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3: La decisión de la omega

La mañana ya había llegado, después de lavar su rostro, Lieve salió de su pequeño cuartucho, justo a la salida del Distrito 0. Quizás esa era la única parte buena de su vida, estar en aquella zona le permitía poder divisar a la perfección en dirección a la gran ciudad capital y el castillo. Y desde las lejanías envidiar la vida que siempre le hubiese gustado tener.

A pesar de la pobreza en la que había nacido, las ropas viejas y sucias, todo eso no era suficiente para tapar el porte de la joven omega. Su andar, su apariencia, su mirada, todo eso desprendía un aura refinada que era imposible que pasara desapercibida para los demás. Elegante, sutil, delicada, hermosa, como un cisne, así lucía Lieve Rosewind a los ojos de los demás, como si hubiese nacido en el seno de la más importante familia, como si fuese la mismísima reina de Rhevnar. Claro está, eso era imposible.

Si bien en toda la historia de Rhevnar como país, como imperio, no constaba jamás el nombre de ninguno de sus monarcas, menos aún constaría si fuese una omega, cosa totalmente inaceptable para la sociedad.

No conocer siquiera el nombre de la persona que te gobernaba era desalentador. Aunque muchas personas en el imperio pensaban igual que Lieve, nadie jamás se revelaría contra aquella absurda ley, tan incompresible como muchas de las que se habían implantado en los últimos años. Por alguna razón nunca se sabía quién dirigía, ni su edad o nombre, ni siquiera conocían cuando moría un monarca y colocaban otro, ni quienes eran los descendientes en la línea de sucesión. La familia real eran algo más que desconocidos, más bien podrían llamarse inalcanzables, a no ser para los demás que habitaran en el palacio.

Todos aquellos pensamientos se encontraban en la cabeza de Lieve, mientras caminaba lentamente por el Distrito, sin siquiera darse cuenta de las personas que la veían pasar y saludaban en su dirección. Estaba ella demasiado enfrascada en aquellas situaciones absurdas que ocurrían alrededor de la corona de Rhevnar. Se sentía indignada de tener que soportar tales abusos y recriminación.

Su andar se detuvo cuando una niña llegó casi corriendo a ella, para detenerse a escasos pasos de distancia.

Lieve la miró confundida.

—Hola —saludó a la pequeña que tomaba aire desesperadamente.

—Es Jen —dijo ella apenas recobró el aliento.

—¿Jen? ¿Qué pasa con ella?

—Está mal —se limitó a contestar.

Sin escuchar una palabra más, la joven omega comenzó a correr en dirección a la pequeña casa de Jen y su madre, allá en el centro del Distrito, una de las peores zonas de todo el lugar.

Apenas poner un pie dentro de aquella casita de madera, jorobada y vieja, casi a punto de caerse, vio a la mujer mayor llorando, y a su amiga, tendida sobre una cama, con su rostro pálido mientras temblaba y de manera contraproducente sudaba a mares .

—Jen —susurró con los ojos llorosos al verla en tales condiciones —. ¿Qué le sucede? —preguntó a la madre.

—No lo sé, cada vez está peor y no entiendo porqué.

—Necesita medicina —aseguró Lieve.

—Eso lo sé, su enfermedad puede ser tratable pero nosotros no tenemos medicina ni menos médicos. La única opción es llevarla a la ciudad pero es costoso y nadie asegura que podremos estar allá sin que la guardia nos regrese al Distrito —explicó desesperanzada la mujer mayor, con el rostro lleno de arrugas y lágrimas.

—Tiene que haber una manera.

Lieve tomó asiento junto a su amiga, sostuvo su mano y acarició su cabello. La joven le sonrió apenas sin fuerzas para poco después dormirse.

Mirándola dejó ir un par de lágrimas.

Que horrible destino.

Que vida tan miserable.

Era injusto, tan cruel que le partía el corazón.

¿Por qué debían pasar por aquellas cosas? ¿Por qué debían ver a sus seres queridos enfermar y morir sin poder hacer nada?

¿Era acaso esa la vida que quería llevar lo que le quedase de existencia?

Por supuesto que no.

Fue entonces que entendió algo.

No era cuestión de ella o su orgullo. A veces el destino te llevaba a tener que tomar decisiones más allá de tus deseos. A veces había que saber bajar la cabeza, para mirar las cosas desde otra perspectiva. A veces tenías que hacer sacrificios por el bien de aquellos a quienes aprecias.

Y no, no era su deseo, en esa ocasión era una necesidad.

Se negaba a morir sola, enferma y en la miseria, pero sobre todo se negaba a dejar morir a Jen sin siquiera haber intentado ayudarla.

La vida en Rhevnar iba más allá del dinero. Todo dependía de la posición social que ocuparas, y siendo omega no tenía muchas opciones para elegir.

En ese instante solo tenía dos:

Una era aceptar la propuesta de aquellos proxenetas, y vender su cuerpo.

La otra... Hacer caso a Jen y participar en la selección que tendría lugar el día siguiente. 

Ambas eran igual de repulsivas para ella, pero entendió algo que antes no había analizado.

Venderse en un prostíbulo solo le daría dinero, y no demasiado, apenas sería suficiente.

Mas, ser elegida le daría todo aquello que por años en silencio añoró: riqueza, poder, estatus y quién sabe... quizás incluso algo más.

Ese sería su sacrificio, todo en busca de un mejor futuro.

¿Quién podría juzgarla?

Había que vivir lo que ella para poder hacerlo.

Después de una hora más junto a su amiga, Lieve se levantó de su lugar y se dirigió hacia la madre de Jen.

—Señora —habló algo indecisa —, hay algo que quiero preguntarle.

—¿De qué se trata?

—¿Qué sabe usted acerca de la selección de los marcados?

—Pues no mucho, lo mismo que los demás.

—Podría contarme cómo puedo hacer para participar. —La vergüenza que le causó hacer esa pregunta fue inimaginable, casi corrosiva.

—¿Planeas inscribirte? —preguntó la mujer mayor, sin poder disimular el asombro en su voz. Sabía ella por su hija que la joven se negaba rotundamente a participar en algo como eso, así que el repentino cambio de idea la dejó pasmada.

—Así es —suspiró desanimada —, no tengo muchas más opciones y así quizás pueda hacer algo para ayudar a Jen.

—Sabes, debería decirte que no hagas algo contra tu voluntad, porque después puedes arrepentirte y ser demasiado tarde, pero... —hizo un gesto de disculpa —, en esta ocasión me permitiré ser más egoísta y es que la vida de mi hija está al borde de un precipicio, y sé que puedes encontrar una manera de salvarla, por eso perdóname pero esta vez te diré que lo hagas.

—No se preocupe, la entiendo —esbozó una sonrisa, una débil y desanimada.

—No sé mucho al respecto, pero según tengo entendido a las afueras del palacio se hace la primera selección, no todos los que quieren participar pueden ingresar al palacio.

—Entiendo... —pronunció pensativa —. Tengo que irme —dijo después de algunos segundos meditativa —, cuide bien de ella, por favor.

—Esto suena como una despedida.

—Si tengo suerte quizás sí sea una despedida, haré lo necesario para ser elegida y ayudaré a Jen, lo prometo.

La mujer le dio un cálido abrazo antes de verla marcharse.

Lieve tomó el camino principal dentro del Distrito, aquel que la llevaba a casa pero que también servía de salida del lugar. Mientras caminaba iba enfrascada en su mente y en el paso que daría el día siguiente.

Aunque no sabía si sería elegida, pretendía hacer todo y cuanto estuviera a su alcance, por muy repulsivo que aquello le pareciera.

—Lo siento mucho Yue —susurró Lieve acariciando su pecho.

Mientras le hablaba a su loba interior, la joven pretendía recibir una respuesta suya, sin embargo no hubo nada, como siempre Yue se mantenía tan tranquila que parecía inexistente. Durante años aquel ser en su interior se hallaba en un estado casi letárgico, como si estuviera enferma, cuando en realidad se hallaba tan triste que su dolor solía perturbar a Lieve, la cual no lograba comprender su origen.

A pesar de ello, sabía la omega el desprecio que sentía Yue cada vez que un alfa se le acercaba, casi repeliéndolos. Por ello se disculpaba por la decisión que había tomado, la de dejarse poseer por un desconocido, a pesar de que fuera por una buena razón.

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