¿Era su cumpleaños? Sí, Lieve casi lo había olvidado, y le sorprendió que un desconocido pudiera tener grabada esa fecha. Ella no conocía lo que eran los días festivos, después de todo al haber crecido en el Distrito 0, cualquier festividad era un lujo que no podía permitirse. Así que después de que murieron sus padres, ella ignoró el día de su cumpleaños, dejándolo pasar como un día más del calendario, un día irrelevante en el que su edad adquiriría otro dígito; nada más. —¿Cómo sabe usted eso? —preguntó un tanto afligida. —Solo lo sé —respondió el monarca para regalarle una sonrisa de labios. —¿Puedo irme ya? —Lieve bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos llorosos. Ni ella misma sabía por qué se sentía así de triste, quizás era por la sorpresa, o por lo muy sensible que estaba en esos días. O tal vez le removió el alma que hubiese alguien que cada año plantara tan bellas flores en su honor. A pesar de que las intenciones tras ese gesto fueran desconocidas para ella, se
Tatiana se detuvo frente a Lieve, observó a la joven que permanecía quieta, sin obedecer la petición de descubrirse para ser revisada. —¿Qué te pasa, muchacha? —dijo la señora acomodando sus lentes con poca paciencia —. Descúbrete. —Lo siento yo... —Lieve no sabía qué decir, solo bajó la mirada. —Si eres de las que tiene vergüenza de desnudarse entonces estás en el lugar equivocado —la regañó la anciana —. Sabes la razón por la que estás aquí, políticamente hablando estás aquí para ayudar a fortalecer la sociedad, para brindar nuevas y fuertes descendencias. Pero crudamente hablando, para llegar a eso tendrás que desnudarte muchas veces. Sí sabes a lo que me refiero, ¿verdad? —preguntó mirándola por sobre sus lentes. Desnudarse no era el problema para Lieve, sino lo que mostraría al hacerlo. La iban a descalificar seguramente. Pero ya qué más daba. Ella levantó la mirada y descubrió su cuerpo. La anciana la examinó con ojos de halcón, juzgando cada detalle de su figura.
La antelación paralizó el cuerpo de Lieve, la joven estaba aterrada, temía que no solo la echaran sino que también pudieran castigarla de alguna manera por mentir al participar. Además el rey posiblemente estaba enojado con ella por su actitud y sus palabras, así que supuso que no iba a interceder por ayudarla. —De las veinte aquí presentes solo nueve pasarán la selección —dijo con voz severa la institutriz Tatiana —. Las otras once han sido descalificadas por variados motivos. Algunas no cumplían el perfil de salud, otras no eran físicamente ideales, unas no eran vírgenes y una incluso está embarazada. —La anciana se acomodó los lentes y volvió a hablar —. No daré detalles respecto a cada una, tampoco habrán repercusiones, aquellas que no sean mencionadas deberán marcharse. Cuando terminó de hablar Lieve supo que hasta allí había llegado su camino dentro de palacio. Por una parte se sintió muy mal, pero por la otra tuvo el consuelo de saber que lo había intentado, además desde u
Kyros estaba todavía en el jardín, no podía dejar de contemplar las flores blancas que con tanto amor y ahínco cuidó por años. Ahora, un nuevo arbusto había sido plantado, el número veintiséis, y saber que podía compartir ese momento con Lieve, le llenaba el corazón de paz. Quizás aún le tomaría un largo tiempo ganarse el cariño de la chica, su respeto, su confianza; pero tenía mucho tiempo para ello y no tenía nada de prisa, no ahora que por fin la había reencontrado. Estaba dispuesto a hacer lo necesario y esperar pacientemente a que ella pudiera ver cuánto la amaba, pero todo sería al debido tiempo, pues ella aún reaccionaba mal a sus intentos de acercamiento. Aunque esa mañana se comportó arisca, él sabía que había tocado su corazón cuando confesó que plantaba y cuidaba de las camelias solo por ella, por mantenerlas vivas como el amor que alguna vez sintieron el uno por el otro. Había ya mucho frío ese día, el invierno estaba llegando a su etapa más cruda, pronto la nieve cae
Lieve miró una ves más el palacio que quedaba atrás con cada paso. Aquellos guardias que las escoltaban no dejaban mucho tiempo a las jóvenes para siquiera procesar el momento que estaban viviendo. Se sentía particularmente nostálgica y decepcionada. Ella nunca fue con la seguridad de ser aceptada, pero iba con esperanzas, por muy tonto que eso sonara. Creía que quizás por primera vez en su vida el destino tendría piedad de ella y le concedería ese deseo, el de poder salvar a su amiga. Ella jamás pidió mucho a la vida, nunca tuvo grandes ambiciones, ni anhelos secretos. Aunque no estaba conforme con su vida, tampoco se la pasaba quejándose de ella. Guardaba ese dolor para sí misma, y sabía que si Jen no hubiera caído enferma, ella aún estaría en el Distrito, sin que por su cabeza hubiese pasado nunca, participar en la selección. Si hace un mes atrás le dijeran que a día actual estaría decepcionada por no ser una de las elegidas, se reiría a carcajadas incrédula. Era increíble como
Lieve estaba más que sorprendida; se sentía pasmada. Sus ojos no podían creer lo que estaban presenciando: Kyros no solo le rogaba que se quedara, sino que se había arrodillado ante ella, tomando sus manos en una súplica ferviente. La intensidad de su mirada dejaba claro el deseo que sentía por su respuesta. —Esto es inaudito —dijo el general Davian, colocando una mano firme en el hombro de Kyros—. Eres el rey, ¿cómo te atreves a arrodillarte ante nadie, y menos ante una plebeya? —Apretó su mano con fuerza, intentando obligarlo a levantarse—. ¡Ponte de pie! Tus soldados te están mirando. ¿Quieres que pierdan todo respeto por ti? A pesar de la severidad del general, Kyros no se inmutó ni apartó la mirada de Lieve. En ese momento, su reputación carecía de importancia; solo deseaba una respuesta de ella. —Ponte de pie —le pidió Lieve, sintiéndose avergonzada, mientras los guardias la miraban con recelo. Sabía que la odiarían por la humillación que estaba causando al rey—. Por favor, n
Uno de los miembros de la servidumbre condujo a Lieve hacia el área norte, donde la dejó en manos de una de las encargadas de cuidar y custodiar a las jóvenes omegas seleccionadas. Le explicó que el general había solicitado su acogida allí, y la mujer siguió la orden al pie de la letra.Al cruzar el umbral, Lieve confirmó que los rumores sobre la vida lujosa de las seleccionadas eran completamente ciertos, y quizás incluso se quedaban cortos. Aquella ala del palacio era diferente a cualquier otra que hubiera visto antes, incluso más hermosa que la que ocupaba el rey. La decoración, sin duda, estaba diseñada para realzar la feminidad y el encanto de sus residentes.Las paredes estaban adornadas con tonos suaves de rosa, lavanda y marfil, creando una atmósfera acogedora y serena. A lo largo de los corredores, enmarcados por molduras doradas, se alineaban las habitaciones de las jóvenes omegas, cada una decorada con flores frescas que desprendían fragancias embriagadoras. Rosales, lirios
Lieve no habló mucho; no necesitaba hacer preguntas. Diana, su dama de compañía, era muy parlanchina y tomó la delantera, explicándole todo sobre la vida en el área de las seleccionadas. Desde que había tocado su puerta, casi veinte minutos atrás, Lieve no había podido pronunciar una sola palabra. Diana le contó que a cada seleccionada se le asignaba una dama de compañía durante su estadía. También le explicó que las lecciones eran impartidas por especialistas en etiqueta y modales, a menudo hijos de nobles que se encargaban de entrenar a las jóvenes omegas. Todo esto debía completarse en un plazo de dos semanas, ya que después se llevaría a cabo la tercera fase de la selección, un gran baile donde las omegas serían presentadas. Durante la noche, bailarían e interactuarían con los alfas que también buscaban pareja. Al final de la velada, cada alfa elegiría a una joven, aunque no lo haría directamente, sino a través de la jefa de las institutrices. A Lieve no le sorprendió esta infor