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4: La selección de los marcados

El día había llegado, aquel momento esperado por muchos. La selección de los marcados significaba una esperanza para muchos omegas, principalmente aquellos que provenían de lo más bajo de la sociedad, aquellos como Lieve.

Las mañanas en el palacio solían ser muy tranquilas, sin embargo aquel día el bullicio que provenía de la entrada retumbaba por cada corredor y salón dentro del colosal amurallado. Incluso llegaba a oídos del monarca, que como cada día a esa hora, se hallaba en el ala este, firmando algunos decretos reales y revisando todas las asignaciones que le eran llevadas.

A pesar de jamás abandonar el palacio y de por sí nunca salir del ala este, donde permanecía prácticamente prisionero, Kyros no se libraba de todos los quehaceres que le eran otorgados, después de todo era el rey del gigantesco Imperio de Rhevnar. Había gobernado por tantos años que después de los primeros cien perdió la cuenta, el tiempo se volvió para él como cadenas dolorosas que se ataban a su cuello, asfixiándolo.

Durante mucho tiempo deseó morir, sin poder lograrlo, hasta que hace casi veintiséis años, una nueva esperanza nació en él, la esperanza de reencontrar lo más preciado que alguna vez pudo poseer.

Unos suaves golpes en la puerta del aposento llamaron su atención. Pronunció un adelante y su guardia personal ingresó.

—Su alteza —hizo una reverencia —. El general me ha pedido avisarle que solicita su presencia en la sala del trono.

—Solo necesito terminar de firmar estos decretos, pronto podré atenderlo.

El guarida asintió y permaneció de pie junto a la ventana. Mirando a través de ella divisó la gran cantidad de personas reunidas en las afueras del palacio.

—El ambiente está muy animado allá abajo —dijo el beta para mirar a su monarca.

—Así es, como cada año que se realiza la selección. Aún no entiendo por qué tantos omegas desean participar en algo sin sentido como esto.

—Todos quieren vivir en palacio.

—Y eso es justamente lo que menos comprendo —levantó la vista de los papeles —. Cambiar la libertad que poseen por venir a esta prisión amurallada.

—Yo sé que usted, majestad, no está de acuerdo con la selección. ¿Por qué entonces permite que se haga?

—La selección es opcional, los omegas no tienen la obligación de participar, esto no es un decreto ni una ley, es solo un evento que se realiza cada dos años, ellos vienen porque así lo desean —suspiró —. Mientras no sea perjudicial para nadie, no me veo en la obligación de oponerme. Tú mismo lo has dicho, muchos de los que están allá abajo esperan encontrar aquí dentro, una vida llena de caudales.

—Ya veo —asintió el guardia.

Kyros terminó de firmar el último documento y se puso de pie.

—Listo, podemos irnos —anunció con su voz marchita.

Saliendo de los aposentos, tomaron el corredor principal que enlazaba el ala este con el centro del palacio y posteriormente los guiaría hasta el salón del trono.

Kyros no comprendía el por qué el general le pedía reunirse sin motivos aparentes, por lo cual aquella situación despertó su curiosidad.

Cuando llegó al salón principal, la brisa que venía de la entrada traía consigo una gran mezcla de aromas, provenientes quizás de todos los omegas reunidos a las afueras. Con el paso de los años su olfato se había vuelto muy fuerte en ese aspecto.

Arrugó la nariz abatido por tantos olores mezclados, y giró a la derecha para ingresar al salón del trono, sin embargo apenas poner un pie dentro su cuerpo se petrificó. Kyros no podía dar un paso más, ni siquiera emitir una palabra. Aquellos que lo aguardaban en el interior, lo observaron confundidos por su actitud tan extraña.

—¿Sucede algo, su majestad?

—preguntó su acompañante.

—Ese aroma es... —jadeó incrédulo.

Cerrando los ojos inspiró profundamente el aire, a pesar de la gran variedad de olores, uno sobresalía por sobre los demás.

Quizás otros no hubiesen sido capaces de reconocerlo, debido a lo tenue y delicado que era, mas, para Kyros no había nada menos inconfundible.

—¿Cuál aroma? —cuestionó aún más desentendido el guardia.

—Esa dulce fragancia suave, casi imperceptible, aquella que años atrás muchos otros confundieron con vainilla, pero no, en realidad es una flor.

—¿Qué flor?

—La Reina de la Noche —pronunció inestable el monarca —, es el aroma de Yue.

Sin pensarlo ni por un instante, Kyros giró sobre sus talones y echó a correr en dirección a la entrada.

—¡Maldición! —gruñó el general poniéndose de pie — ¡Guardias, deténganlo!

Obedeciendo casi inmediatamente, la guardia real abandonó sus puestos a las puertas del salón y corrieron detrás de Kyros. Alcanzarlo no resultaba sencillo, su agilidad y rapidez dejó pasmados a todos. Nadie esperó que el rey silencioso y melancólico que rara vez abandonaba sus aposentos, tuviese una fuerza física tan bestial como para correr a semejante velocidad.

Kyros divisó la puerta de salida a varios metros, casi logró alcanzarla, casi...

Unas manos fuertes agarrón sus brazos, otras sus piernas y finalmente se vio prisionero de los guardias.

—¿Cómo se atreven? —gruñó iracundo, sus ojos destellaron llenos de furia.

—¿Qué demonios crees que haces? —La voz del general Davian sonó a sus espaldas. Llegando frente al rey lo observó con molestia —. Sabes que no puedes salir del palacio.

—Solo una vez no marcará diferencia.

—Marcará diferencia para aquellos que han logrado verte en el pasado. ¿Cómo le explicas al guardia anciano que te vio hace 20 años que tienes el mismo aspecto? ¿Cómo le explicas a la servidumbre que jamás envejeces? ¿Cómo le dices al pueblo que nunca te ha visto, que eres el mismo rey cuyo retrato de hace doscientos años está colgado en la pared del museo real? —agarró el rostro de Kyros con brusquedad —. Compórtate, tú no eres así.

Kyros apretó los puños y la mandíbula con la misma fuerza, tan fuerte que juraría haber escuchado sus dientes crujir.

—Bien —respondió soltándose con rabia del agarre de los guardias —, pero lo dejo a tu cargo —señaló en dirección a la puerta —. Allá afuera hay una omega que quiero que me traigas.

—¿Una omega? —arrugó la frente el general —. Jamás te has mostrado interesado en ninguna.

—Esta es diferente, tráela a mí y no intentaré salir nuevamente.

—¿Cuál es su nombre?

—No lo sé.

—¿Hablas en serio? —gruñó —. ¿Al menos sabes cómo se ve?

—No.

—¿Cómo pretendes que sepa quién es?

—Podrás identificarla fácilmente, será la única que reaccionará a mi llamado.

—Mientras prometas que no saldrás, yo la traeré.

—No saldré, solo ve.

...

Lieve miró nerviosa los alrededores. Todo había pasado tan rápido el día anterior, que apenas había tenido tiempo de procesarlo.

Después de salir de casa de Jen regresó a su hogar, al llegar la mañana y apenas los primeros rayos de sol tocaron la ciudad con su luz, había abandonado el distrito para dirigirse a la zona alta de la ciudad, allí donde se encontraba el palacio.

En la gran puerta de la muralla, encontró una larguísima fila de al menos medio kilómetro, todos eran omegas que se postulaban a la selección. En la puerta se les hacía una pequeña revisión más superficial, aquellos que la pasaban podían ingresar entre los altos muros del palacio, sin embargo eso no significaba que hubiese terminado allí, sino que dentro se llevaría a cabo la segunda y final selección, una mucho más profunda y complicada.

Después de mucha espera resultó ser una de las pocas afortunadas a las que se le permitió ingresar, así que cuando se vio del otro lado de la puerta casi no podía creerlo. Se sintió tan emocionada que se reprendió a sí misma, por hallarse disfrutando el haber logrado algo así, cuando realmente no deseaba participar.

Suspiró una vez más, quizás la décima en el último minuto. Mientras aguardaba a nuevas instrucciones junto a las demás, notó como las puertas principales del castillo eran abiertas. Un hombre salió acompañado de dos guardias.

Era un alfa de mediana estatura y cabellos negros, por su uniforme blanco y rojo, rápidamente lo identificó como parte del ejército real, aunque desconocía de quién se trataba.

—¡Atención! —resonó una voz —. Ante ustedes el general Davian Hendrix —volvió a pronunciar esa voz estruendosa.

Todos los presentes hicieron una rápida reverencia.

—He venido aquí en busca de alguien —aseguró con seriedad el general.

La estancia se llenó del susurro de docenas de voces cuchicheando, desde las omegas hasta los mismos guardias que custodiaban el orden de la entrada.

En ese momento todos se preguntaban lo mismo: ¿A quién buscaba y por qué?

Lieve miró los alrededores, confusa al igual que los demás. Estaba tranquila, quizás solo algo nerviosa, pero en ese instante algo sucedió:

Una voz resonó en su cabeza, la misma voz que solía escuchar algunas veces en sus sueños. Un susurro cómplice y delicado que inundó su mente.

—«Mi preciosa flor de invierno» —pronunció aquella voz y todo su mundo pareció venirse abajo.

Sintió Lieve como Yue se retorció en su interior, como rasguñaba con desesperación, aquella sensación era casi dolorosa, así que sus piernas fallaron para terminar llevándola al suelo.

Arrodillada contra la dura superficie, Lieve sostenía su dolorido pecho mientras respiraba agitadamente, sentía su cuerpo tomar una temperatura tan alta que juraría estaba al borde de la ignición. Fue ahí que notó como el general caminaba hasta quedar frente a ella para con una sonrisa pronunciar:

—Eres tú. Vendrás conmigo.

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