La mañana ya había llegado, después de lavar su rostro, Lieve salió de su pequeño cuartucho, justo a la salida del Distrito 0. Quizás esa era la única parte buena de su vida, estar en aquella zona le permitía poder divisar a la perfección en dirección a la gran ciudad capital y el castillo. Y desde las lejanías envidiar la vida que siempre le hubiese gustado tener.
A pesar de la pobreza en la que había nacido, las ropas viejas y sucias, todo eso no era suficiente para tapar el porte de la joven omega. Su andar, su apariencia, su mirada, todo eso desprendía un aura refinada que era imposible que pasara desapercibida para los demás. Elegante, sutil, delicada, hermosa, como un cisne, así lucía Lieve Rosewind a los ojos de los demás, como si hubiese nacido en el seno de la más importante familia, como si fuese la mismísima reina de Rhevnar. Claro está, eso era imposible. Si bien en toda la historia de Rhevnar como país, como imperio, no constaba jamás el nombre de ninguno de sus monarcas, menos aún constaría si fuese una omega, cosa totalmente inaceptable para la sociedad. No conocer siquiera el nombre de la persona que te gobernaba era desalentador. Aunque muchas personas en el imperio pensaban igual que Lieve, nadie jamás se revelaría contra aquella absurda ley, tan incompresible como muchas de las que se habían implantado en los últimos años. Por alguna razón nunca se sabía quién dirigía, ni su edad o nombre, ni siquiera conocían cuando moría un monarca y colocaban otro, ni quienes eran los descendientes en la línea de sucesión. La familia real eran algo más que desconocidos, más bien podrían llamarse inalcanzables, a no ser para los demás que habitaran en el palacio. Todos aquellos pensamientos se encontraban en la cabeza de Lieve, mientras caminaba lentamente por el Distrito, sin siquiera darse cuenta de las personas que la veían pasar y saludaban en su dirección. Estaba ella demasiado enfrascada en aquellas situaciones absurdas que ocurrían alrededor de la corona de Rhevnar. Se sentía indignada de tener que soportar tales abusos y recriminación. Su andar se detuvo cuando una niña llegó casi corriendo a ella, para detenerse a escasos pasos de distancia. Lieve la miró confundida. —Hola —saludó a la pequeña que tomaba aire desesperadamente. —Es Jen —dijo ella apenas recobró el aliento. —¿Jen? ¿Qué pasa con ella? —Está mal —se limitó a contestar. Sin escuchar una palabra más, la joven omega comenzó a correr en dirección a la pequeña casa de Jen y su madre, allá en el centro del Distrito, una de las peores zonas de todo el lugar. Apenas poner un pie dentro de aquella casita de madera, jorobada y vieja, casi a punto de caerse, vio a la mujer mayor llorando, y a su amiga, tendida sobre una cama, con su rostro pálido mientras temblaba y de manera contraproducente sudaba a mares . —Jen —susurró con los ojos llorosos al verla en tales condiciones —. ¿Qué le sucede? —preguntó a la madre. —No lo sé, cada vez está peor y no entiendo porqué. —Necesita medicina —aseguró Lieve. —Eso lo sé, su enfermedad puede ser tratable pero nosotros no tenemos medicina ni menos médicos. La única opción es llevarla a la ciudad pero es costoso y nadie asegura que podremos estar allá sin que la guardia nos regrese al Distrito —explicó desesperanzada la mujer mayor, con el rostro lleno de arrugas y lágrimas. —Tiene que haber una manera. Lieve tomó asiento junto a su amiga, sostuvo su mano y acarició su cabello. La joven le sonrió apenas sin fuerzas para poco después dormirse. Mirándola dejó ir un par de lágrimas. Que horrible destino. Que vida tan miserable. Era injusto, tan cruel que le partía el corazón. ¿Por qué debían pasar por aquellas cosas? ¿Por qué debían ver a sus seres queridos enfermar y morir sin poder hacer nada? ¿Era acaso esa la vida que quería llevar lo que le quedase de existencia? Por supuesto que no. Fue entonces que entendió algo. No era cuestión de ella o su orgullo. A veces el destino te llevaba a tener que tomar decisiones más allá de tus deseos. A veces había que saber bajar la cabeza, para mirar las cosas desde otra perspectiva. A veces tenías que hacer sacrificios por el bien de aquellos a quienes aprecias. Y no, no era su deseo, en esa ocasión era una necesidad. Se negaba a morir sola, enferma y en la miseria, pero sobre todo se negaba a dejar morir a Jen sin siquiera haber intentado ayudarla. La vida en Rhevnar iba más allá del dinero. Todo dependía de la posición social que ocuparas, y siendo omega no tenía muchas opciones para elegir. En ese instante solo tenía dos: Una era aceptar la propuesta de aquellos proxenetas, y vender su cuerpo. La otra... Hacer caso a Jen y participar en la selección que tendría lugar el día siguiente. Ambas eran igual de repulsivas para ella, pero entendió algo que antes no había analizado. Venderse en un prostíbulo solo le daría dinero, y no demasiado, apenas sería suficiente. Mas, ser elegida le daría todo aquello que por años en silencio añoró: riqueza, poder, estatus y quién sabe... quizás incluso algo más. Ese sería su sacrificio, todo en busca de un mejor futuro. ¿Quién podría juzgarla? Había que vivir lo que ella para poder hacerlo. Después de una hora más junto a su amiga, Lieve se levantó de su lugar y se dirigió hacia la madre de Jen. —Señora —habló algo indecisa —, hay algo que quiero preguntarle. —¿De qué se trata? —¿Qué sabe usted acerca de la selección de los marcados? —Pues no mucho, lo mismo que los demás. —Podría contarme cómo puedo hacer para participar. —La vergüenza que le causó hacer esa pregunta fue inimaginable, casi corrosiva. —¿Planeas inscribirte? —preguntó la mujer mayor, sin poder disimular el asombro en su voz. Sabía ella por su hija que la joven se negaba rotundamente a participar en algo como eso, así que el repentino cambio de idea la dejó pasmada. —Así es —suspiró desanimada —, no tengo muchas más opciones y así quizás pueda hacer algo para ayudar a Jen. —Sabes, debería decirte que no hagas algo contra tu voluntad, porque después puedes arrepentirte y ser demasiado tarde, pero... —hizo un gesto de disculpa —, en esta ocasión me permitiré ser más egoísta y es que la vida de mi hija está al borde de un precipicio, y sé que puedes encontrar una manera de salvarla, por eso perdóname pero esta vez te diré que lo hagas. —No se preocupe, la entiendo —esbozó una sonrisa, una débil y desanimada. —No sé mucho al respecto, pero según tengo entendido a las afueras del palacio se hace la primera selección, no todos los que quieren participar pueden ingresar al palacio. —Entiendo... —pronunció pensativa —. Tengo que irme —dijo después de algunos segundos meditativa —, cuide bien de ella, por favor. —Esto suena como una despedida. —Si tengo suerte quizás sí sea una despedida, haré lo necesario para ser elegida y ayudaré a Jen, lo prometo. La mujer le dio un cálido abrazo antes de verla marcharse. Lieve tomó el camino principal dentro del Distrito, aquel que la llevaba a casa pero que también servía de salida del lugar. Mientras caminaba iba enfrascada en su mente y en el paso que daría el día siguiente. Aunque no sabía si sería elegida, pretendía hacer todo y cuanto estuviera a su alcance, por muy repulsivo que aquello le pareciera. —Lo siento mucho Yue —susurró Lieve acariciando su pecho. Mientras le hablaba a su loba interior, la joven pretendía recibir una respuesta suya, sin embargo no hubo nada, como siempre Yue se mantenía tan tranquila que parecía inexistente. Durante años aquel ser en su interior se hallaba en un estado casi letárgico, como si estuviera enferma, cuando en realidad se hallaba tan triste que su dolor solía perturbar a Lieve, la cual no lograba comprender su origen. A pesar de ello, sabía la omega el desprecio que sentía Yue cada vez que un alfa se le acercaba, casi repeliéndolos. Por ello se disculpaba por la decisión que había tomado, la de dejarse poseer por un desconocido, a pesar de que fuera por una buena razón.El día había llegado, aquel momento esperado por muchos. La selección de los marcados significaba una esperanza para muchos omegas, principalmente aquellos que provenían de lo más bajo de la sociedad, aquellos como Lieve. Las mañanas en el palacio solían ser muy tranquilas, sin embargo aquel día el bullicio que provenía de la entrada retumbaba por cada corredor y salón dentro del colosal amurallado. Incluso llegaba a oídos del monarca, que como cada día a esa hora, se hallaba en el ala este, firmando algunos decretos reales y revisando todas las asignaciones que le eran llevadas. A pesar de jamás abandonar el palacio y de por sí nunca salir del ala este, donde permanecía prácticamente prisionero, Kyros no se libraba de todos los quehaceres que le eran otorgados, después de todo era el rey del gigantesco Imperio de Rhevnar. Había gobernado por tantos años que después de los primeros cien perdió la cuenta, el tiempo se volvió para él como cadenas dolorosas que se ataban a su cuello, a
Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio. Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes.En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada. —¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección. —No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este. —Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo det
La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso. —¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca. —¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve. Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro. Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchand
Después de que el rey se marchara, Lieve se dejó caer sentada sobre la suave superficie de la cama. Estaba pasmada, todo lo que había sucedido en cuestión de pocos minutos, logró dejarla más allá de confundida. ¿Quién era ese rey que parecía saber tanto de ella? ¿Por qué Yue reaccionaba a él con tanto furor? Se pasó ambas manos por el rostro en un gesto de frustración. Fue entonces, que al mirar al suelo notó la corona que aún permanecía tendida sobre el mismo. Se agachó para recogerla y tomarla en sus manos. No conocía el metal negro del que estaba hecha, era increíblemente liviana a pesar de tener encrustadas varias piedras preciosas. La observó cuidadosamente para acercarla un poco más a su rostro y aspirar el aroma que desprendía. Tenía impregnada la fragancia de aquel hombre, era reconfortante. Se preguntó cómo se sentiría llevar la corona, saber que eras dueño y señor de un Imperio tan gigantesco y vasto como Rhevnar. Más que curiosidad en su interior nació algo de codicia
Después de aquella conversación, que para Lieve fue realmente confusa, el rey colocó nuevamente la corona sobre su cabeza, para regresar a sus aposentos. Lieve permaneció en la habitación durante el resto del día, cuando la noche se asomó, unas damas pertenecientes a la servidumbre del palacio, se encargaron de llevarle de comer deliciosos manjares, entregarle hermosas ropas e indicarle el lugar donde podría tomar un baño. Cuando ya era bastante tarde se asomó a la ventana, miró entonces en dirección al Distrito, aunque desde el palacio aquella área oscura parecía casi inexistente, ella sabía que estaba allí, en las sombras donde se hallaban condenados los suyos. Se sintió extraña, una noche antes miraba desde su ventana rumbo al luminoso palacio, ahora, estaba entre las paredes que tanto añoraba y sin embargo no sentía nada de alegría por ello. Al despertar y hallarse sobre aquella suave cama, con almohadas de pluma, se sintió algo fuera de lugar, como en un sueño, pero era rea
¿Era su cumpleaños? Sí, Lieve casi lo había olvidado, y le sorprendió que un desconocido pudiera tener grabada esa fecha. Ella no conocía lo que eran los días festivos, después de todo al haber crecido en el Distrito 0, cualquier festividad era un lujo que no podía permitirse. Así que después de que murieron sus padres, ella ignoró el día de su cumpleaños, dejándolo pasar como un día más del calendario, un día irrelevante en el que su edad adquiriría otro dígito; nada más. —¿Cómo sabe usted eso? —preguntó un tanto afligida. —Solo lo sé —respondió el monarca para regalarle una sonrisa de labios. —¿Puedo irme ya? —Lieve bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos llorosos. Ni ella misma sabía por qué se sentía así de triste, quizás era por la sorpresa, o por lo muy sensible que estaba en esos días. O tal vez le removió el alma que hubiese alguien que cada año plantara tan bellas flores en su honor. A pesar de que las intenciones tras ese gesto fueran desconocidas para ella, se
Tatiana se detuvo frente a Lieve, observó a la joven que permanecía quieta, sin obedecer la petición de descubrirse para ser revisada. —¿Qué te pasa, muchacha? —dijo la señora acomodando sus lentes con poca paciencia —. Descúbrete. —Lo siento yo... —Lieve no sabía qué decir, solo bajó la mirada. —Si eres de las que tiene vergüenza de desnudarse entonces estás en el lugar equivocado —la regañó la anciana —. Sabes la razón por la que estás aquí, políticamente hablando estás aquí para ayudar a fortalecer la sociedad, para brindar nuevas y fuertes descendencias. Pero crudamente hablando, para llegar a eso tendrás que desnudarte muchas veces. Sí sabes a lo que me refiero, ¿verdad? —preguntó mirándola por sobre sus lentes. Desnudarse no era el problema para Lieve, sino lo que mostraría al hacerlo. La iban a descalificar seguramente. Pero ya qué más daba. Ella levantó la mirada y descubrió su cuerpo. La anciana la examinó con ojos de halcón, juzgando cada detalle de su figura.
La antelación paralizó el cuerpo de Lieve, la joven estaba aterrada, temía que no solo la echaran sino que también pudieran castigarla de alguna manera por mentir al participar. Además el rey posiblemente estaba enojado con ella por su actitud y sus palabras, así que supuso que no iba a interceder por ayudarla. —De las veinte aquí presentes solo nueve pasarán la selección —dijo con voz severa la institutriz Tatiana —. Las otras once han sido descalificadas por variados motivos. Algunas no cumplían el perfil de salud, otras no eran físicamente ideales, unas no eran vírgenes y una incluso está embarazada. —La anciana se acomodó los lentes y volvió a hablar —. No daré detalles respecto a cada una, tampoco habrán repercusiones, aquellas que no sean mencionadas deberán marcharse. Cuando terminó de hablar Lieve supo que hasta allí había llegado su camino dentro de palacio. Por una parte se sintió muy mal, pero por la otra tuvo el consuelo de saber que lo había intentado, además desde u