32.

Me bajo en la parada y camino en dirección a la escuela. Un tirón en mi mano me hace pegar un grito, que muere ahogado por una enorme mano que cubre mi boca.

Me pegan contra la pared y estoy a punto de realizar una maniobra de defensa personal cuando noto que quien me acorrala en un callejón poco concurrido es Mauricio Díaz.

― ¿Acaso has perdido la cabeza? ―grito, empujándolo con todas mis fuerzas. Sin embargo, solo logro un leve movimiento hacia atrás―. Pude haberte lastimado, coño.

― ¿Tú? ¿A mí? ―pregunta, cruzándose de brazos y alzando una ceja.

―Mira, macho… ―le digo, pero me veo interrumpida por un nuevo acercamiento.

―Bien macho ―se jacta, su aliento rozando mi boca.

―Ay, Mauricio. Ya ―le digo, empujándolo de nuevo―, créeme que puedo lastimarte. Hay zonas en ti que lastimar y duelen tanto como una patada en las b… los testículos.

―Lo siento, solo quería asustarte. Y verte ―dice, acorralándome de nuevo y esta vez no lo aparto―. Y besarte. No he parado de pensar en ti, en tu cuerp
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