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6: El odio de la plebeya

La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso.

—¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca.

—¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve.

Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro.

Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchando contra ella. Lieve desconocía a su loba hasta ese punto, nunca había estado tan activa como en las últimas horas, y ahora estaba defendiendo al desgraciado frente a sus ojos.

¿Tanto necesitaba el afecto de un alfa que se comportaba así? No podía encontrarle explicación lógica su comportamiento.

Lieve emitió un jadeo para posar una mano sobre su pecho, mientras tomaba aire agitadamente. Estaba sucediendo lo mismo que minutos antes, y temía nuevamente perder la conciencia.

Kyros observó a la omega retorcerse e inclinarse hacia adelante mientras emitía pequeños quejidos.

—Ya basta, Yue —pronunció con voz calmada el rey.

Fue cuestión de un instante para que Lieve dejase de sentir aquella gran molestia y su cuerpo se llenase nuevamente de paz, sin nada de dolor.

Aunque se sentía aliviada, no pudo evitar retroceder un paso mirando totalmente confundida al contrario. Según las leyes del imperio, nadie podía dar a conocer el nombre de su lobo a ninguna otra persona, a menos que fuese su cónyuge. Más que una ley aquello se había vuelto una importantísima tradición. Ella sabía que jamás había dado a conocer a nadie aquel nombre, así que no comprendía cómo era posible que el rey, un desconocido, supiera que su loba se llamaba Yue.

—¿Cómo sabes su nombre? —preguntó anonada.

—Porque yo se lo di —respondió con la voz aterciopelada.

—¿Qué? —arrugó la frente.

—Déjame contarte algo que quizás no sabías. Hace muchos siglos cuando el Imperio apenas se forjaba, las leyes eran diferentes y las tradiciones también. En aquella época los lobos permanecían sin nombre hasta que su pareja predestinada decidiera nombrarlos. Debido a ello la mayoría de los lobos se quedaban sin ningún nombre, así que un tiempo después, la ley fue cambiada por el rey, que determinó que el nombre del lobo de cada recién nacido sería dado también por sus padres.

—¿Por qué me dice esto?

—Yue no fue el nombre que le dieron tus padres, ¿verdad? —preguntó mirando a sus ojos interrogante, a lo que Lieve respondió negando con la cabeza.

—Mis padres la nombraron de otra manera, ni siquiera recuerdo ya qué nombre, jamás lo usé con ella, porque siempre supe que se llama Yue, algo dentro de mí me lo dijo, posiblemente ella misma me haya hecho saber como llamarla.

—Ya veo. —Kyros asintió con la cabeza, comprendiendo un poco la situación.

Si bien su amada no lo recordaba, Yue al parecer conservaba todos sus recuerdos, por eso reaccionaba a su llamado, y se ponía inquieta al verlo.

—¿Va a matarme? —se atrevió a preguntar Lieve agachando la mirada, con una gran mezcla de temor y vergüenza inundando sus venas.

—Preferiría morir mil veces antes de hacerlo —confesó Kyros —. Entiendo que me odies como rey, aunque la verdad desconozco el motivo; sin embargo no me odies como persona porque yo sé, Yue sabe, y estoy seguro de que tú sientes, la conexión entre nosotros.

—¡No! —negó rápidamente —. Me niego, está mintiendo. Ni siquiera lo conozco, es la primera vez que lo veo y sepa que detesto su actitud tan extraña hacia mí. Deje de actuar como si me conociera porque somos extraños.

—Quizás yo sea un desconocido para ti, pero tú para mí no.

Kyros se acercó a ella dando pasos lentos, no queriendo hacer algún movimiento brusco que terminara asustándola, pues era consciente de lo nerviosa que se encontraba en aquel momento.

Cuando estuvo a solo centímetros de distancia, inhaló profundamente, dejándose embriagar por aquel aroma tan dulce.

—Eres como una flor —pronunció el rey —, nadie lo sabe mejor que yo. Eres hermosa como una, hueles como una. Yo sé mucho de ti, incluso... —deslizó su mano para colocarla sobre el abdomen de la omega, que inevitablemente se tensó —, conozco la pequeña marca de nacimiento que tienes aquí. Aunque esa no es la única, la otra está un poco más... abajo —susurró en su oído y Lieve sintió su rostro comenzar a arder.

—Aléjate —pidió en casi una súplica, empujando el cuerpo del contrario, para hacerlo retroceder unos pasos.

¿Cómo era posible? Ya no se trataba solo del nombre de su loba, ahora descubría que aquel rey cruel también conocía un aspecto tan íntimo de su cuerpo.

—¿Quién eres? —cuestionó Lieve, totalmente abatida.

—La pregunta que realmente deberías hacerte es: ¿Quién eres tú? Cuando lo sepas, entonces ya nada será un misterio para ti.

—Siento que tienes una intención oculta al decirme estas cosas —aseguró la chica, abrazándose a sí misma, buscando refugio de los ojos del alfa que parecía devorarla con cada mirada.

—Así es, quiero despertar en ti la intriga. Quiero que desees saber más, para que así quieras permanecer a mi lado por tu propia voluntad, porque yo jamás seré capaz de obligarte.

Sin decir una palabra más, Kyros hizo una cortés reverencia con la cabeza para abandonar la habitación. Apenas cerró la puerta soltó una larga inspiración de aire, apoyó su espalda contra la pared y cubrió su rostro con una de sus manos.

No sabía de dónde había sacado el valor para hablar con ella sin titubear. Le había costado demasiado lidiar con su indiferencia y su rencor, se sentía destrozado pero a la vez la felicidad que nacía en su corazón era un alivio.

Deseaba abrazarla, besarla, decirle toda la añoranza que sintió por siglos, pero no era el momento. Fue paciente por tantos años que ahora debía seguir siéndolo, aunque fuera por días o meses.

Caminando por el corredor rumbo a sus aposentos, fue interceptado por su guardia de confianza.

—Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Claro.

—¿Es esa joven la persona que ha estado buscando?

—Así es.

—Entonces finalmente la ha encontrado. Es hora de que yo detenga mi búsqueda.

—Llevamos tanto tiempo tras ella que no comprendo cómo no la encontramos antes. ¿Dónde estaba?

—Bueno quizás... —dejó ahí la frase el guardia.

—¿Quizás qué? —arrugó la frente el monarca —. ¿Hay algo que no me digas?

—El Distrito 0... —respondió el guardia.

—¿Qué es eso?

—Nada —se apresuró a negar. Dándose cuenta del error que había cometido al pronunciar aquel nombre, el beta palideció —. No es nada importante.

—Me estás mintiendo. —Kyros contrajo las facciones con dureza.

—No es esa mi intención majestad, ese lugar es solo un barrio pobre.

—¿Un barrio pobre? Ya veo —asintió meditativo —. Eso explicaría muchas cosas de su aspecto.

—He averiguado sobre ella en la entrada, los encargados de la selección me proporcionaron información.

—Dime todo lo que sepas —ordenó impaciente.

—No es mucho, solo que su nombre es Lieve Rosewind, y tiene 25 años.

—Lieve —pronunció y una sonrisa se abrió paso en sus labios —. Su nombre también es el mismo, que ironía del destino —suspiró para recobrar la compostura y preguntar:

—¿Algo más?

—Pasó la primera ronda de la selección, eso quiere decir que cumplía los requisitos.

—¿Cuántas rondas tiene la selección?

—Tres, en la segunda se les hace una revisión física más profunda por parte de la jefa de institutrices, aquellos que logren pasar llegarán a la última fase, que termina con los omegas siendo seleccionados por sus respectivos alfas.

—Ya veo —asintió —. Te encargaré a Lieve, ella desea participar así que se lo permitiremos, pero antes has que la revise un médico de palacio, no me gusta su aspecto, se ve pálida, delgada y enferma.

—No se preocupe, yo personalmente me encargaré de que sea revisada. Pero señor, si usted la desea por qué permitirá que participe en la selección.

—Porque así lo desea ella.

—Pero usted es el rey, puede decidir qué hacer con cualquiera del reino, después de todo le pertenecemos.

—No, ser rey es algo más que eso, además... —se encogió de hombros —, ella no me pertenece, yo le pertenezco desde el primer día que posé mis ojos en la flor más hermosa de Rhevnar, y probé el néctar que se escurre de su labios.

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