―Puedo saber… ¿por qué coño me compraste el vestido? ―pregunto, entrando a su oficina sin tocar ni pedir permiso.Él alza la vista de unos papeles y me exijo concentración cuando noto que lleva gafas puestas. Me mira de arriba abajo con una sonrisa petulante en el rostro y yo me cruzo de brazos, quedándome a una distancia prudente de él.―Creo que las cosas que dices y las cosas que haces no son coherentes. Me dijiste que estarías fuera de mi vida, por lo menos hasta donde puedes, y mira… ¡me compras cosas! ―le digo, molesta.―Pues porque te dije que asistirías a la inauguración y lo cumplí. No puedo negar que estoy molesto contigo, pero eso no quita que te quiera allí. Así que me aseguré de que ya no tuvieras más excusas ―dice, levantándose de su puesto para recargarse del escritorio.« ¡Oh, el escritorio!» pienso y sacudo mi cabeza para borrar ese recuerdo.― ¿Sucede algo? ―pregunta, alzando una ceja. Una sonrisita se dibuja en su cara al ver que me remuevo un poco―. ¿Señorita Arell
El bendito día de la inauguración ha llegado. Federica y yo estamos en casa de Montserrat, ayudándonos con el maquillaje y con los peinados.Fede lleva puesto un vestido tornasol, de tirantes y con escote en forma de “V”, pero discreto. Es ceñido en su cintura y cae hasta el suelo, dejando a la vista una de sus piernas gracias a la apertura que hay en la falda. Sus tacones son plateados y altos, el maquillaje realza sus ojos con un delineado muy fino y delicado. Su cabello ha sido ondulado y se ve preciosa.Montse, por otro lado, lleva un vestido negro con pecho cuadrado y strapless. Es ceñido a todo su cuerpo y también tiene una abertura en la pierna. Sus tacones son color vino y lleva el cabello en un recogido impecable. Sus labios están matizados del mismo color de su calzado y hay un poco de color en sus ojos.Yo las observo por el espejo, mientras aliso mi cabello. Al llevarlo corto no hay mucho que pueda hacer con él, solo colocarlo de lado y ondularlo un poco, para hacer volume
Nos acercamos a nuestros acompañantes, quienes hablan con Mauricio y Charlotte. Montse no luce para nada contenta y no lo disimula, yo tampoco es que lo haga mucho.La música vuelve a tomar vida, esta vez sonando “Put your head on my shoulder” de Paul Anka. Mauricio se acerca a mí y extiende su mano para que baile con él. Yo acepto con una sonrisa tímida y nos acercamos al centro.Aarón le pide a Charlotte que baile con él y ella acepta a regañadientes, sin dejar de vernos.―Te estoy viendo, ¿eh? ―me habla Mauricio, mientras danzamos de un lado a otro―. Deja de acribillarla con la mirada, ella no me importa ―me dice y besa mi sien.―No hagas eso… ―lo regaño, mirando a nuestro alrededor―. Recuerda que estás regalando pasantías y yo ya estoy dentro, ¿eh?―Haré como que no estás desviando el tema ―me dice, sonriendo con diversión.―No lo hago ―respondo, mirando directo a sus ojos mieles―. Ella es la que nos acribilla a nosotros.―Lo sé. Solo le he prestado atención a la mujer más sexy y
Mauricio me deja pasar primero cuando llegamos y yo observo todo a nuestro alrededor, jugando con mis dedos debido a los nervios. Respiro hondo y escucho cuando cierra la puerta tras de mí.― ¿Quieres quedarte con el saco o…? ―pregunta cerca de mi oído, erizándome los vellos de la nuca.―No, no. Aquí tienes ―digo, quitándome su saco negro de mis hombros y lo encaro para ver como lo coloca en un gancho cerca de la puerta―. Fue una larga noche.―Y lo que falta ―dice, acercándose a mí.Sus ojos conectan con los míos, encendiéndome como un mechero al papel. Puedo sentir como voy entrando en combustión poco a poco, con una lentitud torturante.Sus manos acunan mis mejillas con delicadeza mientras sus ojos me recorren el rostro, sin perder detalle. Acaricia con sus pulgares mi piel en círculos suaves que me obligan a respirar por la boca, captando su atención.Me remuevo un poco al sentir un hormigueo en mi intimidad y él se separa un poco, mirando mis pies.― ¿No estás cansada de llevar es
Me desperezo en la cama, estirando mis músculos adoloridos. Abro los ojos con lentitud, adaptándome a la luz del sol y me siento, estirando de nuevo mis brazos y bostezando.Miro a mí alrededor en busca de Mauricio, pero me encuentro sola en su enorme habitación. Me levanto con cuidado, sintiendo mi cuerpo un poco débil por toda la acción de anoche y recojo la camisa blanca de botones que cargaba ayer puesta.Me la coloco, abotonando la camisa hasta el final y me meto al baño. Me veo descansada y rejuvenecida, el brillo en mi mirada solo me hace saber lo feliz que me siento y no puedo evitar sonreír.Me lavo la cara y reviso en el pequeño estante sobre el inodoro si hay algún cepillo restante para lavarme la boca. Me encuentro con una bolsita negra que dice mi nombre y la abro, encontrando todo lo que necesito: jabón, champú, crema corporal, cepillo de dientes e incluso uno para el cabello.―Ay, este Mauricio siempre piensa en todo ―digo, sonriendo.Me cepillo los dientes y me arreglo
MAURICIOGabriela baila en la sala de mi casa, alzando la mano donde tiene una copa de vino tinto y menea las caderas. Todavía sigue usando mi camisa blanca, pero se ha puesto ropa interior para no tentarme más.Voltea a verme y sonríe, haciéndome sonrojar un poco porque me ha capturado viéndola como un tonto. No sé qué efecto tiene ella que me tiene tan… atrapado en su figura, en su ser, pero me encanta lo que ocasiona en mí y quiero que siga haciéndolo.Sé que es peligroso, pero no quiero reprimir mis sentimientos. Si estos quieren crecer y desarrollarse hacía el amor, no me interpondré. No me importa si la primera vez que me enamoro de verdad, y con total intensidad, sea de Gabriela Andreina Arellano Herrera.—Mi reina —capturo de nuevo su atención y voltea a verme. Yo me encamino hacia ella y tomo sus mejillas entre mis manos y estas se estiran cuando me sonríe, sus ojos brillando al verme—. ¿Y si salimos? No sé, podemos comer helado o hacer un picnic, ¿no quieres?—Me da un poco
GABRIELAEl fin de semana fue increíble. Siendo honesta, no quería que terminara y Mauricio tampoco, al parecer.Sus manos acunan mi cintura, ejerciendo una ligera presión que envía cosquillas a la zona sur de mi cuerpo, mientras me besa. Se separa de mí, mordiéndose el labio para no sonreír pero falla en el intento.―No quiero que te vayas ―admite, suspirando―. ¿Crees que puedas volver a quedarte conmigo otro día?―Tal vez ―respondo, sonriendo con diversión―. Ahora debo caminar lo que queda hasta la escuela, señor Díaz. Ya nos veremos por ahí ―me despido, guiñándole el ojo.Me doy media vuelta para retomar mi camino, pero tira de mi mano pegándome a su pecho. Nuestras narices rozan y mi mirada le recorre el rostro hasta llegar a sus ojos.―Un último beso ―suplica, tomando mi rostro entre sus manos―. Tal vez vaya a visitarte en tu hora libre.―No, Mauricio ―digo, esquivando sus besos―. Hey, tenemos que ser discretos, ¿recuerdas? No quiero crear rumores, sabes que no los toleraría.―Sí
Me bajo en la parada y camino en dirección a la escuela. Un tirón en mi mano me hace pegar un grito, que muere ahogado por una enorme mano que cubre mi boca.Me pegan contra la pared y estoy a punto de realizar una maniobra de defensa personal cuando noto que quien me acorrala en un callejón poco concurrido es Mauricio Díaz.― ¿Acaso has perdido la cabeza? ―grito, empujándolo con todas mis fuerzas. Sin embargo, solo logro un leve movimiento hacia atrás―. Pude haberte lastimado, coño.― ¿Tú? ¿A mí? ―pregunta, cruzándose de brazos y alzando una ceja.―Mira, macho… ―le digo, pero me veo interrumpida por un nuevo acercamiento.―Bien macho ―se jacta, su aliento rozando mi boca.―Ay, Mauricio. Ya ―le digo, empujándolo de nuevo―, créeme que puedo lastimarte. Hay zonas en ti que lastimar y duelen tanto como una patada en las b… los testículos.―Lo siento, solo quería asustarte. Y verte ―dice, acorralándome de nuevo y esta vez no lo aparto―. Y besarte. No he parado de pensar en ti, en tu cuerp