29.

Me desperezo en la cama, estirando mis músculos adoloridos. Abro los ojos con lentitud, adaptándome a la luz del sol y me siento, estirando de nuevo mis brazos y bostezando.

Miro a mí alrededor en busca de Mauricio, pero me encuentro sola en su enorme habitación. Me levanto con cuidado, sintiendo mi cuerpo un poco débil por toda la acción de anoche y recojo la camisa blanca de botones que cargaba ayer puesta.

Me la coloco, abotonando la camisa hasta el final y me meto al baño. Me veo descansada y rejuvenecida, el brillo en mi mirada solo me hace saber lo feliz que me siento y no puedo evitar sonreír.

Me lavo la cara y reviso en el pequeño estante sobre el inodoro si hay algún cepillo restante para lavarme la boca. Me encuentro con una bolsita negra que dice mi nombre y la abro, encontrando todo lo que necesito: jabón, champú, crema corporal, cepillo de dientes e incluso uno para el cabello.

―Ay, este Mauricio siempre piensa en todo ―digo, sonriendo.

Me cepillo los dientes y me arreglo
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