GABRIELAEl fin de semana fue increíble. Siendo honesta, no quería que terminara y Mauricio tampoco, al parecer.Sus manos acunan mi cintura, ejerciendo una ligera presión que envía cosquillas a la zona sur de mi cuerpo, mientras me besa. Se separa de mí, mordiéndose el labio para no sonreír pero falla en el intento.―No quiero que te vayas ―admite, suspirando―. ¿Crees que puedas volver a quedarte conmigo otro día?―Tal vez ―respondo, sonriendo con diversión―. Ahora debo caminar lo que queda hasta la escuela, señor Díaz. Ya nos veremos por ahí ―me despido, guiñándole el ojo.Me doy media vuelta para retomar mi camino, pero tira de mi mano pegándome a su pecho. Nuestras narices rozan y mi mirada le recorre el rostro hasta llegar a sus ojos.―Un último beso ―suplica, tomando mi rostro entre sus manos―. Tal vez vaya a visitarte en tu hora libre.―No, Mauricio ―digo, esquivando sus besos―. Hey, tenemos que ser discretos, ¿recuerdas? No quiero crear rumores, sabes que no los toleraría.―Sí
Me bajo en la parada y camino en dirección a la escuela. Un tirón en mi mano me hace pegar un grito, que muere ahogado por una enorme mano que cubre mi boca.Me pegan contra la pared y estoy a punto de realizar una maniobra de defensa personal cuando noto que quien me acorrala en un callejón poco concurrido es Mauricio Díaz.― ¿Acaso has perdido la cabeza? ―grito, empujándolo con todas mis fuerzas. Sin embargo, solo logro un leve movimiento hacia atrás―. Pude haberte lastimado, coño.― ¿Tú? ¿A mí? ―pregunta, cruzándose de brazos y alzando una ceja.―Mira, macho… ―le digo, pero me veo interrumpida por un nuevo acercamiento.―Bien macho ―se jacta, su aliento rozando mi boca.―Ay, Mauricio. Ya ―le digo, empujándolo de nuevo―, créeme que puedo lastimarte. Hay zonas en ti que lastimar y duelen tanto como una patada en las b… los testículos.―Lo siento, solo quería asustarte. Y verte ―dice, acorralándome de nuevo y esta vez no lo aparto―. Y besarte. No he parado de pensar en ti, en tu cuerp
Mi vista se empaña por las lágrimas mientras ella se endereza en su puesto, sorprendida de verme. No se cubre, tal vez porque es demasiado perfecta para hacerlo y se levanta, acercándose a mí con mejillas sonrojadas.―No pensé que entrarías tú, cari. O alguien que no fuese Mauricio ―admite, acariciando mi hombro, pero yo me alejo de su contacto―. Disculpa todo esto, de verdad. Era una sorpresa para él, aunque menos mal has sido tú ¿eh? Y no Montse.―Sí ―hablo, sonriendo con falsedad evidente―. Tal vez te hubiese arrastrado por los pelos y te saca así vestida del hotel.―Bueno, tía, sé que lo que he hecho está mal. No necesito que me lo recuerdes ―me dice, desviando la mirada―. Además, todos merecemos una segunda oportunidad y yo voy a aprovechar la mía. A mí él no me engaña, me invitó por algo y no, no fue por el prestigio de tenerme en su inauguración. Donde hubo fuego, cenizas quedan.Donde hubo fuego, cenizas quedan. ¿Acaso eso es cierto? Porque yo me acabo de encontrar con mi ex n
No tocó la puerta, pude escuchar cuando se fue. Y ahora, aquí, en el baño de damas de mi escuela, no sé qué rayos hacer. No le quiero ver la cara, pero a la vez siento la necesidad de hacerlo y así ver con mis propios ojos si hay algún atisbo de qué fue lo que ocurrió anoche. ¿Se acostó o no con ella? ¿La botó de la suite o él se fue? ¿Se quedó con ella?Las preguntas me carcomen el cerebro al extremo de que me duele la cabeza. Me miro en el espejo y alzo la barbilla, mostrando a la Gabriela con la que llegué a México, esa que él conoció y juró que no se iba a dejar joder por un hombre como Mauricio Díaz Guerra.Salgo de allí, mostrándome fuerte y decidida por fuera y guardando lo que triste que me siento por dentro. Le sonrío a Montse y a Cristian, comentándole que hoy un amigo me llevará al trabajo.Montse bromea con el asunto, haciéndome reír y salimos de la escuela. Entonces, el momento que menos quería sucede: cuando nos enfrentamos cara a cara.―Señor Díaz ―saludo por cortesía.
Me adentro en la oficina, tirando todo lo que está sobre mi escritorio al suelo en un gran manotazo. Estoy furioso y quiero golpear a alguien, quiero golpearlo a él.El dichoso Carlos, quien hoy llevó a Gabriela a su trabajo. Ella no contestó mis llamadas y, por supuesto, me está evadiendo y yo no sé por qué.―Al menos que… ―hablo para mí mismo, pensando en la probabilidad más acertada―. ¡Chingada madre, Charlotte Pedraza!Estoy casi seguro de que me mintió. ¿Cómo es que no pude verlo antes, maldita sea? Por supuesto que ella la vio, sabrá Dios en qué pose, y con la pasional decoración a su alrededor. Y dudó, dudó de mí porque sigue creyendo que soy un casanova.―Joder, Gaby… ―murmuro para nadie en específico, tomando asiento frente a mi escritorio―. Después de todo lo que hemos vivido, ¿aún dudas de mí?Debo esperar a que sea su hora de descanso, aunque ahí puede evadirme diciendo que no la tomará. Y debo hablar con ella hoy mismo, así que mejor esperaré a su salida. Tengo que aclara
Tengo que ver como él la abraza, rodeando su espalda con sus musculosos brazos y cierra los ojos, besando sus cabellos. Tengo que presenciar como la consuela mientras yo me quedo de brazos cruzados y sintiendo una ansiedad enorme porque estamos a contrarreloj con el tema de Leonardo.Aun así, no es momento para hablar de ello. Se pondría peor.―Lo peor es que lo sabía. Cuando estuve en el aeropuerto le dije a mi mamá que no tenía por qué irme, sabía que no debía apartarme de su lado ―solloza.―No, Gaby. Créeme que Marga se fue estando orgullosa de ti y de todo lo que estás logrando ―le dice él, colocando sus manos sobre sus mejillas.Yo suspiro, sintiéndome terriblemente mal por estar celoso, pero no puedo evitarlo. Me levanto de mi puesto para colocarme detrás de ella y él me mira.―El joven aquí presente tiene razón, Gaby ―admito casi a regañadientes―. Eres la mejor de tu clase, tienes un trabajo en donde te adoran y es muy probable que ganes la pasantía en el restaurante, incluso s
GABRIELAMauricio respira hondo y puedo ver la lucha interna en su cabeza. Pensé que venía a aclararme lo de Charlotte, pero por lo que veo es algo peor y no tengo un buen presentimiento.—Antes de empezar, ¿por qué no me contaste que mi papá intentó propasarse contigo, Gabriela? —pregunta y yo desvío la mirada, sintiendo las mejillas calientes por la vergüenza que me da ese recuerdo—. Me lo prometiste, mi reina.—No quería causar más discordia entre ustedes y, además, puedo cuidarme sola. ¿O acaso no te dijo sobre la patada en los testículos que le di? —respondo, mirándolo con una ceja alzada.—No me lo contó. Tuve que verlo con mis propios ojos —responde y yo lo miro con horror—. Y tuve que hacerlo porque pasó algo antes y tuve que revisar las cámaras. Algo que nos incluye a ambos y que sucedió el mismo día que fuiste a la suite como habíamos acordado.«Entonces, ya sabe que fui…» pienso y me levanto porque no puedo verlo a la cara ahora. No quiero que me confirme si estuvo o no con
Sus manos acarician cada parte de mi cuerpo, apretando con suavidad mientras me besa. Sus labios vuelven a mi cuello, pero no se quedan ahí y besa la piel de mis senos que el brasier no cubre. Se cuela por debajo de mi espalda y yo me arqueo un poco para facilitarle el trabajo, dejándome desnuda de la cintura para arriba.Su boca se adueña de mis pechos y yo me arqueo, de manera involuntaria, al sentir las corrientes eléctricas adueñarse de mi cuerpo. Su lengua hace maravillas en mis pezones y yo gimo sin poder contenerme, mientras sus manos magrean la carne de mi cintura y caderas con precisión. Sus besos húmedos viajan por mi abdomen y muerde con delicadeza un costado de mi cuerpo, haciéndome respingar.Sus manos traviesas me bajan, con una tortuosa lentitud, las bragas y me dejan completamente expuesta a él. Besa la cara interna de mis muslos, haciendo que me remueva en mi lugar y cubro mi rostro con las manos cuando lo siento bajar y bajar hasta rozar con su respiración mi intimid