Me desperezo en la cama, estirando mis músculos adoloridos. Abro los ojos con lentitud, adaptándome a la luz del sol y me siento, estirando de nuevo mis brazos y bostezando.Miro a mí alrededor en busca de Mauricio, pero me encuentro sola en su enorme habitación. Me levanto con cuidado, sintiendo mi cuerpo un poco débil por toda la acción de anoche y recojo la camisa blanca de botones que cargaba ayer puesta.Me la coloco, abotonando la camisa hasta el final y me meto al baño. Me veo descansada y rejuvenecida, el brillo en mi mirada solo me hace saber lo feliz que me siento y no puedo evitar sonreír.Me lavo la cara y reviso en el pequeño estante sobre el inodoro si hay algún cepillo restante para lavarme la boca. Me encuentro con una bolsita negra que dice mi nombre y la abro, encontrando todo lo que necesito: jabón, champú, crema corporal, cepillo de dientes e incluso uno para el cabello.―Ay, este Mauricio siempre piensa en todo ―digo, sonriendo.Me cepillo los dientes y me arreglo
MAURICIOGabriela baila en la sala de mi casa, alzando la mano donde tiene una copa de vino tinto y menea las caderas. Todavía sigue usando mi camisa blanca, pero se ha puesto ropa interior para no tentarme más.Voltea a verme y sonríe, haciéndome sonrojar un poco porque me ha capturado viéndola como un tonto. No sé qué efecto tiene ella que me tiene tan… atrapado en su figura, en su ser, pero me encanta lo que ocasiona en mí y quiero que siga haciéndolo.Sé que es peligroso, pero no quiero reprimir mis sentimientos. Si estos quieren crecer y desarrollarse hacía el amor, no me interpondré. No me importa si la primera vez que me enamoro de verdad, y con total intensidad, sea de Gabriela Andreina Arellano Herrera.—Mi reina —capturo de nuevo su atención y voltea a verme. Yo me encamino hacia ella y tomo sus mejillas entre mis manos y estas se estiran cuando me sonríe, sus ojos brillando al verme—. ¿Y si salimos? No sé, podemos comer helado o hacer un picnic, ¿no quieres?—Me da un poco
GABRIELAEl fin de semana fue increíble. Siendo honesta, no quería que terminara y Mauricio tampoco, al parecer.Sus manos acunan mi cintura, ejerciendo una ligera presión que envía cosquillas a la zona sur de mi cuerpo, mientras me besa. Se separa de mí, mordiéndose el labio para no sonreír pero falla en el intento.―No quiero que te vayas ―admite, suspirando―. ¿Crees que puedas volver a quedarte conmigo otro día?―Tal vez ―respondo, sonriendo con diversión―. Ahora debo caminar lo que queda hasta la escuela, señor Díaz. Ya nos veremos por ahí ―me despido, guiñándole el ojo.Me doy media vuelta para retomar mi camino, pero tira de mi mano pegándome a su pecho. Nuestras narices rozan y mi mirada le recorre el rostro hasta llegar a sus ojos.―Un último beso ―suplica, tomando mi rostro entre sus manos―. Tal vez vaya a visitarte en tu hora libre.―No, Mauricio ―digo, esquivando sus besos―. Hey, tenemos que ser discretos, ¿recuerdas? No quiero crear rumores, sabes que no los toleraría.―Sí
Me bajo en la parada y camino en dirección a la escuela. Un tirón en mi mano me hace pegar un grito, que muere ahogado por una enorme mano que cubre mi boca.Me pegan contra la pared y estoy a punto de realizar una maniobra de defensa personal cuando noto que quien me acorrala en un callejón poco concurrido es Mauricio Díaz.― ¿Acaso has perdido la cabeza? ―grito, empujándolo con todas mis fuerzas. Sin embargo, solo logro un leve movimiento hacia atrás―. Pude haberte lastimado, coño.― ¿Tú? ¿A mí? ―pregunta, cruzándose de brazos y alzando una ceja.―Mira, macho… ―le digo, pero me veo interrumpida por un nuevo acercamiento.―Bien macho ―se jacta, su aliento rozando mi boca.―Ay, Mauricio. Ya ―le digo, empujándolo de nuevo―, créeme que puedo lastimarte. Hay zonas en ti que lastimar y duelen tanto como una patada en las b… los testículos.―Lo siento, solo quería asustarte. Y verte ―dice, acorralándome de nuevo y esta vez no lo aparto―. Y besarte. No he parado de pensar en ti, en tu cuerp
Mi vista se empaña por las lágrimas mientras ella se endereza en su puesto, sorprendida de verme. No se cubre, tal vez porque es demasiado perfecta para hacerlo y se levanta, acercándose a mí con mejillas sonrojadas.―No pensé que entrarías tú, cari. O alguien que no fuese Mauricio ―admite, acariciando mi hombro, pero yo me alejo de su contacto―. Disculpa todo esto, de verdad. Era una sorpresa para él, aunque menos mal has sido tú ¿eh? Y no Montse.―Sí ―hablo, sonriendo con falsedad evidente―. Tal vez te hubiese arrastrado por los pelos y te saca así vestida del hotel.―Bueno, tía, sé que lo que he hecho está mal. No necesito que me lo recuerdes ―me dice, desviando la mirada―. Además, todos merecemos una segunda oportunidad y yo voy a aprovechar la mía. A mí él no me engaña, me invitó por algo y no, no fue por el prestigio de tenerme en su inauguración. Donde hubo fuego, cenizas quedan.Donde hubo fuego, cenizas quedan. ¿Acaso eso es cierto? Porque yo me acabo de encontrar con mi ex n
No tocó la puerta, pude escuchar cuando se fue. Y ahora, aquí, en el baño de damas de mi escuela, no sé qué rayos hacer. No le quiero ver la cara, pero a la vez siento la necesidad de hacerlo y así ver con mis propios ojos si hay algún atisbo de qué fue lo que ocurrió anoche. ¿Se acostó o no con ella? ¿La botó de la suite o él se fue? ¿Se quedó con ella?Las preguntas me carcomen el cerebro al extremo de que me duele la cabeza. Me miro en el espejo y alzo la barbilla, mostrando a la Gabriela con la que llegué a México, esa que él conoció y juró que no se iba a dejar joder por un hombre como Mauricio Díaz Guerra.Salgo de allí, mostrándome fuerte y decidida por fuera y guardando lo que triste que me siento por dentro. Le sonrío a Montse y a Cristian, comentándole que hoy un amigo me llevará al trabajo.Montse bromea con el asunto, haciéndome reír y salimos de la escuela. Entonces, el momento que menos quería sucede: cuando nos enfrentamos cara a cara.―Señor Díaz ―saludo por cortesía.
Me adentro en la oficina, tirando todo lo que está sobre mi escritorio al suelo en un gran manotazo. Estoy furioso y quiero golpear a alguien, quiero golpearlo a él.El dichoso Carlos, quien hoy llevó a Gabriela a su trabajo. Ella no contestó mis llamadas y, por supuesto, me está evadiendo y yo no sé por qué.―Al menos que… ―hablo para mí mismo, pensando en la probabilidad más acertada―. ¡Chingada madre, Charlotte Pedraza!Estoy casi seguro de que me mintió. ¿Cómo es que no pude verlo antes, maldita sea? Por supuesto que ella la vio, sabrá Dios en qué pose, y con la pasional decoración a su alrededor. Y dudó, dudó de mí porque sigue creyendo que soy un casanova.―Joder, Gaby… ―murmuro para nadie en específico, tomando asiento frente a mi escritorio―. Después de todo lo que hemos vivido, ¿aún dudas de mí?Debo esperar a que sea su hora de descanso, aunque ahí puede evadirme diciendo que no la tomará. Y debo hablar con ella hoy mismo, así que mejor esperaré a su salida. Tengo que aclara
Tengo que ver como él la abraza, rodeando su espalda con sus musculosos brazos y cierra los ojos, besando sus cabellos. Tengo que presenciar como la consuela mientras yo me quedo de brazos cruzados y sintiendo una ansiedad enorme porque estamos a contrarreloj con el tema de Leonardo.Aun así, no es momento para hablar de ello. Se pondría peor.―Lo peor es que lo sabía. Cuando estuve en el aeropuerto le dije a mi mamá que no tenía por qué irme, sabía que no debía apartarme de su lado ―solloza.―No, Gaby. Créeme que Marga se fue estando orgullosa de ti y de todo lo que estás logrando ―le dice él, colocando sus manos sobre sus mejillas.Yo suspiro, sintiéndome terriblemente mal por estar celoso, pero no puedo evitarlo. Me levanto de mi puesto para colocarme detrás de ella y él me mira.―El joven aquí presente tiene razón, Gaby ―admito casi a regañadientes―. Eres la mejor de tu clase, tienes un trabajo en donde te adoran y es muy probable que ganes la pasantía en el restaurante, incluso s