Ya era tarde esa misma noche, el cielo que hasta hacía unas horas lucía despejado, salpicado en estrellas, ahora se veía nublado por una infinidad de nubarrones negros, anunciando la llegada de una fuerte tormenta. El invierno había llegado, traía consigo un aire frío del norte que le brindaba a las noches una frescura ya casi intolerable.
A pesar del furioso y helado aire que batía las ramas de los árboles y los arbustos de aquel jardín, el rey se encontraba allí de pie, afuera, frente a los veinticinco arbustos de camelias perfectamente podados y cuidados. Observando las bellísimas flores blancas que cuidaba como si fueran el más preciado tesoro. Su mente sin embargo estaba enfrascada en otra época, una antigua, tan antigua como él, aquella época en la que podía contemplar de cerca la sonrisa más hermosa que algunos ojos tuvieran la dicha de disfrutar. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, pues el destino no fue bondadoso consigo y su amada. Una lágrima rebelde rodó por su mejilla, recordándole que el dolor jamás desaparecería, que estaría ahí, clavado como una espina en su corazón por toda la eternidad que le quedase por vivir sin ella. —Su alteza. —Una voz a sus espaldas llamó su atención, sacándolo de sus recuerdos y regresándolo a la cruda y triste realidad. —¿Qué sucede? —No debería estar usted afuera con tal clima. —Da igual, no me enfermaré si eso es lo que te preocupa —respondió de forma sutil, sin nada de fuerzas o ánimo. Con el pasar del tiempo sentía que perdía cada vez más las fuerzas, desfallecía y temía no poder soportar más antes de perder la cordura. El dolor era demasiado, inconmensurable. —Señor, en dos días comenzará la selección de los marcados. —Lo sé, pero como cada año no tengo interés alguno. —Quizás debería tratar de encontrar alguien que pueda hacerle compañía. Lamento ser quien diga esto pero su búsqueda parece cada vez más imposible. —Hay muchas cosas imposibles, pero sé que la encontraré. —¿Qué lo hace estar tan seguro? Esa persona puede estar en cualquier parte del Imperio, entre millones de ciudadanos, no conoce su nombre, ni siquiera su rostro, no sabe nada. —Está cerca, eso lo sé. —¿Por qué? —Porque tengo esa sensación en mi interior, como cuando tienes algo que quieres justo frente a ti y no puedes tenerlo, esa impotencia y dolor, justo así me siento. —Hago todo lo posible por encontrarla, pero es difícil. —Has más, mucho más, nunca dejes de buscar —ordenó pero su voz sonó más como una súplica. —Como usted ordene, majestad. —El hombre hizo una reverencia antes de marcharse. Aquel guardia era una de las personas de confianza del rey Kyros, su mano derecha se podría decir. Desde su inicio en el palacio se había ganado el aprecio del rey, por lo cual fue el elegido para llevar a cabo la búsqueda que llevaba años haciendo el monarca. La soledad de Kyros comenzaba a ser abrumadora incluso para los que lo rodeaban. Nadie fuera de palacio conocía la identidad del rey, aquel era un secreto que debía permanecer siempre dentro de los altos muros, por ello jamás salía o siquiera se asomaba fuera. Todo lo que respectaba al pueblo se le era informado, y así dirigía desde las sombras, pero desconociendo en su totalidad la situación de su gente fuera de los muros del castillo. Con la mirada hacia el cielo dejó ir un sollozo tan roto como su corazón, entonces susurró al aire de una manera cómplice y herida aquellas palabras que guardaba para sí mismo cada día: —¿Dónde estás? Te he buscado por tanto tiempo que siento que ya no podré soportarlo más. Te extraño demasiado, mi preciosa flor de invierno. ... Lieve pegó un brinco en su cama, logrando que así los oxidados muelles emitieran un chirrido en respuesta. Su corazón latía desbocado y su respiración era un caos de jadeos entrecortados y suspiros. Se pasó una mano por su rostro húmedo, dándose cuenta de que estaba surcado en lágrimas. No entendía lo que había sucedido, ni porqué lloraba, quizás había tenido alguna pesadilla, pero era incapaz de recordar lo que soñaba antes de despertar tan abatida. Era extraño. Tan extraño como la frase que había escuchado justo antes de despertar, como si alguien hubiese susurrado tiernamente en su oído: «Te extraño demasiado, mi preciosa flor de invierno. » Al recordar aquellas palabras un escalofrío ascendió por su espina dorsal, causando que su cuerpo se estremeciera. Miró sus manos, temblaban y habían palidecido, además de lo frías que se tornaron en instantes. Fuera cual fuera el sueño que la despertó, debió ser muy doloroso, al menos eso creyó la joven antes de volver a dejarse caer acostada en su pequeña y vieja cama. La madrugada se hacía más y más profunda, quizás faltaban solo un par de horas o menos para el amanecer, aún así Lieve no lograba conciliar nuevamente el sueño. A pesar del grandísimo agotamiento que tenía su cuerpo, de lo débil que se sentía debido a la posible anemia que sufría, todo eso no fue suficiente para combatir el insomnio causado por la pesadilla que no era capaz de recordar. Se removió a un lado, luego a otro, comenzaba a sentirse irritada sobre aquella cama sin poder dormir. Quería que el tiempo pasara rápido y poder ver el sol abrirse paso en el cielo, para salir de su pequeño cuartucho. El Distrito 0 era cada vez más peligroso, incluso para sus mismos habitantes, pero los que peor suerte corrían eran los forasteros que se atrevieran a entrar aunque sea por curiosidad. Años atrás todos los omegas desterrados que allí convivían tenían una gran paz, pero cuando el hambre comenzó a arreciar y todos a ver sus familiares morir, la gente se tornó salvaje, y las nuevas generaciones despiadadas, siendo así que no dudaban en robar o matar de ser necesario. Era un todo o nada por sobrevivir. Pasaron de ser un barrio marginado a una comunidad de criminales, así que los pocos mercaderes que se atrevían a ingresar al Distrito para vender uno que otro producto, habían desistido luego de ser asaltados. Todos temían a los omegas de la Zona Muerta, ya no eran solo escoria, ahora eran como animales rabiosos, así los veían los ciudadanos y por supuesto los dirigentes ni se inmutaban. Seguramente solo esperaban a que en un par de años más terminaran por extinguirse. Debido a tales inhumanas condiciones, era que muchos de los omegas más jóvenes caían en las falsas promesas de los proxenetas, esos que venían desde la ciudad capital buscando incautos a los cuales engañar y prostituir, pagándoles una miseria que los tuviera conformes y quedándose con la mayor parte del dinero. Otros, los más hermosos, podrían considerarse “suertudos”, si se les podía llama de ese modo claro está. Esos tenían la esperanza de cada dos años participar en la famosa Selección de los Marcados, nombre estúpido que recibía aquel degenerado programa de reproducción implantado por los alfas gobernantes. Si bien debido a la escasez de alfas que nacían en Rhevnar, se amenazaba la estabilidad de la sociedad clasista, nacer siendo uno te llevaba directamente a la cima. Serías venerado por la sociedad y vivirías en la capital o cualquiera de las otras grandes y ricas ciudades del Imperio, sin preocuparte por nada más que embarazar omegas en busca de procrear a más de su jerarquía. O si eras una mujer alfa tendrías una vida similar a una reina. Con ese objetivo se llevaba a cabo la selección. Las omegas más bellas, jóvenes, vírgenes y obviamente fértiles, tenían la oportunidad de presentarse a palacio, allí eran rigurosamente seleccionadas un pequeño número de ellas, que serían destinadas a los alfas que las eligieran, para así poder procrear uno o más hijos para él, todo esto por supuesto en busca de un bebé alfa. Si por alguna casualidad concebías un omega serías desechada y otra ocuparía tu lugar como siguiente fábrica de bebés. Aquel sistema le parecía repugnante a Lieve, era a causa de eso que jamás se había siquiera planteado participar en algo así, a pesar de las muchas sugerencias que recibía para hacerlo, pues todos aseguraban que sería elegida debido a su belleza. ¿Cómo podrían pedirle algo así a ella? Todos eran conscientes del inmenso odio que sentía hacia los gobernantes y el rey. Incluso se había jurado a sí misma que si algún día tenía la mala suerte de estar frente a él, no dudaría en darle una buena golpiza, aunque eso significase una inminente muerte. Ella prefería morir antes de verse pisoteada o permitir que alguno de esos bastardos le pusiera la mano encima.La mañana ya había llegado, después de lavar su rostro, Lieve salió de su pequeño cuartucho, justo a la salida del Distrito 0. Quizás esa era la única parte buena de su vida, estar en aquella zona le permitía poder divisar a la perfección en dirección a la gran ciudad capital y el castillo. Y desde las lejanías envidiar la vida que siempre le hubiese gustado tener. A pesar de la pobreza en la que había nacido, las ropas viejas y sucias, todo eso no era suficiente para tapar el porte de la joven omega. Su andar, su apariencia, su mirada, todo eso desprendía un aura refinada que era imposible que pasara desapercibida para los demás. Elegante, sutil, delicada, hermosa, como un cisne, así lucía Lieve Rosewind a los ojos de los demás, como si hubiese nacido en el seno de la más importante familia, como si fuese la mismísima reina de Rhevnar. Claro está, eso era imposible. Si bien en toda la historia de Rhevnar como país, como imperio, no constaba jamás el nombre de ninguno de sus monarca
El día había llegado, aquel momento esperado por muchos. La selección de los marcados significaba una esperanza para muchos omegas, principalmente aquellos que provenían de lo más bajo de la sociedad, aquellos como Lieve. Las mañanas en el palacio solían ser muy tranquilas, sin embargo aquel día el bullicio que provenía de la entrada retumbaba por cada corredor y salón dentro del colosal amurallado. Incluso llegaba a oídos del monarca, que como cada día a esa hora, se hallaba en el ala este, firmando algunos decretos reales y revisando todas las asignaciones que le eran llevadas. A pesar de jamás abandonar el palacio y de por sí nunca salir del ala este, donde permanecía prácticamente prisionero, Kyros no se libraba de todos los quehaceres que le eran otorgados, después de todo era el rey del gigantesco Imperio de Rhevnar. Había gobernado por tantos años que después de los primeros cien perdió la cuenta, el tiempo se volvió para él como cadenas dolorosas que se ataban a su cuello, a
Lieve no supo qué pasó luego de aquellas palabras, pues perdió la conciencia poco después. Así que solamente los presentes en la entrada del castillo presenciaron todo el suceso, quedándose completamente anonados al ver al gran y prestigioso general Davian Hendrix, ordenar a uno de los guardias cargar en brazos a la joven para llevarla al interior del palacio. Después de aquel hecho inesperado por todos, el orden fue nuevamente recobrado y se continuó con la selección sin mayores inconvenientes.En el interior, el rey aguardaba impaciente por noticias, caminaba de un lado a otro, siendo incapaz de centrarse en nada y sintiendo los desbocados latidos de su corazón, el cual parecía que en cualquier momento saltaría de su pecho para ir tras su amada. —¿Dónde está? —preguntó cuando notó al general venir en su dirección. —No sé qué hiciste pero perdió la conciencia. Mandé a llevarla a una de las habitaciones del ala este. —Perfecto. —Kyros echó a andar pero un agarre en su brazo lo det
La ira en los ojos de Lieve era abrumadora para Kyros. Saber que por fin la había reencontrado pero que sin conocer el motivo, era una persona poco grata para su amada, resultaba doloroso. —¿Por qué? —Fue aquello lo único que pudo cuestionar el monarca. —¿En serio preguntas el porqué? —sonrió irónica Lieve. Para la joven omega escuchar aquella pregunta había sido casi ofensivo. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? Quería volver a golpearlo, a pesar de que sabía que se había metido en grandes problemas y, posiblemente, al finalizar la tarde su cabeza estaría colgada en una estaca fuera del palacio. Había agredido al rey, seguro estaba a punto de sufrir la más terrible de las muertes, pero aún así no se detendría hasta sacar todo lo que llevaba dentro. Cerró con fuerza su puño, lista para propinarle otro golpe, mas sus intenciones fueron detenidas por el gruñido que emanó de su interior, seguida de aquella sensación de debilidad en las piernas y el mareo. Se trataba de Yue, luchand
Después de que el rey se marchara, Lieve se dejó caer sentada sobre la suave superficie de la cama. Estaba pasmada, todo lo que había sucedido en cuestión de pocos minutos, logró dejarla más allá de confundida. ¿Quién era ese rey que parecía saber tanto de ella? ¿Por qué Yue reaccionaba a él con tanto furor? Se pasó ambas manos por el rostro en un gesto de frustración. Fue entonces, que al mirar al suelo notó la corona que aún permanecía tendida sobre el mismo. Se agachó para recogerla y tomarla en sus manos. No conocía el metal negro del que estaba hecha, era increíblemente liviana a pesar de tener encrustadas varias piedras preciosas. La observó cuidadosamente para acercarla un poco más a su rostro y aspirar el aroma que desprendía. Tenía impregnada la fragancia de aquel hombre, era reconfortante. Se preguntó cómo se sentiría llevar la corona, saber que eras dueño y señor de un Imperio tan gigantesco y vasto como Rhevnar. Más que curiosidad en su interior nació algo de codicia
Después de aquella conversación, que para Lieve fue realmente confusa, el rey colocó nuevamente la corona sobre su cabeza, para regresar a sus aposentos. Lieve permaneció en la habitación durante el resto del día, cuando la noche se asomó, unas damas pertenecientes a la servidumbre del palacio, se encargaron de llevarle de comer deliciosos manjares, entregarle hermosas ropas e indicarle el lugar donde podría tomar un baño. Cuando ya era bastante tarde se asomó a la ventana, miró entonces en dirección al Distrito, aunque desde el palacio aquella área oscura parecía casi inexistente, ella sabía que estaba allí, en las sombras donde se hallaban condenados los suyos. Se sintió extraña, una noche antes miraba desde su ventana rumbo al luminoso palacio, ahora, estaba entre las paredes que tanto añoraba y sin embargo no sentía nada de alegría por ello. Al despertar y hallarse sobre aquella suave cama, con almohadas de pluma, se sintió algo fuera de lugar, como en un sueño, pero era rea
¿Era su cumpleaños? Sí, Lieve casi lo había olvidado, y le sorprendió que un desconocido pudiera tener grabada esa fecha. Ella no conocía lo que eran los días festivos, después de todo al haber crecido en el Distrito 0, cualquier festividad era un lujo que no podía permitirse. Así que después de que murieron sus padres, ella ignoró el día de su cumpleaños, dejándolo pasar como un día más del calendario, un día irrelevante en el que su edad adquiriría otro dígito; nada más. —¿Cómo sabe usted eso? —preguntó un tanto afligida. —Solo lo sé —respondió el monarca para regalarle una sonrisa de labios. —¿Puedo irme ya? —Lieve bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos llorosos. Ni ella misma sabía por qué se sentía así de triste, quizás era por la sorpresa, o por lo muy sensible que estaba en esos días. O tal vez le removió el alma que hubiese alguien que cada año plantara tan bellas flores en su honor. A pesar de que las intenciones tras ese gesto fueran desconocidas para ella, se
Tatiana se detuvo frente a Lieve, observó a la joven que permanecía quieta, sin obedecer la petición de descubrirse para ser revisada. —¿Qué te pasa, muchacha? —dijo la señora acomodando sus lentes con poca paciencia —. Descúbrete. —Lo siento yo... —Lieve no sabía qué decir, solo bajó la mirada. —Si eres de las que tiene vergüenza de desnudarse entonces estás en el lugar equivocado —la regañó la anciana —. Sabes la razón por la que estás aquí, políticamente hablando estás aquí para ayudar a fortalecer la sociedad, para brindar nuevas y fuertes descendencias. Pero crudamente hablando, para llegar a eso tendrás que desnudarte muchas veces. Sí sabes a lo que me refiero, ¿verdad? —preguntó mirándola por sobre sus lentes. Desnudarse no era el problema para Lieve, sino lo que mostraría al hacerlo. La iban a descalificar seguramente. Pero ya qué más daba. Ella levantó la mirada y descubrió su cuerpo. La anciana la examinó con ojos de halcón, juzgando cada detalle de su figura.