Los ojos se acostumbraron a la luz poco a poco. Y entonces, al fin, después de un minuto muy largo, pude ver al hombre que me hablaba. Era alto, con la piel tan blanca como la porcelana, pero sus ojos relucían de oscuridad. Era muy atractivo y, discutiblemente, se veía fuerte y con rabia, con mucha rabia. Entonces, aquello me asustó. — ¿Cuántos años han pasado, vida mía? — me preguntó — . ¿15? ¿18? Ya no lo recuerdo. Lo único que recuerdo es lo que hiciste conmigo y las consecuencias de eso. Las consecuencias de lo que me hiciste, Elisa Duque, aún me persiguen hasta el sol de hoy.Entonces, levanté mi mirada hacia él para verlo bien, para entender con quién tendría que lidiar. Y cuando abrí la boca para decir algo, él me interrumpió. — Pero… no… no eres ella — dijo — . No eres ella — repitió nuevamente.Vi cómo su respiración se aceleró. — Claro que es ella, jefe — dijo el hombre que me había secuestrado. Era alto y gordo, con las mejillas hinchadas por las hamburguesas y la grasa
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