriela. Si cierro los ojos y recuerdo esos momentos, puedo sentir como introduce sus dedos entre mis rizos y puedo escuchar sus gemidos en mi oído como si en realidad estuviese pasando.Su piel sueva y caliente, de tez clara y su cuerpo tan bien proporcionado me tiene en vela todas las noches. He tenido que quedarme en mi casa fuera de CDMX porque estar en la suite es recordar como dormía tan plácida junto a mí.Su cuerpo enroscado al mío y en las sábanas, abrazándome. Sus ojos cerrados y su respiración pausad
Cuando ambos voltean a verme, sé que he pensado en voz alta. Aarón cubre su boca con disimulo para no mostrar que la situación le divierte y Gabriela me mira con el ceño fruncido.—Quiero decir, eh… de ninguna manera va a faltar a la inauguración, señorita Arellano. Al menos que quiera tener problemas con Montserrat —bromeo, tratando de enmendar el asunto.—Pues a los Díaz hay que enseñarles a respetar las decisiones ajenas —se zafa y Aarón alza las cejas. Dios mío, esto le divierte tanto—. De todas formas, no voy porque no quiera, sé cuán importante es la inauguración para mi amiga, sino porque no tengo nada que ponerme.»De igual manera, gracias por querer invitarme, señor Irazábal. No lo veo conveniente, usted es mi jefe y sé que no lo hace con mala intención, pero los rumores… ―continúa, mirándome de reojo―… Ya sabe, no traen nada bueno.―Entiendo, señorita Arellano. No se preocupe, continúe con su trabajo y gracias por ser tan honesta ―le responde él y ella se retira con rapidez―
GABRIELAYa es la hora de salida de la escuela, así que tomo mis cosas y salgo del lugar. Montse y yo vamos parloteando de comida, las clases y la inauguración, insistiéndome en que debo ir.―Aún no lo sé, no tengo pareja ni vestido para ir ―le recuerdo.― ¿Para qué necesitas pareja, eh? Si te aburres o algo, nos acabamos el vino blanco ―me dice, guiñándome el ojo y haciéndome reír―. Además, te tengo la solución: en mi armario tengo varios vestidos que no he estrenado. Podrías venir a mi depa y probarte algunos, el que te guste lo usas.―No, Montse. ¿Te has vuelto loca? No podría aceptar eso ―niego, apenada.― ¡Ay, cállate! ―me dice, palmeando mi hombro―. Anda, pruébate unos y hasta te regalo el que quieras usar. Fede, tú y yo iremos a mi depa a arreglarnos junticas ¿te parece?―Si estás a punto de decirle que no, sabes que no se va a rendir hasta que le digas lo que quiere ―aparece Cristian, sonriendo―. Las vi de lejos y reconocí tu cara de “voy a atosigarte tanto que terminarás haci
―Puedo saber… ¿por qué coño me compraste el vestido? ―pregunto, entrando a su oficina sin tocar ni pedir permiso.Él alza la vista de unos papeles y me exijo concentración cuando noto que lleva gafas puestas. Me mira de arriba abajo con una sonrisa petulante en el rostro y yo me cruzo de brazos, quedándome a una distancia prudente de él.―Creo que las cosas que dices y las cosas que haces no son coherentes. Me dijiste que estarías fuera de mi vida, por lo menos hasta donde puedes, y mira… ¡me compras cosas! ―le digo, molesta.―Pues porque te dije que asistirías a la inauguración y lo cumplí. No puedo negar que estoy molesto contigo, pero eso no quita que te quiera allí. Así que me aseguré de que ya no tuvieras más excusas ―dice, levantándose de su puesto para recargarse del escritorio.« ¡Oh, el escritorio!» pienso y sacudo mi cabeza para borrar ese recuerdo.― ¿Sucede algo? ―pregunta, alzando una ceja. Una sonrisita se dibuja en su cara al ver que me remuevo un poco―. ¿Señorita Arell
El bendito día de la inauguración ha llegado. Federica y yo estamos en casa de Montserrat, ayudándonos con el maquillaje y con los peinados.Fede lleva puesto un vestido tornasol, de tirantes y con escote en forma de “V”, pero discreto. Es ceñido en su cintura y cae hasta el suelo, dejando a la vista una de sus piernas gracias a la apertura que hay en la falda. Sus tacones son plateados y altos, el maquillaje realza sus ojos con un delineado muy fino y delicado. Su cabello ha sido ondulado y se ve preciosa.Montse, por otro lado, lleva un vestido negro con pecho cuadrado y strapless. Es ceñido a todo su cuerpo y también tiene una abertura en la pierna. Sus tacones son color vino y lleva el cabello en un recogido impecable. Sus labios están matizados del mismo color de su calzado y hay un poco de color en sus ojos.Yo las observo por el espejo, mientras aliso mi cabello. Al llevarlo corto no hay mucho que pueda hacer con él, solo colocarlo de lado y ondularlo un poco, para hacer volume