Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio.
Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes. En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada. —¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección. —No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este. —Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo detuvo. —La llevé allá para que esté cerca de ti, y aún no sé por qué cometí tal estupidez, pero... —lo miró a los ojos con seriedad —, no cometas ninguna locura, debes seguir las reglas como siempre. —Lo sé, deja de tratarme como un niño —lo señaló con el dedo —. No olvides que más que tu rey, yo te vi nacer, crecer y posiblemente te veré morir, jamás me infravalores, general. Dicho esto continuó su apresurado andar de regreso a la zona del palacio que le había sido asignada. Para muchos de los miembros de la servidumbre el ala este estaba prohibida, pocos podían trabajar allí, y los designados siempre serían personas de toda confianza, que procurasen jamás revelar la identidad del rey y los secretos que acarreaban su existencia. Si bien Kyros era inmortal, aquello sería una noticia que haría cundir el pánico en todo Rhevnar, por ello jamás debía abandonar el palacio. Al llegar al corredor principal de la zona, se detuvo, aquella era una de las áreas más amplias de todo el castillo, adornada por numerosas habitaciones y dos salones. ¿En cuál se suponía que estaba? No tuvo que pensarlo demasiado, pues la fragancia que desprendía el cuerpo de Lieve llenó el aire y guió con facilidad a Kyros hacia ella. Las manos del rey temblaron al sostener la manija de la puerta, durante tantos años había anhelado aquel encuentro que le parecía irreal. La había encontrado, después de tanta búsqueda había aparecido de la manera más inesperada, cuando menos lo creyó posible, pero el destino al fin había tenido un acto de bondad hacia su destruido corazón. ¿Cómo se vería? ¿Tendría el mismo aspecto que hace tantos años atrás? ¿Lo recordaría? Todas aquellas preguntas inundaron su mente, mientras, lentamente, empujaba la puerta para ingresar al interior. Soltó un jadeo de sorpresa al contemplarla, allí, sobre la cama, sus ojos cerrados pues aún no despertaba, y la luz que se filtraba por la ventana reflejándose en sus cabellos plateados, que se mecían suavemente por la casi imperceptible brisa mañanera. Dando pasos erráticos Kyros llegó a su lado, sentándose al borde de la cama se inclinó sobre ella, mirando de cerca aquel rostro conocido. —Eres exactamente igual que antes —susurró y una lágrima rodó por su mejilla para caer en el rostro de la chica. Nada había cambiado en su aspecto, ni su tono de piel pálido, ni su larga cabellera blanca cual la nieve, ni su exuberante belleza. Cada rasgo era tal y como lo recordaba, así que una parte de sí sintió la esperanza de que quizás el amor que una vez ella sintió por él, estuviese también allí, latente. Lieve sintió su cuerpo adormecido mientras despertaba, con lentitud abrió los ojos. Lo primero que percibió fue un alto tejado sobre su cabeza. Parpadeó un par de veces siendo cegada por la claridad que inundaba aquella habitación. Totalmente confundida, se sentó con pausa sobre la cama, frotando su dolorida cabeza. Al mirar a su lado derecho soltó una exclamación de sorpresa y retrocedió sobre la cama. Había un hombre a su lado, demasiado cerca de ella. Lieve sintió un escalofrío al ver su rostro, la manera en que aquellos ojos la contemplaban hizo todo su cuerpo estremecerse y su corazón agitarse en su pecho. —Lo siento —habló el desconocido —, no pretendía asustarte. —¿Quién es usted? —cuestinó la joven omega, sin embargo lo que más curiosidad le causó fue que la voz de la persona frente a ella, fuera la misma que solía escuchar en sus sueños. La misma voz que minutos atrás la había hecho caer en la inconsciencia. —¿No me reconoces? —¿Debería hacerlo? —ladeó el rostro confusa. —No, la verdad no. —Kyros soltó un suspiro de desesperanza, a pesar de ello esbozó una sonrisa de labios. —¿Qué me pasó? —preguntó Lieve frotando su cabeza aún aturdida. —Te desmayaste y te trajeron dentro de palacio. —¡No puede ser! —negó rápidamente —. Tengo que irme. Apresurada, Lieve se levantó de la cama y miró los alrededores de la habitación. —Espera, ¿por qué tienes tanta prisa? —preguntó el rey. —Perderé la selección —explicó algo apenada —. ¿Dónde está la salida? —¿Por qué participas en algo como eso? —preguntó Kyros mirando con seriedad a sus ojos. Lieve arrugó la frente ante aquella pregunta. Muchas veces se cuestionó eso a sí misma, desde que había tomado la decisión de participar. Siempre se respondía igual: Por obtener una mejor vida, y poder ayudar a su amiga. Aún así, ahora que otra persona se lo cuestionaba, no sabía qué responder, así que solamente bajó la cabeza y guardó silencio. —No es algo de su incumbencia —se limitó a responder después de segundos sin decir una palabra. —No creas que te juzgo de alguna manera, no soy quién para hacerlo, es solo que... —mordió su labio inferior frustrado, luchando por no continuar aquella frase. —¿Es solo que qué? —Le incitó a continuar Lieve. —No quiero —confesó —, no quiero que seas de nadie, no lo permitiré jamás. —¿De qué habla? —arrugó la frente confundida. Kyros no respondió, se sintió avergonzado de su actitud. Él solía ser tan serio, nunca hablaba si no era para decir cosas importantes. Después de tantos años de vida se había llenado de recelo y sabiduría. Aún así estando en presencia de aquella joven apenas sabía qué decir, ni las palabras adecuadas para no denotar su gran desesperación. En segundos confirmó que ella no lo recordaba, así que no sabía la manera de decirle la verdad. ¿Cómo le explicaba Kyros a esa chica, que tenía más de cuatrocientos años? ¿Cómo le contaba que era la reencarnación de su amor de hace siglos? ¿Cómo le contaba que llevaba tanto tiempo esperando por ella? ¿Cómo hacerlo sin que sonara descabellado e imposible? No lo sabía. Así que solo le quedó aguardar, el momento adecuado llegaría, o quizás algún día recobraría sus recuerdos, pero en ese instante era demasiado pronto para exigirle amor a una persona que lo veía como a un desconocido. Lieve observaba a aquel hombre, durante todo el tiempo que había hablando con él se sentía extraña, la sensación de hormigueo en su pecho no desaparecía. Yue estaba inquieta y el aroma del alfa frente a ella no la ayudaba demasiado, solo hacía su inquietud crecer. Ese frente a sus ojos, desprendía una fragancia distinta, era como estar dentro de un espeso bosque, donde el aroma de los pinos es traído por el aire de la primavera, pero a la vez aquel aroma amaderado tenía un toque antiguo, como al abrir un libro muy viejo cuyas páginas amarillas desprenden esa esencia tan maravillosa, y a la vez intrigante. Mientras lo examinaba detenidamente, se percató de varias cosas. La primera era su vestimenta formal y refinada. La segunda su hermoso pero sombrío aspecto físico, con aquel cabello azabache cayendo en mechones por su bellísimo rostro, su sonrisa de labios que aunque pretendía enmascarar un gran dolor, era demasiado visible como para ocultarlo. Y por supuesto la que más la tomó por sorpresa: la corona posada sobre su cabeza; una corona gris con piedras rojo escarlata. —Tú eres... —señaló con el dedo la corona y posteriormente se cubrió la boca con la mano, casi horrorizada —. ¿Eres el rey? Kyros asintió sin entender por qué el repentino cambio en la mirada de la omega. Sin embargo, sin preverlo, la mano de Lieve se abalanzó contra su rostro, propinándole un golpe tan fuerte que la corona terminó cayendo al suelo y el rey retrocediendo varios pasos pues sus piernas se tambalearon. —¡Maldito desgraciado! —gritó colérica la joven —. Eres un ser despreciable, no te me acerques. Kyros sostuvo su dolorida mejilla, estaba casi en shock, sin poder asimilar del todo lo que en segundos sucedió. Pero en ese instante lo que menos le preocupó fue aquel golpe o el dolor, a él solo le importó la mirada de odio que desprendían los ojos negros que tanto amaba. ¿Qué había hecho para merecer aquel desprecio?La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso. —¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca. —¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve. Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro. Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchand
Después de que el rey se marchara, Lieve se dejó caer sentada sobre la suave superficie de la cama. Estaba pasmada, todo lo que había sucedido en cuestión de pocos minutos, logró dejarla más allá de confundida. ¿Quién era ese rey que parecía saber tanto de ella? ¿Por qué Yue reaccionaba a él con tanto furor? Se pasó ambas manos por el rostro en un gesto de frustración. Fue entonces, que al mirar al suelo notó la corona que aún permanecía tendida sobre el mismo. Se agachó para recogerla y tomarla en sus manos. No conocía el metal negro del que estaba hecha, era increíblemente liviana a pesar de tener encrustadas varias piedras preciosas. La observó cuidadosamente para acercarla un poco más a su rostro y aspirar el aroma que desprendía. Tenía impregnada la fragancia de aquel hombre, era reconfortante. Se preguntó cómo se sentiría llevar la corona, saber que eras dueño y señor de un Imperio tan gigantesco y vasto como Rhevnar. Más que curiosidad en su interior nació algo de codicia
Después de aquella conversación, que para Lieve fue realmente confusa, el rey colocó nuevamente la corona sobre su cabeza, para regresar a sus aposentos. Lieve permaneció en la habitación durante el resto del día, cuando la noche se asomó, unas damas pertenecientes a la servidumbre del palacio, se encargaron de llevarle de comer deliciosos manjares, entregarle hermosas ropas e indicarle el lugar donde podría tomar un baño. Cuando ya era bastante tarde se asomó a la ventana, miró entonces en dirección al Distrito, aunque desde el palacio aquella área oscura parecía casi inexistente, ella sabía que estaba allí, en las sombras donde se hallaban condenados los suyos. Se sintió extraña, una noche antes miraba desde su ventana rumbo al luminoso palacio, ahora, estaba entre las paredes que tanto añoraba y sin embargo no sentía nada de alegría por ello. Al despertar y hallarse sobre aquella suave cama, con almohadas de pluma, se sintió algo fuera de lugar, como en un sueño, pero era rea
¿Era su cumpleaños? Sí, Lieve casi lo había olvidado, y le sorprendió que un desconocido pudiera tener grabada esa fecha. Ella no conocía lo que eran los días festivos, después de todo al haber crecido en el Distrito 0, cualquier festividad era un lujo que no podía permitirse. Así que después de que murieron sus padres, ella ignoró el día de su cumpleaños, dejándolo pasar como un día más del calendario, un día irrelevante en el que su edad adquiriría otro dígito; nada más. —¿Cómo sabe usted eso? —preguntó un tanto afligida. —Solo lo sé —respondió el monarca para regalarle una sonrisa de labios. —¿Puedo irme ya? —Lieve bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos llorosos. Ni ella misma sabía por qué se sentía así de triste, quizás era por la sorpresa, o por lo muy sensible que estaba en esos días. O tal vez le removió el alma que hubiese alguien que cada año plantara tan bellas flores en su honor. A pesar de que las intenciones tras ese gesto fueran desconocidas para ella, se
Tatiana se detuvo frente a Lieve, observó a la joven que permanecía quieta, sin obedecer la petición de descubrirse para ser revisada. —¿Qué te pasa, muchacha? —dijo la señora acomodando sus lentes con poca paciencia —. Descúbrete. —Lo siento yo... —Lieve no sabía qué decir, solo bajó la mirada. —Si eres de las que tiene vergüenza de desnudarse entonces estás en el lugar equivocado —la regañó la anciana —. Sabes la razón por la que estás aquí, políticamente hablando estás aquí para ayudar a fortalecer la sociedad, para brindar nuevas y fuertes descendencias. Pero crudamente hablando, para llegar a eso tendrás que desnudarte muchas veces. Sí sabes a lo que me refiero, ¿verdad? —preguntó mirándola por sobre sus lentes. Desnudarse no era el problema para Lieve, sino lo que mostraría al hacerlo. La iban a descalificar seguramente. Pero ya qué más daba. Ella levantó la mirada y descubrió su cuerpo. La anciana la examinó con ojos de halcón, juzgando cada detalle de su figura.
La antelación paralizó el cuerpo de Lieve, la joven estaba aterrada, temía que no solo la echaran sino que también pudieran castigarla de alguna manera por mentir al participar. Además el rey posiblemente estaba enojado con ella por su actitud y sus palabras, así que supuso que no iba a interceder por ayudarla. —De las veinte aquí presentes solo nueve pasarán la selección —dijo con voz severa la institutriz Tatiana —. Las otras once han sido descalificadas por variados motivos. Algunas no cumplían el perfil de salud, otras no eran físicamente ideales, unas no eran vírgenes y una incluso está embarazada. —La anciana se acomodó los lentes y volvió a hablar —. No daré detalles respecto a cada una, tampoco habrán repercusiones, aquellas que no sean mencionadas deberán marcharse. Cuando terminó de hablar Lieve supo que hasta allí había llegado su camino dentro de palacio. Por una parte se sintió muy mal, pero por la otra tuvo el consuelo de saber que lo había intentado, además desde u
Kyros estaba todavía en el jardín, no podía dejar de contemplar las flores blancas que con tanto amor y ahínco cuidó por años. Ahora, un nuevo arbusto había sido plantado, el número veintiséis, y saber que podía compartir ese momento con Lieve, le llenaba el corazón de paz. Quizás aún le tomaría un largo tiempo ganarse el cariño de la chica, su respeto, su confianza; pero tenía mucho tiempo para ello y no tenía nada de prisa, no ahora que por fin la había reencontrado. Estaba dispuesto a hacer lo necesario y esperar pacientemente a que ella pudiera ver cuánto la amaba, pero todo sería al debido tiempo, pues ella aún reaccionaba mal a sus intentos de acercamiento. Aunque esa mañana se comportó arisca, él sabía que había tocado su corazón cuando confesó que plantaba y cuidaba de las camelias solo por ella, por mantenerlas vivas como el amor que alguna vez sintieron el uno por el otro. Había ya mucho frío ese día, el invierno estaba llegando a su etapa más cruda, pronto la nieve cae
Nota de Autora: Hola, un saludo. Antes de comenzar a leer me gustaría dejar esclarecidos algunos aspectos fundamentales de la trama que deberán conocer para comprender en su totalidad la historia. 1. Las jerarquías que conocemos dentro del género de hombres lobos, serán manejadas de manera diferente en esta historia. Ser Alfa, Beta u Omega, no solo serán rangos sino que serán características de nacimiento que le otorgarán a cada individuo un lugar en la sociedad. 2. Los alfas son la jerarquía menos común, así como los más poderosos, por ende son venerados, respetados y colocados en la casta más alta de la sociedad. Los betas son la jerarquía más común, la mayoría son personas comunes, ciudadanos promedios, uno que otro noble, y servidumbre de palacio. Los omegas son la jerarquía menos apreciada, usualmente nacer siendo uno se podría considerar una maldición, han sido discriminados, alejados de la sociedad y tratados como inferiores. 3. Aunque normalmente este género se maneja con