Kyros estaba todavía en el jardín, no podía dejar de contemplar las flores blancas que con tanto amor y ahínco cuidó por años. Ahora, un nuevo arbusto había sido plantado, el número veintiséis, y saber que podía compartir ese momento con Lieve, le llenaba el corazón de paz. Quizás aún le tomaría un largo tiempo ganarse el cariño de la chica, su respeto, su confianza; pero tenía mucho tiempo para ello y no tenía nada de prisa, no ahora que por fin la había reencontrado. Estaba dispuesto a hacer lo necesario y esperar pacientemente a que ella pudiera ver cuánto la amaba, pero todo sería al debido tiempo, pues ella aún reaccionaba mal a sus intentos de acercamiento. Aunque esa mañana se comportó arisca, él sabía que había tocado su corazón cuando confesó que plantaba y cuidaba de las camelias solo por ella, por mantenerlas vivas como el amor que alguna vez sintieron el uno por el otro. Había ya mucho frío ese día, el invierno estaba llegando a su etapa más cruda, pronto la nieve cae
Nota de Autora: Hola, un saludo. Antes de comenzar a leer me gustaría dejar esclarecidos algunos aspectos fundamentales de la trama que deberán conocer para comprender en su totalidad la historia. 1. Las jerarquías que conocemos dentro del género de hombres lobos, serán manejadas de manera diferente en esta historia. Ser Alfa, Beta u Omega, no solo serán rangos sino que serán características de nacimiento que le otorgarán a cada individuo un lugar en la sociedad. 2. Los alfas son la jerarquía menos común, así como los más poderosos, por ende son venerados, respetados y colocados en la casta más alta de la sociedad. Los betas son la jerarquía más común, la mayoría son personas comunes, ciudadanos promedios, uno que otro noble, y servidumbre de palacio. Los omegas son la jerarquía menos apreciada, usualmente nacer siendo uno se podría considerar una maldición, han sido discriminados, alejados de la sociedad y tratados como inferiores. 3. Aunque normalmente este género se maneja con
Ya era tarde esa misma noche, el cielo que hasta hacía unas horas lucía despejado, salpicado en estrellas, ahora se veía nublado por una infinidad de nubarrones negros, anunciando la llegada de una fuerte tormenta. El invierno había llegado, traía consigo un aire frío del norte que le brindaba a las noches una frescura ya casi intolerable. A pesar del furioso y helado aire que batía las ramas de los árboles y los arbustos de aquel jardín, el rey se encontraba allí de pie, afuera, frente a los veinticinco arbustos de camelias perfectamente podados y cuidados. Observando las bellísimas flores blancas que cuidaba como si fueran el más preciado tesoro. Su mente sin embargo estaba enfrascada en otra época, una antigua, tan antigua como él, aquella época en la que podía contemplar de cerca la sonrisa más hermosa que algunos ojos tuvieran la dicha de disfrutar. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, pues el destino no fue bondadoso consigo y su amada. Una lágrima rebelde rodó por su meji
La mañana ya había llegado, después de lavar su rostro, Lieve salió de su pequeño cuartucho, justo a la salida del Distrito 0. Quizás esa era la única parte buena de su vida, estar en aquella zona le permitía poder divisar a la perfección en dirección a la gran ciudad capital y el castillo. Y desde las lejanías envidiar la vida que siempre le hubiese gustado tener. A pesar de la pobreza en la que había nacido, las ropas viejas y sucias, todo eso no era suficiente para tapar el porte de la joven omega. Su andar, su apariencia, su mirada, todo eso desprendía un aura refinada que era imposible que pasara desapercibida para los demás. Elegante, sutil, delicada, hermosa, como un cisne, así lucía Lieve Rosewind a los ojos de los demás, como si hubiese nacido en el seno de la más importante familia, como si fuese la mismísima reina de Rhevnar. Claro está, eso era imposible. Si bien en toda la historia de Rhevnar como país, como imperio, no constaba jamás el nombre de ninguno de sus monarca
El día había llegado, aquel momento esperado por muchos. La selección de los marcados significaba una esperanza para muchos omegas, principalmente aquellos que provenían de lo más bajo de la sociedad, aquellos como Lieve. Las mañanas en el palacio solían ser muy tranquilas, sin embargo aquel día el bullicio que provenía de la entrada retumbaba por cada corredor y salón dentro del colosal amurallado. Incluso llegaba a oídos del monarca, que como cada día a esa hora, se hallaba en el ala este, firmando algunos decretos reales y revisando todas las asignaciones que le eran llevadas. A pesar de jamás abandonar el palacio y de por sí nunca salir del ala este, donde permanecía prácticamente prisionero, Kyros no se libraba de todos los quehaceres que le eran otorgados, después de todo era el rey del gigantesco Imperio de Rhevnar. Había gobernado por tantos años que después de los primeros cien perdió la cuenta, el tiempo se volvió para él como cadenas dolorosas que se ataban a su cuello, a
Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio. Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes.En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada. —¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección. —No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este. —Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo det
La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso. —¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca. —¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve. Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro. Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchand
Después de que el rey se marchara, Lieve se dejó caer sentada sobre la suave superficie de la cama. Estaba pasmada, todo lo que había sucedido en cuestión de pocos minutos, logró dejarla más allá de confundida. ¿Quién era ese rey que parecía saber tanto de ella? ¿Por qué Yue reaccionaba a él con tanto furor? Se pasó ambas manos por el rostro en un gesto de frustración. Fue entonces, que al mirar al suelo notó la corona que aún permanecía tendida sobre el mismo. Se agachó para recogerla y tomarla en sus manos. No conocía el metal negro del que estaba hecha, era increíblemente liviana a pesar de tener encrustadas varias piedras preciosas. La observó cuidadosamente para acercarla un poco más a su rostro y aspirar el aroma que desprendía. Tenía impregnada la fragancia de aquel hombre, era reconfortante. Se preguntó cómo se sentiría llevar la corona, saber que eras dueño y señor de un Imperio tan gigantesco y vasto como Rhevnar. Más que curiosidad en su interior nació algo de codicia