La mañana ya había llegado, después de lavar su rostro, Lieve salió de su pequeño cuartucho, justo a la salida del Distrito 0. Quizás esa era la única parte buena de su vida, estar en aquella zona le permitía poder divisar a la perfección en dirección a la gran ciudad capital y el castillo. Y desde las lejanías envidiar la vida que siempre le hubiese gustado tener. A pesar de la pobreza en la que había nacido, las ropas viejas y sucias, todo eso no era suficiente para tapar el porte de la joven omega. Su andar, su apariencia, su mirada, todo eso desprendía un aura refinada que era imposible que pasara desapercibida para los demás. Elegante, sutil, delicada, hermosa, como un cisne, así lucía Lieve Rosewind a los ojos de los demás, como si hubiese nacido en el seno de la más importante familia, como si fuese la mismísima reina de Rhevnar. Claro está, eso era imposible. Si bien en toda la historia de Rhevnar como país, como imperio, no constaba jamás el nombre de ninguno de sus monarca
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