El día había llegado, aquel momento esperado por muchos. La selección de los marcados significaba una esperanza para muchos omegas, principalmente aquellos que provenían de lo más bajo de la sociedad, aquellos como Lieve.
Las mañanas en el palacio solían ser muy tranquilas, sin embargo aquel día el bullicio que provenía de la entrada retumbaba por cada corredor y salón dentro del colosal amurallado. Incluso llegaba a oídos del monarca, que como cada día a esa hora, se hallaba en el ala este, firmando algunos decretos reales y revisando todas las asignaciones que le eran llevadas. A pesar de jamás abandonar el palacio y de por sí nunca salir del ala este, donde permanecía prácticamente prisionero, Kyros no se libraba de todos los quehaceres que le eran otorgados, después de todo era el rey del gigantesco Imperio de Rhevnar. Había gobernado por tantos años que después de los primeros cien perdió la cuenta, el tiempo se volvió para él como cadenas dolorosas que se ataban a su cuello, asfixiándolo. Durante mucho tiempo deseó morir, sin poder lograrlo, hasta que hace casi veintiséis años, una nueva esperanza nació en él, la esperanza de reencontrar lo más preciado que alguna vez pudo poseer. Unos suaves golpes en la puerta del aposento llamaron su atención. Pronunció un adelante y su guardia personal ingresó. —Su alteza —hizo una reverencia —. El general me ha pedido avisarle que solicita su presencia en la sala del trono. —Solo necesito terminar de firmar estos decretos, pronto podré atenderlo. El guarida asintió y permaneció de pie junto a la ventana. Mirando a través de ella divisó la gran cantidad de personas reunidas en las afueras del palacio. —El ambiente está muy animado allá abajo —dijo el beta para mirar a su monarca. —Así es, como cada año que se realiza la selección. Aún no entiendo por qué tantos omegas desean participar en algo sin sentido como esto. —Todos quieren vivir en palacio. —Y eso es justamente lo que menos comprendo —levantó la vista de los papeles —. Cambiar la libertad que poseen por venir a esta prisión amurallada. —Yo sé que usted, majestad, no está de acuerdo con la selección. ¿Por qué entonces permite que se haga? —La selección es opcional, los omegas no tienen la obligación de participar, esto no es un decreto ni una ley, es solo un evento que se realiza cada dos años, ellos vienen porque así lo desean —suspiró —. Mientras no sea perjudicial para nadie, no me veo en la obligación de oponerme. Tú mismo lo has dicho, muchos de los que están allá abajo esperan encontrar aquí dentro, una vida llena de caudales. —Ya veo —asintió el guardia. Kyros terminó de firmar el último documento y se puso de pie. —Listo, podemos irnos —anunció con su voz marchita. Saliendo de los aposentos, tomaron el corredor principal que enlazaba el ala este con el centro del palacio y posteriormente los guiaría hasta el salón del trono. Kyros no comprendía el por qué el general le pedía reunirse sin motivos aparentes, por lo cual aquella situación despertó su curiosidad. Cuando llegó al salón principal, la brisa que venía de la entrada traía consigo una gran mezcla de aromas, provenientes quizás de todos los omegas reunidos a las afueras. Con el paso de los años su olfato se había vuelto muy fuerte en ese aspecto. Arrugó la nariz abatido por tantos olores mezclados, y giró a la derecha para ingresar al salón del trono, sin embargo apenas poner un pie dentro su cuerpo se petrificó. Kyros no podía dar un paso más, ni siquiera emitir una palabra. Aquellos que lo aguardaban en el interior, lo observaron confundidos por su actitud tan extraña. —¿Sucede algo, su majestad? —preguntó su acompañante. —Ese aroma es... —jadeó incrédulo. Cerrando los ojos inspiró profundamente el aire, a pesar de la gran variedad de olores, uno sobresalía por sobre los demás. Quizás otros no hubiesen sido capaces de reconocerlo, debido a lo tenue y delicado que era, mas, para Kyros no había nada menos inconfundible. —¿Cuál aroma? —cuestionó aún más desentendido el guardia. —Esa dulce fragancia suave, casi imperceptible, aquella que años atrás muchos otros confundieron con vainilla, pero no, en realidad es una flor. —¿Qué flor? —La Reina de la Noche —pronunció inestable el monarca —, es el aroma de Yue. Sin pensarlo ni por un instante, Kyros giró sobre sus talones y echó a correr en dirección a la entrada. —¡Maldición! —gruñó el general poniéndose de pie — ¡Guardias, deténganlo! Obedeciendo casi inmediatamente, la guardia real abandonó sus puestos a las puertas del salón y corrieron detrás de Kyros. Alcanzarlo no resultaba sencillo, su agilidad y rapidez dejó pasmados a todos. Nadie esperó que el rey silencioso y melancólico que rara vez abandonaba sus aposentos, tuviese una fuerza física tan bestial como para correr a semejante velocidad. Kyros divisó la puerta de salida a varios metros, casi logró alcanzarla, casi... Unas manos fuertes agarrón sus brazos, otras sus piernas y finalmente se vio prisionero de los guardias. —¿Cómo se atreven? —gruñó iracundo, sus ojos destellaron llenos de furia. —¿Qué demonios crees que haces? —La voz del general Davian sonó a sus espaldas. Llegando frente al rey lo observó con molestia —. Sabes que no puedes salir del palacio. —Solo una vez no marcará diferencia. —Marcará diferencia para aquellos que han logrado verte en el pasado. ¿Cómo le explicas al guardia anciano que te vio hace 20 años que tienes el mismo aspecto? ¿Cómo le explicas a la servidumbre que jamás envejeces? ¿Cómo le dices al pueblo que nunca te ha visto, que eres el mismo rey cuyo retrato de hace doscientos años está colgado en la pared del museo real? —agarró el rostro de Kyros con brusquedad —. Compórtate, tú no eres así. Kyros apretó los puños y la mandíbula con la misma fuerza, tan fuerte que juraría haber escuchado sus dientes crujir. —Bien —respondió soltándose con rabia del agarre de los guardias —, pero lo dejo a tu cargo —señaló en dirección a la puerta —. Allá afuera hay una omega que quiero que me traigas. —¿Una omega? —arrugó la frente el general —. Jamás te has mostrado interesado en ninguna. —Esta es diferente, tráela a mí y no intentaré salir nuevamente. —¿Cuál es su nombre? —No lo sé. —¿Hablas en serio? —gruñó —. ¿Al menos sabes cómo se ve? —No. —¿Cómo pretendes que sepa quién es? —Podrás identificarla fácilmente, será la única que reaccionará a mi llamado. —Mientras prometas que no saldrás, yo la traeré. —No saldré, solo ve. ... Lieve miró nerviosa los alrededores. Todo había pasado tan rápido el día anterior, que apenas había tenido tiempo de procesarlo. Después de salir de casa de Jen regresó a su hogar, al llegar la mañana y apenas los primeros rayos de sol tocaron la ciudad con su luz, había abandonado el distrito para dirigirse a la zona alta de la ciudad, allí donde se encontraba el palacio. En la gran puerta de la muralla, encontró una larguísima fila de al menos medio kilómetro, todos eran omegas que se postulaban a la selección. En la puerta se les hacía una pequeña revisión más superficial, aquellos que la pasaban podían ingresar entre los altos muros del palacio, sin embargo eso no significaba que hubiese terminado allí, sino que dentro se llevaría a cabo la segunda y final selección, una mucho más profunda y complicada. Después de mucha espera resultó ser una de las pocas afortunadas a las que se le permitió ingresar, así que cuando se vio del otro lado de la puerta casi no podía creerlo. Se sintió tan emocionada que se reprendió a sí misma, por hallarse disfrutando el haber logrado algo así, cuando realmente no deseaba participar. Suspiró una vez más, quizás la décima en el último minuto. Mientras aguardaba a nuevas instrucciones junto a las demás, notó como las puertas principales del castillo eran abiertas. Un hombre salió acompañado de dos guardias. Era un alfa de mediana estatura y cabellos negros, por su uniforme blanco y rojo, rápidamente lo identificó como parte del ejército real, aunque desconocía de quién se trataba. —¡Atención! —resonó una voz —. Ante ustedes el general Davian Hendrix —volvió a pronunciar esa voz estruendosa. Todos los presentes hicieron una rápida reverencia. —He venido aquí en busca de alguien —aseguró con seriedad el general. La estancia se llenó del susurro de docenas de voces cuchicheando, desde las omegas hasta los mismos guardias que custodiaban el orden de la entrada. En ese momento todos se preguntaban lo mismo: ¿A quién buscaba y por qué? Lieve miró los alrededores, confusa al igual que los demás. Estaba tranquila, quizás solo algo nerviosa, pero en ese instante algo sucedió: Una voz resonó en su cabeza, la misma voz que solía escuchar algunas veces en sus sueños. Un susurro cómplice y delicado que inundó su mente. —«Mi preciosa flor de invierno» —pronunció aquella voz y todo su mundo pareció venirse abajo. Sintió Lieve como Yue se retorció en su interior, como rasguñaba con desesperación, aquella sensación era casi dolorosa, así que sus piernas fallaron para terminar llevándola al suelo. Arrodillada contra la dura superficie, Lieve sostenía su dolorido pecho mientras respiraba agitadamente, sentía su cuerpo tomar una temperatura tan alta que juraría estaba al borde de la ignición. Fue ahí que notó como el general caminaba hasta quedar frente a ella para con una sonrisa pronunciar: —Eres tú. Vendrás conmigo.Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio. Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes.En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada. —¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección. —No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este. —Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo det
La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso. —¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca. —¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve. Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro. Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchand
Después de que el rey se marchara, Lieve se dejó caer sentada sobre la suave superficie de la cama. Estaba pasmada, todo lo que había sucedido en cuestión de pocos minutos, logró dejarla más allá de confundida. ¿Quién era ese rey que parecía saber tanto de ella? ¿Por qué Yue reaccionaba a él con tanto furor? Se pasó ambas manos por el rostro en un gesto de frustración. Fue entonces, que al mirar al suelo notó la corona que aún permanecía tendida sobre el mismo. Se agachó para recogerla y tomarla en sus manos. No conocía el metal negro del que estaba hecha, era increíblemente liviana a pesar de tener encrustadas varias piedras preciosas. La observó cuidadosamente para acercarla un poco más a su rostro y aspirar el aroma que desprendía. Tenía impregnada la fragancia de aquel hombre, era reconfortante. Se preguntó cómo se sentiría llevar la corona, saber que eras dueño y señor de un Imperio tan gigantesco y vasto como Rhevnar. Más que curiosidad en su interior nació algo de codicia
Después de aquella conversación, que para Lieve fue realmente confusa, el rey colocó nuevamente la corona sobre su cabeza, para regresar a sus aposentos. Lieve permaneció en la habitación durante el resto del día, cuando la noche se asomó, unas damas pertenecientes a la servidumbre del palacio, se encargaron de llevarle de comer deliciosos manjares, entregarle hermosas ropas e indicarle el lugar donde podría tomar un baño. Cuando ya era bastante tarde se asomó a la ventana, miró entonces en dirección al Distrito, aunque desde el palacio aquella área oscura parecía casi inexistente, ella sabía que estaba allí, en las sombras donde se hallaban condenados los suyos. Se sintió extraña, una noche antes miraba desde su ventana rumbo al luminoso palacio, ahora, estaba entre las paredes que tanto añoraba y sin embargo no sentía nada de alegría por ello. Al despertar y hallarse sobre aquella suave cama, con almohadas de pluma, se sintió algo fuera de lugar, como en un sueño, pero era rea
¿Era su cumpleaños? Sí, Lieve casi lo había olvidado, y le sorprendió que un desconocido pudiera tener grabada esa fecha. Ella no conocía lo que eran los días festivos, después de todo al haber crecido en el Distrito 0, cualquier festividad era un lujo que no podía permitirse. Así que después de que murieron sus padres, ella ignoró el día de su cumpleaños, dejándolo pasar como un día más del calendario, un día irrelevante en el que su edad adquiriría otro dígito; nada más. —¿Cómo sabe usted eso? —preguntó un tanto afligida. —Solo lo sé —respondió el monarca para regalarle una sonrisa de labios. —¿Puedo irme ya? —Lieve bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos llorosos. Ni ella misma sabía por qué se sentía así de triste, quizás era por la sorpresa, o por lo muy sensible que estaba en esos días. O tal vez le removió el alma que hubiese alguien que cada año plantara tan bellas flores en su honor. A pesar de que las intenciones tras ese gesto fueran desconocidas para ella, se
Tatiana se detuvo frente a Lieve, observó a la joven que permanecía quieta, sin obedecer la petición de descubrirse para ser revisada. —¿Qué te pasa, muchacha? —dijo la señora acomodando sus lentes con poca paciencia —. Descúbrete. —Lo siento yo... —Lieve no sabía qué decir, solo bajó la mirada. —Si eres de las que tiene vergüenza de desnudarse entonces estás en el lugar equivocado —la regañó la anciana —. Sabes la razón por la que estás aquí, políticamente hablando estás aquí para ayudar a fortalecer la sociedad, para brindar nuevas y fuertes descendencias. Pero crudamente hablando, para llegar a eso tendrás que desnudarte muchas veces. Sí sabes a lo que me refiero, ¿verdad? —preguntó mirándola por sobre sus lentes. Desnudarse no era el problema para Lieve, sino lo que mostraría al hacerlo. La iban a descalificar seguramente. Pero ya qué más daba. Ella levantó la mirada y descubrió su cuerpo. La anciana la examinó con ojos de halcón, juzgando cada detalle de su figura.
La antelación paralizó el cuerpo de Lieve, la joven estaba aterrada, temía que no solo la echaran sino que también pudieran castigarla de alguna manera por mentir al participar. Además el rey posiblemente estaba enojado con ella por su actitud y sus palabras, así que supuso que no iba a interceder por ayudarla. —De las veinte aquí presentes solo nueve pasarán la selección —dijo con voz severa la institutriz Tatiana —. Las otras once han sido descalificadas por variados motivos. Algunas no cumplían el perfil de salud, otras no eran físicamente ideales, unas no eran vírgenes y una incluso está embarazada. —La anciana se acomodó los lentes y volvió a hablar —. No daré detalles respecto a cada una, tampoco habrán repercusiones, aquellas que no sean mencionadas deberán marcharse. Cuando terminó de hablar Lieve supo que hasta allí había llegado su camino dentro de palacio. Por una parte se sintió muy mal, pero por la otra tuvo el consuelo de saber que lo había intentado, además desde u
Kyros estaba todavía en el jardín, no podía dejar de contemplar las flores blancas que con tanto amor y ahínco cuidó por años. Ahora, un nuevo arbusto había sido plantado, el número veintiséis, y saber que podía compartir ese momento con Lieve, le llenaba el corazón de paz. Quizás aún le tomaría un largo tiempo ganarse el cariño de la chica, su respeto, su confianza; pero tenía mucho tiempo para ello y no tenía nada de prisa, no ahora que por fin la había reencontrado. Estaba dispuesto a hacer lo necesario y esperar pacientemente a que ella pudiera ver cuánto la amaba, pero todo sería al debido tiempo, pues ella aún reaccionaba mal a sus intentos de acercamiento. Aunque esa mañana se comportó arisca, él sabía que había tocado su corazón cuando confesó que plantaba y cuidaba de las camelias solo por ella, por mantenerlas vivas como el amor que alguna vez sintieron el uno por el otro. Había ya mucho frío ese día, el invierno estaba llegando a su etapa más cruda, pronto la nieve cae