5: El amor del rey

Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio.

Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes.

En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada.

—¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección.

—No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este.

—Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo detuvo.

—La llevé allá para que esté cerca de ti, y aún no sé por qué cometí tal estupidez, pero... —lo miró a los ojos con seriedad —, no cometas ninguna locura, debes seguir las reglas como siempre.

—Lo sé, deja de tratarme como un niño —lo señaló con el dedo —. No olvides que más que tu rey, yo te vi nacer, crecer y posiblemente te veré morir, jamás me infravalores, general.

Dicho esto continuó su apresurado andar de regreso a la zona del palacio que le había sido asignada. Para muchos de los miembros de la servidumbre el ala este estaba prohibida, pocos podían trabajar allí, y los designados siempre serían personas de toda confianza, que procurasen jamás revelar la identidad del rey y los secretos que acarreaban su existencia. Si bien Kyros era inmortal, aquello sería una noticia que haría cundir el pánico en todo Rhevnar, por ello jamás debía abandonar el palacio.

Al llegar al corredor principal de la zona, se detuvo, aquella era una de las áreas más amplias de todo el castillo, adornada por numerosas habitaciones y dos salones. ¿En cuál se suponía que estaba? No tuvo que pensarlo demasiado, pues la fragancia que desprendía el cuerpo de Lieve llenó el aire y guió con facilidad a Kyros hacia ella.

Las manos del rey temblaron al sostener la manija de la puerta, durante tantos años había anhelado aquel encuentro que le parecía irreal. La había encontrado, después de tanta búsqueda había aparecido de la manera más inesperada, cuando menos lo creyó posible, pero el destino al fin había tenido un acto de bondad hacia su destruido corazón.

¿Cómo se vería? ¿Tendría el mismo aspecto que hace tantos años atrás? ¿Lo recordaría? Todas aquellas preguntas inundaron su mente, mientras, lentamente, empujaba la puerta para ingresar al interior.

Soltó un jadeo de sorpresa al contemplarla, allí, sobre la cama, sus ojos cerrados pues aún no despertaba, y la luz que se filtraba por la ventana reflejándose en sus cabellos plateados, que se mecían suavemente por la casi imperceptible brisa mañanera.

Dando pasos erráticos Kyros llegó a su lado, sentándose al borde de la cama se inclinó sobre ella, mirando de cerca aquel rostro conocido.

—Eres exactamente igual que antes —susurró y una lágrima rodó por su mejilla para caer en el rostro de la chica.

Nada había cambiado en su aspecto, ni su tono de piel pálido, ni su larga cabellera blanca cual la nieve, ni su exuberante belleza. Cada rasgo era tal y como lo recordaba, así que una parte de sí sintió la esperanza de que quizás el amor que una vez ella sintió por él, estuviese también allí, latente.

Lieve sintió su cuerpo adormecido mientras despertaba, con lentitud abrió los ojos. Lo primero que percibió fue un alto tejado sobre su cabeza. Parpadeó un par de veces siendo cegada por la claridad que inundaba aquella habitación.

Totalmente confundida, se sentó con pausa sobre la cama, frotando su dolorida cabeza. Al mirar a su lado derecho soltó una exclamación de sorpresa y retrocedió sobre la cama.

Había un hombre a su lado, demasiado cerca de ella. Lieve sintió un escalofrío al ver su rostro, la manera en que aquellos ojos la contemplaban hizo todo su cuerpo estremecerse y su corazón agitarse en su pecho.

—Lo siento —habló el desconocido —, no pretendía asustarte.

—¿Quién es usted? —cuestinó la joven omega, sin embargo lo que más curiosidad le causó fue que la voz de la persona frente a ella, fuera la misma que solía escuchar en sus sueños. La misma voz que minutos atrás la había hecho caer en la inconsciencia.

—¿No me reconoces?

—¿Debería hacerlo? —ladeó el rostro confusa.

—No, la verdad no. —Kyros soltó un suspiro de desesperanza, a pesar de ello esbozó una sonrisa de labios.

—¿Qué me pasó? —preguntó Lieve frotando su cabeza aún aturdida.

—Te desmayaste y te trajeron dentro de palacio.

—¡No puede ser! —negó rápidamente —. Tengo que irme.

Apresurada, Lieve se levantó de la cama y miró los alrededores de la habitación.

—Espera, ¿por qué tienes tanta prisa? —preguntó el rey.

—Perderé la selección —explicó algo apenada —. ¿Dónde está la salida?

—¿Por qué participas en algo como eso? —preguntó Kyros mirando con seriedad a sus ojos.

Lieve arrugó la frente ante aquella pregunta. Muchas veces se cuestionó eso a sí misma, desde que había tomado la decisión de participar. Siempre se respondía igual: Por obtener una mejor vida, y poder ayudar a su amiga. Aún así, ahora que otra persona se lo cuestionaba, no sabía qué responder, así que solamente bajó la cabeza y guardó silencio.

—No es algo de su incumbencia —se limitó a responder después de segundos sin decir una palabra.

—No creas que te juzgo de alguna manera, no soy quién para hacerlo, es solo que... —mordió su labio inferior frustrado, luchando por no continuar aquella frase.

—¿Es solo que qué? —Le incitó a continuar Lieve.

—No quiero —confesó —, no quiero que seas de nadie, no lo permitiré jamás.

—¿De qué habla? —arrugó la frente confundida.

Kyros no respondió, se sintió avergonzado de su actitud. Él solía ser tan serio, nunca hablaba si no era para decir cosas importantes. Después de tantos años de vida se había llenado de recelo y sabiduría. Aún así estando en presencia de aquella joven apenas sabía qué decir, ni las palabras adecuadas para no denotar su gran desesperación.

En segundos confirmó que ella no lo recordaba, así que no sabía la manera de decirle la verdad.

¿Cómo le explicaba Kyros a esa chica, que tenía más de cuatrocientos años? ¿Cómo le contaba que era la reencarnación de su amor de hace siglos? ¿Cómo le contaba que llevaba tanto tiempo esperando por ella? ¿Cómo hacerlo sin que sonara descabellado e imposible?

No lo sabía.

Así que solo le quedó aguardar, el momento adecuado llegaría, o quizás algún día recobraría sus recuerdos, pero en ese instante era demasiado pronto para exigirle amor a una persona que lo veía como a un desconocido.

Lieve observaba a aquel hombre, durante todo el tiempo que había hablando con él se sentía extraña, la sensación de hormigueo en su pecho no desaparecía. Yue estaba inquieta y el aroma del alfa frente a ella no la ayudaba demasiado, solo hacía su inquietud crecer. Ese frente a sus ojos, desprendía una fragancia distinta, era como estar dentro de un espeso bosque, donde el aroma de los pinos es traído por el aire de la primavera, pero a la vez aquel aroma amaderado tenía un toque antiguo, como al abrir un libro muy viejo cuyas páginas amarillas desprenden esa esencia tan maravillosa, y a la vez intrigante. 

Mientras lo examinaba detenidamente, se percató de varias cosas. La primera era su vestimenta formal y refinada. La segunda su hermoso pero sombrío aspecto físico, con aquel cabello azabache cayendo en mechones por su bellísimo rostro, su sonrisa de labios que aunque pretendía enmascarar un gran dolor, era demasiado visible como para ocultarlo. Y por supuesto la que más la tomó por sorpresa: la corona posada sobre su cabeza; una corona gris con piedras rojo escarlata.

—Tú eres... —señaló con el dedo la corona y posteriormente se cubrió la boca con la mano, casi horrorizada —. ¿Eres el rey?

Kyros asintió sin entender por qué el repentino cambio en la mirada de la omega. Sin embargo, sin preverlo, la mano de Lieve se abalanzó contra su rostro, propinándole un golpe tan fuerte que la corona terminó cayendo al suelo y el rey retrocediendo varios pasos pues sus piernas se tambalearon.

—¡Maldito desgraciado! —gritó colérica la joven —. Eres un ser despreciable, no te me acerques.

Kyros sostuvo su dolorida mejilla, estaba casi en shock, sin poder asimilar del todo lo que en segundos sucedió. Pero en ese instante lo que menos le preocupó fue aquel golpe o el dolor, a él solo le importó la mirada de odio que desprendían los ojos negros que tanto amaba.

¿Qué había hecho para merecer aquel desprecio?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo