25.

―Puedo saber… ¿por qué coño me compraste el vestido? ―pregunto, entrando a su oficina sin tocar ni pedir permiso.

Él alza la vista de unos papeles y me exijo concentración cuando noto que lleva gafas puestas. Me mira de arriba abajo con una sonrisa petulante en el rostro y yo me cruzo de brazos, quedándome a una distancia prudente de él.

―Creo que las cosas que dices y las cosas que haces no son coherentes. Me dijiste que estarías fuera de mi vida, por lo menos hasta donde puedes, y mira… ¡me compras cosas! ―le digo, molesta.

―Pues porque te dije que asistirías a la inauguración y lo cumplí. No puedo negar que estoy molesto contigo, pero eso no quita que te quiera allí. Así que me aseguré de que ya no tuvieras más excusas ―dice, levantándose de su puesto para recargarse del escritorio.

« ¡Oh, el escritorio!» pienso y sacudo mi cabeza para borrar ese recuerdo.

― ¿Sucede algo? ―pregunta, alzando una ceja. Una sonrisita se dibuja en su cara al ver que me remuevo un poco―. ¿Señorita Arell
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