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11
Risa ayudaba a bañar a los cachorros y yo trabajaba con mis hermanos cuando madre me llamó a sus habitaciones. Me invitó a sentarme con ella frente al fuego, sin decir palabra mientras Lenora nos servía el té. A pesar que nadie más podía escucharnos, aguardó a que mi hermana nos dejara a solas. La forma en que respiró hondo me causó aprensión.—Alanis ha concebido —dijo sin rodeos, con acento grave.Me retrepé en el sillón de pura sorpresa.—La vi entregarte tres cachorros en un día de verano.—Perfecto —asentí, aunque el recuerdo de lo que ocurriera todavía me mortificaba—. Sabes que Risa está de acuerdo con que los criemos como nuestros, así que no habrá ningún inconveniente. Iré por ellos tan pronto el clima lo permita.—No tan rápido, hijo. A ningún cachorro le hace bien ser apartado tan pronto de su madre. Debes aguardar al menos dos o tres años, para que sean más independientes. No es por eso que te lo mencioné, sino para que supieras que est
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Los pasos apresurados por la galería me despertaron pasada la medianoche, un momento antes que llamaran a mi puerta.—¿Qué ocurre? —pregunté, abriéndome al tiempo que saltaba de la cama.—Acaba de llegar un mensaje urgente de Artos —respondió Milo.—Ve, ya bajo.—¿Mi señor? —murmuró Risa adormilada.—Vuelve a dormir, amor mío —le dije vistiéndome apresurado.—¿Sucedió algo?—Llegó un mensajero. —Me incliné a besar su frente—. Duerme. Regreso enseguida.Dejé nuestras habitaciones apresurado, con un mal presentimiento. Debía tratarse de algo en verdad urgente para que el mensajero llegara en plena noche, sin detenerse a descansar.Se trataba de Mahon, hermano de camada de Maddox, el hijo de Artos a cargo del puesto entre el de Baltar y la aldea del oeste que defendía mi primo Erwin. Milo lo había conducido a mi estudio para que se echara ante el fuego, y cuando entré, mi hermano se quitaba su bata de pieles y lana para cubrirlo.—Alfa —resolló al verme, intentando incorporarse.—No te le
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El amanecer halló el castillo convulsionado con los apresurados preparativos para responder al pedido de Artos.Mahon se había despertado lo suficiente para advertirnos que los caminos estaban completamente cubiertos por un metro de nieve o más, y que eran prácticamente intransitables a caballo.En medio de aquel ajetreo, me hice un momento para reunirme con madre. Su experiencia y su buen criterio eran indispensables, en caso que la urgencia nos hubiera empujado a ignorar detalles importantes.Risa nos acompañaba y escuchó en silencio, estrechando mi mano entre las suyas, cuando le expliqué a madre en voz alta el apresurado plan que esbozáramos.—Partiremos en unas horas con todos los que debían acompañarnos a fines de febrero. Yo me adelantaré con Ragnar y los mejores corredores, y Milo nos seguirá con los demás tan rápido como puedan. Ya enviamos cuervos para que los refuerzos de Artos y Eamon se nos unan en el vado del Lagan. Desde allí cortaré camino
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El establo se hallaba tras una de las últimas casas del pueblo, a tiro de piedra del bosque. Los animales se agitaron cuando nos escabullimos dentro, pero Ragnar aseguró que no había peligro de que los mugidos y balidos atrajeran atención indeseada. Encontramos una prolija pila de ropa sobre una gran bala de heno a pocos pasos de la entrada. Nos apresuramos a cambiar, vestirnos y envolvernos en las toscas mantas, porque no era una noche para ir en mangas de camisa.Pronto escuchamos los pasos que se aproximaban desde la casa. Ragnar me indicó que retrocediera antes de asomarse. No tardó en entrar una mujer alta y corpulenta, que alzó la lámpara que traía al vislumbrar nuestras sombras.Me sorprendió ver cómo se iluminaba su expresión al ver a Ragnar, y se apresuró a dejar la lámpara en el suelo para darle un estrecho abrazo, que Ragnar correspondió, los dos riendo por lo bajo.—¡Oh, Ragnar! ¡Qué bien te ves! —exclamó la mujer, pugnando por no alzar la voz. Le su
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Regresábamos a la iglesia cuando me di cuenta que algo le ocurría a Ragnar. Nada físico, nada notorio en su esencia, pero advertía una mezcla de inquietud y vacilación que nunca antes le viera.—Adelántate, ya vamos —le dije a Mendel, que me echó un vistazo y obedeció en silencio.Me volví hacia Ragnar, y su cara reflejó contrariedad al enfrentar mi expresión interrogante.—No tienes que decirme nada que no quieras, Ragnar —me anticipé—. Sólo quiero que sepas que me doy cuenta que algo te pesa, y que puedes contar conmigo para lo que necesites, sea lo que sea.Giró para darme la espalda con una brusquedad que era completamente inusual en él. Su esencia se ensució con un olor amargo que yo ignoraba qué significaba, pero el breve temblor de sus hombros era un claro indicio.—Entremos —tercié con suavidad—. Todavía debe quedar fuego en el hogar, y se me antoja una infusión.Me siguió sin decir palabra. Me entretuve colgando un calderillo con ag
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Ragnar no perdió tiempo pidiéndome que mantuviera en secreto lo que me dijera esa noche. Habíamos llegado a conocernos lo suficiente para que supiera que sólo hablaría al respecto si resultaba imprescindible, y únicamente con quien fuera necesario.Al día siguiente se despidió de nosotros para regresar al Valle, y yo volví a ocuparme de temas más urgentes, como el pequeño ejército de blancos y parias movilizándose hacia el oeste.Varias noches después, me costaba dar crédito a mis ojos cuando me reuní con Mendel. Él y sus hijos se habían apostado a mitad de camino entre la cumbre y la base de la montaña, y desde allí tenía una vista panorámica del valle allá abajo. El ejército de vasallos, al menos dos centenares de humanos a pie, avanzaba penosamente en la nieve y el barro, mal abrigados en aquella noche glacial, cargados como mulas. Entre ellos se movían humanos a caballo, obligándolos a continuar a pesar del frío, los tropezones, el peso de sus pertrechos. El valle
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No era una tarea que podía imponer a nadie, pero tantos se ofrecieron que literalmente no había lugar para que todos me ayudaran, de modo que los voluntarios ociosos decidieron invertir su energía en palear nieve para limpiar los senderos entre las viviendas del puesto.Entraba la robusta mesa con ayuda de Milo y Mendel cuando Kian me llamó al dormitorio, desde donde los martillazos levantaban eco en el resto de la casa. Dejé que mis hermanos ubicaran el mueble y me asomé a la habitación vacía.—¿Dónde quieres la cama? —preguntó Kendall dando un respiro al martillo.—Entre el hogar y la ventana, con la cabecera contra esa pared —respondí, admirando el ancho lecho que mi primo hiciera en sólo dos semanas, con una alta cabecera en la que tallara viñas entrelazadas en torno a una luna creciente.—No puedes ponerla allí sin la alfombra —intervino Milo asomándose a mi lado.Kian señaló la pila de tejidos doblados sobre una cómoda.—¿Ya está termi
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Me sorprendió ver que mis hermanos salían a recibirnos con Baltar y Maeve. Ayudé a desmontar a Risa y nos adelantamos juntos hacia ellos. Risa les hizo una rápida reverencia que los hizo reír por lo bajo, porque convertirse en mi esposa no había alterado su modestia.—Bienvenida, Risa —le dijo Milo, haciéndose a un lado e invitándonos a entrar al puesto.Maeve la recibió con un ramillete de hierbas medicinales con flores secas, no sólo porque era imposible hallar flores vivas en esa época del año, sino también para reconocerla como sanadora.—Tu casa espera —terció Mendel palmeándome la espalda, y agregó sólo para mí:—. Y ya deja de sonreír como cachorro con hueso nuevo.Le di un codazo, que él respondió con un palmazo en mi nuca, hasta que apareció Milo a empujarnos suavemente para que no nos detuviéramos.—Ya los dos, que hace un frío de mil demonios —nos regañó.A lo largo del sendero abierto en la nieve de la empalizada al pozo se habían
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Las mujeres habían colgado gruesos doseles de los altos postes de la cama, de tal manera que podíamos alzar el del lado del hogar y dejar los otros bajos para retener el calor. Un truco efectivo en los días que tardara la cabaña en caldearse, después de semanas de permanecer abierta y deshabitada. Sin embargo, esa primera noche hacía tanto frío que acabamos tendiendo nuestros mantos de pieles sobre las mantas.Y en aquel nido de calor en la noche gélida, desnudos bajo el peso tibio de las mantas, nos olvidamos del resto del mundo para disfrutar nuestro reencuentro. Hicimos el amor con prisa comprensible al principio, y luego pudimos tomarnos las cosas con más calma. Recorrí su cuerpo con mis manos y mis labios, la dejé jugar conmigo a su antojo, y luego me hundí en su vientre, que me recibió sin reparos, enloqueciéndome y empujándome al límite una y otra vez.Nadie vino a molestarnos en la mañana hasta que Risa insistió en levantarse, echarse encima cuanto abrigo encon
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20
Comimos en silencio, demasiado ocupados saboreando la cena, hasta que Risa volvió al tema que la preocupaba.—Las elegidas humanas siempre les dieron hijos —dijo.—La mayoría —asentí con la boca llena—. Pero no de inmediato. Nuestra experiencia con humanas es que les lleva un año o dos concebir con nosotros. Y en tu caso tal vez lleve más tiempo.—Por mi sangre sucia —suspiró desalentada.—Por tu sangre especial. Tú no tienes nada sucio.—Si hubieras visto mis pies cuando me quité las botas de montar.—No los vi, aunque los olí. Rosas y lirios.Me arrojó una pizca de pan riendo y atrapé su mano para besar sus dedos.—Madre sólo pudo tener hijos después que padre se convirtió en Alfa —agregué, sabiendo que no había calmado su inquietud—. Aun así les costó concebirnos, y sólo tuvieron cinco camadas en más de ciento treinta años.—¿No acabas de decir que es extraño que las lobas den a luz más de dos camadas?—Pero ma
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